¿Desde dónde nos planteamos el futuro?
Podemos imaginarnos la escena: Un grupo de gente está asombrada ante la belleza del templo que construyó Salomón. Por todas partes se ven mármoles y madera del Líbano; la cúpula está recubierta de oro y deslumbra con el sol. Además de ser un edificio deslumbrante, el templo era el “banco central” del judaísmo: no solo se guardaban allí grandes riquezas sino que se acuñaba una moneda propia.
En el interior del templo se guardaba el arca de la alianza, y a través de ella Dios se hacía presente en medio de su pueblo, con una intensidad superior a la de cualquier otro espacio o símbolo religioso.
Jesús no resalta la belleza del templo, sino que habla de su destrucción. Se inserta así, en la tradición de los profetas. Para ellos, la destrucción del templo sería señal de que se había roto la alianza entre Dios y su pueblo. Lo trágico no era la pérdida de este edificio impresionante, sino la dimensión teológica, porque creían imposible el culto a Dios al margen, o fuera, del templo de Jerusalén. Así lo habían expresado los profetas:
- “Mejorad vuestro proceder y vuestras obras y yo moraré con vosotros en este lugar… si no oprimís al extranjero, al huérfano y a la viuda, si no derramáis sangre inocente en este lugar, si no vais, para daño vuestro en pos de dioses extranjeros, entonces yo me quedaré con vosotros en este lugar” (Jeremías 7, 1-15)
- En otro momento, el profeta Jeremías recibió el encargo de anunciar al pueblo que, si no dejaban de hacer el mal, destruiría el templo del mismo modo que había destruido el templo de Silo. (Jr. 26, 1-19)
- El profeta Ezequiel tuvo una visión de todas las abominaciones e idolatrías que se cometían en el templo. (Ez. 8, 1-18)
Cuando Lucas escribió este texto, Jerusalén y el templo habían sido destruidos unos años antes. Las comunidades cristianas eran cruelmente perseguidas por Roma y por el judaísmo oficial; muchos hombres y mujeres habían abandonado sus pueblos por temor al martirio y algunas personas renegaban de su fe.
Lucas recuerda las palabras de Jesús, para que guíen a las comunidades, en medio de la confusión, el miedo y las persecuciones. Estas son las claves del mensaje que pueden ayudarnos también ahora:
a) Que nadie os engañe. Había charlatanes que se aprovechaban del miedo de la gente para conseguir seguidores, y tenían la desfachatez de decir que hablaban en nombre de Jesús. También hoy hay charlatanes que usan el miedo como arma, proponiendo una sociedad que no tiene nada que ver con el proyecto de Jesús. El evangelio nos invita a estar atentos a los mensajes engañosos de las redes sociales, a no atontarnos con la televisión que nos enreda con sus personajes-marioneta, olvidando las historias reales de quienes nos rodean y nos necesitan.
b) Os perseguirán… pero yo os daré palabras y sabiduría y podréis dar testimonio. Hoy sigue siendo imprescindible un testimonio valiente y coherente, no es fácil, pero no podemos olvidar que recibimos la fuerza del Espíritu para darlo.
C) Hasta vuestra familia os traicionará y odiará por causa mía. ¿Por qué era importante la perseverancia? Porque el ambiente en que vivían los discípulos no facilitaba la vivencia de los valores que Jesús les había propuesto, y la tentación de tirar la toalla y volver a la vida anterior, pagana, era muy fuerte y habitual.
Lamentablemente, también hoy son frecuentes las discusiones y enfrentamientos en las familias por motivos religiosos. ¡Cuántas veces callamos o disimulamos nuestros principios por una falsa paz!
Con estas tres claves podemos revisar el año litúrgico que acaba y hacer gestos de conversión para que la Palabra se haga carne en nuestra carne.
Que el mensaje de este domingo nos lleve a afrontar el presente y el futuro con la confianza de que el Espíritu está en nosotros, aunque nos veamos en medio de persecuciones y dificultades que nos parezcan insalvables.
Mª Guadalupe Labrador Encinas. fmmdp
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