Navidad: plenitud, abundancia y totalidad.
Durante siglos las personas experimentaron en sus vidas la presencia y comunicación de Dios de diversas maneras. Así lo intentan expresar y explican las religiones, desde las más arcaicas a las más contemporáneas.
Ciertamente, de Dios puede decirse que es comunicación y vida. Y comunicación cada vez más próxima.
Con el nacimiento de Jesús esta comunicación se vuelve palpable, cercana, afectuosa. La Navidad nos permite, de esta manera, vislumbrar la cercanía de quien “existe desde el principio”, de aquel en quien reside la vida (“en él estaba la vida”), de la luz, de quien “estaba junto a Dios y era Dios”… (Jn 1).
Este Dios, tan bien narrado en textos bíblicos judíos, se acerca y viene a nuestra casa. La Navidad nos recuerda, así, la corporalidad de la comunicación de Dios. Si Dios ha hablado de muchas maneras, lo ha hecho de manera especial en Jesús; en ese niño que viene en una familia y vive con ellos.
Pero, a la vez, y siendo plenamente persona, Jesús transparenta lo trascendental (“Quien me ve a mí ve al Padre”). Y lo hace justamente en un cuerpo y persona humana.
Gracias a ello, “de su plenitud todos hemos recibido gracias tras gracia” (Jn 1,16). La Navidad también nos habla de plenitud, de abundancia, de totalidad. Nos recuerda que recibimos todo, que tenemos todo lo necesario, que estamos, nosotros al igual que él “llenos de gracia y de verdad”.
De esta manera, gracia sobre gracia, Dios se sigue comunicando. Sigue siendo la Palabra que existía desde el principio y que “ilumina a todo hombre”.
Y nos invita a ser consecuentemente transparentes. A transparentar la vida y la luz, a volver a nacer del agua y del espíritu (“ellos han nacido de Dios”) y a recibir y ofrecer la energía de quienes son hijos de Dios.
Paula Depalma
Fuente Fe Adulta
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