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Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá…

Domingo, 17 de noviembre de 2019
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“Hemos sido testigos silenciosos de acciones malvadas, conocemos una más del diablo, hemos aprendido el arte de la simulación y del discurso antiguo, la experiencia nos ha hecho desconfiar de los hombres y con frecuencia hemos quedado en deuda con ellos en lo que respecta a la verdad y a la palabra libre, conflictos insostenibles nos han vuelto dóciles o tal vez incluso cínicos: ¿podemos ser útiles todavía? No tenemos necesidad de genios, de cínicos, de despreciadores de hombres, de estrategas refinados, sino de hombres sinceros, sencillos, rectos.

¿Habrá quedado bastante grande nuestra fuerza de resistencia interior contra lo que se nos impone? ¿Habrá quedado la sinceridad para con nosotros mismos suficientemente implacable, de suerte que nos haga volver a encontrar el camino de la sinceridad y de la rectitud?”

*
D. Bonhoeffer,
Resistencia y sumisión,
Ediciones Sígueme, Salamanca 1983.

***

En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo:

“Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.”

Ellos le preguntaron:

“Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?”

Él contesto:

– “Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: “Yo soy”, o bien: “El momento está cerca; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida.

Luego les dijo:

“Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo.

Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio.

Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro.

Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía.

Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.

*

Lucas 21, 5-19

***

Vemos, un mar turbado desde los abismos, navegantes que flotan muertos sobre las olas y otros sumergidos, las tablas de los barcos sueltas, las velas desgarradas, los mástiles destrozados, los remos sueltos de las manos de los remeros, los pilotos no sentados al timón, sino en el puente, con las manos entre las rodillas: gimen por su impotencia frente a los elementos, gritan, se lamentan, sollozan; no se divisa ni el cielo ni el mar, sino sólo las tinieblas profundas, impenetrables y turbias, hasta tal punto que ni siquiera se puede ver al vecino, y de todas partes caen monstruos marinos sobre los navegantes.

Pero ¿por qué intento describir lo que no se puede? Aunque busque cualquier imagen que exprese los males presentes, mi discurso queda superado por la realidad y retrocede. Sin embargo, aunque lo vea bien, no renuncio a la buena esperanza, pensando en el piloto de todo el universo, que no supera la borrasca con su arte, sino que deshace el huracán con un ademán. No lo hace de buenas a primeras o de inmediato, sino que acostumbra a actuar así: no aniquila los males al principio, sino cuando han crecido, cuando llegan al extremo, cuando los más ya desesperan: entonces realiza sus prodigios y sus maravillas, mostrando de este modo su poder y ejercitando en la paciencia a aquellos sobre quienes han caído los males.

No te abatas por tanto. Una sola cosa, oh Olimpia, hay que temer, una sola es la tentación verdadera: el pecado. Nunca he cesado de repetir este discurso a tus oídos: todo lo demás son fábulas, aunque se hable de insidias, de hostilidades, de engaños, de calumnias, de insultos, de acusaciones, de confiscaciones, de exilio, de espadas afiladas, de mar, de guerra en toda la tierra. Por muy glandes que sean estas tribulaciones, son temporales, limitadas; subsisten sólo en el cuerpo mortal y no perjudican al alma vigilante. Por eso, el bienaventurado Pablo, queriendo mostrarnos la mezquindad de lo que es útil y de lo que es doloroso en la vida presente, lo resume todo con una sola expresión diciendo: «Las realidades que se ven son transitorias». ¿Por qué, entonces, tienes miedo de lo que es transitorio y discurre como la corriente de un río? Así son, en efecto, las realidades presentes, sean favorables o molestas .

*

Juan Crisóstomo,
Carta a Olimpia, 1,1

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“Tiempos de crisis” . 33 Tiempo ordinario – C (Lucas 21,5-19)

Domingo, 17 de noviembre de 2019
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33-TO-C-300x225En los evangelios se recogen algunos textos de carácter apocalíptico en los que no es fácil diferenciar el mensaje que puede ser atribuido a Jesús y las preocupaciones de las primeras comunidades cristianas, envueltas en situaciones trágicas mientras esperan con angustia y en medio de persecuciones el final de los tiempos.

Según el relato de Lucas, los tiempos difíciles no han de ser tiempos de lamentos y desaliento. No es tampoco la hora de la resignación o la huida. La idea de Jesús es otra. Precisamente en tiempos de crisis «tendréis ocasión de dar testimonio». Es entonces cuando se nos ofrece la mejor ocasión de dar testimonio de nuestra adhesión a Jesús y a su proyecto.

Llevamos ya mucho tiempo sufriendo una crisis que está golpeando duramente a muchos. Lo sucedido en este tiempo nos permite conocer ya con realismo el daño social y el sufrimiento que está generando. ¿No ha llegado el momento de plantearnos cómo estamos reaccionando?

Tal vez, lo primero es revisar nuestra actitud de fondo: ¿Nos hemos posicionado de manera responsable, despertando en nosotros un sentido básico de solidaridad, o estamos viviendo de espaldas a todo lo que puede turbar nuestra tranquilidad? ¿Qué hacemos desde nuestros grupos y comunidades cristianas? ¿Nos hemos marcado una línea de actuación generosa, o vivimos celebrando nuestra fe al margen de lo que está sucediendo?

La crisis está abriendo una fractura social injusta entre quienes podemos vivir sin miedo al futuro y aquellos que están quedando excluidos de la sociedad y privados de una salida digna. ¿No sentimos la llamada a introducir «recortes» en nuestra vida para poder vivir los próximos años de manera más sobria y solidaria?

Poco a poco, vamos conociendo más de cerca a quienes se van quedando más indefensos y sin recursos (familias sin ingreso alguno, parados de larga duración, inmigrantes enfermos…). ¿Nos preocupamos de abrir los ojos para ver si podemos comprometernos en aliviar la situación de algunos? ¿Podemos pensar en alguna iniciativa realista desde las comunidades cristianas?

No hemos de olvidar que la crisis no solo crea empobrecimiento material. Genera, además, inseguridad, miedo, impotencia y experiencia de fracaso. Rompe proyectos, hunde familias, destruye la esperanza. ¿No hemos de recuperar la importancia de la ayuda entre familiares, el apoyo entre vecinos, la acogida y el acompañamiento desde la comunidad cristiana…? Pocas cosas pueden ser más nobles en estos momentos que el aprender a cuidarnos mutuamente.

José Antonio Pagola

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“Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”. Domingo 17 de noviembre de 2019. 33º Ordinario

Domingo, 17 de noviembre de 2019
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58-ordinarioc33-cerezoLeído en Koinonia:

Malaquías 3, 19-20a: Os iluminará un sol de justicia.
Salmo responsorial: 97:El Señor llega para regir los pueblos con rectitud.
2Tesalonicenses 3, 7-12: El que no trabaja, que no coma.
Lucas 21, 5-19: Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas

 Estamos ya en el final del año litúrgico, y por una lógica probablemente mal aplicada al distribuir los textos bíblicos a lo largo del año litúrgico, el tema de las lecturas de este domingo es también el del «final de los tiempos», el «final del mundo». De hecho, en el evangelio hay numerosos pasajes que aluden a este tema, los famosos textos «apocalípticos» (el género «apocalíptico» era muy del gusto de aquellos tiempos).

Durante la historia del cristianismo, también el final del mundo ha sido un tema siempre presente. Formaba parte de la identidad cristiana, diríamos. Ser cristiano implicaba creer que nuestra vida va a acabar con un juicio de Dios sobre nosotros, y también sobre la existencia del mundo como conjunto: Dios decidiría en algún momento -muy probablemente por sorpresa- el final del mundo, y toda humanidad sería convocada a juicio, en el Valle de Josafat por más señas, junto a la muralla oriental del templo de Jerusalén (lo que convirtió a ese valle en un auténtico cementerio VIP, muy cotizado…).

Este concepto del «final del mundo» estaba enmarcado (hasta ayer mismo, cuando nosotros éramos niños) dentro del contexto de una cosmovisión que imaginaba a Dios como un «Señor todopoderoso», situado fuera del mundo, encima, en un segundo piso celestial, observando y con frecuencia interviniendo en el mundo, donde se debatía la humanidad que Él había creado allí para superar una prueba y pasar a continuación a la vida definitiva, que ya no sería aquí en la tierra, sino en otro lugar, en «un cielo nuevo y una tierra nueva», porque la vieja tierra sería destruida con el final del período de prueba de la Humanidad. A continuación ya todo sería distinto: una «vida eterna» en el cielo -o en el infierno tal vez para algunos-.

Ruboriza hoy –y casi parece caricatura– contar o describir aquella visión que durante siglos se identificó con la doctrina cristiana. Durante milenio y medio al menos la creyeron revelada por Dios mismo. Dudar de ella o de cualquiera de sus detalles era tenido como un pecado (grave) de «falta de fe» y -peor aún- como un desacato a la revelación. Sobre la visión global o el «gran relato» –porque además era realmente un relato– que el cristianismo ofrecía (pecado original, juicio particular, juicio universal, cielo, purgatorio o infierno…) no era permitido dudar.

Hoy nos podemos llevar las manos a la cabeza al caer en la cuenta de qué parte tan grande de toda esta visión estaba constituida por tradiciones mitológicas ancestrales, pensamiento platónico… ¡Genial Platón!, que logró crear una «imagen» del mundo que cautivaría la imaginación de la humanidad por generaciones y generaciones, durante varios milenios, por vinticinco siglos, hasta hoy.

La revolución científica comenzada en el siglo XVI comenzó a cuestionar aquella cosmovisión platónico-aristotélica del cristianismo: las esferas celestiales, los siete cielos, la separación entre el mundo perfecto supra-lunar y el imperfecto o corruptible infra-lunar, la descripción tan viva de los «novísimos» (muerte, juicio, infierno y gloria)… Pero lo que en la visión científica o el conocimiento simplemente físico de las personas iba desmoronándose, se refugiaba en la visión religiosa, como si el cielo de la fe fuera el aristotélico-platónico, aunque el cielo astronómico fuera totalmente otro.

Hoy día, con el avance que la ciencia ha realizado, la escatología (rama de la ciencia que trata del «eskhatos, lo último») no sabe dónde colocar eso último, ni cómo conectarlo con lo que hoy sabemos todos. Y por eso cuesta seguir hablando de lo que era «lo último» dentro de las coordenadas teológicas tradicionales: unas realidades últimas conectadas directamente con la «prueba» y el «juicio de Dios» sobre nosotros, y una «vida eterna» vista como el premio o castigo correspondiente… La vida, la muerte, y la posible continuidad o no de la vida… todo ello era planteado en las coordenadas de aquella visión mítica (Dios arriba, que decide crear una humanidad y la pone a prueba para llevar a quienes la superen a la vida eterna…).

Tan internalizada está esta convicción mítica del «Dios que crea a los humanos en una vida provisional para probar si pueden acceder a la vida eterna», que todavía hoy, muchos cristianos no sólo siguen pensando así, sino que no ven la posibilidad de que vida, muerte y más allá de la muerte sean dimensiones existenciales humanas que deban dejar de ser «utilizadas» con la idea de premios y castigos de Dios a los humanos por su conducta. Muchos predicadores tendrían hoy dificultades para enfocar su homilía superando esa interpretación tradicional…

Pero, afortunadamente, «otro cristianismo es posible». Es posible… porque ya es real: ya lo viven muchos, y algunos incluso dan razón de esta su fe, y su nueva esperanza, desligada de premios y castigos. No es éste el lugar para presentar toda una escatología renovada, pero sí para remitir a tres obras recomendables a quien trate de replantear su fe fuera del paradigma premoderno mítico:

– Roger LENAERS sj, Otro cristianismo es posible, Abya Yala, Quito, Ecuador, 2006 (http:/tiempoaxial.org).

– Las «12 tesis del obispo John Shelby SPONG», que pueden ser encontradas en la mayor parte de los buscadores de internet.

– La revista CONCILIUM dedicó recientemente un número monográfico a la «resurrección de los muertos», en noviembre de 2006 (el número 318).

– John Shelby SPONG, Vida eterna: una nueva visión. Más allá de las religiones, más allá del teísmo, más allá de cielo e infierno, 232 pp, publicado en español por la editorial Abya Yala de Quito, en su colección «Tiempo axial» (http:/tiempoaxial.org). El subtítulo lo dice todo sobre la intención y el enfoque de este libro.

Completamos con una referencia tradicional a las tres lecturas de hoy:

Malaquías, a través de un lenguaje apocalíptico, alienta al pueblo justo que sirve enteramente al Señor, indicándoles que ya llegará el día en que se hará sentir la justicia de Dios sobre los que no guardan su ley; que ellos no son los que realmente dirigen el caminar de la historia, sino que es el Dios amante de la vida quien la guía, conduciéndola por el camino de la paz y de la vida. Todos los que caminan por el camino del Señor serán iluminados por el “sol de la justicia” que irradia su luz en medio de la oscuridad, en medio del dolor y la muerte.

El salmo que leemos hoy es un himno al Rey y Señor de toda la Creación, quien dirige con justicia a todos los pueblos de la tierra, quien es amoroso y fiel con el pueblo de Israel. Dios es un Dios justo, que merece ser alabado por todos, pues ha derrotado la muerte y ha posibilitado la vida para todos; por ello toda la Creación lo alaba, celebra la presencia de ese Dios misericordioso y justo en medio del pueblo liberado. Es un salmo de agradecimiento por los beneficios que el pueblo ha recibido por tener su esperanza puesta en el Dios de la Vida.

Muchos de los creyentes de Tesalónica, concretamente las “clases superiores”, pensaron que no debían preocuparse por las cosas de la vida cotidiana, como el trabajo, y que más bien debían esperar, de brazos cruzados, la inminente venida del Señor y dedicarse a la ociosidad. Pablo llama fuertemente la atención sobre esa actitud, pues son personas que viven del trabajo ajeno, son explotadores de los otros (esclavos) y, gracias a ello, acumulan riquezas sin esforzarse en absoluto. Es a ellos a quienes Pablo se dirige con vehemencia: «el que no trabaje que no coma» (v.10), ya que esta actitud no es propia de la enseñanza de los apóstoles.

Puede ser que la presencia magnífica del templo de Jerusalén alentara la fe de los judíos hasta el punto de ser más significativos la arquitectura y el poder de la religión que el mismo Dios de Israel; puede ser que fueran más importante los sacrificios, el ritual, la construcción majestuosa… que las actitudes exigidas por el mismo Dios para un verdadero culto a él: la misericordia y la justicia social. Por eso Jesús afirma que el templo será destruido, pues no posibilita una relación legítima con Dios y con los hermanos, sino que crea grandes divisiones sociales e injusticias. Es importante ir descubriendo en nuestra vida que la experiencia de fe debe estar atravesada por el servicio incondicional a los demás; es así como vamos sintiendo el paso de Dios por nuestra existencia y es así como vamos construyendo el verdadero templo de Dios, el cual no se debe equiparar con edificaciones ostentosas, sino con la Iglesia-comunidad de creyentes que se inspira en la Palabra de Dios y se mantiene firme en la esperanza de Jesús resucitado. Leer más…

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Dom 17. XI. 2019. 33 del Tiempo ordinario. (Lucas 21, 5-19). No quedará piedra sobre piedra: nuevo Templo

Domingo, 17 de noviembre de 2019
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templo-de-salomon__800x800Del blog de Xabier Pikaza:

Constructores (testigos) de la Humanidad de Dios

Se acerca el fin del ciclo litúrgico 2019, y las lecturas de la misa nos sitúa ante la culminación de todas de las cosas o, mejor dicho, ante el fin del tiempo actual, con el tipo de templo que hemos venido construyendo, para que así pueda surgir la religión verdadera, la nueva humanidad. Entre las cosas que acaban, según el evangelio, destaca el Templo, con todo lo que significa. Pero su destrucción puede y debe ser principio de nueva construcción: Fuente e impulso de esperanza.

El Templo de Jerusalén era lo más grande que había, según el judaísmo, una de las instituciones más estables y justas de la historia, más el Imperio Romano, que la Organización de Naciones  (ONU) o que la estructura del capitalismo actual. Pues bien, Jesús vino y dijo que ese Templo (¡lo más grande, al parecer eterno, el sentido total de la historia!) iba a caer, por sus propias contradicciones interiores… añadiendo que esa caída resultaba en el fondo bueno, porque hacía posible el surgimiento de una Edad Distinta, más justa.

 El evangelio de la misa de este domingo se ocupa también de otros problemas (de enfrentamientos y persecuciones entre los pueblos, de desgarrones en la misma Iglesia…). Pero en esta postal voy a referirme hoy solamente el Templo en su conjunto, con referencia a nuestro tiempo, en línea social y religiosa.

history2-herodiantempleCada lector puede aplicar el tema a la sociedad actual, a la Iglesia existente, a las religiones en general, o a su propia vida. Yo quiero poner en el fondo (de forma velada) los temas de un pequeño curso que, Dios mediante, dictaré el domingo siguiente (24.11.19),en Madrid, sobre el fin de este tipo de Iglesia (o de cristianismo), con el surgimiento del verdadero templo (cf. imagen 3). Allí espero a quienes quieran dialogar sobre el tema.

Texto (un extracto). Lucas 21, 5-8

En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo: “Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.” Ellos le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?” Él contesto: “Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: “Yo soy”, o bien: “El momento está cerca; no vayáis tras ellos… .

Jesús y el Templo

75161607_1373205762856612_3890563367366033408_o Para un judío, la estabilidad del mundo dependía del Templo. El santuario de Dios garantizaba, con su edificio y liturgia expiatoria, el orden de la tierra. Si falla el templo el mundo pierde su sentido y los hombres quedan desfondados, sin unión con Dios, sin garantías de vida y pervivencia: ¿Cómo se podrá vivir sin templo? ¿Cómo mantenerse y superar los riesgos de la historia si no existe un santuario donde puedan expiarse los pecados? ¿Cómo vivirán los hombres sin una “ley” superior que les mantenga unidos, que impida la violencia universal, el gran estallido del enfrentamientos de todos los hombres, pueblos contra pueblos, clases contra clases, intereses contra intereses…

Ése era el sentido del templo de Jerusalén, que muchos judíos consideraban “para‒rayos” universal de la “ira” amontonada en el fondo de los tiempos, de la violencia de los pueblos. Pero, ese templo de Jerusalén, vinculado a la memoria de David-Salomón y el centro de la vida israelita (del universo entero) se encontraba de hecho bajo la “protección” del gobernador romano con autoridad para nombrar al Sumo Sacerdote.

Por su parte, en el templo se celebraba cada día un sacrificio a favor de Roma, simbolizando así la estabilidad y sacralidad del orden israelita, dentro del imperio. Mientras hubiera templo, el mundo podría seguir existiendo, como signo del pacto de Dios con los hombres, que era, en concreto, un pacto entre Jerusalén y Roma, un templo concreto con sus tres funciones: económica, política y religiosa

Función Económica.

 El templo constituía el centro mercantil del pueblo israelita, que se había comprometido a mantener sus instituciones y su culto, al menos tras la “restauración” del exilio (año 525 a. C.) y las reformas de Esdras y Nehemías (cf. Neh 10, 2-39). En principio, el templo de Jerusalén había sido un “santuario real”, de manera que los reyes debían mantener su culto. Pero tras el exilio vino a convertirse en “santuario de la nación”, de manera que, aun estando bajo protección de los reyes de Israel o del Imperio de turno, su mantenimiento fundamental se hallaba en manos del conjunto del pueblo judío.  Leer más…

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“El fín de año y el fín del mundo”. Domingo 33 Ciclo C

Domingo, 17 de noviembre de 2019
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Destrucción de JerusalénDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

“Llegará un día que no quedará piedra sobre piedra”

Para la Iglesia, el año litúrgico no termina el 31 de diciembre sino a finales de noviembre. De ese modo puede reservar cuatro domingos antes del 25 de diciembre para celebrar el Adviento, que forma ya parte del nuevo ciclo litúrgico. El último domingo del tiempo ordinario se dedica en los tres ciclos a celebrar la fiesta de Cristo Rey. Y el penúltimo, el 33, a recordar el fin del mundo y de la historia. Algo que puede parecer bastante ajeno a nuestra mentalidad y cultura, pero que fue esencial para los primeros cristianos y que ofrece materia interesante de reflexión.

Del entusiasmo ingenuo a la esperanza apocalíptica

La gran tragedia experimentada por el pueblo judío a comienzos del siglo VI a.C. (en el año 586), cuando parte importante de la población fue deportada a Babilonia, Jerusalén y el templo quedaron en ruinas, y el pueblo perdió la independencia, provocó al cabo de unos años un florecimiento de profecías que anunciaban la vuelta de los desterrados, la prosperidad y esplendor de Jerusalén, la gloria futura del pueblo de Dios. Los profetas rivalizaban entre ellos por ver quién anunciaba un futuro mejor. Y la gente, durante siglos, alentó aquellas esperanzas. Hasta que la realidad se impuso, dando paso a una gran decepción: ni independencia, ni riqueza, ni esplendor. La decepción fue tan fuerte, que algunos grupos vieron la solución en la desaparición del mundo presente, radicalmente malo, y la aparición de un mundo futuro maravilloso, del que sólo formarían parte los buenos israelitas. La primera lectura lo afirma con toda claridad.

La primera lectura (Malaquías 3, 19-20a)


Mirad que llega el día, ardiente como un horno: malvados y perversos serán la paja, y los quemaré el día que ha de venir ‒dice el Señor de los ejércitos‒, y no quedará de ellos ni rama ni raíz. Pero a los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas.

En este breve pasaje, lo único que precisa comentario es la metáfora final. Para nosotros, «un sol de justicia» es un sol terrible, del que buscamos refugio bajo cualquier sombra. Pero este no es el sentido aquí, sino todo lo contrario: «un sol salvador, que nos salva con sus rayos». ¿De dónde viene esta extraña metáfora? Probablemente de Egipto, inspirándose en la imagen del sol alado, que representa su acción benéfica sobre todo el mundo.

El cálculo del momento final y las señales

Ya que la mentalidad apocalíptica considera inminente el fin del mundo, desea calcular el momento exacto en que tendrá lugar y las señales que lo anunciarán. Las dos preguntas que formulan los discípulos a Jesús en el evangelio de hoy recogen muy bien ambos aspectos: ¿Cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder? Los Testigos de Jehová, cuando afirmaban a mediados del siglo pasado que el fin del mundo sería en 1984 (70 años después de la gran conflagración, marcada por el comienzo de la Gran Guerra en 1914) son los mejores exponentes modernos de esta forma de pensar.

            Para la mentalidad apocalíptica, cualquier acontecimiento trágico, sobre todo si era de grandes proporciones, anunciaba el fin del mundo. Por eso, en el evangelio de este domingo, cuando los discípulos oyen anunciar la destrucción de Jerusalén, inmediatamente piensan en el fin del mundo.

En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos.  Jesús les dijo:

‒ Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.

Ellos le preguntaron:

‒ Maestro, ¿Cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?

            El peligro de esta mentalidad es que resulta estéril. Todo se queda en cálculos y señales, sin un compromiso directo con la realidad. Y eso es lo que pretenden evitar los evangelios sinópticos cuando ponen en boca de Jesús un largo discurso apocalíptico, que la liturgia se encarga de mutilar abundantemente (en nuestro caso, los 29 versículos de Lucas 21,8-36 quedan reducidos a los doce primeros; menos de la mitad).

La respuesta de Jesús

Él contestó:

‒ Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: «Yo soy», o bien: «El momento está cerca»; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida.

            Luego les dijo:

            ‒ Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.

            Las palabras de Jesús recogen un buen catálogo de las señales habituales en la apocalíptica: 1) a nivel humano, guerras civiles, revoluciones y guerras internacionales; 2) a nivel terrestre, epidemias y hambre; 3) a nivel celeste, signos espantosos.

            Pero nada de esto anuncia el fin del mundo. Antes, y aquí radica la novedad del discurso, ocurrirán señales a nivel personal y comunitario: persecución religiosa y política, cárcel, juicio ante tribunales civiles; incluso la traición de padres y hermanos, la muerte y el odio de todos por causa de Jesús. Esta parte abandona la enumeración de catástrofes apocalípticas para describir la dura realidad de las primeras comunidades cristianas. En todas ellas habría algunos juzgados y condenados injustamente, traicionados incluso por sus seres más queridos.

            Sólo dos frases alivian la tensión de este párrafo tan trágico.

            La primera resulta casi irónica, pero no lo es: Así tendréis ocasión de dar testimonio. La persecución, la cárcel y los juicios injustos no se deben ver como algo puramente negativo. Ofrecen la posibilidad de dar testimonio de Jesús, y así lo interpretaron los numerosos mártires de los primeros siglos y los mártires de todos los tiempos.

            La segunda alienta la confianza y la esperanza: ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas. Más bien habría que decir que perecerán todos los cabellos de vuestra cabeza, pero salvaréis vuestras almas, que es lo importante.

            Si siguiésemos leyendo el discurso, todo culminaría en la aparición de Jesús, «el Hijo del Hombre que llega en una nube con gran poder y gloria». Es el sol del que hablaba Malaquías, que ilumina y salva a todos los que creen en él.

Frente a la curiosidad, testimonio

Las lecturas de este domingo corren el peligro de ser interpretadas en el Primer Mundo como mero recuerdo de lo que ocurrió entre los primeros cristianos. Muy distinta será la interpretación de bastantes iglesias africanas y asiáticas, que se verán muy bien reflejadas y consoladas por las palabras de Jesús. También nosotros debemos recordar que, sin persecuciones ni cárceles, nuestra misión es aprovechar todas las circunstancias de la vida para dar testimonio de Jesús.

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Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario. 17 de Noviembre, 2019

Domingo, 17 de noviembre de 2019
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Pero antes de todo, os echarán mano y os perseguirán, os arrastrarán a las sinagogas y a las cárceles, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por mi nombre. Esto os servirá para dar testimonio.

Haceos el propósito de no preocuparos por vuestra defensa, porque yo os daré un lenguaje y una sabiduría a los que no podrá resistir ni contradecir ninguno de vuestros adversarios. Seréis entregados incluso por vuestros padres, hermanos, parientes y amigos; y a alguno de vosotros os matarán. Todos os odiarán por mi causa. Pero ni un pelo de vuestra cabeza se perderá.

CON VUESTRA PRESEVERANCIA OS SALVARÉIS.

(Lc 21, 5-19)

Es inevitable que la lectura de este Evangelio nos traiga al corazón a cada una de nuestras hermanas y hermanos perseguidas a causa de su fe en Jesús.

El corazón se estremece cuando te vienen al recuerdo imágenes, noticias, testimonios…

Estremece pensar que hay personas tan convencidas de su fe que no pueden renegar de ella, incluso si el precio a pagar es entregar la propia vida.

Inevitablemente una mira su propia fe, su propia vida…¡y se avergüenza!

Personalmente he manifestado, además públicamente, mediante una Profesión Solemne, que entregaba mi vida pero tengo que admitir que ante una muerte violenta no sé si sería capaz de mantenerme fiel a mi compromiso, ¿me vencería el miedo?… creo que sí.

Pero sin ir tan lejos, sin llegar al extremo de tener que entregar la propia vida, también me descubro tacaña y mediocre en lo pequeño. No siempre soy capaz de entregar mi tiempo, mi esfuerzo, mi servicio…¡ni tan solo soy capaz de renunciar a ciertas comodidades! “Os echarán mano y os perseguirán”.

Hoy el evangelio y el testimonio de quienes están siendo perseguidas a causa de su fe me espolean, me reclaman, me hieren. Ojalá la herida sea lo suficientemente profunda como para que me ayude a entregar de verdad la vida.

Oración

Sácanos, Trinidad Santa, de la mediocridad,

esa que nos paraliza a la hora de entregar la vida.

 

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Dios no puede hace promesas porque no tiene futuro.

Domingo, 17 de noviembre de 2019
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dom-33c-2Lc 21,5-19

Estamos en el penúltimo domingo del año litúrgico. El próximo celebraremos la fiesta de Cristo Rey que remata el ciclo. Como el domingo pasado, el evangelio nos invita a reflexio­nar sobre el más allá. El lenguaje apocalíptico y escatológico, tan común en la época de Jesús, es muy difícil de entender hoy. Corresponde a otra manera de ver al hombre, a Dios y la realidad material. Desde aquella visión, es lógico que tuvieran también otra manera de ver lo último, el “esjatón”. Una vez más los discípulos están más interesados por la cuestión del cuándo y el cómo, que por el mensaje.

El pueblo judío estuvo siempre volcado hacia el futuro. La Biblia refleja una tensión, esperando la salvación que solo puede venir de Dios. A Noé se le ofrece algo nuevo después de la destrucción de lo viejo. A Abrahán, salir de su tierra para ofrecerle algo mejor. El Éxodo promete salir de la esclavitud a la libertad. Pero todas las promesas, en realidad, son la expresión humana de una carencia fundamental de hombre.

Los profetas se encargaron de mantener viva esta expectativa de salvación definitiva. Pero también introdujeron una faceta nueva: El día de esa salvación debía de ser un día de alegría, de felicidad, de luz, pero a causa de las infidelidades del pueblo, los profetas empiezan a anunciarlo como día de tinieblas; día en que Yahvé castigará a los infieles y salvará al resto. El objetivo de este discurso era urgir a la conversión.

Los primeros cristianos no tienen inconveniente en utilizar las imágenes que le proporciona la tradición judía, que era el ámbito religiosos en el que se desenvolvían. A primera vista parece que entra en esa misma dinámica apocalíptica, muy desarrollada en la época anterior y posterior a la vida de Jesús. El NT pone en boca de Jesús un lenguaje que se apoya en los conocimientos y las imágenes que le proporciona el AT.

En tiempo de Jesús se creía que esa intervención definitiva de Dios iba a ser inminente. En este ambiente se desarrolla la predicación de Juan Bautista y de Jesús. Las primeras comunidades cristianas acentuaron aún más esta expectativa de final inmediato. Pero en los últimos escritos del NT es ya patente una tensión entre la espera inmediata del fin y la necesidad de preocuparse de la vida presente. Ante la ausencia de acontecimientos en los primeros años del cristianismo, las comunidades se preparan para la permanencia.

Con los conocimientos que hoy tiene el ser humano y el grado de conciencia que ha adquirido, no tiene ninguna necesidad de acudir a la actuación de Dios, ni para destruir el mundo y poder crear otro más perfecto (apocalíptica), ni para enderezar todo lo malo que hay en él para que llegue a su perfección (escatología). El Génesis nos dice que al final de la creación Dios “vio todo lo que había hecho y era muy bueno”. ¿Por qué, nosotros, lo vemos todo malo? Para Dios todo está siempre en total equilibrio.

La justicia de Dios no es un trasunto de la justicia humana, solo que más perfecta. La justicia humana es el restablecimiento de un equilibrio perdido por una injusticia. Dios no tiene que actuar para ser justo ni inmediatamente después de un acto, ni en un hipotético último día donde todo quedará definitivamente zanjado. Dios no hace justicia. Él es justicia. Todo acto, sea bueno, sea malo, en sí mismo lleva ya el “premio” o el “castigo”, Dios no necesita ninguna acción posterior. Ante Dios todo es justo en cada momento.

Dios es justicia y toda la creación está siempre de acuerdo con lo que Él es. Nuestra contingencia es consecuencia de nuestra condición de criaturas. El dolor, el pecado, la muerte no son un fallo, sino que pertenecen a nuestra misma naturaleza. La salvación no consistirá en que Dios nos libre de esas limitaciones, sino en darse cuenta de que Él está siempre en nosotros, y todo hombre puede alcanzar plenitud de ser, a pesar de ellas.

Lo que en el mundo creemos que está mal y no depende del hombre, no es más que una falta de perspectiva. Una visión que fuera más allá de las apariencias nos convencería de que no hay nada que cambiar en la realidad, sino que tenemos que cambiar nuestra manera de interpretarla. Lo que nos debía preocupar de verdad es lo que está mal por culpa del hombre. Ahí nuestra tarea es inmensa. El ser humano está causando tanto mal a otros seres humanos y al mismo mundo que debíamos estar aterrados.

No nos debe extrañar la referencia a la destrucción del templo. Este evangelio está escrito entre el año 80 y el 90, por lo tanto ya se había producido esa catástrofe. Para un judío, la destrucción del templo era el “fin del mundo”. Era lógico asociar la destrucción del templo al fin de los tiempos, porque para ellos el templo lo era todo. De ahí la pregunta: ¿Cuándo va a ser eso? Pero Jesús responde hablando del fin de los tiempos, no del templo. La única preparación posible es la confianza total en lo que Dios nos está dando.

Jesús introduce elementos nuevos que cambian la esencia de la visión apocalíptica. En la lectura de hoy podemos apreciar claramente estos matices. A Jesús no le impresiona tanto el fin, como la actitud de cada uno ante la realidad actual (“antes de eso”). ¡Que nadie os engañe! La advertencia vale para hoy. Ni el fin ni las catástrofes tienen importancia ninguna, si sabemos mantener la actitud adecuada. La realidad no debe perturbarnos. Sabemos que la realidad material termina, pero lo esencial dura.

La seguridad no la puede dar la falta de conflictos (siempre los habrá), ni la promesa de felicidad, sino la confianza en Dios. Tampoco debemos seguir edificando “templos” que nos den seguridades. Ni organigramas ni doctrinas ni un cristianismo sociológico, garantizan nuestra salvación. Todo lo contrario, puede ser que la desaparición de esas seguridades nos ayude a buscar nuestra verdadera salvación. Decía ya San Ambrosio: “Los emperadores nos ayudaban más cuando nos perseguían que cuando nos protegen”.

Lo esencial del mensaje de hoy está en la importancia del momento presente frente a los miedos por un pasado o las especulaciones sobre el futuro. Aquí y ahora puedo descubrir mi plenitud. Aquí y ahora puedo tocar la eternidad. Hoy mismo puedo detener el tiempo y llegar a lo absoluto. En un instante puedo vivir la totalidad, no solo de mi ser individual, sino la TOTALIDAD de lo que ha existido, existe y existirá. Para el despierto, no hay diferencia ninguna entre el pasado, el presente y el futuro.

Jesús venció a la muerte, muriendo. Su muerte no fue un paripé para recuperar la misma vida que perdió. Fue la aceptación total de su limitación lo que le proyectó a lo absoluto. Solo descubriendo y aceptando plenamente mi limitación, podré entrar en la dinámica de lo eterno que hay en mí. El mayor peligro que nos acecha es que busquemos en la vida espiritual la manera de potenciar lo material. El tiempo material es una sucesión de puntos. La eternidad es un punto que se encuentra a en todos los lugares de la línea.

Meditación

Cuidado con que nadie os engañe.
Nos convence lo que halaga el oído
Cuando la verdad nos exige esfuerzo,
profundizar en la realidad de nuestro propio ser,
es el único camino para escapar de las voces de sirena.
Las promesas de futuro son falsas, porque Dios no tiene futuro.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

Nota: Si eres asiduo lector de Fray Marcos te puede interesar el último libro que acaba de publicar, “A la fuente cada día”. Es un comentario al evangelio de cada día del año que incorpora los tres ciclos litúrgicos. Así es válido para todos los años. La intención al escribirlo fue que todo el que quiera hacer un rato de meditación cada día, tenga un punto de apoyo en el evangelio. Está muy resumido, pero en dos minutos puede abrir horizontes nuevos de comprensión.

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Con vuestra constancia ganaréis vuestras vidas.

Domingo, 17 de noviembre de 2019
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apocalipLa constancia es un puente entre el deseo y la aventura de alcanzar su logro (Rafael Carvajal)

17 nov. 2019. DOMINGO XXXIII DEL TO

Lc 21, 5-19

Con vuestra constancia ganaréis vuestras vidas

Con la constancia, no sólo ganamos nuestras vidas, como nos recuerda Lucas, sino también otras muchas cosas, como ocurre cuando perseveramos en la realización de los ejercicios propuestos.

Investigadores de la Universidad del Sur de California, con la ayuda de la Inteligencia Artificial, han descubierto cómo la música afecta al cerebro, al cuerpo y a las emociones humanas.

La música impacta poderosamente en el cerebro: se ilumina como un árbol de navidad y desencadena una montaña rusa de emociones ante la dinámica, el registro, el ritmo y la armonía de la canción.

En otras palabras, el contraste es crucial para encender en el cerebro el árbol de navidad: “Si una canción es ruidosa en todo momento, no hay mucha variabilidad dinámica, y la experiencia no será tan poderosa como si el compositor usara un cambio en el volumen, explica el autor principal del estudio, Tim Greer, en un comunicado.

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El trabajo del compositor es llevarte a una montaña rusa de emociones en menos de tres minutos, y la variabilidad dinámica es una de las formas en que esto se logra, añade.

El equipo también descubrió que la respuesta galvánica de la piel, básicamente, una forma de medir la sudoración, aumenta después de la entrada de un nuevo instrumento o el inicio musical de un crescendo.

Cuando cada nuevo instrumento entra, se puede ver un pico en la respuesta colectiva de la piel, señala Tim Grier.

Además, los momentos más estimulantes de la música fueron precedidos por un aumento en el nivel de complejidad de la canción. En esencia, cuantos más instrumentos hay en la canción, más personas responden a la percepción musical.

En términos de un ilustre poetaLa constancia es un puente entre el deseo y la aventura de alcanzar su logro.

Con vuestra constancia ganaréis vuestras vidas, dijo Jesús en Lc 21, 19, ¿y es que puede existir alguna recompensa mayor que ésta? ¡Personalmente, al menos yo, creo que no!; aunque haya muchos cristianos que dicen que el premio es el reino de los cielos. Y todos los musulmanes, que afirman que el Paraíso con bellas huríes celestiales que les esperan con copas de hidromiel llenas para ofrecérselo. Si algún cristiano de los que ya se han ido ha comprobado que esto es cierto, por favor que me avise: sin duda alguna me convertiré a la fe del Profeta con promesa formal de no retractarme de ella. Lo que me apena, es que Jesús, a quien el Corán tiene por profeta, no dijera tan santa doctrina a los cristianos.

El poeta ecuatoriano Rafael Carvajal (1818-1881) lucía un lenguaje puro y elegante, que sirvió a su país como Vicepresidente de la República durante varios años, y trabajando por hacer a los demás y a sí mimo más humanos.

MADRE AMOROSA

Sólo la madre amorosa,
de sus hijos cuidadosa,
yace en vela;
y a su afecto reverente
es, de la vida inocente,
centinela.

¿Qué del hombre sucediera,
si a su lado no tuviera
en la infancia,

de una madre el dulce anhelo,
sus caricias, su consuelo,
su constancia?

 

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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¿Desde dónde nos planteamos el futuro?

Domingo, 17 de noviembre de 2019
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10986243_325157441013636_1636539269_nLc 21,5-19

Podemos imaginarnos la escena: Un grupo de gente está asombrada ante la belleza del templo que construyó Salomón. Por todas partes se ven mármoles y madera del Líbano; la cúpula está recubierta de oro y deslumbra con el sol. Además de ser un edificio deslumbrante, el templo era el “banco central” del judaísmo: no solo se guardaban allí grandes riquezas sino que se acuñaba una moneda propia.

En el interior del templo se guardaba el arca de la alianza, y a través de ella Dios se hacía presente en medio de su pueblo, con una intensidad superior a la de cualquier otro espacio o símbolo religioso.

Jesús no resalta la belleza del templo, sino que habla de su destrucción. Se inserta así, en la tradición de los profetas. Para ellos, la destrucción del templo sería señal de que se había roto la alianza entre Dios y su pueblo. Lo trágico no era la pérdida de este edificio impresionante, sino la dimensión teológica, porque creían imposible el culto a Dios al margen, o fuera, del templo de Jerusalén. Así lo habían expresado los profetas:

  • “Mejorad vuestro proceder y vuestras obras y yo moraré con vosotros en este lugar… si no oprimís al extranjero, al huérfano y a la viuda, si no derramáis sangre inocente en este lugar, si no vais, para daño vuestro en pos de dioses extranjeros, entonces yo me quedaré con vosotros en este lugar” (Jeremías 7, 1-15)
  • En otro momento, el profeta Jeremías recibió el encargo de anunciar al pueblo que, si no dejaban de hacer el mal, destruiría el templo del mismo modo que había destruido el templo de Silo. (Jr. 26, 1-19)
  • El profeta Ezequiel tuvo una visión de todas las abominaciones e idolatrías que se cometían en el templo. (Ez. 8, 1-18)

Cuando Lucas escribió este texto, Jerusalén y el templo habían sido destruidos unos años antes. Las comunidades cristianas eran cruelmente perseguidas por Roma y por el judaísmo oficial; muchos hombres y mujeres habían abandonado sus pueblos por temor al martirio y algunas personas renegaban de su fe.

Lucas recuerda las palabras de Jesús, para que guíen a las comunidades, en medio de la confusión, el miedo y las persecuciones. Estas son las claves del mensaje que pueden ayudarnos también ahora:

a) Que nadie os engañe. Había charlatanes que se aprovechaban del miedo de la gente para conseguir seguidores, y tenían la desfachatez de decir que hablaban en nombre de Jesús. También hoy hay charlatanes que usan el miedo como arma, proponiendo una sociedad que no tiene nada que ver con el proyecto de Jesús. El evangelio nos invita a estar atentos a los mensajes engañosos de las redes sociales, a no atontarnos con la televisión que nos enreda con sus personajes-marioneta, olvidando las historias reales de quienes nos rodean y nos necesitan.

b) Os perseguirán… pero yo os daré palabras y sabiduría y podréis dar testimonio. Hoy sigue siendo imprescindible un testimonio valiente y coherente, no es fácil, pero no podemos olvidar que recibimos la fuerza del Espíritu para darlo.

C) Hasta vuestra familia os traicionará y odiará por causa mía. ¿Por qué era importante la perseverancia? Porque el ambiente en que vivían los discípulos no facilitaba la vivencia de los valores que Jesús les había propuesto, y la tentación de tirar la toalla y volver a la vida anterior, pagana, era muy fuerte y habitual.

Lamentablemente, también hoy son frecuentes las discusiones y enfrentamientos en las familias por motivos religiosos. ¡Cuántas veces callamos o disimulamos nuestros principios por una falsa paz!

Con estas tres claves podemos revisar el año litúrgico que acaba y hacer gestos de conversión para que la Palabra se haga carne en nuestra carne.

Que el mensaje de este domingo nos lleve a afrontar el presente y el futuro con la confianza de que el Espíritu está en nosotros, aunque nos veamos en medio de persecuciones y dificultades que nos parezcan insalvables.

Mª Guadalupe Labrador Encinas. fmmdp

Fuente Fe Adulta

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Ya somos “yo soy”

Domingo, 17 de noviembre de 2019
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refugeeDomingo XXXIII del Tiempo Ordinario 

17 noviembre 2019

Lc 21, 5-19

        Todo lo que nace muere. El mundo de las formas se mueve, sin excepción, por la ley de la impermanencia. Eso explica que aferrarse a algo, sea lo que sea, implique sufrimiento.

          En el mundo de lo impermanente, el dolor es inevitable. El sufrimiento, sin embargo, lo añade nuestra mente, siempre que desconocemos la impermanencia y absolutizamos cualquier forma. Una vez que hemos absolutizado algo, nos frustramos y nos resistimos al constatar que no era algo absoluto como, en nuestra ignorancia, habíamos imaginado. Esta resistencia incrementa de nuevo el sufrimiento.

          La ignorancia, que se traduce en sufrimiento, afecta igualmente a la idea que nos hacemos de nosotros mismos. Al identificarnos con el yo, nos reducimos a una forma (personal) y, con ello, quedamos recluidos en la impermanencia.

     Las formas son impersonales o personales. Solo la no-forma es transpersonal.

          Lo que realmente somos –más allá de la forma en la que temporalmente nos experimentamos– es el “Yo soy” transpersonal. Por eso, cada vez que lo “personalizamos”, caemos en el error. Como avisa Jesús, nadie “personal” es “Yo soy”. Este es el nombre que alude a la Realidad última e inefable, que transciende las formas.

          Una manera pedagógica de abrirnos a la comprensión consiste, justamente, en decir “Yo soy”, sin añadir absolutamente nada más, permitiendo que esa expresión reverbere en nuestro interior. Seguramente notaremos cómo nos introduce en el Silencio que lo ocupa todo y que es lo único que permanece mientras todas las formas –materiales y mentales– cambian.

          Nuestra forma (persona) es impermanente, pero lo que somos permanece inafectado y se halla siempre a salvo. “Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá”, dice metafóricamente Jesús. Lo que somos se halla siempre a salvo. La sabiduría consiste en vivir la forma (el yo personal) desde la comprensión de que somos la Vida (el Yo soy transpersonal).

¿Cultivo en el silencio de la mente el saboreo de lo que somos?

Fuente Boletín Semanal

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El esplendor del Templo caerá. A Dios se le adora en la verdad y buen espíritu de la vida

Domingo, 17 de noviembre de 2019
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índiceDel blog de Tomás Muro, La Verdad es libre:

01     De grandes ilusiones están las desilusiones llenas.

Desconocemos quién fue Malaquías. Su nombre significa: Mi mensajero. Mensajeros y profetas hay siempre.

La situación que refleja el libro de Malaquías es la del retorno del exilio por los años 480-460 aC. Todo ha vuelto a su ser, el Templo ha sido reconstruido y ha quedado casi tan espléndido como la Sagrada Familia de Barcelona, el culto se ha restablecido, etc.

Pero, por desgracia y como siempre, también han vuelto la corrupción y la injusticia. Es un momento de gran escepticismo porque las promesas e ilusiones que se habían forjado en el exilio no se han cumplido ni van camino de ello. La corrupción se había instalado de nuevo en las instancias de poder, en el templo.

Malaquías rememora la fidelidad y la bondad de Dios y con ello trata de apuntalar la esperanza del pueblo, de los pobres: Llegará un día en que volverá a salir el sol.

Las referencias hacia nuestro momento político y eclesiástico vienen servidas en bandeja, son inevitables: También hoy vivimos un momento de cierto escepticismo. En tiempos de la dictadura soñábamos con la libertad, con una democracia que iba a ser la solución de todos los males. Eclesialmente vivimos un Vaticano II que fue una espléndida primavera y auguraba unos tiempos de plenitud cristiana. En los míticos años 60 (mayo 68’) nos prometíamos paraísos celestiales terrenales. Pero han pasado ya algunas décadas y política, social y eclesiásticamente las cosas se parecen a más a la situación que describía Malaquías que a lo que idealizábamos hace unas décadas.

Menos mal que el momento eclesial del papa Francisco son una brizna de esperanza en la historia actual de la iglesia.

a quienes creen y esperan los iluminará el sol de justicia que lleva la salud (1ª lectura)

Los fracasos personales, el pecado, quizás las metas no logradas en la vida, tal vez la incertidumbre de la salud / enfermedad, la desilusión postmoderna y la desolación eclesial en que estamos nos pueden sumir en una desesperanza.

La utopía y la esperanza tienen potencia como para no dejarse abatir ni doblegar ni por las propias limitaciones, por los poderes de este mundo, ni por las frustraciones. En la esperanza está vuestra fortaleza, dice Isaías, (Is 30,15).

         Ánimo, es el momento de activar la esperanza. Vivamos en confianza.

  1. No quedará piedra sobre piedra.

         Pero ¿en qué hemos de esperar? ¿en qué podemos confiar y esperar?

         Nos gusta contemplar y presumir un poco del esplendor del templo, de las construcciones religioso-culturales de nuestra tradición, de nuestros pueblos. Es lógico y normal.

         Algunos sectores de la iglesia utilizan las piedras del templo como arma arrojadiza y hacen con las piedras no espacios de vida sino trincheras.

  1. Ya llovía sobre mojado: el esplendor del Templo.

         El esplendor del templo de Jerusalén no era menor que el nuestras catedrales. ¿Qué estaba diciendo Jesús?

         Ya llovía sobre mojado, pues “previamente” Jesús había echado del Templo a toda la “farfalla” de vendedores, negociantes, “merchandising” ideológicos, etc. (Jn 2,13-22). Tras la expulsión del Templo de toda comercialización, Jesús anuncia la destrucción de esos sistemas: Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.

         Y había llovido más cuando Jesús se mostró más radical todavía cuando hablando con la samaritana acerca de si hay que adorar a Dios en Jerusalén o en Garizim, Jesús le contesta, déjate de tonterías, a Dios se le adora en espíritu y en verdad, (Jn 4,21).

         De esos sistemas no quedará piedra sobre piedra.

         Nuestra confianza y esperanza cristianas no se sustentan en las piedras, sino en Dios.

Toda piedra, toda música, todo lenguaje, toda teología, todas las instituciones apenas pueden balbucear, de modo muy limitado pueden apuntar y así ser icono de Dios, de la utopía, del Reino de Dios, pero ningún producto cultural son Dios.

         índiceLas piedras caerán bien por la fuerza de la historia, bien porque el emperador Tito le mandó a Pompeyo destruir el templo de Jerusalén en el año 70, bien por la barbarie, o bien porque ya no signifiquen nada.

Las Iglesias se están vaciando de creyentes y se están llenando de turistas, o simplemente se están convirtiendo en museos.

         Pongamos cuidado en que las piedras en vez iconos se conviertan en ídolos. Con gratitud y admiración (como los judíos) y a la creatividad humana, lo decisivo no es Bach, ni S Tomás, ni Gaudí, ni Moneo, sino aquello hacia lo que apuntan. Cuando alguien te enseñe las estrellas, no te quedes mirando el dedo

  1. El día del Señor.

         La apocalíptica es una coreografía un poco trágica, de vivos colores, de símbolos fuertes y honda esperanza para hablarnos del día final, del final de la historia. Pero esas cosas no van a ocurrir así. Decía Ratzinger en su escatología hace treinta años:

De los elementos cósmicos en las imágenes del Nuevo Testamento no se puede concluir nada en orden a una descripción cósmica de acontecimientos futuros. Todos los intentos en este sentido se han equivocado de camino. Estos textos son más bien una exposición del misterio.[1]

El final no tanto en sentido de tiempo cronológico, sino de finalización-realización tiene una importancia decisiva en una vida consciente.

         Saber hacia dónde caminamos es importante; tan decisivo como saber de dónde venimos. (Quien no sabe de donde viene, tampoco sabe a dónde va. Con lo cual pasamos de peregrinos a errantes).

Finalizar la historia tiene dos sentidos: ponerle punto final y, al mismo tiempo, que ese final sea algo lleno de sentido.

         Peregrinamos (per agrum) por los campos y la mies del Señor y de la humanidad hacia las verdes praderas del Reino. No hemos de temer al día final pues no es el dies irae, que cantábamos en los funerales o el día de venganza que decía Isaías (Is 61,2), sino el día, el año, el tiempo de gracia y salvación, (Lc 4,19-21)

La destrucción del templo ocurrirá en el día final, en el día del Señor. Quizás sería mejor decir que la destrucción del Templo es el día final, el día de la utopía, de la ilusión realizada, del exilio concluido, de la meta del Éxodo de la libertad.

         Mantengamos la firme convicción (perseverancia) de que estamos en manos de Dios:

ni un cabello de vuestra cabeza perecerá

[1] J. RATZINGER, Escatología, Herder (Barcelona 1980), p. 189.

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