«Estén siempre alegres en el Señor,
les repitoy, estén alegres. El Señor
está cerca…»
(Fil 4, 4)
En pleno tiempo de Adviento, un anuncio alto y claro para quienes somos Iglesia, la palabra que nos invita a alegrarnos, sin interrumpir la actitud de esperanza, ante la inminente manifestación de nuestro Señor. El regocijo y la esperanza se hacen, de aquí en adelante, la clave para disponerse en serio a vivir la Navidad.
No obstante, no siempre es fácil encontrar la palabra y gesto oportuno, que mueva al sincero regocijo, en los pasos cotidianos de la vida cristiana. A pie, por las calles, abriéndonos paso entre las muchas dudas y cuestionamientos, juicios y retos, carencias y debilidades; el regocijo parece a veces utopía, cuando tantas noticias desagradables nos invaden sin piedad:
¿Cómo podríamos regocijarnos sinceramente, en medio de tantos rostros hermanos que están llorando, víctimas del sufrimiento?
¿Cómo podría nuestro regocijo parecer sincero y adulto, en medio de tantas palabras hirientes, gestos culpabilizantes y acciones crueles de unos contra otros?
¿Cómo podemos regocijarnos de verdad, sin perder de vista la urgente necesidad de tomarnos en serio la misericordia y la solidaridad?
¿Cómo invitar reiteradamente a la humanidad al regocijo, sin que suene a cierto cinismo, ante las infamias y los crímenes de los que sin cesar somos testigos impotentes?
¿Cómo conseguir estar siempre alegres, aún en medio de la violencia y la tempestad?
¿Quién se atreve a invitar al regocijo, a quien sufre la depresión o le invade la angustia en la enfermedad de un ser querido, o sumergido en el duelo por la pérdida de alguien amado?
Sin embargo, no solamente es invitación seria y adulta, también es una respuesta inteligente ante lo que nos cuestiona. Hoy es importante invitar al regocijo. No es tonto ni ingenuo el regocijo del Adviento, cuando se mantiene humedecido con lágrimas, e impregnado de sudor. No es una burla, ni una salida fácil ante las consecuencias del pecado. Es una forma muy madura de hacer frente a la historia, con perdón y amor.
Por eso:
Regocíjate; Iglesia que estás en Adviento, esperando sin expectativas pero con esperanza, a tu Salvador, quien recrea tu vida y te ofrece felicidad plena.
Regocíjate, pueblo sacerdotal, porque a quien esperas es la razón de tu alegría más completa, y en la comunión a la que te invita, se encuentra tu fortaleza para seguir luchando por la paz y la justicia.
Regocíjate. No te digo regodéate. No engordes tus seguridades, ni intentes guarecer tus pertenencias. Muestra al mundo que, en realidad, no tienes tanto como parece, ni necesitas tanto como puedas obtener. Te basta con la diaria solidaridad. Fortalece tu ánimo, fortaleciendo el ánimo de los demás.
Regocíjate, no por los bienes que poseas, porque aún sin necesidad de conseguir, tener y retener, vives nutrida por el gozo que viene de la presencia de tu Señor. Ni los privilegios, ni el poder te harían tan feliz como esa sonrisa, esbozada en la pobreza, ese abrazo, apretujado con afecto en el sufrimiento y esa bondad, que se consigue mantener, tenazmente, en la guerra
Reitero:
Regocíjate, aún en las situaciones más oscuras. Aún en el llanto y la soledad, en el fracaso y la injusticia; ahí precisamente, llena de gozo los huecos, ábrete paso sin darte por vencida.
Regocíjate, y mantén vivas las ascuas de la esperanza, que te den luz y abrigo aún en la más densa oscuridad. Encuentra tu fortaleza en la humildad, no intentes ocultar tu vergüenza, y pide perdón con sinceridad.
Regocíjate, y une tus manos; busca sin darte por vencida la unidad fraterna, aún en la diversidad. No temas a quienes piensen diferente, ni intentes eliminar a quienes puedan parecer amenazantes. Acógelos, como acoge tu Señor, y ofrece franco tu humano corazón. Colabora con las iniciativas en favor de la paz y la equidad.
Regocíjate, y viste de rosa tu liturgia sin pudor. Celebra desde la ternura y la debilidad, que en todo puede mucho, y sonríe francamente ante la humanidad. Que todas las personas, sea cual sea su identidad, su situación vital o su discurso ante la sociedad, encuentren en ti, un cálido y seguro hogar.
Regocíjate, porque son muchas las mujeres, consagradas y laicas, las madres y padres de familia, los jóvenes y ancianos, los diáconos, ministros y obispos; que siguen apostando por el Evangelio sincero y audaz.
En este tiempo de espera… ¡Regocíjate, de verdad!
Rogelio Cárdenas, msps
Fuente Fe Adulta
Biblia, Espiritualidad
Adviento, Alegría, Regocijo
Comentarios recientes