Del blog de Xabier Pikaza:
Discurso de Pablo en Atenas
Se celebra hoy (29.12.19) la fiesta de la Sagrada Familia, evocando de un modo especial la pequeña familia de Jesús con José y María, en Belén y/o Nazaret. Este motivo y esta fiesta fueron objeto de grandes celebraciones de un tipo de nacional‒catolicismo hispano en los primeros años del siglo XX.
Actualmente, tras la llegada del Papa Francisco y los sínodos sobre la familia (2014‒2015), que no han sido rectamente recibidos todavía, el tema resulta por un lado más tranquilo (no se celebran ya en España las manifestaciones plebiscitarias de antaño), aunque por otro se ha vuelto quizá hiriente, porque sigue habiendo (¡no sólo en España!) opiniones discordantes, con ataques que se elevan incluso contra el Papa, desde “altas esferas” eclesiales.
En ese contexto, sin entrar en la polémica concreto, para llegar mejor a sus raíces, he querido recoger y comentar el texto quizá más significativo sobre la familia de Dios (que es la familia de Jesús crucificado), que es el sermón de Pablo en el Sermón del Areópago de Atenas, lugar que en aquel contexto tenía el sentido y simbolismo que hoy puede tener la ONU y la UNESCO. San Pablo apela en ese contexto a dos principios fundamentales.
(a) Hay un principio universal, válido para cristianos y no cristianos: Los hombres formamos parte de la gran familia humana que, que, según un poeta griego, es “familia de Dios, pues somos de su estirpe, ya que en él, en Dios, vivimos, nos movemos y somos todos.
(b) Hay un principio mesiánico, vinculado a la muerte y resurrección de Jesús, que hace que todos seamos hermanos del crucificado (es decir, de los crucificados), esto es, hermanos y servidores de los más pequeños (como ratifica Mt 25, 31‒46).
Misión universal, somos parientes de Dios (Hch 17,16-29).
Jesús resucitado ha enviado a sus discípulos hasta los confines de la tierra, que se centraba entonces, desde la perspectiva occidental, en Roma (lugar donde convergen personas de todos los pueblos), donde llega Pablo para anunciar el evangelio universal, estando encadenado. Pero, en otro plano, el confín y centro del mundo donde Pablo anuncia el evangelio es Atenas, signo de la cultura universal griega, cuyo encuentro y desencuentro con la Biblia he presentado en cap. 12, al ocuparme de los Macabeos.
En otro tiempo (cuando los Macabeos), el rey helenista de Siria había mandado a Jerusalén a un Geronte (= anciano‒sabio) ateniense, para instruir a los judíos y enseñarles la “religión universal” a los griegos (cf. 2 Mac 6,1‒2). Pues bien, ahora, invirtiendo aquella situación, es Pablo, el cristiano que viene de Jerusalén, camino de Roma, el que viene a Jerusalén para enseñar la religión universal de Cristo a los sabios griegos.
El libro de los Hechos desarrolla también otros motivos histórico‒teológicos con motivo del largo viaje de Pablo desde Jerusalén a Roma. Pues bien, en un plano teológico estricto, el centro y cumbre de esos motivos se condensa y explicita en el discurso de Pablo en el Areópago de Atenas. Este discurso traza la relación la relación del evangelio con el pensamiento humano, tal como ha culminado (desde una perspectiva greco‒romana) en Atenas:
‒ Pablo, en pie en medio del Areópago, dijo: ¡Atenienses! Veo, en todos los aspectos, que vosotros sois muy religiosos. Pues recorriendo (la ciudad) y observando vuestros signos de veneración he encontrado incluso un altar dedicado: ¡Al Dios desconocido! Pues bien, eso que veneráis sin conocerlo es lo que yo os anuncio (Hch 17, 22-23).
‒ El Dios que ha hecho el cosmos y todas las cosas que hay en él… no habita en templos construidos por mano humana… pues él concede a todos vida, respiración y todas las cosas. Pues hizo de uno (ex henos) toda la raza humana, para habitar sobre toda la faz de la tierra… a ver si acaso lo palpaban y encontraban, pues no está lejos de cada uno de nosotros, porque en él vivimos, nos movemos y existimos… Siendo, pues, de estirpe divina no debemos creer que lo divino es una cosa semejante a oro, plata o piedra, a una escultura (producto del arte o de la fantasía humana) (Hch 17, 24-29) [1].
La escena podría conservar un fondo histórico. Pero más que un simple dato del pasado expone un elemento central de la teología cristiana: los discípulos del Cristo, habiendo surgido de un lugar alejado (Galilea, Jerusalén) y apoyándose en una Escritura que parecía extraña a la Sabiduría griega (cf. 1 Cor 1, 22), han decidido dialogar con ella, en la misma Atenás, de donde había salido el instructor (cf. cap. 11). Éste es un momento clave del despliegue teológico cristiano, en diálogo con el pensamiento griego, entendido en forma universal. En este discurso, Pablo no se apoya en la Biblia: No cita a los patriarcas israelitas, ni alude al éxodo, ni a los profetas, sino que retoma unos motivos importantes de la sabiduría griega, desde un fondo judío.
‒Exordio o proemio (17,22b-23). Para conectar con sus oyentes, Pablo empieza recordando que en Atenas había un altar particular (un bômon) dedicado al Dios desconocido. Parece que de hecho no existía tal altar a un Dios en singular sino a los dioses desconocidos, en plural. Pero esa distinción resulta aquí secundaria, pues Lucas identifica a esos dioses como Dios (o lo divino). Sabe que los atenienses han sido y siguen siendo buscadores de Alguien al que ignoran, y así les dice: eso que veneráis sin conocerlo (touto, en neutro) es El Dios que yo os anuncio. Lucas acepta, según eso, la búsqueda filosófico-religiosa de los griegos, insistiendo en un Dios que no necesita sacrificios ni templos, pues él mismo ofrece vida a todos los hombres.
‒ Un Dios sin sacrificios ni templos (17, 24-25). Dios lo ha creado todo (todo es suyo), de manera que no habita en santuarios construidos por los hombres, ni necesita su culto y sacrificio. De esa forma se opone no sólo a los templos de los griegos, sino al mismo templo de Jerusalén, diciendo que Dios no recibe culto de manos humanas, mostrándose profundamente iconoclasta. Su discurso es propio de un judío radical que trasciende el plano cerrado de su ley y templo, en palabra que muchos pensadores griegos pueden aceptan gustosos.
‒ Dios de todos los hombres (17, 26-29). El discurso de Pablo nos lleva del nivel cósmico al plano de la historia, con afirmaciones que pueden ser judías (todos provenimos de un mismo Adán) y helenistas (somos genos, familia, de Dios). Pablo expone así la fe judía, pero en términos universales, superando el posible particularismo de Ley y Pueblo (raza), lo mismo que un posible particularismo elitista de los griegos que se piensan superiores a los pueblos por su conocimiento. Sólo un Dios creador vincula para Lucas a todos los humanos, sin distinción entre varones y mujeres, judíos y griegos, esclavos y libres.
Desde ese fondo universal, Pablo puede afirmar que Dios ha creado a los hombres como una sólo humanidad, un mismo ethnos, con dos finalidades básicas.
(a) Para habitar (katoikein) en la tierra, conforme a la palabra de Gen 1, 28: creced, multiplicaos, llenad la tierra, sin prioridad de un pueblo sobre otros, rechazando así en posible particularismo griego o judío, pues la tierra entera es de todos y para todos los hombres.
(b) Para buscar (dsêtein) a Dios. Esta es la tarea humana: Habitar en el mundo y buscar a Dios. Estos dos gestos forman las dos caras de una misma tarea humana, como sabe la Biblia israelita, y como puede aceptar el pensamiento griego, pues en Dios vivimos, nos movemos y somos, siendo todos de su estirpe (citando como autoridad o Escritura al poeta pagano Arato, Phaen. 5)[2].
(c) En Dios vivimos, nos movemos y somos… Dios nos une así como “familia”, pues todos compartimos una misma vida (un origen), un mismo despliegue creador (nos movemos), una misma identidad “ontológica” (si vale esta palabra), pues en Dios “somos” (existimos, recibimos identidad y valor absoluto). Por nuestra raíz e identidad divina nos vinculamos…
(d) Pues somos todos de su estirpe… Ése es uno de los pocos lugares donde la Escritura cristiana (Pablo) cita como autoridad a un poeta pagano, que “genos” (estirpe, familia) de Dios… Otros pueblos se distinguían por tribus, lengua y naciones, como dice sin cesar la Biblia. Pues bien, los cristianos nos definimos como “única familia” de Dios. Él es la raíz e identidad de nuestra tribu humana.
Novedad cristiana: el Dios del resucitado, es decir, del crucificado (=de los crucificados (Hch 17, 30‒33).
Con estas palabras cambia el tono del discurso, pasando de la universalidad anterior (por nacimiento, por generación, somos parientes de Dios) a la identidad mesiánica de los seguidores de Jesús, que se hacen y son hermanos de los crucificados (en la línea de Mt 25, 31‒45), pues Jesús ha muerto por ellos, y con ellas ha resucitado, de esa forma llama “hermanos suyos” a los más pequeños (los que tienen hambre y sed, los exiliados y desnudos, los enfermos y encarcelados…). Éste es el tema de fondo que ha recogido en otro “estilo” el discurso de Pablo:
Prosiguió Elihu su razonamiento y dijo:
2 ¿Piensas que ha sido correcto decir: Mi justicia excede a la de Dios?
3 Porque tú dices: ¿Qué ventaja hay para ti, qué me aprovecha no haber pecado?
4 Yo te responderé con razones, y a tus compañeros contigo.
Pasando pues por alto los tiempos de ignorancia: Dios anuncia ahora a los hombres la conversión para todos, en todas partes; pues ha determinado el día en que va a juzgar el universo con justicia por medio del hombre a quien ha designado, dando a todos prueba de ello al resucitarlo de los muertos. Algunos, al oírle decir resurrección de los muertos se echaron a reír; otros decían te escucharemos otra vez acerca de esto. Y así, Pablo salió de en medio de ellos. Pero algunos, asociándose a él, creyeron, entre los cuales estaban Dionisio el Areopagita, una mujer llamada Dámaris y algunos otros (Hch 17, 30-33).
En la parte anterior, Pablo hablaba a judíos helenistas y griegos, empleando sus mismos argumentos: revelación divina, búsqueda universal humana, en línea de sabiduría. Ahora, llegando al final del argumento filosófico, proclama de pronto la novedad bíblica de la resurrección, centra en Cristo:
‒ Dios ha pasado por alto (hyperidôn) los tiempos de ignorancia (agnoia) de los hombres. Pablo supone que Dios se había manifestado, pero que los hombres no le habían acogido/conocido; y eso lo dice en Atenas, lugar de la más alta sabiduría, que él entiende y presenta aquí como ignorancia, para añadir que el verdadero Dios ha querido ofrecer a todo un conocimiento superior de su realidad (y de su obra). Leer más…
Biblia, Espiritualidad
Ciclo A, Dios, Evangelio, Jesús, Navidad, Sagrada Familia, Tiempo de Navidad
Comentarios recientes