La salvación hecha palabra eterna.
Para los y las primeras creyentes en Jesús uno de los mayores desafíos que tuvieron que afrontar fue comprender que la oferta salvadora que él encarnaba no podía mantenerse cerrada dentro de la casa de Israel, que ya no podían leer las Escrituras como siempre lo habían hecho. Su encuentro con el Maestro les abría horizontes insospechados de gracia que sobrepasaban lo conocido y esperado.
No fue fácil, hubo conflictos, deserciones, bloqueos, pero la Santa Ruah y la memoria viva de Jesús los y las fue llevando más allá de sus expectativas. Los textos del Nuevo Testamento son testigos del proceso y de muchas formas recogen el camino de dar a luz la profunda certeza de que la salvación de Dios se revelaba como misericordia, bondad y perdón en las palabras y en la vida de Jesús de Nazaret y que esa salvación no quedaba limitada a las promesas de Israel, sino que estaba dirigida a todos los hombres y mujeres de cualquier lengua, pueblo, cultura o condición (Hech 2).
En estos días de Navidad recordamos algunos textos que explicitan con mucha claridad esta experiencia y muestran con absoluta contundencia que “el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros/as, y hemos contemplado su gloria…porque de la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo”. (Jn 1,1-18).
La comunidad joánica en este comienzo del evangelio nos transmite con bellas metáforas la fe que la hizo fuerte a pesar del rechazo. Su fe en Jesús les hizo descubrir que Dios estaba desde siempre con la humanidad, por eso proclamaron que él desde siempre estaba junto al Padre, que en él estaba la Vida (con mayúsculas) que en él estaba la luz y ninguna tiniebla la podía ocultar. Pero también conocieron que no todos ni todas se alegraban de esta Buena Noticia, que no todas las casas se abrían a la alegría de una Visita que no encajaba en sus expectativa, o simplemente les hacía salir de su zona de confort.
La Palabra, que se hacía humanidad, no había que buscarla en ningún diccionario, ni entenderla según ninguna creencia específica, sino que había que recibirla, acogerla, sostenerse en ella y proclamarla en la vida. Porque solo así esa Palabra podía ser escuchada, solo así esa Palabra podía mostrar su significado, el regalo (gracia) de que era portadora, solo así esa Palabra era salvadora.
Pero como muy bien entendió la comunidad Joánica acoger esa Palabra que estaba en Dios, era acoger a Jesús de Nazaret y su radical propuesta. Era reconocer la gratuidad del amor de Dios que no esperaba de los seres humanos que se aferraran a la ley, por muy sagrada que fuese, sino que se atreviesen a dejarse salvar por la debilidad del perdón y por el misterio de la bondad que estaban desde el principio en Dios.
Leer las Escrituras… seguir su estrella
El relato sugerente y entrañable de la visita de los Magos de Oriente al lugar de Belén donde nació Jesús recoge algunas de las cuestiones que preocupaban a la comunidad de Mateo y a las que el evangelista quiere responder.
Nos encontramos con una pequeña comunidad que se ha distanciado radicalmente de sus hermanos judíos. La peculiar lectura de las Escrituras judías a la luz de la fe en Jesús que las primeras generaciones cristianas hacen se fundamenta en su convicción de que Jesús es la Palabra definitiva de Dios y que en él se cumplen las promesas dadas por Dios a Israel. Esta afirmación desafía y confronta las fronteras identitarias del judaísmo desembocando en un conflicto que terminará con expulsión de los seguidores y seguidoras de Jesús de la comunidad israelita.
Esta nueva comprensión de la fe judía favorece la incorporación de hombres y mujeres no israelitas a las comunidades cristianas. Esto va a propiciar la creación de grupos diversos y plurales que sostienen su identidad en la fe en Jesús y no en la pertenencia a un pueblo, cultura o género. Este mestizaje no siempre es fácil de articular y es necesario ahondar en las palabras y en la vida de Jesús para sostener y fortalecer su vida en común. Narrar los orígenes de Jesús es para Mateo una oportunidad de recordar a sus destinatarios y destinatarias quién es el que los ha convocado y cuál es la promesa a la que han sido llamados/as. A través de las narraciones intenta ofrecerles un relato de la vida de Jesús que les ayude a dialogar con sus hermanos judíos, de modo que puedan presentarles su fe en Jesús como mesías a partir de los textos que sostienen también la esperanza de Israel.
Belén es un pueblo pequeño cercano a Jerusalén que estaba cargado de simbolismo en la memoria de Israel, en él David fue ungido por Samuel como rey (1 Sm 16,1-13) y a este rey y a su dinastía se vinculaba la promesa mesiánica. Mucho tiempo después casi sin ruido el Mesías esperado comienza su vida en ese lugar.
Belén se configura, así como el lugar en que Jesús se presenta como el Mesías enviado a Israel (Miq 5, 1-3; 2 Sam 5,2), pero también como el destino de unos paganos, unos hombres de Oriente, que han visto una estrella (Nm 24,17), que anuncia el nacimiento del rey de Israel y quieren adorarlo. Todos los personajes que están o llegan a Belén muestra actitudes de confianza y acogida hacia el recién nacido. Las referencias a la Escritura judía muestran como este niño cumple lo que se había dicho sobre el Mesías en ella.
Jerusalén, el otro lugar que aparece en la historia, representa sin embargo la oscuridad y la desconfianza. En ella está Herodes, que se asusta al conocer la información de los sabios y utiliza todos sus recursos para deshacerse de Jesús y evitar que se propague la noticia de su nacimiento, pues ese recién nacido amenaza su poder y cuestiona su legitimidad como rey.
Los sabios de Oriente, que ven la estrella, se ponen en camino atentos a las señales que los han de guiar. Los representantes del pueblo judío, sin embargo, conociendo las Escrituras, no son capaces de descubrir en ellas a Jesús y no solo no se ponen en camino, sino que el miedo a perder su estatus les hace actuar con engaño y maldad.
Mateo jugando con esos contrastes, invita a su comunidad a mirarse en aquellos sabios que se dejaron guiar por la estrella, acogiendo los pequeños signos de la historia. Como ellos, l@s seguidor@s de Jesús, a los que escribe Mateo, están llamados a dejarse guiar por la luz que su fe en Jesús irradia en sus vidas, y han de seguir profundizando en las Escrituras para afianzar e iluminar su fe.
Hacer memoria del misterio de la encarnación, ver a Dios poner su tienda entre nosotros/as, pero a la vez descubrir el mal y el sufrimiento que impide de muchos modos dejar a Dios regalarnos su salvación, nos recuerda nuestro compromiso con la Buena Noticia en la que creemos, nos invita de nuevo a abrir surcos en esta tierra herida para que pueda recibir la semilla de la bondad, la ternura y la paz.
En Belén Dios nos invita a soñar a dejar que nuestro corazón nos guíe, como a los sabios, por caminos alternativos capaces de construir un mundo nuevo, sin llanto ni dolor. Un mundo que ha de ser la utopía que guie nuestro caminar diario, de pequeños pasos y gestos sencillos…
De nuevo en Navidad estamos invitadas e invitados a soñar, a intuir nuevos caminos, nuevas sendas de inclusión, de hospitalidad, de acogida de ternura y solidaridad… a soñar porque Dios amanece en nuestras vidas.
Carme Soto Varela
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