Silencio
Es necesario que encontremos el silencio de Dios no sólo en nosotros mismos, sino también en el otro. Si los otros no nos hablan con palabras que proceden de Dios y comunican con el silencio de Dios que hay en nuestras almas, permaneceremos aislados en nuestro mismo silencio, del que Dios tiende a sustraerse.
Y es que el silencio interior depende de una búsqueda continua, de un grito incesante en la noche, de un repetido inclinarse sobre el abismo. Si nos adherimos a un silencio que pensamos haber encontrado para siempre, desistimos de la búsqueda de Dios y muere el silencio en nosotros. Un silencio en el que ya no buscamos a Dios cesa de hablarnos de él. Un silencio del que Dios no parece ausente amenaza de manera peligrosa su continua presencia. Y es que lo encontramos cuando le buscamos, y cuando no le buscamos huye de nosotros. Lo oímos sólo cuando esperamos oírle, y si dejamos de escucharle, creyendo que nuestra esperanza ya se ha realizado, él deja de hablar; su silencio ya no es vida, sino que se convierte en muerte, aunque lo carguemos de nuevo con el eco de nuestro estrépito emotivo.
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Thomas Merton,
Pensamientos de la soledad,
Edhasa, Madrid 1971.
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