09. 01. 2020. Dom 2, tiempo ord. Ciclo A. Tú eres el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo
Del animal sagrado al pan compartido
Domingo 2, tiempo ordinario. Ciclo A. Jn 1, 29-34. Entre los motivos centrales de este pasaje destaca el de Jesús Cordero de Dios (Agnus Dei) que quita el Pecado del Mundo.
Así lo indica la liturgia de la misa romana, cuando el “presidente”, al presentar el Pan “consagrado”, que se ha de compartir en comunión, dice: Agnus Dei, éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo
Muestra un trozo de pan y proclama éste es el Cordero de Dios, diciendo así que el Dios-Cordero es Jesús, que tú mismo lo eres, siendo Pan Compartido. De esa forma, la liturgia nos traslada del cordero sacrificial antiguo (un animal sagrado, cuya sangre se ofrece al Dios externo de la vida y de la muerte) a la vida nueva de Jesús, compartida en comunión, de forma que los creyentes (comulgantes) son en él Cordero de Dios, vida compartida en amor.
Esta palabra expresa la gran transmutación:
1) Juan Bautista (que es el primero en decir esa palabra) retoma el motivo del Cordero Sacrificial externo y lo identifica con Jesús, a quien Jn 1, 14 ha presentado ya como Palabra de Dios encarnada. Termina así la religión “externa”, hecha de ritos sacrificiales de tempo (con corderos santos), de forma que la presencia de Dios (=Dios mismo) se identifica con el hombre-Jesús.
2) Ya no hay religión externa de corderos y machos cabrios, de templos y sacrificios animales, manejados (matados, ofrecidos) por santos sacerdotes, pues, como sabe y dice en otro contexto la Carta a los Hebreos, la religión es Jesús, es la misma vida entendida como presencia de Dios, como experiencia de comunión, esto es, de amor mutuo.
3) Ésta es la gran salida, el éxodo cristiano al que está apelando el Papa Francisco: La religión, el Cordero de Dios, es la misma vida de Jesús, con la de aquellos que aceptan su camino, que salen de la vía de los sacrificios animales de templo, y se descubren a sí mismos como Cordero de Dios (Dios encarnado en la vida de los hombres y mujeres).
4) Por eso, cuando el Bautista dice a Jesús “tú eres el Cordero de Dios” nos lo está diciendo en él y por él a todos nosotros, pues somos el mismo Dios hecho presente, la vida como don, el perdón del pecado… en una línea que culmina en el pan compartida de la vida, tal como se celebra en la eucaristía.
5) Este Cordero de Dios no quita “pecados” concretos, sino el pecado, esto es, una vida de separación y muerte, de caída… Este Jesús-Cordero no perdona pecados desde fuera, sino que “quita el pecado del mundo”, lo aparta, lo borra, lo niega… Eso significa que la vida de los hombres no es ya alejamiento de Dios, sino presencia, Vida de Dios en nuestra vida…
Éstos y otros motivos definen la nueva religión de Jesús, donde ya no existen corderos externos sagrados, ni sacerdotes sacrificiales, ni templos para sacrificios externos, ni poderes superiores que se imponen sobre el “común” de los fieles sometidos. En esa línea al decir tú eres el cordero de Dios se está diciendo tú eres la religión.
Evidentemente, que al fondo el signo hermoso de cordero sagrado, en varias formas, pero sólo como signo de una historia de descubrimiento de Dios que ha culminado (y ha sido superada) por Jesús, el auténtico cordero de Dios, que vive en tí, en cada uno de nosotros.
Éste es un motivo complejo, una historia fascinante que merece la pena de comprender, y así quiero presentarla retomando unas páginas de Gran Diccionario de la Biblia (Verbo Divino, Estella 2017).
Texto: Jn 1, 29-34
En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es aquel de quien yo dije: “Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo.” Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel.”
Y Juan dio testimonio diciendo: “He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo.” Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.
El signo del Cordero.
El cordero es para el Antiguo Testamento un importante animal sagrado, y así lo entiende el evangelio de Juan, cuando presenta a Jesús como «cordero de Dios (amnos tou Theou) que quita (ho airôn) el pecado (tên hamartian) del cosmos» (Jn 1, 29; cf. 1, 36).
a) Juan nos sitúas ante el Dios Cordero (amnos), no antes el Dios León Furioso, ni Águila celeste, ni Elefante… El Dios Cordero es el Señor de la Suma Debilidad, que se hace poderosa, pues no actúa por violencia sino por Amor sacrificado.
b) El Dios Cordero, que es Jesús, “quita” (airei) el Pecado… No lo perdona, como prometía Juan Bautista (cf. Mc 1, 4), ni lo limpia…, sino que lo “quita”, es decir, lo arranca, lo destruye (como si no hubiera existido).
c) Quita el pecado del mundo (tên hamartian tou kosmou), nos unos pecados concretos, unas faltas morales, sino “el pecado” (el singular), que tenía dominado, esclavizado el mundo.
Será bueno evocar desde ese fondo algunos elementos de este signo del Cordero de Dios, que la liturgia identifica con el Pan compartido de la “misa”.
(1) Juan Bautista puede aludir al cordero de la Aquedah (ligadura).
Ese cordero aparece vinculado al sacrificio de Isaac (atado sobre el altar, de ahí viene el nombre “Ligadura”: cf. Gen 22, 7-8). El Dios antiguo pedía la “sangre” de los hombres, es especial, de los primogénitos, y así lo sintió todavía Abraham, que aparece en la “muga” o linde de los tiempos, en la frontera entre el Dios de Sangre (Moloc de Sacrificios) y el Dios amoroso que quiere la vida de los hijos.
Dios no quiere que Abrahán le ofrezca la sangre de su hijo Issak (el atado) sino que le dice que “detenga su mano”, y le muestra un Cordero, como sacrificio sustitutivo. Desde ese fondo se puede afirmar que Dios «perdonó» a Isaac, pero no “se ha reservado” a su propio Hijo, quien ha muerto por fidelidad a su mensaje de Reino. En ese sentido se puede afirmar que Jesús ha sido el “Cordero de Dios”, el símbolo de su perdón.
Dios no ha querido ni quiere matar a los hombres, pero acepta el amor de los que dan su vida hasta la muerte, a favor de los demás, como su Hijo, Jesús. De esa manera, desde la perspectiva de San Pablo, se le podría presentar a Jesús como el Cordero salvador (cf. Rom 8, 32).
(2) Cordero pascual, para evitar la Gran Ira
Cuando salieron de Egipto, mientras la “ira” de Dios (un Dios Moloc) se abalanzaba sobre los egipcios, matando a sus “primogénitos” (¡de nuevo un Dios de muerte), los hebreos sacrificaron el cordero y con su sangre pintaron el dintel y las jambas de las puertas de sus casas, para que, de esa forma, el Ángel Exterminador (la ira de Dios) pasara de largo ante sus casas, sin matar sus primogénitos (Ex 11, 2-14).
Así mataron el Cordero de Pascua, para que Dios perdonara sus pecados y no les matara… Por eso, siguieron comiendo por los siglos el cordero de la pascua, en memoria del paso del Señor, en actitud de miedo y de agradecimiento. Este es el Cordero que les permitía caminar hacia la libertad, manteniéndoles en vida en medio del de gran riesgo de la muerte; era señal de Dios sobre la tierra.
No sabemos si Jesús comió en la Última Cena el Cordero de Pascua, pues son muchos (casi mayoría) los investigadores que aquella no fue una cena de Pascua en sentido estricto, sino una Cena de Agradecimiento y de Esperanza del Reino. En esa Cena Jesús ofreció a su amigos el Vino (¡la próxima copa en en el Reino!) y posiblemente el Pan (¡como símbolo de su vida, de su cuerpo, al servicio del Reino).
Sea como fuere, en ese contexto, Jesús puede aparecer y aparece como el Cordero de Pascua, aquel que ha cumplido la tarea del Reino hasta la muerte, para que Dios no castigue los pecados de los hombres. Por eso el evangelio de Juan puede presentarle como el Cordero que quita los pecados del mundo.
(3) Cordero profético, víctima mansa
Al lado del cordero pascual influye en el Evangelio de Juan la experiencia del cordero manso, que no se opone, ni combate, no se enfrenta con sus carniceros. Desde ese fondo, perseguido por sus enemigos, Jeremías se ha mirado a sí mismo como un «manso cordero llevado al matadero» (Jer 11, 19). En esa línea avanza Segundo Isaías, cuando presenta al Siervo de Yahvé como cordero:
«El Señor cargó sobre él nuestros crímenes. Maltratado, se humillaba y no abría la boca: como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Sin defensa, sin justicia se lo llevaron ¿Quién meditó en su destino? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron» (Is 53, 6 8).
Este pasaje misterioso ha servido de reflexión para generaciones de creyentes, tanto judíos y cristianos. De un modo normal, muchos cristianos han visto y siguen viendo a Jesús como Cordero Manso, es decir, como aquel que acepta su “destino” de víctima, porque quiere, entregando voluntariamente su vida al servicio del Reino, es decir, al servicio de los demás.
(4) Cordero “tamid”, sacrificio perpetuo
Hay en el Orden quinto de la Misná un famoso tratado, “Tamid”, que trata del Sacrificio Perpetuo o Cotidiano. En él se describe la liturgia cotidiana del Templo de Jerusalén, con las reglas que se deben observar en relación al “holocausto” o sacrificio cotidiano, que se hace cada mañana y cada tarde, ofreciendo a Dios un cordero de un año, como manda Ex 29,38 y Núm 28, 3).
Ese sacrificio es el más importante para el judaísmo. Día tras días, a la hora de la oración de la mañana, al amanecer (laudes) y al anochecer (vísperas), resuenan las trompetas y el sacerdote de turno ofrece a Dios el Sacrificio del Cordero, en gesto de alabanza y sumisión, por sí mismo, por el pueblo de Israel y por el conjunto de la humanidad. Si ese sacrificio fallara, si no hubiera Cordero para Dios (mañana y tarde, día a día), se dice que el cosmos entero volvería al Caos, dominado por el pecado. Sólo una vez falló el sacrificio del Cordero, en la crisis “antioquena” (Dan 8), y volvió a fallar cuando quedó destruido el templo (el año 70 d.C.).
Pues bien, ese cordero “tamid”, sacrificio perpetuo, que es signo y presencia de Dios, podría identificarse con Jesucristo, según Juan Bautista. Esta visión resulta sugerente, pero es muy improbable, pues Jesús no es Cordero Sacrificado en el templo, sino Palabra salvadora de Dios, vida en amor, simbolizada en el pan compartido.
(5) ¿Cordero expiatorio? (Yom Kippur)
La tradición teológica y pastoral de parte de la Iglesia cristiana ha querido ver a Jesús como el “cordero” del día de la Gran Fiesta de la Expiación, de la que habla de un modo impresionante el libro del Levítico (Lev 16). En el día de la Fiesta por excelencia, al final de todas las celebraciones del año (en el contexto de la Semana de los Tabernáculos, en septiembre-octubre), los judíos celebraban y celebran la gran ceremonia del Ayuno y del Perdón.
Cuando había templo sacrificaban dos machos cabríos. Uno era el chivo emisario, al que mandaban al desierto para Azazel, el demonio. El otro era el chivo expiatorio, al que mataban, y con su sangre untaban el altar de Dios, para así pedir y conseguir su perdón.
Pues bien, Jesús sería ese chivo expiatorio, al que hubo que matar, para presentar su sangre inocente ante el Dios de la Gran Ira, para conseguir su perdón. No era suficiente el chivo, fue necesario el Hijo Jesús.
Este simbolismo, que ha determinado gran parte de la liturgia y teología católica, tiene gran hondura social y quizá filosófica, pero no responde al evangelio de Jesús, por dos razones principales. (a) La Biblia pedía que fuera un Chivo (un Buco, Macho cabrío), y el evangelio habla de un cordero. (b) El Dios del evangelio de Jesús no puede entenderse a la luz del simbolismo y de la teología sacrificial de Lev 16; no es un Dios que pide sangre, sino que se “da a sí mismo”. Por eso, si aplicamos este simbolismo a Jesús tenemos que cambiarlo de un modo radical.
(6) Cordero mesiánico: Felipe y el eunuco
El texto más significativo del Nuevo Testamento (en la línea del Cordero del evangelio de Juan) aparece en el pasaje del eunuco de la reina de Etiopía, que ha venido como prosélito judío al templo de Jerusalén, preguntando sobre el signo del cordero… Ha preguntado, quiero que le respondan, pero en el templo no le han respondido y así vuelve sobre el carro sin saber lo que significa el Cordero, mientas sigue leyendo en carro el pasaje de Isaías ya citado (Is 53).
Entonces se le acerca Felipe, el evangelista, quizá el primero de los grandes misioneros cristianos, ante y al lado de Esteban y Pablo de Tarso, «partiendo de ese mismo pasaje» le fue explicando el evangelio (cf. Hech 8, 36 40), es decir, el sentido de Jesús como Cordero de Dios, en la línea del Siervo Paciente y Redentor de Isaías, no en la línea de los machos cabríos del templo, ni de los corderos sacrificados el día de pascua.
Lucas, el autor de ese pasaje, no ha querido explicarnos en concreto las palabras que Felipe, el Cristiano, uno de los primeros teólogos de la Iglesia, dijo al Eunuco. Nos gustaría haber estado allí, para preguntarle… pues comprender el sentido de ese Cordero es comprender el cristianismo. Nos gustaría haber estado al lado de Juan Bautista (el Juan del que habla su tocayo Juan Evangelista) para preguntarle también: ¿Qué quieres decirnos cuando dices que Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo?
Pero no estábamos allí, ni en un caso ni en el otro. Por eso tenemos que contentarnos con algunas conjeturas, como las que estamos hoy evocando. Sea como fuere, al escuchar a Felipa, sin más dilación el eunuco le pide que le bautice, sin necesidad de más largo catecumenado.
(7) Evangelio de Juan. Cordero que quita el pecado del mundo.
El evangelio de Juan ha reflexionado sobre el tema del cordero que quita los pecados. Ciertamente, está en el fondo la experiencia de los sacrificios de Israel, entre los cuales se encuentra también el del cordero que se emplea en algunos sacrificios expiatorios, para perdón “ritual” de los pecados (cf. Lev 4, 32; 5, 7; 9, 3; 14, 12.24-25, Num 6, 12 etc).
Como he dicho, la fiesta de la Expiación y del Perdón está vinculada al chivo expiatorio/emisario (cf. Lev 16),pero no al cordero, aunque eso no impide que el conjunto de la liturgia israelita haya visto al cordero como animal expiatorio. Por otra parte, el ritual del sacrificio supone a veces que pueden emplearse por igual cabritos o corderos (Ex 12, 5 afirma que la pascua se puede celebrar con cordero o cabrito).
Pues bien, desde el ese fondo se eleva la palabra de Juan Bautista refiriéndose a Jesús: «Este es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29). El plural del texto evocado (Is 53, 5), donde se habla de “los pecados”, se ha vuelto aquí singular, pues, en el fondo, según Juan Evangelista sólo hay un pecado, la oposición del mundo que rechaza a Dios. Pues bien, por medio de su entrega Jesús ha superado esa oposición, con su propia vida, con su entrega total.
Conforme al Evangelio de Jesús, ya no hay pecado, ni necesidad de sacrificios, porque Dios es Gracia que perdona (es decir, que ama) y porque los hombres pueden responderle amando. Ésta es la experiencia central del evangelio. Frente a una religión de pecados y sacrificios (como era gran parte del judaísmo sacerdotal de aquel tiempo), el Jesús de Juan abre a los hombres y mujeres un camino de gracia, rompiendo así la esclavitud anterior de los pecados.
(8) Apéndice. Cordero degollado, Carnero vencedor (Ap 5, 5-7)
En el fondo anterior se comprende la imagen del Cordero como personaje central del Apocalipsis, en la gran visión del Libro: Ap 5. La escena anterior (Ap 4) había presentado a Dios sedente sobre el trono. Lleva en su derecha el libro de la historia de los hombres. Nadie puede abrirlo y el profeta llora.
«Entonces uno de los ancianos me dijo: no llores, ha vencido el león de la tribu de Judá, el descendiente de David para abrir el libro y desatar sus siete sellos. Entonces, entre el trono con los cuatro vivientes y el círculo de los ancianos, vi un Cordero: estaba de pié, como sacrificado; tenía siete cuernos y siete ojos que son los siete espíritus de Dios enviados a la tierra entera. Se acercó y recibió el libro de la mano derecha del que está sentado sobre el trono. Cuando recibió el libro, los cuatro vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron ante el Cordero… cantando un canto nuevo: ¡Digno eres de recibir el libro y de solar sus sellos, porque fuiste degollado y con tu sangre compraste para Dios hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación» (Ap 5, 5 9).
El vidente lloraba, pues nadie podía abrir el Libro de la Historia, cerrado por el pecado de los hombres (Ap 4, 4). Pero un Anciano con función de ángel (cf. 7, 13; 10, 4.8; 17, 1 etc.) le consuela: Ha vencido el León de Judá (cf. Gen 49, 9: reino davídico), como rey de estepa o selva, animal poderoso, conforme a una imagen conocida en Israel (cf. 1 Mac 3, 3-4; 4 Es 10, 60-12, 35) y su entorno.
Esa es la lógica de la historia: Tiene que Vencer el León de Judá. Pues bien, cuando el vidente mira no descubre un león sino un Cordero (arnion) degollado, de pie, victorioso, en el centro del corro que forman los vivientes ante Dios y los ancianos. Ese es el cordero/carnero vencedor. ¿Qué significa ese cordero/carnero? ¿Cómo ha vencido?
(a) Podría ser carnero luchador. Algunos piensan que el arnion (carnero) que ha visto Juan no es un cordero, sino el carnero fuerte (Aries) de la constelación celeste, animal de guerra, como el de Dan 8, 3-7. Varios textos apocalípticos (Test XII Pat y 1 Hen 89-90) presentaban la batalla final como combate de animales. En ese fondo debería entenderse el arnion-carnero del texto (cf. Ap 6, 15-16; 14, 1-5; 17, 14).
(b) Pero el texto le presenta como Carnero/Cordero degollado. No es el carnero luchador (que se dice en griego krios; cf. textos de Daniel LXX), que vence acorneando y matando a los otros, sino el Cordero que se deja matar, el cordero degollado del Siervo de Is 53. Este cordero es un signo mesiánico de regalo, entrega de la vida, el aquel que salva los hombres por su sangre, muriendo a favor de ellos, (Ap 5, 9; 7, 14; 12, 11), no a través de una guerra militar.
Esta imagen del Cordero Degollado emerge de la tradición israelita, de un modo especial de Is 53, 7 donde se presenta al Siervo de Yahvé como «cordero llevado al matadero». La novedad del Apocalipsis está en que lo ha identificado con Jesús, Hijo del hombre, presente en las iglesias (Ap 2-3). Los siete cuernos son su fuerza, el poder de Dios, y se identifican en algún sentido con los siete ojos del mismo Dios que actúa de forma poderosa sobre el mundo.
El profeta Juan (el autor del Apocalipsis) nos había saludado de parte de los Siete Espíritus (Ap 1, 4) que eran entorno, irradiación de fuego, del poder de Dios (4, 5). Pues bien, ahora descubrimos que esos espíritus son ojos del Cordero que, asumiendo el poder de Dios (cuernos), dirige su mirada hacia todos los misterios de la realidad (cf. 3, 1). Sólo el Cordero posee los Espíritus (ojos) de Dios y puede abrir el Libro, revelando sus secretos. Teniendo esto presente (con gran exageración, a nuestro juicio), J. M. FORD, Revelation, AB 38, Doubleday, Nueva York 1975) ha podido decir que el autor del Apocalipsis es el mismo Juan Bautista.
(9) Conclusión… La liturgia tiene razón cuando le llama “Cordero” pero le presenta como Pan Compartido.
Éste es uno de los textos simbólicos más importantes del evangelio de Juan. Por un lado, él sigue llamando a Jesús “Cordero de Dios” (como si se tratara de un animal para el sacrificio). Pero, al mismo tiempo, le identifica con el Pan Compartido, que quita el pecado del mundo, es decir, que vinculan en perdón y vida, en amor y conversación de paz, a todos los hombres y mujeres del mundo.
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