El esplendor del Templo caerá. A Dios se le adora en la verdad y buen espíritu de la vida
Del blog de Tomás Muro, La Verdad es libre:
01 De grandes ilusiones están las desilusiones llenas.
Desconocemos quién fue Malaquías. Su nombre significa: Mi mensajero. Mensajeros y profetas hay siempre.
La situación que refleja el libro de Malaquías es la del retorno del exilio por los años 480-460 aC. Todo ha vuelto a su ser, el Templo ha sido reconstruido y ha quedado casi tan espléndido como la Sagrada Familia de Barcelona, el culto se ha restablecido, etc.
Pero, por desgracia y como siempre, también han vuelto la corrupción y la injusticia. Es un momento de gran escepticismo porque las promesas e ilusiones que se habían forjado en el exilio no se han cumplido ni van camino de ello. La corrupción se había instalado de nuevo en las instancias de poder, en el templo.
Malaquías rememora la fidelidad y la bondad de Dios y con ello trata de apuntalar la esperanza del pueblo, de los pobres: Llegará un día en que volverá a salir el sol.
Las referencias hacia nuestro momento político y eclesiástico vienen servidas en bandeja, son inevitables: También hoy vivimos un momento de cierto escepticismo. En tiempos de la dictadura soñábamos con la libertad, con una democracia que iba a ser la solución de todos los males. Eclesialmente vivimos un Vaticano II que fue una espléndida primavera y auguraba unos tiempos de plenitud cristiana. En los míticos años 60 (mayo 68’) nos prometíamos paraísos celestiales terrenales. Pero han pasado ya algunas décadas y política, social y eclesiásticamente las cosas se parecen a más a la situación que describía Malaquías que a lo que idealizábamos hace unas décadas.
Menos mal que el momento eclesial del papa Francisco son una brizna de esperanza en la historia actual de la iglesia.
a quienes creen y esperan los iluminará el sol de justicia que lleva la salud (1ª lectura)
Los fracasos personales, el pecado, quizás las metas no logradas en la vida, tal vez la incertidumbre de la salud / enfermedad, la desilusión postmoderna y la desolación eclesial en que estamos nos pueden sumir en una desesperanza.
La utopía y la esperanza tienen potencia como para no dejarse abatir ni doblegar ni por las propias limitaciones, por los poderes de este mundo, ni por las frustraciones. En la esperanza está vuestra fortaleza, dice Isaías, (Is 30,15).
Ánimo, es el momento de activar la esperanza. Vivamos en confianza.
- No quedará piedra sobre piedra.
Pero ¿en qué hemos de esperar? ¿en qué podemos confiar y esperar?
Nos gusta contemplar y presumir un poco del esplendor del templo, de las construcciones religioso-culturales de nuestra tradición, de nuestros pueblos. Es lógico y normal.
Algunos sectores de la iglesia utilizan las piedras del templo como arma arrojadiza y hacen con las piedras no espacios de vida sino trincheras.
- Ya llovía sobre mojado: el esplendor del Templo.
El esplendor del templo de Jerusalén no era menor que el nuestras catedrales. ¿Qué estaba diciendo Jesús?
Ya llovía sobre mojado, pues “previamente” Jesús había echado del Templo a toda la “farfalla” de vendedores, negociantes, “merchandising” ideológicos, etc. (Jn 2,13-22). Tras la expulsión del Templo de toda comercialización, Jesús anuncia la destrucción de esos sistemas: Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.
Y había llovido más cuando Jesús se mostró más radical todavía cuando hablando con la samaritana acerca de si hay que adorar a Dios en Jerusalén o en Garizim, Jesús le contesta, déjate de tonterías, a Dios se le adora en espíritu y en verdad, (Jn 4,21).
De esos sistemas no quedará piedra sobre piedra.
Nuestra confianza y esperanza cristianas no se sustentan en las piedras, sino en Dios.
Toda piedra, toda música, todo lenguaje, toda teología, todas las instituciones apenas pueden balbucear, de modo muy limitado pueden apuntar y así ser icono de Dios, de la utopía, del Reino de Dios, pero ningún producto cultural son Dios.
Las piedras caerán bien por la fuerza de la historia, bien porque el emperador Tito le mandó a Pompeyo destruir el templo de Jerusalén en el año 70, bien por la barbarie, o bien porque ya no signifiquen nada.
Las Iglesias se están vaciando de creyentes y se están llenando de turistas, o simplemente se están convirtiendo en museos.
Pongamos cuidado en que las piedras en vez iconos se conviertan en ídolos. Con gratitud y admiración (como los judíos) y a la creatividad humana, lo decisivo no es Bach, ni S Tomás, ni Gaudí, ni Moneo, sino aquello hacia lo que apuntan. Cuando alguien te enseñe las estrellas, no te quedes mirando el dedo…
- El día del Señor.
La apocalíptica es una coreografía un poco trágica, de vivos colores, de símbolos fuertes y honda esperanza para hablarnos del día final, del final de la historia. Pero esas cosas no van a ocurrir así. Decía Ratzinger en su escatología hace treinta años:
De los elementos cósmicos en las imágenes del Nuevo Testamento no se puede concluir nada en orden a una descripción cósmica de acontecimientos futuros. Todos los intentos en este sentido se han equivocado de camino. Estos textos son más bien una exposición del misterio.[1]
El final no tanto en sentido de tiempo cronológico, sino de finalización-realización tiene una importancia decisiva en una vida consciente.
Saber hacia dónde caminamos es importante; tan decisivo como saber de dónde venimos. (Quien no sabe de donde viene, tampoco sabe a dónde va. Con lo cual pasamos de peregrinos a errantes).
Finalizar la historia tiene dos sentidos: ponerle punto final y, al mismo tiempo, que ese final sea algo lleno de sentido.
Peregrinamos (per agrum) por los campos y la mies del Señor y de la humanidad hacia las verdes praderas del Reino. No hemos de temer al día final pues no es el dies irae, que cantábamos en los funerales o el día de venganza que decía Isaías (Is 61,2), sino el día, el año, el tiempo de gracia y salvación, (Lc 4,19-21)
La destrucción del templo ocurrirá en el día final, en el día del Señor. Quizás sería mejor decir que la destrucción del Templo es el día final, el día de la utopía, de la ilusión realizada, del exilio concluido, de la meta del Éxodo de la libertad.
Mantengamos la firme convicción (perseverancia) de que estamos en manos de Dios:
ni un cabello de vuestra cabeza perecerá
[1] J. RATZINGER, Escatología, Herder (Barcelona 1980), p. 189.
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