“¿Pero qué esperamos? “, por Carlos Osma
De su blog Homoprotestantes:
Estamos en tiempo de Adviento, tiempo de esperanza en el que cristianas y cristianos nos preparamos para la irrupción de la salvación. ¿Pero qué esperamos? Pues muchas cosas distintas diría yo, únicamente hemos que sacar la conversación con alguna amiga (a la que no le incomode hablar de esto), para ver la diversidad de esperanzas que entre todas y todos atesoramos. No digo que tanta diversidad sea mala, ¡dios me libre!, pero a veces me pregunto qué características debe tener una esperanza para considerarla evangélica.
Cuando era adolescente me invitaron a un ciclo de películas de temática cristiana, y recuerdo muy bien una de ellas que trataba sobre el arrebatamiento. Para quienes no estén familiarizados con este concepto, les invito a que buscar en Netflix series en la categoría ciencia ficción, terror, mi último vuelo, o bandas sonoras diabólicas, para hacerse una idea. Lo que la película explicaba era como llegaba el final de los tiempos y la forma milagrosa en la que los buenos cristianos eran arrebatados al cielo (se salvaban), mientras los que no lo eran tanto se quedaban en un mundo desolado esperando su destrucción mientras sonaba la canción “Te has quedado atrás”. Al acabar la película, si no te querías quedar atrás, o deseabas con todas tus fuerzas que dejaran de atormentar tus oídos con esa terrible canción, podías entregar tu vida a Cristo. Un amigo mío, que era aficionado al puenting lo hizo porque según me dijo si lanzarse al vacío era una experiencia increíble, subir volando hasta el cielo debía ser la hostia. A mí, la verdad, la esperanza que se vendía allí me pareció amenazadora, simple y muy cutre.
Las personas homófobas que dicen ser cristianas con las que me he encontrado también tienen esperanza, y siempre me han dicho (de manera más o menos directa) que la irrupción de la salvación en cualquier ser humano pasa irremediablemente por la heterosexualidad. Sin heterosexualidad, según ellos y ellas, no hay dios que nos salve, no hay esperanza ninguna. La verdad es que no consigo adivinar qué tienen de divinas las prácticas sexuales entre personas de diferente sexo, y porqué los homófobos que dicen ser cristianos hacen pasar sus esperanzas por ellas. No quiero ser mal pensada, pero a lo mejor es que proyectan sobre nosotros la esperanza de tener algún día una. Me sorprende eso sí, que tantas personas se hayan creído esas neuras, y que estén dispuestas a pasar (o hacer pasar a sus hijos e hijas) por terapias de reconversión. Y también me asombra, y cada día más, que justifiquen su homofobia (que siempre negaran) con textos sacados de contextos y lecturas fundamentalistas de la Biblia. Vamos, que en realidad ellos y ellas ponen su esperanza en un Jesús heterosexual, porque si hubiese sido marica enviarían la esperanza, el evangelio y a Jesús, donde están deseando enviarnos a ti y a mí: al infierno.
Dice Dostoyevski en su novela El idiota que “la belleza salvará al mundo”, y la juventud, la salud o la belleza física, son hoy en día la concreción de la esperanza que se relaciona directamente con la salvación. Estar salvado significa estar como un tren, y poder mantener con facilidad relaciones sexuales con todas las personas que quieras porque es difícil resistirse a tus encantos. La belleza y la salud nos abre puertas, ¿quién puede negarlo?, y nos ayuda a mantener la esperanza de no caer en la indiferencia y la mediocridad. Aunque también nos convierte en rivales de nuestro prójimo, obligándonos a preguntarle al espejo cada mañana “si hay alguien más guapo que yo”. Ropa, cremas, actividad física, dieta, medicación, quirófanos… La esperanza no es gratis, es de color verde y cotiza en las bolsas de todo el mundo. Tampoco es colectiva, pues únicamente pasa por nuestro cuerpo y nuestro bolsillo. Y lo más terrible de todo, es que es una esperanza efímera, incapaz de acompañarnos durante toda la vida.
Pero dejémonos de tonterías, todo lo anteriormente dicho o cualquier otra esperanza que se nos pueda ocurrir, no tiene comparación con el dinero. Quien está forrado se salva, o mejor dicho, ya está salvado. Esa es una máxima tan aceptada, que en realidad el Adviento más que anunciar la llegada de la salvación el 25 de diciembre, podría apuntar más bien al día 22, que es el día de la Lotería de Navidad. La esperanza para quienes tenemos que levantarnos todos los días para ir a trabajar, es que nos toquen los 400.000 euros del premio gordo. Con dos o tres números de estos ya no nos importa quedarnos atrás si ocurre el arrebatamiento, dejaremos de ser maricones o bolleras pecadoras para convertirnos en hermanos y hermanas a los que es mejor no juzgar, y bueno, seremos eternamente bellos porque todo el mundo sabe que la gente con dinero está para comérsela. Esperanza del euro o del dólar. Esperanza redonda, a ver si sale mi bola.
Yo creo que la esperanza evangélica, y probablemente esté arrimando el ascua a mi sardina, para serlo realmente, se concreta donde no la habíamos puesto. La adhesión a una religión determinada, la heterosexualidad, la belleza, el dinero, o el resto de salvaciones que se nos puedan ofrecer, aunque hagan nuestras vidas diarias más o menos fáciles, no son esperanzas evangélicas. Quienes las venden como tal están mintiendo. La esperanza evangélica nos lleva siempre a otro lugar, que está situado fuera de lo que nos es permitido esperar. Los evangelios afirman que la esperanza no nos llevará hasta la cuna de un palacio, ni siquiera a la cama de un simple hostal, sino hasta el cajón donde se da de comer a las bestias de un pesebre. Es posible que despojarse de ideas preconcebidas, de deseos demasiado nuestros, de aquello que tenemos muy claro, sea la mejor manera de vivir el Adviento. Eso le da un cariz algo doloroso, porque desprenderse de esperanzas que afirmábamos eran divinas es realmente difícil si nos lo tomamos en serio. El Adviento es también tiempo de espera comunitaria, esperar solas pienso que nunca es una buen señal, los prójimos suelen ayudarnos a mantener las esperanzas ligadas al mundo de lo real. Ellas y ellos nos hacen ver en lo abyecto, lo vil, lo indecente, el lugar donde está a punto de hacerse presente la salvación. Es tiempo de reflexión, de permanecer alerta para poder captar algo de ese dios que es el que es, y que no quiere ser encasillado. Un dios que actúa de forma libre y que suele tener la mala costumbre de hacer pedacitos todas nuestras loables o mundanas esperanzas.
Carlos Osma
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