8.12. Dom 2º Adviento. María Inmaculada y Juan Bautista
Puerta de Adviento: Juan Bautista y María, promesa de libertad
Juicio de Dios y esperanza humana
Este año 2019, el 8 de Diciembre es Fiesta de la Inmaculada y Domingo 2º de Adviento, dedicado a la figura y mensaje de Juan Bautista. La fiesta de la Inmaculada, como dogma de la Iglesia Católica es reciente (del año 1854), aunque la veneración de María como Llena de Gracia (Inmaculada) es muy antigua y más antigua todavía su relación con Juan Bautista, como testigos del Adviento de Jesús y portavoces más significativos de su juicio.
Pienso que, en esa línea, sería conveniente que la fiesta de la Inmaculada se trasladara al Dom. 2º de Adviento, y se vinculara la con la fiesta y mensaje de Juan Bautista, reinterpretando así un elemento clave del dogma de la Inmaculada, en la línea del Adviento de Jesús, en unión con Juan Bautista. Desde ese fondo expondré los dos “textos” principales de esta fiesta del Adviento de Juan y de María, evocando después algunos rasgos importantes de la iconografía sobre el tema.
- El Adviento de Juan. Evangelio del Domingo:
7 Juan, pues, decía a las multitudes que salían para ser bautizadas por él: –¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? 8 Producid, pues, frutos digno de arrepentimiento y no comencéis a decir dentro de vosotros mismos: “A Abraham tenemos por padre.” Porque os digo que aun de estas piedras Dios puede levantar hijos a Abraham (Lc 3, 7‒17)
9 El hacha ya está cayendo sobre la raíz de los árboles. Por lo tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado al fuego.16. Ése bautizará con Espíritu Santo y fuego.17 Tiene el bieldo está en su mano para limpiar su era y juntar el trigo en su granero, pero quemará la paja en el fuego que nunca se apagará (Mt 3,7‒12).
- Hijos de ira, portadores de veneno. Juan aparece aquí como testigo y portador de la Ira Venidera, vinculada al juicio de Dios (Mt 3, 7; Lc 3, 7). Conforme a una extensa experiencia israelita, la humanidad se hallaba envuelta en pecado; por eso, muchos sacrificios expiatorios del templo tenían como fin el aplacar a Dios. Para Juan, eso es inútil: va a estallar la Ira de Dios, pues la humanidad (el pueblo de Israel) está envenenado, es portador de muerte, como hijos de víbora, portadores de veneno[1].
- Frutos dignos de arrepentimiento. (Mt 3, 8; Lc 3, 8). De la imagen de la víbora, que no puede cambiar, pasamos a la imagen del árbol, que debe fruto. La tradición del Antiguo Testamento y del judaísmo ha comparado a Israel con un árbol o planta (higuera, viña, olivo…). El árbol de Israel debe dar frutos, a través del arrepentimiento.
- Hijos de Abraham las piedras… (Mt 3, 9; Lc 3, 8) Hay una confianza genealógica d Israel que se funda en la pura descendencia (hijos de Abraham). Juan, profeta escatológico tiene que ir en contra de esa confianza… La filiación de Abraham no es un seguro inmediato, sino que ella está vinculada a las buenas obras…
- Trae en su mano el Hacha, para cortar los árboles que no produzcan fruto (Mt 3, 10; Lc 3, 9). No es Sembrador, sino recolector y Leñador, vigilante que mira y distingue, árbol tras árbol, para separar a los buenos de los malos. No es mensajero del amor de Dios, ni de su Paternidad, sino de su justicia destructora.
- Bautizará a los suyos en Espíritu Santo… y fuego (3, 11: evn pneu,mati a`gi,w|,), realizando así el juicio divino. Espíritu significa aquí viento: es huracán que sopla con fuerza aterradora, desgajando y destruyendo aquello que se encuentra poco cimentado sobre el mundo; es santo (a`gi,w), en línea de separación, para destruir aquello que se opone a la pureza de Dios. Les bautizará con Fuego (3, 11: evn,… puri). Al Viento de Dios sigue su Incendio. Ambos unidos, huracán y fuego, expresan la fuerza judicial y destructora (escatológica) de Dios y se vinculan mutuamente, como indica la tradición del AT (falta el terremoto de 1 Rey 19, 11-13).
- Tiene en su mano el Bieldo y limpiará su era… (3, 12; Lc 17). Así culminan las imágenes anteriores: el Espíritu/Viento sirve para separar la paja del trigo, el Fuego para quemarla. El Venidero, antes Leñador (tenía en su mano el hacha para cortar y quemar los árboles sin fruto), se vuelve así Trillador o Aventador (con la horquilla o bieldo separador en su mano).
Con su gesto profético (bautismo) y su mensaje, Juan eleva su amenaza final, anunciando el juicio de Dios, que viene como Hacha que corta (derriba los árboles sin fruto), con su gran promesa mesiánica.
La amenaza se centra en el huracán que barre (limpia la era), el Hacha que corta y el y Fuego que destruye (la madera corta, la paja). Ciertamente, llegará el tiempo nuevo de la salvación (con la tierra prometida), pero ella implica juicio y destrucción para todo lo perverso.
Pero con la amenaza viene la promesa de Adviento: El mismo anuncio del juicio y la espera del nuevo bautismo abre un tiempo de conversión para aquellos que se arrepienten y quieren superar la ira que se acerca, cruzando el umbral de la muerte (simbolizada por el fuego y huracán) para entrar en la Tierra Prometida, como Josué en otro tiempo (cf. Jos 1-3).
Juan descorre así un resquicio de adviento, rescatando a los hombres de la muerte que se acerca para así ofrecerles la promesa del Cristo. En ese resquicio se sitúa la llegada del Más Fuerte que bautiza en Espíritu Santo, realizando la purificación definitiva, que implica destrucción de todo lo perverso. Juan se encuentra todavía al otro lado del río, en la zona del desierto. Pero ese espacio reducido debe abrirse con la llegada del Más Fuerte, que “recoge el trigo en la era”, abriendo así un tipo de vida distinta, de pan, de justicia y banquete. Eso significa que el del mundo camina a la ruina, con su templo y sus sacerdotes, con sus reyes y sus gobiernos, pero, sobre esa ruina, se revela la gracia de la vida en Cristo.
- El Adviento de María, la palabra de juicio y promesa de la Inmaculada
Hemos tendido a vincular la Inmaculada de Adviento con una imagen etérea de belleza extra‒mundana… Pues bien, el mensaje de María es el mismo de Juan Bautista. En el Adviento, la palabra de la madre de Jesús, profetisa de juicio y salvación es el mismo de María, según el evangelio de Lucas. En este contexto de Adviento nos limitamos a citar y comentar el centro de Magnificat (Lc 1, 51‒53), como profecía del gran cambio de los tiempos, en la línea en la línea del anuncio de Juan Bautista, con quien ella concuerda.
«Ha desplegado el poder de su brazo: dispersa a los soberbios de corazón; derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes, y a los ricos los despide vacíos» (1,51-53).
‒ Nivel teológico, revelación de Dios. «Dispersó a los soberbios de corazón». En la línea de los versos siguientes se podría añadir: «y acoge a los mansos». El verso anterior del Magniticat, María ha situado frente a los soberbios a los hombres que temen al Señor y aceptan su presencia (1,50). Soberbios son, en cambio, los que buscan el orgullo de su propia gloria, divinizan su poder (saber) y miran a todos los restantes hombres como seres de segundo plano, servidores.
Pues bien, allí donde se viene a desplegar la fuerza y gloria verdadera del brazo del Señor esa grandeza soberbia de los hombres se disipa y se dispersa como el humo de la paja que arrebata el viento. Ninguna ideología humana puede llamarse salvadora. Sólo aquellos que confían en Dios y que dialogan de manera gratuita con los otros pueden encontrar su plenitud dentro del misterio.
‒ Nivel político. «Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los oprimidos». Poderoso es quien pretende apoyarse en su poder, el que se eleva por encima de los otros y al hacerlo les oprime, les aplasta. Esta parece ser la condición de nuestra tierra: suscitamos una forma de existencia donde todo tiende a resolverse por la fuerza, interpretada como imposición; construimos un mundo donde todo es competencia, sin lugar para que vivan y desplieguen su verdad los más pequeños, los enfermos, marginados, fracasados.
Pues bien, María ha descubierto que la mano de Dios actúa de manera diferente, como gratuidad y amor abierto a los que están perdidos en el fondo de la tierra. Por eso invierte la antigua perspectiva: mira la historia desde abajo, desde los pobres, derrotados y aplastados; pero mira bien y sabe que la historia cambia, porque Dios «destrona a los que están sentados sobre el trono» y salva, en unidad de diálogo fraterno y en amor universal, a todos los humildes de la tierra.
‒ Nivel económico. «A los hambrientos los colma de bienes, a los ricos los despide vacíos». También aquí María ha comprendido que sólo existe verdad y realidad si es que a los hombres se les mira desde abajo. Ricos son los que se asientan en los bienes de la tierra: los que buscan su seguridad en el tener, esclavizando y oprimiendo para ello a los que no pueden (no quieren) triunfar de esa manera y pasan hambre.
Pues bien, María se coloca entre esos pobres: con ellos siente, con sus ojos mira, descubriendo la presencia de un Dios transformador y justiciero que los colma de bienes. Surge desde abajo, desde el mismo fondo de la tierra, un hombre nuevo que no oprime a los demás, que no se monta ya en el trono, que no toma la riqueza como forma de dominio sino como expresión de amor y signo de encuentro, mesa compartida. Así terminan los ricos opresores y se ofrece un banquete de amor universal sobre la tierra de los viejos pobres.
Tales son, en síntesis, los rasgos primordiales de esta acción liberadora de Dios que María ha descubierto y proclamado, en apertura al conjunto de la humanidad como “inmaculada”, es decir, como signo y profeta de la salvación de Dios
Sus palabras son profunda teología. Ellas desvelan el misterio de Dios como poder de libertad gratuita. Son palabras de humanismo creador donde comienza a realizarse la utopía (¡ahora verdad localizada!) de la tierra nueva en que no existen más imposiciones ni injusticias. Son palabras jubilosas de una mujer elevada por el gozo del misterio canta al Dios de su nueva humanidad ya liberada, por fin reconciliada. ¿Cuándo será esto? ¿Cómo lo podemos conseguir? Estas son las preguntas que nos deja María, la mujer que ha preguntado en el momento decisivo de la historia (cf. Lc 1,34)[2].
De esta forma se explicita la protesta y esperanza de María. Sigue viva entre los hombres su voz de manifiesto salvador y su llamada al cambio de la historia. Ella ha transmitido a todos el deseo de una tierra liberada donde al fin podamos realizarnos como humanos, en fraternidad universal. Por eso, el himno de María es canto de liberación revolucionaria que se funda en la vivencia de la gratuidad de Dios y en la exigencia de la entrega creadora entre los hombres.
JUAN Y MARÍA COMO TESTIGOS DE ADVIENTO
Desde tiempos antiguos la Iglesia ha vinculado a Juan Bautista y María figuras de Adviento, abriendo el camino de Jesús, anunciando su llegada, preparando y acompañando su juicio. Voy a presentar tres “imágenes”
1. Icono tradicional de las iglesias de Oriente y Occidente (desde el siglo IV.V de.C.) Representan la “deisis” o glorificación de Cristo. La Madre María y el Bautista le dan su testimonio. De un modo o de otro preside todas las iglesias antiguas de oriente y occidente. Izquierda, un icono antiguo… Derecha: puerta de “adviento”, con María y Juan a los lados de Jesús, con ángeles en la bóveda… Entrada en un monasterio del Monte Athos.
2. Imagen medieval, de tipo icónico. Izquierda: Ábside de la Catedral de Salamanca. Se concentra en el “juicio final”. Se mantiene a lo largo de toda la Edad Media, hasta el siglo XV (como esta obra de N. Fiorentino, de la segunda mitad del siglo XV. Cristo aparece juzgando, y en especial condenando a los de su izquierda. El juicio final de condena se impone sobre el anuncio mesiánico de salvación. Riesgo de un cristianismo que justifica un tipo de violencia de Dios sobre el pecado de los hombres. Derecha: cuadro flamenco del siglo XV
3. Pintura no icónica de Miguel Ángel. Capilla Sixtina, Vaticano (siglo XVI)
Deja de ser un icono, pierde su sentido cristiano… Cristo juzga y condena, en una línea no evangélica, más pagana que mesiánica… Sigue estando la Virgen a su lado (vestida por mandato de un Papa), admirada, casi “espantada” del juicio de condena de su Hijo. Juan Bautista desaparece entre los santos del entorno. Posiblemente sea el segundo, a la derecha de San Andrés, que está con su cruz en aspa, tras Maria vestida… Es una figura de gigante desnudo… pero sin rasgo distintivo ni misión específica.
[1]El Bautista apela la ira venidera (3, 7 mellou,shj ovrgh/j). Al principio de Rom (cf. 1,18; 2, 5.; 3, 5; 4, 15 etc), Pablo asume el mismo tema, pero lo recrea desde la experiencia del perdón de Dios en Cristo.
[2]¿Cuándo? Los verbos del texto original se encuentran en «aoristo» y pueden entenderse de diversas formas: pueden aludir a un acontecimiento que ya se ha realizado, anunciar proféticamente lo que viene a mostrar de una manera sapiencial (gnómica) el sentido de aquello que siempre permanece. Sea como fuere, el caso es que María, transportada por el gozo, eleva un canto a la liberación universal: muestra la llegada de un hombre que ya vive en transparencia (sin soberbia), en anarquismo (sin imposiciones), en comunión interhumana (sin esclavitudes económicas). Miramos hacia el mundo y descubrimos que sigue la mentira, la opresión y la injusticia. ¿Es que María se equivoca? ¿No será su canto una mentira de olvidos y evasiones? ¡Nada de eso! María ha descubierto el camino de Jesús y con Jesús proclama la verdad escatológica del hombre: está segura de que empieza a realizarse el Reino. Por eso lo anticipa, se detiene ante la casa de Isabel y canta. La culminación de su cantar ya pertenece al mismo Dios del Reino.
¿Cómo? Una teología espiritualista tiende a interpretar estas palabras del Magníficat por medio de un recurso espiritualista (¡ellas aluden sólo a lo interior!) o las convierte en signo de la lucha de clases entendida en plano de violencia militar: ¡sólo la victoria impositiva de las clases oprimidas puede suscitar el nacimiento de la nueva humanidad! Pues bien, nosotros afirmamos que este canto de María se sitúa en otro plano más profundo. La madre de Jesús anuncia y proclama el poder de la gracia de Dios que, escogiendo a los pobres del mundo, destruye la abundancia opresora de los ricos; a través de los humildes quebranta la dureza impositiva de los poderosos; Dios diluye y desmonta la soberbia de los sabios de este mundo con la transparencia más sabia y más profunda de los mansos.
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