15.12.19. Tercer Domingo de Adviento, ciclo A (Mt 11, 2‒11) Los ciegos ven, los cojos anden… Navidad: Las obras de Cristo
Juan Bautista: Salir al desierto para encontrar a Cristo
El evangelio de este domingo 3 de Adviento (ciclo a) tiene dos partes:
Jesús responde: los ciegos ven, los cojos andan, los enfermos son curados y los muertos resucitan… Éstas son las obras de la Navidad de la Iglesia. Que los ciegos vean, que los cojos anden, que muertos. Ésta es la Navidad de Jesús, ésta es su Iglesia.
2. ¿Qué habéis salido a buscar al desierto? El Adviento de Juan (Mt 11, 7‒11). Él preguntaba a Jesús: ¿Eres tú el que ha de venir? Jesús responde a la gente que Juan es el Adviento: No es una caña movida por el viento, alguien que se deja llevar por conveniencias…; No es hombre de palacio, vestido de lujo a costa de los pobres, sino un testigo de la justicia de Dios… Aquel que prepara el camino de la Nueva Humanidad, cuando los ciegos vean, los cojos anden… y los muertos resucitan.
Este mensaje doble, que define la identidad de Jesús (obras del Reino) y la de Juan Bautista (el que prepara su venida) define el mensaje y tarea de este domingo 3 de Adviento.
(Imagen 1: Maqueronte, el lugar donde estaba preso Juan Bautista; fortaleza militar, bajo la luz del Adviento)
Pregunta del Bautista. ¿Eres tú el que ha de venir? Las obras del Cristo (Mt 11, 2-6)
La escena conserva un fondo histórico. El mismo Juan Bautista, ya en prisión, antes de ser ajusticiado, podría haber dirigido esta pregunta a Jesús, a través de sus discípulos, aunque parece más probable que la hayan dirigido, en un tiempo posterior, los mismos discípulos de Juan, a quienes hemos encontrado en Mt 9, 14, al lado de los fariseos, ocupándose de ayunos. Pero aquí aparecen ellos solos, los discípulos de Juan. No critican a Jesús, aunque tampoco parecen aceptarle plenamente. Por eso preguntan:
11 2 Habiendo oído en la cárcel las obras del Cristo, Juan envió desde la cárcel a unos discípulos para preguntarle: 3 ¿Eres tú el que ha de venir, o esperamos a otro? Jesús les respondió: Id y anunciad a Juan lo que oís y veis: 5 los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena noticia, 6 ¡y dichoso aquel que no se escandalice de mí!
Conforme a la visión de Mateo, Juan Bautista sólo contaba con agua de purificación, pero anunciaba la llegada de un erkhomenos (venidero: 3, 11) que bautizará en espíritu santo y fuego (3, 11). Por eso, desde la cárcel, en espera de la muerte (cf. 14, 1-12), habiendo escuchado las obras del Cristo (11, 2), Juan envía a sus discípulos para preguntar a Jesús ¿eres tú el erkhomenos? (11, 3), cosa que nosotros, a diferencia del Bautista, ya sabemos.
Jesús responde (Mt 11, 4-6) remitiendo a sus obras, y apareciendo por ellas como el Mesías de los cojos-mancos-ciegos, de los expulsados-enfermos-muertos. De esa forma inaugura la nueva humanidad liberada, a través de unos milagros, esto es, de unas obras de sanación (curar ciegos, cojos y sordos), purificación (limpiar leprosos), y transformación social y escatológica (anunciar la buena noticia a los pobres, resucitar a los muertos). Según eso, la plenitud futura de la humanidad (esto es, el surgimiento de la Iglesia) se interpreta como curación mesiánica, transformación humana[1].
− Los ciegos ven (cf. Mt 11, 5). Al ponerse en contacto con Jesús, algunos ciegos han recobrado la vista. Sobre el contenido físico de esa curación, y sus elementos psico-somáticos y/o religiosos discuten los especialistas, pero es evidente que la presencia de Jesús se expresó en las curaciones, como muestran otros textos de Mateo, 9, 27-30; 20, 30-34 (cf. 15, 31), que recogen elementos de Marcos (curación del ciego de Betsaida y el de Jericó: Mc 8, 22-26 y Mc 10, 46-52), con la tradición del ciego de nacimiento de Jn 9, 1-41. Este motivo de la ceguera (Mt 13, 10-17) y de la curación de los ciegos define la controversia de Jesús con el rabinismo.
− Los cojos andan (cf. Mt 11, 5). La tradición recoge curaciones de paralíticos, mancos, encorvados y cojos. Entre las que parecen tener más fondo histórico, puede citarse la del paralítico de Cafarnaúm, Mt 9, 2-7, con la del siervo/amante del centurión (Mt 8, 5-13). Cf. también 15, 30-31; 21, 14. El evangelio se define así como una marcha mesiánica que muchos contemporáneos se negaron a compartir, quedando así (según el evangelio) nuevamente impedidos, cojos, en su situación antigua.
− Los leprosos quedan limpios (Mt 11, 5). No es fácil precisar la enfermedad de la que se trata, pues la palabra “lepra” se aplicaba entonces a una extensa gama de afecciones de la piel, que tenían un intenso carácter social, pues se las consideraba signo de impureza. Los evangelios recuerdan casos de curación de leprosos con probable fondo histórico, como el de Mt 8, 2-4 (cf. Mc 1, 40-45), y presentan a Jesús como sanador de leprosos, de manera que ellos pueden integrarse en la comunidad cristiana, rompiendo la barrera que la Ley había establecido (cf. Lev 13-14).pues sus discípulos pueden también curarles (Mt 10, 8).
− Los sordos oyen (Mt 11, 5). La tradición les ha vinculado con los mudos, pues ambas carencias solían ir unidas. En esa línea parece situarse el texto ya citado de Mt 9, 33-34, que reaparece en 12, 22, con motivo de la acusación satánica contra Jesús. Se trata sin duda de un milagro con fuerte simbolismo mesiánico: La novedad de Jesús se expresa en el hecho de que él puede crear (está creando) un grupo de gentes que ven y caminan, que consiguen la pureza y pueden escuchar, abriéndose a la palabra, en contra de aquellos que se encierran en su ceguera y sordera (como veremos en el capítulo de las parábolas: cf. 13, 14-15).
− Los muertos resucitan (Mt 11, 5). Más difíciles de valorar son las resurrecciones. Se corrió sin duda la fama de que Jesús las había realizado, haciendo volver a la vida a personas que parecían muertas (cf. Mc 5, 21-43) o que lo estaban de hecho (cf. Mt 9, 18-23), aunque pueda discutirse sobre el carácter “biológico” de los hechos. En este contexto se sitúa la autoridad que Jesús ha concedido a sus discípulos, dándoles el poder de “resucitar a los muertos” (10, 8), con el pasaje profundamente simbólico de 27, 52-53 donde se dice que los cuerpos de muchos que “estaban dormidos” (=muertos) resucitaron en el momento de la muerte de Jesús. De esa forma, su movimiento vinculado a la resurrección de los muertos, unida a la de Jesús, conforme a un motivo que resulta muy cercano al de Pablo, cuando afirma que él está preso como cristiano por creer en la resurrección de los muertos (Hch 24, 15.21; 25, 23).
‒ Y los pobres reciben la buena noticia (11, 5). Pobres (ptôkhoi, mendigos) son aquellos que no pueden mantenerse por sí mismos, pues carecen de trabajo o medios para subsistir, a diferencia de los trabajadores de clase humilde (penêtes) capaces de alimentarse, aunque a costa de un duro esfuerzo. Evangelizar a esos mendigos no es darles un simple mensaje espiritual, sino abrir para ellos un camino (bienaventuranza: 5, 3), con lo que implica de cambio en sus condiciones personales y sociales, de forma que ellos puedan mantenerse (vivir) en dignidad y relacionarse en alegría con otros, y volverse así misioneros, curando a los mismos ricos, como supone el envío de 10, 8-10. Eso significa que la obra de Cristo es “buena nueva para los mendigos”, un cambio social que invierte las estructuras de conjunto de la vida, no sólo en Galilea, sino en todo el mundo conocido[2].
‒ Y bienaventurado aquel que no se escandaliza de mí (11, 6). Las obras anteriores (sanación, resurrección, liberación de los pobres…) definen la historia y proyecto de Jesús, que ha suscitado un fuerte rechazo (¡promovido por la oligarquía aldeana de Galilea!), de manera que él mismo se ha visto obligado a completar su respuesta añadiendo: ¡Bienaventurado el que no se escandaliza de mí! Es como si Jesús temiera el “escándalo” no sólo de Juan, sino, y sobre todo, del conjunto de la población, resignada a mantener su estatuto social.
En un sentido, era más fácil el mensaje del Bautista: Que venga el juicio de Dios y transforme las condiciones del mundo, a la fuerza, desde arriba… Más difícil resulta el “milagro” que Jesús propone: Un cambio que debe realizarse desde dentro de la misma vida, no por juicio exterior o imposición, sino por nueva creación, no a la fuerza (con hacha, huracán y fuego…), sino por transformación personal y social de los campesinos de Galilea[3].
¿Qué habéis salido a ver al desierto? La figura del Bautista (11, 7-11).
La escena anterior sigue. Jesús ha presentado su obra, la esencia de la Iglesia… Pero luego sigue hablando de Juan, hombre de adviento, precursor de la Iglesia:
11, 7 Cuando éstos se marchaban, comenzó Jesús a decir a las muchedumbres sobre Juan: ¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento? 8 Pero ¿qué salisteis a ver? ¿Un hombre vestido con ropas delicadas? No, los que visten con ropas delicadas habitan en los palacios de los reyes. Pero ¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí, yo os lo digo, y más que un profeta. 10 Éste es aquel de quien está escrito: He aquí que yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare tu camino ante ti. 11 En verdad os digo: No ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él[4].
‒ Tres preguntas: ¿Qué salisteis a ver al desierto? (11, 7b).Jesús supone que sus oyentes conocen a Juan, y se han interesado por él, de forma que “han salido a verle”, haciendo un esfuerzo para ello. Retóricamente se repite por tres veces la pregunta, aunque sólo la primera vez se indica que han ido “al desierto”, donde Juan habitaba y realizaba su obra (en el desierto de Judea, junto al Jordán: cf. 3, 1.13). Jesús vincula a Juan con el desierto (3, 1), más que con el río (3, 13), y así lo dice ¿qué salisteis a ver al desierto?
‒ Primera respuesta: ¿Una caña sacudida por el viento? (11, 7b). Jesús no responde expresamente a esa pregunta, pero es evidente que él no entiende a Juan como una caña (kalamon) que se dobla, es decir, como un hombre que se deja inclinar según las circunstancias, escogiendo en cada momento aquello que más le conviene para triunfar. Esta imagen resulta normal en ese contexto, en la franja de desierto, junto al río, donde abundan las cañas y los juncos, agitados sin fin por los vientos.
Es muy posible que esta imagen se utilice aquí como una comparación y crítica frente al rey/etnarca Herodes Antipas, asesino de Juan (cf. 14, 1-11), que aparecía simbolizado en las monedas por una caña, de manera que es muy probable que ella sea una palabra de crítica político/social. Frente al rey Antipas, caña moviéndose al servicio (al viento) de los emperadores, Juan Bautista viene a presentarse como un hombre firme, representante de la voluntad de Dios[5].
‒ Segunda respuesta: ¿Un hombre vestido con ropa delicada, como los cortesanos? (11, 8).La comparación anterior (una caña mecida por el viento) era un crítica al rey; ésta es una crítica contra los cortesanos, que visten ropas delicadas/caras (evn malakoi/j), de tipo “sensual”, para agradarse a sí mismo y a los otros, a costa de los pobres. De la ropa de Juan (pelo de camello, cinturón de cuero), se ha ocupado ya Mt 3, 4, indicando que Juan no es un hombre de “palacio”, dedicado al lujo y al goce, como aquellos que dominan y dirigen la vida político-social de Galilea, abusando de esa forma de los pobres.
Esta indicación constituye una crítica bien clara de las condiciones económico/sociales de los que viven en palacios, de forma lujosa, incluso afeminada, en el sentido peyorativo del término, manteniendo así una estructura social que oprime a los pobres. Esta comparación opone la vida en el desierto (propia de Juan) y la de aquellos que moran en palacios, en las casas de los reyes (basileôn), poniéndose de esa forma a su servicio, no al servicio de los pobres.
‒ Tercera pregunta: Pero ¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Esta es la pregunta final de los cristianos, e interpreta a Juan como un profeta. Mateo presentará más tarde el tema de la identidad de Jesús, a quien algunos tendrán como profeta, en la línea del Bautista (cf. 16, 14). Pues bien, el mismo Jesús presenta aquí al Bautista expresamente como un profeta, que realiza una obra importante al servicio del Reino de Dios.
Jesús no insiste aquí en las virtudes interiores de Juan, ni en su forma de orar, ni en su mensaje de crítica final (como en Mt 3, 7-10), sino que ofrece un retrato de su figura, a modo de contraste, oponiéndole a los que viven a costa de otros, con una riqueza que oprime a los pobres. Desde ese fondo, le ha presentado el Q como profeta y más que profeta. Ésta ha debido ser la visión del mismo Jesús, que fue discípulo de Juan (bautizado por él), y que le vio como el profeta final, enviado por Dios para preparar la llegada del Reino. El tema ha sido fijado en un momento antiguo de la tradición cristiana, pues aparece en Mc 1, 1-2 y en el Q (Lc 7, 27).
Los primeros grupos cristianos de origen galileo (o judeo-cristiano) interpretaron a Jesús en unión con (o desde la perspectiva de) Juan Bautista. Así lo vemos no sólo en las tradiciones del Q y de Marcos, sino en las propias de Mateo, Lucas y el evangelio de Juan, lo mismo que en Hechos. Significativamente, Pablo (con su desarrollo del evangelio pascual) ha prescindido del Bautista, como si su mensaje y figura no fuera importante para entender y vivir el evangelio.
‒ Más que profeta: Éste es aquel de quien está escrito… (11, 9b-10, a).Más que como un profeta antiguo, Juan fue para la primera tradición cristiana el precursor mesiánico, como indica no sólo Marcos 1, 2, sino este pasaje del Q, cuando vincula al “ángel” de Ex 23, 20 con el profeta final de Ml 3, 1, presentándole así como aquel que prepara la entrada del pueblo en la tierra prometida (Éxodo) y realiza la culminación de la obra escatológica (Malaquías). De esa manera ha condensado Juan el argumento de la historia israelita, desde el principio de la salvación (Éxodo) hasta su consumación final, pues las palabras citadas de Malaquías se consideraban como texto y mensaje final de la Escritura de Israel (en los textos hebreos la Escritura terminaba en Malaquías, el último profeta).
Esto es lo escrito: “He aquí que yo envío mi mensajero delante de ti” (11, 10b). Quien habla aquí es el mismo Dios, cuya palabra está fijada en la Escritura (en Malaquías), dirigiéndose a Jesús y anunciándole que envía ante él a un mensajero. Al citar esa escritura y aplicársela a sí mismo, Jesús viene a presentarse como aquel ante el que Dios ha enviado a su Ángel (ton angelón mou) , no a uno sin más, sino al Ángel definitivo, como profeta y preparador final de su obra. Al asumir, según eso, esta palabra (que ha de completarse con la de Mc 1,2-3), Jesús afirman no sólo que la tarea del Bautista forma parte del principio de su obra, sino que Juan es el enviado último de Dios, que sigue hablando a través de la palabra central (Éxodo) y final de la Biblia (Malaquías), que Jesús asume, disponiéndose a cumplir (culminar) lo iniciado en Juan Bautista. El camino de Jesús ha sido preparado por Juan, como camino del mismo Dios.
‒ El mayor de los hijos de mujer… pero el menor en el Reino de los cielos es mayor que él (10, 11). Conforme a la visión tradicional (formulada por el Q), Juan es el mayor de “los nacidos de mujer”, es decir, de los seres humanos (=los israelitas) que forman parte de la historia antigua de la humanidad. Pero Jesús y los que forman parte del “tiempo del Reino” son más que “nacidos de mujer”, pues forman parte del misterio de Dios, como si nacieran del Espíritu de Dios, en la línea de la concepción de Jesús (1, 18-25).
Juan forma parte de la “dinámica humana”, es decir, de la historia de los hombres que pueden recibir un inspiración, como profetas, pero que siguen formando parte de este mundo viejo. Por el contrario, los “nacidos con Jesús” (es decir, los hijos del Reino), incluso los más pequeños, se encuentran ya en el nuevo kairos o tiempo del Reino, y en ese sentido son “mayores que Juan”, no por méritos morales o virtudes humanas, sino porque en ellos se realiza y despliega la gran revelación de Dios. Estos “nacidos en el Reino” forman parte de una nueva generación, de un tiempo nuevo, por obra del Espíritu”, por encima de Juan, el más grande de los nacidos de mujer[6].
Notas
[1] En ese contexto, el tema clave son las obras del Cristo (erga tou Khistou: 10, 2), que aquí aparecen en forma de revelación del Cristo (tou/ Cristou), en contra de una interpretación sesgada de Pablo, que, insistiendo en la justificación por la fe, habría rechazado el valor de un tipo de obras de la Ley (cf. Gal 2, 3; 3, 2-10 y Rom 3, 8. 28; 4, 2-6; 9, 32; 11, 6). Mateo parece retomar así la controversia de Sant 2, 14-16 sobre la fe y las obras, aunque Santiago insiste en la obras del creyente, como expresión y despliegue de fe, mientras que Mateo destaca las obras mesiánicas del Cristo, en línea de sanación/curación de los enfermos.
Mateo no habla aquí de las obras de la Ley, contra las que Pablo había combatido, sino de las obras mesiánicas que Pablo habría admitido sin dificultad (aunque él insistía más en la única “obra” de la muerte-resurrección del Cristo). Sea como fuere, Mateo presenta como signo y presencia de Reino, unas obras mesiánicas de salvación, que Jesús ha empezado a realizar, y que marcan y definen su vida y acción misionera. Son por ahora suyas, pues aunque él ha dado a sus discípulos el poder de realizarlas (cf. 10, 8), ellos no han empezado todavía su tarea, pues no han salido por los pueblos de Israel (como sucedía en Mc 6, 12-13.30), sino que continúan a su lado (11, 1).
[2] Jesús cita a los pobres tras el anuncio de la resurrección, como si resucitar muertos (¡acción que parece más vinculada a Dios!) fuera más fácil que liberar pobres (acción que estaría más vinculada a los hombres). Para Jesús ambas cosas son igualmente significativas, y en el fondo la segunda es más difícil que la primera: Sólo allí donde se cree en la resurrección, puede haber evangelio (buena noticia) para los pobres, en sentido futuro (promesa de Reino) y actual (cambio de las condiciones del mundo). Sin resurrección de los muertos (de los asesinados) no puede hablarse de esperanza para los pobres; y sin liberación concreta de los mendigos y excluidos no se puede hablar de resurrección de los muertos. Cf. I. Schottroff y W. Stegemann, Jesús de Nazaret, esperanza de los pobres, Sígueme, Salamanca 1981.
[3] Éstas eran y son obras de liberación, pero rompen la estructura sacralizada de aquel orden social, suscitando así la oposición de algunos (fariseos, escribas; cf. 12, 1-14. 22-32, con alusión a Satán y al Espíritu Santo). Son obras que ayudan y dan vida a los pobres (y en el fondo a todos), pero se oponen al deseo de aquellos que quieren convertirse en dueños de la vida de los otros. Por eso, el pasaje termina evocando la bienaventuranza de los que “no se escandalizan de mí”. Estas obrasde Mt 11, 2-6 pueden y deben compararse con las de Lc 4, 18-19, pero Lucas añade la liberación de los cautivos y encarcelados (año sabático, jubileo), tema ausente en Mt 11, 4-6 (cf. también Sant 2, 14-26).
[4] Bibliografía sobre el Bautista en 3, 1-4. Sobre el origen y función de ese pasaje cf. Kloppenborg, Q Paralells, 54-55.
[5] Así lo ha puesto de Theissen, Colorido, realizando un estudio detenido de las monedas y signos reales de Antipas.
[6] Este pasaje puede entenderse en el contexto de la concepción virginal (Mt 1, 18-25 y Lc 1, 26-38), pues los que forman parte del Reino nacen del Espíritu de Dios, no son simplemente hijos de mujer, sino de Dios (Jn 1, 12-13).Mateo descubre y proclama de esa forma (con el Q y con Marcos) un tema clave de la identidad cristiana, pero con una diferencia: Marcos había situado ese proyecto/programa de Jesús en la primera línea de su evangelio, como introducción a todo el libro, uniéndola a la profecía de Is 40, 3: ¡Voz del que grita en el desierto! (Mc 1, 2-3). Mateo en cambio ha separado ambas citas, poniendo la de Is 40, 3 en un lugar anterior (Mt 3, 3), como promesa y anuncio general, vinculado quizá al mismo Dios, cuyo camino prepara el Bautista. Sólo ahora, ya bien avanzado el camino de Jesús, introduce esta cita de Ex 22, 20/Mal 3,1, en la que Juan aparece como “ángel de/para Jesús”, preparando su camino (no el de Dios en general, sino el de Jesús en concreto).
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