José M. Castillo: “La religión y la política han cambiado mucho en veinte siglos, pero el Evangelio sigue siendo el mismo”
Las relaciones entre religión y política se mantuvieron hasta finales del s. XVIII, cuando en 1789 cuajó legalmente la Ilustración
Para Jesús, lo determinante y lo que necesita este mundo no es que tengamos gobernantes ejemplares, sino que seamos nosotros, los ciudadanos, los que vivamos de una manera ejemplar
¿Se metió Jesús en política? Si respondemos a esta pregunta desde lo que se vivía y cómo se vivía, en el mundo romano del siglo I, a nadie se le ocurriría pensar que la religión y la política estuvieran separadas. Roma afirmaba que su imperio era tal por mandato de los dioses (Warren Carter). Por eso, mientras duró el Imperio y en los siglos posteriores del medievo, tanto los políticos como los hombres de la religión, no sólo mantuvieron el firme convencimiento de que “lo religioso” y “lo político” se necesitaban mutuamente, sino que además lo decían en público y lo defendían a toda costa.
Este criterio fue firme. Incluso ya bien entrado el Renacimiento, después de 1513, Maquiavelo dejó escrito: “Los príncipes o los estados que quieran mantenerse incorruptos deben sobre todo mantener incorruptas las ceremonias de su religión, y tener a ésta siempre en gran veneración, pues no hay mayor indicio de la ruina de una provincia que ver que en ella se desprecia el culto divino (Discursos sobre la primera década de Tito Livio, libro 1, 12). Y así se mantuvieron las relaciones entre religión y política hasta finales del s. XVIII, cuando en 1789 cuajó legalmente la Ilustración.
“¿No lo estamos viendo ahora, en el silencio y las cosas extrañas, que oímos a no pocos “hombres de la religión”, que defienden su poder y sus privilegios, aunque las mujeres, los extranjeros y los desamparados tengan que seguir soportando lo más duro de la vida?”
Cuando Herodes mandó degollar a Juan Bautista, en una noche de juerga (Mc 6, 14-29 par), los Evangelios ni mencionan denuncia o protesta alguna de Jesús por semejante atrocidad. Y cuando le contaron a Jesús que Pilatos había asesinado a unos galileos, precisamente cuando ofrecían un sacrificio religioso en el templo, Jesús le dijo a la gente lo que nadie seguramente esperaba. En vez de rechazar el crimen de Pilatos, lo que Jesús le dijo a la gente fue tremendo: “Os digo que si no os enmendáis (si no cambiáis de vida), todos vosotros vais a morir igual” (Lc 13, 1-5). Para Jesús, lo determinante y lo que necesita este mundo no es que tengamos gobernantes ejemplares, sino que seamos nosotros, los ciudadanos, los que vivamos de una manera ejemplar.
¿No hemos pensado nunca que el tremendo relato de la pasión de Cristo nos enseña, entre otras cosas, que quien se resistió a condenar a muerte a Jesús no fue el “poder religioso”, sino el “poder político”? Al final, Pilatos cedió. Pero fue porque el “poder religioso”, en el momento decisivo, confesó a gritos su verdadera creencia: “No tenemos más rey que el César” (Jn 19, 15).
Es tremendo, pero hay que reconocerlo, si es que creemos en el Evangelio: el poder religioso cree más en su propio poder, venga de donde venga, que en la fidelidad a Jesús hasta el último suspiro. ¿No lo estamos viendo ahora, en el silencio y las cosas extrañas, que oímos a no pocos “hombres de la religión”, que defienden su poder y sus privilegios, aunque las mujeres, los extranjeros y los desamparados tengan que seguir soportando lo más duro de la vida? ¿Por qué el papa Francisco tiene que soportar tanto rechazo precisamente de quienes no se cansan de insistir que ellos son los conservadores más íntegros de la religión? La política es importante. Pero es más importante nuestra honradez.
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