Esperar es mucho más que desear
Esperar es mucho más que desear, pero nosotros confundimos a menudo lo uno con lo otro. Esperar es aguardar lo que la fe nos hace conocer: se trata, a buen seguro, de cosas oscuras, aunque incomparablemente más plenas. Esperar es aguardar con una confianza ilimitada lo que no conocemos, pero de parte de aquel cuyo amor sí conocemos. Recibimos en la misma medida con la que esperamos. Esperar así es amar, amar con amor de caridad a Dios y a los otros, porque es hacer nuestras las «ideas» de Dios sobre él y sobre lo que cada uno debe recibir de él. O esperar o actuar, según las circunstancias… En ambos casos nos pide el Señor radicalismo, esto es, o esperar a fondo o actuar a rondo. Esperar lo que no depende de nosotros es una buena ocasión para poner en Dios una confianza sin fisura.
Cuando debemos intervenir en algo que verdaderamente supera nuestras posibilidades, es preciso confiarlo a Dios. Y confiarlo a Dios significa fiarse de él. Para que esta confianza sea real, efectivamente buena, no debemos dejar sitio en nosotros a la inquietud. Lo que el Señor nos pide es creerle Dios, esperar en él, porque él es tan poderoso como Dios. Esperar, de bruces sobre la tierra, inmóviles. Pero esperar con una esperanza vital, indestructible.
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Madeleine Delbrêl,
Indivisibile amore,
Cásale Moni. 1994, pp. 77-79, passim.
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