“Recordatorio anual”, por Gabriel Mª Otalora
ECLESALIA, 03/01/20.- El libro del Génesis es el de los comienzos, el libro que habla del principio de todo, tomando prestados temas de la mitología mesopotámica adaptados al pueblo israelita creyente en un solo Dios. La llegada de un nuevo año no deja de ser también una génesis por mor de los calendarios: el final de un tiempo concreto que da comienzo a otro tiempo nuevo que llamamos 2020, lleno de sorpresas, incertidumbres y esperanzas.
Pensando sobre lo que supone otro año de vida, lo siento de manera coral desde mi óptica cristiana, es decir, más allá de los doce meses que finalizan y el nuevo año que llama a la puerta. Dios ha creado todo el universo, poniendo buen cuidado en no finalizar la creación; al contrario, ha puesto una buena parte de la misma en manos del ser humano, como un colaborador necesario, un verdadero co-creador a partir de los mimbres dejados por el Padre Dios. El resultado obtenido siglo tras siglo, año tras año, supone esfuerzo, evolución, ejercitarse en el método de prueba y error así como lo más importante de todo: una necesaria colaboración entre seres humanos sin la cual nada que tenga fundamento es posible.
Estamos hechos a imagen y semejanza de Dios con el atributo principal de ser capaces de amar. Además, tenemos la capacidad de elegir libremente lo esencial de nuestra vida a la que han inoculado el “cromosoma” del anhelo de la felicidad plena. Pero nuestro desarrollo óptimo debe realizarse en comunidad, nos guste o no. Un ejemplo relevante de esto es la llamada Declaración Universal de los Derechos Humanos, en el sentido de ser la culminación de siglos de avances que para un cristiano son el resultado de un plan mayor de Dios. A pesar de aprobarse en 1948, todavía es un punto de partida que busca la extensión generalizada de los principales derechos humanos en base a la dignidad de la persona.
Ahora, trabajar en red en cualquier área del conocimiento es fundamental, conviviendo con los egos y miserias humanas que dificultan cualquier avance de la humanidad. Los avances de unos se sustentan en los descubrimientos de sus predecesores. El desarrollo de la genética, el descubrimiento estructura del ADN, la teoría de la relatividad, la energía nuclear, los descubrimientos astrofísicos del cosmos, los enormes avances médicos, la informática y las redes sociales… todo es fruto de la colaboración y esfuerzo de muchas generaciones.
Todas las etapas de su vida son parte de un proceso constante de aprendizaje y evolución, a partir de las experiencias propias o ajenas. Que el ser humano es un ser social por naturaleza lo formuló Aristóteles para constatar que todos nacemos con la característica social de la necesidad de los otros para sobrevivir y mejorar. Todos poseemos, por tanto, una doble dimensión -individual y social- para alcanzar nuestro desarrollo pleno.
Cuando trabajamos en equipo conseguimos resultados completamente diferentes a hacerlo de otras maneras. El efecto que tiene la comunidad en el logro es exponencial al generar sinergias y un impacto global. Cuando hay resultados positivos, cada uno vibra con el trabajo que ha hecho, pero debería valorar todo lo que ha recibido: “Si he visto más lejos es porque estoy sentado sobre los hombros de gigantes”, dijo Newton. Esfuerzo, confianza, pertenencia, reconocimiento, legado… Lo cierto es que no solemos pararnos a pensar en la importancia de los esfuerzos colectivos. Y cuanto mayor es la implicación por motivación, mayor es también el beneficio y la satisfacción individual.
El cambio de año es tan señalado en la mayoría de culturas que muchos lo ven como una oportunidad para nuevos propósitos; otros lo sienten como una fecha triste al subrayar que la vida se va poco a poco (la nuestra y la de los seres queridos). Yo prefiero valorar la existencia como un regalo lleno de oportunidades y posibilidades, pues creo que nuestra intervención puede tener influencia directa en muchos resultados, sobre todo cuando nos apoyamos los unos en los otros. Si la creación es fruto del amor de Dios, nuestra vida también lo es. Nada hay cerrado y definitivo hasta la muerte. Somos parte de un Plan mayor y nuestras capacidades envueltas en la confianza en Dios serán capaces de transformar lo que hoy parece inamovible. No hay más que leer algunas buenas biografías de cualquier tiempo y lugar para constatarlo. Hagamos pues de nuestra fe una palanca transformadora de cada día contando con los demás, poniendo la confianza en Dios si pretendemos resultados relevantes.
¡Feliz nuevo año de corazón!
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