1.11.19 Todos los Santos: Los bienaventurados
Cielo de Jesús
La dicha más perfecta: pobres, hambrientos, los que lloran
La iglesia celebra hoy el día de Todos los santos, y muchos piensan que se trata de los bienaventurados del “cielo” (canonizados o no), conforme a la primera lectura de la misa: Ap 7,2-4.9-14). Pero está es la fiesta de todos los santos de las bienaventuranzas , canonizados por Jesús, aquí en la tierra, según el evangelio de este día (Mt 5, 3‒10).
En esa línea empezaré evocando la “dicha más perfecta”, conforme al mensaje de un poeta salmantino, que ejerció de maestro e hidalgo campesino al norte de Extremadura, y se llamaba Gabriel y Galán. De su mano pasaré, por contrapunto, a la “dicha aún más de las bienaventuranzas de Jesús”, que son el argumento y camino de la santidad cristiana, que hoy, 1 del 11, celebramos como Iglesia.
GABRIEL Y GALÁN, LA DICHA MÁS PERFECTA
Así propuso la bienaventuranza del hombre‒varón rico (en una línea de AT y de cultura greco/latina), José M. Gabriel y Galán (1870‒1905), poeta salmantino, afincado en la Alta Extremadura:
Yo aprendí en el hogar en qué se funda la dicha más perfecta,
y para hacerla mía quise yo ser como mi padre era
y busqué una mujer como mi madre entre las hijas de mi hidalga tierra.
Y fui como mi padre, y fue mi esposa viviente imagen de la madre muerta…
(El Ama, texto completo ).
Ésta es una dicha/bienaventuranza de varón y patriarca de un hogar “perfecto”, una casa rica, con padres ejemplares, donde el hijo dichoso (varón) retoma el camino de su padre, con una mujer como su madre, en armonía de hogar que debería repetirse por generaciones y generaciones (en la línea de Gen 2, 24). En el hogar de una buena familia se expresa la primera bienaventuranzade un varón casado con la mujer perfecta, santa y trabajadora, piadosa y fecunda; en una familia rica en posesiones (tierras de cultivo y pastoreo) y en servidumbre de criados.
- Ésta es la dicha/bienaventuranza de un varón propietario de casa abundante, criadas y criados, agricultores y pastores (caberos, ovejeros, vaqueros…). Ésta es la dicha/riqueza de un buen terrateniente, que gobierna de un modo “paternal” (con la ayuda de su esposa buena) la hacienda familiar, con servidores, campos y rebaños (como Job antes de ser “tocado” por la mano siniestra de la desventura).
- Esta es la dicha/bienaventuranza de un varón rico (paternal, patriarca, gran señor…), con su familia extensa (mujer, hijos, criados…), en un campo entendido como equilibrio de la vida. Es la armonía de la naturaleza, con tierras de labor, con mieses y hortalizas, con dehesas de animales…; ésta es la bienaventuranza de las estaciones que se van sucediendo, con las fuertes labores de la siembra, la cosecha, y los rebaños…
- Es la dicha/bienaventuranza de una mujer tomada “de entre las hijas de la hidalga tierra”, una mujer rica (hija de algo, propietaria de tierras que gobierna su marido. Ella, esa mujer, le ha venido al hombre con su dote de hidalguía (tierra ricas) y su felicidad, en la armonía de un hogar sagrado (jerárquico), bien asegurado de trabajo y posesiones.
CONTRAPUNTO. LOS BIENAVENTURADOS/SANTOS DE JESÚS (LC 6, 21‒22)
Gabriel y Galán nos situaba ante la bienaventuranza de los “hidalgos” (ricos) de la tradición clásica, desde el AT de Israel, pasando por Grecia y Roma. Bienaventurado/dichoso es aquí el propietario/hidalgo, dueño de una extensa hacienda, con campos y rebaños, con mujer dichosa (=fuerte trabajadora), llena de piedad hacia los sirvientes.
Pues bien, de pronto, pasando a Jesús descubrimos que sus bienaventurados (con la dicha más perfecta) no son la de los ricos varones hidalgos (o casados con hidalgas, como Gabriel y Galán), sino más bien los pobres, que no tienen casa, ni hidalguía material (quizá ni familia), sino que viven en el límite del hambre, pordioseros (ptôjoi), mendigos, sin familia, sufrientes de campos y caminos
El hombre‒varón de la “dicha más perfecta” de Gabriel y Galán vivía en la casa, gran hacienda, que él administraba con su esposa. Por el contrario, los dichosos del evangelio son mendigos de la vida, sin más riqueza que su necesidad y sufrimiento. Jesús salió a los campos duros de la vida y allí los encontró en las aldeas, poblaciones y caminos (fuera del templo y los palacios), llamándoles y haciéndoles santos, es decir, bienaventurados. Estos son los protagonistas de esta fiesta de Todos los Santos (1. 11. 19)
Los dichosos de Jesús no son “amos o amas”, señores de mando, hidalgos de estirpe o de tierra, sino ptôjoi, pobres abandonados de la vida, víctimas de la hidalguía y riqueza de los amos/amas (a pesar de la imagen utópica que de ellos ha trazado Gabriel y Galán). Precisamente para ellos y con ellos ha trazado Jesús un camino de felicidad. Éstos son sus santos, sus bienaventurados:
¡Felices vosotros, los pobres, porque es vuestro el reino de Dios,
felices los que ahora estáis hambrientos, porque habéis de ser saciados,
felices los que ahora lloráis, porque vosotros reiréis! (Lc 6, 20-21).
Lógicamente, en ese contexto se hacen necesarias las antítesis o malaventuranzas, que no han de entenderse en sentido general abstracto, sino en el panorama concreto de la vida de los hombres y mujeres de su tiempo, en Galilea: «Pero, ¡ay de vosotros los ricos, porque ya habéis recibido el consuelo! ¡ay de vosotros los ahora saciados…» ! (Lc 6, 24-25). Al anverso de la santidad de los pobres‒hambrientos está la maldición de los ricos‒saciados, que van creando su propio infierno en la tierra.
- La primera bienaventuranza es la más general, tanto por el sujeto (pobres: todos los oprimidos, tristes y/o enfermos del mundo) como por el predicado (se les ofrece el reino, el mundo nuevo). Al decir bienaventurados los pobres, Jesús hace una elección: los privilegiados de Dios son precisamente el desecho de la tierra. De esa forma descubre y suscita suscita un camino de vida no sólo para ellos (¡que han de ser felices en su radical pobreza!), sino para todos los humanos y mujeres en especial los más dotados han de hacerse con él servidores de los pobres.
- Esa bienaventuranza primera se divide luego de manera que aparecen por un lado los hambrientos (pobreza más económica) y por otros los llorosos (pobreza más psíquica). La carencia toma así un sentido universal: Pobres, hambrientos, sufrientes… Ellos son para Jesús los privilegiados de Dios, santos del cielo en la tierra, porque pueden descubrir la vida como don de gratuidad, como experiencia de búsqueda y camino, desde la pobreza y el hambre, en un camino abierto para todos, en esperanza.
- De manera correspondiente, el reino (es decir, la bienaventuranza) aparece también en dos señales: es hartura (más económica) para los pobres y hambrientos, y es felicidad (más anímica) para los que lloran. Es evidente que allí donde se escucha la palabra de gracia de estas bienaventuranzas de Jesús la vida humana debe convertirse en expansión (explosión) de fuerte gracia: llevar hartura donde hay hambre, felicidad donde se esconde y triunfa la desdicha.
- Si se unen con las malaventuranzas (ay de vosotros los ricos…) las bienaventuranzas expresan una enseñanza y experiencia que proviene también del Antiguo Testamento y que ha sido recogida en el Magníficat o canto de la Madre de Jesús: Derriba del trono a los poderosos; a los ricos los despide vacíos, da de comer a los hambrientos…(Lc 1, 46-55). Ellas nos sitúan ante la inversión final, ante el Dios de la justicia mesiánica, que transforma las suertes de los hombres…, diciendo que los “ricos” corren el riesgo de perderse en la riqueza (destruyendo por otra parte la vida de los mientras éstos, los pobres, pueden descubrir y cultivar la gratuidad). En esa línea, ro, leídas desde el conjunto de la vida y mensaje Jesús, ellas proclaman una enseñanza mesiánica universal, centrada en el descubrimiento del valor más hondo de la vida, desde la misma pobreza y sufrimiento de la historia.
- Éstas no son las bienaventuranzas del rico propietario varón del “Ama”, con tierra, criados, mujer buena…, sino las del ser humano como tal, varón o mujer, especialmente de los pobres, descubridores de la vida como gracia. Los ricos corren el riesgo de perderé en su riqueza, en su poder… (y en su forma de oprimir a los pobres). Los pobres en cambio (los hambrientos, los que sufren) puede descubrir y cultivar el sentido (la grandeza) de su vida como don de gracia, en una sociedad injusta (como era Galilea en tiempos de Jesús), en un mundo de riquezas que pueden convertir a los hombres en “seres rapaces” y egoístas, que divinizan su propio dinero.
DESARROLLO TEOLÓGICO Y ECLESIAL (MATEO 5, 3‒11)
Introducción
Lc 6, 20‒21 había recogido con toda su fuerza el programa de santidad (bienaventuranza) de Jesús partiendo de los pobres y hambrientos, capaces de descubrir el más hondo tesoro de la vida (que es la gratuidad, la felicidad, la fraternidad…). Pues bien, Mateo ha desarrollado desde su propia Iglesia ese programa general de Jesús, partiendo de dos tipos de personas y bienaventuranzas:
(a) La bienaventuranza de los que sufren, los más pobres. Así siguen en su fondo los que los hambrientos y pobres “materiales”, pero Mateo pone de relieve el valor redentor/transformador de la pobreza y del sufrimiento (en sentido evangélico, no masoquista ni pasivo).
(b) La bienaventuranza de los que ayudan a los pobres, desde una perspectiva evangélica, abierta a todos los hombres…y mujeres. De esa forma el “terrateniente” de Gabriel y Galán, simbolizado en el marido del “Ama”, ha de volverse un hombre de comunión radical, en apertura a todos los hombres. Así lo indican las bienaventuranzas o proclamas de santidad de Jesús:
Mt 5, 3 Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
4 Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.
5 Dichosos los mansos, porque ellos heredarán la tierra.
6 Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
7 Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
8 Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
9 Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.
10 Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
11 Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. 12 Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo, pues así persiguieron a los profetas antes de vosotros (Mt 5, 1-12).
(Las reflexiones que siguen están tomadas de mi comentario de Mateo. Siga leyendo quien quiera y tenga tiempo. El tema principal del día, los santos de las bienaventuranzas, ha quedado formuladas ya en las páginas anteriores).
El evangelio de Jesús retoma y reformula de un modo solemne el tema de los “santos de Jesús” (bienaventurados, felices…), hombres y mujeres de su Reino. Éstos son los protagonistas de la fiesta de Todos los Santos (1.11.2019).
(1) Dichosos los pobres de Espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos (5, 3)
El pobre (ptôjos) al que alude aquí Jesús sigue siendo como en Lc 6, 20 aquel que no tiene posesiones, el pordiosero o mendigo, que sólo puede vivir de limosnas (cf. Luke 14,13.21; 16,20,22). En principio, esos pobres pueden ser personas “de mala fama”; no se puede hablar por tanto de “pobres espirituales”, llenos de riquezas interiores (como suele decirse de los anawim del judaísmo tardío). Son por tanto, aquellos que carecen de todo, de manera que sólo pueden vivir de la ayuda a sostén de los demás, es decir, como mendigos.
Lc 6, 20 decía simplemente “pobres” (ptôjoi) sin matizaciones. Mateo, en cambio, ha añadido “de espíritu”. Con eso no niega su pobreza “material”, sino que la matiza desde una perspectiva cristiana, en dos posibles líneas. La pobreza cristiana no consiste simplemente en “no tener”, sino en asumir un camino de desprendimiento, al servicio del amor de Dios y los demás.
‒ Por voluntad. Pobres de espíritu (con dativo de opción) serían aquellos que no se limitan simplemente a sufrir una suerte que les viene dada desde fuera sino los que, pudiendo ser ricos, asumen voluntariamente un camino de pobreza, por solidaridad, al servicio de los demás (cf. 2 Cor 8, 9; Flp 2, 6-11). Jesús no ha querido ayudar a los humanos por arriba, desde fuera, sino desde la misma situación en que se encuentran, encarnándose en su historia. Así aparece como el siervo que no grita, no se ensalza, no esclaviza; desde la misma pequeñez del mundo ayuda a los pequeños (cf. Mt 12, 15-21), apareciendo así como “pobre voluntario”. En esa línea se situaría nuestro texto, que no ha negado la bienaventuranza de los pobres por necesidad (cf. Mt 18, 1-14), pero ha querido destacar de un modo especial la opción por la pobreza, dentro de la Iglesia, pues en ella sólo pueden construir activamente el Reino y hablar de paz aquellos que aceptan voluntariamente la pobreza, dando todo lo que tienen a los pobres (cf. 19, 21) y no toman el camino de los ricos-saciados-satisfechos, que es propio del contexto social marcado por los ideales del Imperio romano.
‒ En espíritu (tô pneumati). Sin negar el posible sentido anterior de la palabra, parece preferible entender tô pneumati como un “dativo de relación”: Se trataría no sólo de aquellos que son pobres en sentido material, sino (y sobre todo) en el plano del espíritu entendido en el sentido de conocimiento o de instrucción. En ese sentido son pobres los que no saben, no entienden, no logran penetrar en los grandes “secretos” de la interpretación rabínica de la ley, y que, a diferencia de los escribas y fariseos (y de los sabios y entendidos de 11, 25) son como mendigos espirituales De ordinario, éstos son pobre “materiales” (mendigos, sin posesiones ni trabajo), pero, al mismo tiempo, en parte a consecuencia de lo anterior, son pobres de mente, de conocimiento.
Ciertamente, Mateo puede hablar de los pobres de espíritu en sentido activo, esto es, de aquellos que, en vez optar por la riqueza, toman voluntariamente un camino de pobreza, por solidaridad y por servicio a los demás, como Jesús, que, pudiendo haberse puesto al lado de los vencedores, se unió a los pobres, iniciando con ellos un camino de salvación. Esta bienaventuranza nos pone ante Jesús, el siervo que no grita, no se ensalza, no esclaviza (cf. Mt 12, 15.21), sino que inician un camino de solidaridad, que se abre al Reino desde la opción por pobreza.
Pero en el conjunto de Mateo parece más probable el otro sentido de pobreza, que no se toma simplemente como una carencia material de bienes, sino como una carencia mental, intelectual, social. Pobres de espíritu son los simples, los tontos, los locos, aquellos que son doblemente marginados, no sólo por su carencia material (son mendigos), sino, y sobre todo, por su carencia mental, humana.
(2) Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados (Mt 5, 4)
Con los pobres se vinculan los que lloran. Lc 6, 21 dice los que lloran (klaiontes)- destacando quizá más el llanto físico, en sentido extenso, por cualquier causa que sea, el llanto que se expresa en forma de lamentación amarga (cf. Mt 2, 18; 26, 75) o grito fuerte (en la línea de la pobreza material). Mateo, en cambio, dice, hoi penthountes, término que podría referirse más en concreto a los que “saben” sufrir o, mejor aún, a los que aceptan el dolor de un modo penitencial, como forma de purificación, en la línea del ayuno (cf. 9, 15). En esa perspectiva, Mc 16, 10 habla de los que hacían luto y lloraban de un modo penitencial de por la muerte de Jesús.
Ciertamente, podemos y debemos decir con el texto de Lucas, que son bienaventurados todos los que lloran, por la razón que fuere, sin distinguir la forma en que asumen o no su sufrimiento. Mateo en cambio parece haber insinuado el valor de maduración e incluso de purificación que tiene el sufrimiento. Sólo aquellos que, quizá con miedo, saben aceptar el dolor pueden ayudar a los demás, abriendo con ellos y para ellos un camino de vida. Quien no sabe sufrir termina haciendo sufrir a los demás (por hambre o terror, por guerra o dictadura) no podrá ser hombre de paz. Sólo aquellos que se ponen en el lugar de los que sufren y sufren con ellos pueden iniciar el camino de paz del evangelio.
De todas formas, quizá esos penthounes no son sólo a los que lloran de un modo catártico, aceptando el dolor como principio de purificación, sino todos los que se lamentan y gimen, por la razón que fuere, lo mismo que klaiontes de Lucas. No se trata, pues, de un llanto “religioso”, como a veces se ha dicho, interpretado incluso a veces como “don de lágrimas”, sino del llanto que brota de la necesidad humana, en sus diversas formas. En ese contexto la Biblia recuerda el clamor y llanto de los hebreos oprimidos en Egipto, que Dios escuchó, disponiéndose a liberarles, de un modo que no fue simplemente espiritual, sino integral, sacándoles de Egipto (Ex 2, 23-25).
En una línea semejante se sitúa la respuesta en pasivo de esta bienaventuranza “porque ellos serán consolados” (paraklethesontai), un verbo de la misma raíz que el paracletos, es decir, del Espíritu Santo “consolador” (cf Jn 14,16.26; 15,26; 16,7) conforme a un tema que aparece en Mt 10, 19-20 donde se supone que el Espíritu Santo consolará a los perseguidos. Se tratará, sin duda, de un consuelo espiritual, pero también integral, como el de Ex 2.
(3) Dichosos los mansos, porque ellos heredarán la tierra (Mt 5, 5)
Ésta es una bienaventuranza nueva (sin paralelo en Lucas), que Mateo o su iglesia han creado, siguiendo el testimonio de Jesús, que ha sido pobre y manso (sin poder económico o social), pero que ha sabido elevar y enriquecer a los pequeños, convirtiendo su pobreza en fuente de gracia y vida para muchos. En esa línea, son mansos son los que actúan sin imponerse, los que ayudan a los demás desde su pobreza. Así ha dicho Jesús: «Acercaos a mí todos los que estáis rendidos y abrumamos, que yo os daré respiro. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde…» (Mt 11, 28-29). Así aparece Jesús expresamente como “manso” cuando entra en Jerusalén, montado en un asno, de manera pacífica, no violenta, para tomar la ciudad, para extender en ella su mesianismo.
Pues bien, esa bienaventuranza (tomada del Salmo 37, 11), expresa una experiencia radical, de tipo político: los mansos (que son los anawim, los que no se imponen por la fuerza) heredarán la tierra”, no al modo actual (por violencia), sino al modo de Dios: por herencia de gracia. Esta palabra (los mansos heredarán la tierra) abre una utopía de pacificación, que va en contra de todos los principios y tácticas de guerra. Sólo los mansos, los que renuncian a la imposición militar para “conquistar la tierra” podrán poseerla de verdad, pues la tierra no se conquista, sino que se recibe de aquellos que nos han precedido, para regalarla y compartirla con aquellos que nos sigan o esta a nuestro lado. La tierra que se conquista y somete por fuerza se vuelve un infierno de guerra y destrucción: cuanto más la dominemos más la estropeamos. Sólo los mansos podrán heredar y compartir la tierra. Los otros, los violentos, la destruyen y se destruyen a sí mismos.
Ésta es una bienaventuranza cristológica, que describe a Jesús como pobre y pequeño (sin respaldo económico, sin poder sobre el mundo), presentándole, al mismo tiempo, como alguien que eleva y enriquece a los pequeños: su pobreza es fuente de gracia y riqueza para los hambrientos, enfermos y oprimidos. Es pobre ayudando a los pobres, no por su grandeza sino desde su misma pequeñez. Ésta es una bienaventuranza social, que retoma y replantea desde Jesús la experiencia radical del Antiguo Testamento, siguiendo el tema anterior del llanto de los oprimidos en Egipto, a los que Yahvé respondió sacándoles de la esclavitud. Pues bien, ahora se completa ese motivo con el tema de la entrada y posesión de la tierra, que no se consigue con las armas, sino con gesto social de profunda mansedumbre activa.
(4) Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados (5, 6)
En vez de hambrientos sin más (como Lc 6, 21), Mateo dice hambrientos y sedientos de justicia Ciertamente, Mateo sabe que han de ser dichosos los carentes de comida, como supone Mt 25, 31-46 (pues el mismo Jesús habita y sufre en ellos), pero, como indica ese pasaje, él sabe también que hay hambrientos mesiánicos, que entregan la vida por los otros, dando de comer a los necesitados, buscando así la justicia de Dios que es la liberación de los oprimidos (Israel) y la justificación y perdón de los pecadores (Pablo).
Del hambre física se ocupa Mateo en 4:2; 12,1.3; 21,18; 25.35.37.42.44. De la sed física trata en 25,35.37.42.44, pero ella recibe con frecuencia un sentido figurado, como expresión de un deseo fuerte, de una necesidad intensa de algo. Pues bien, aquí se unen ambas necesidades, como en 25, 31-46, pero no en sentido de necesidad material (necesidad de recibir), sino de donación y entrega. En esa línea, los bienaventurados son aquellos que desean intensamente el establecimiento de la justicia (3, 15).
Esta bienaventuranza habla de los hambrientos creativos, de aquellos que habiendo descubierto la presencia de Dios en los necesitados se empeñan en ponerse a su servicio, desde abajo, en comunión con ellos, no ayudándoles simplemente desde arriba. Ellos son los verdaderos portadores de la justicia de Dios (cf. Mt 25, 37), y entre ellos destaca Jesús, Mesías del reino (cf. Mt 6, 33). En este contexto se entiende la respuesta de Jesús al Diablo: no sólo de pan vive el hombre (cf. Mt 4, 4), sino también de hambre de justicia, que se expresa en la liberación de los pobres. Jesús mismo aparece así como hambriento de la justicia, y así dirá pronto a sus seguidores que su justicia ha de elevarse por encima de un tipo de legal propia de los escribas y fariseos, pues de lo contrario no entrarán en el Reino de los cielos.
(5) Dichosos los misericordiosos, porque ellos recibirán misericordia (Mt 5, 7)
Los misericordiosos aparecen vinculados al Dios de Israel, a quien la Escritura presenta como «clemente y misericordioso, lento a la ira…» (Ex 34, 6-7). La fe en ese Dios misericordioso y clemente ha definido y marcado la historia de Israel, viniendo a culminar, según el evangelio, en Jesús de Nazaret, a quien Mateo ha definido, de un modo muy intenso, como Mesías misericordioso, Hijo de David que tiene piedad de los perdidos y excluidos (cf. Mt 9, 27; 25, 22; 20, 30-31).
Desde ese fondo expone Jesús su novedad mesiánica, según el mensaje de ya clásico de Oseas: “Misericordia quiero y no sacrificios” (Mt 9, 13; 12,17; cf. Os 6, 6). Éste es el “sacrificio” que Jesús pide a los suyos: que sean misericordiosos, capaces de compartir la vida con los otros, creando así espacios de paz. Desde ese fondo, la religión se hace política y la política se hace “misericordia”, dirigida por la ternura y el amor gratuito, y no por la dureza de la ley implacable o la venganza.
De esa manera se expresa la dicha más honda de Jesús, su felicidad mesiánica, que consiste en ser eleemones, es decir, en ayudar a los pobres y acompañar a los necesitados, teniendo misericordia de todos. Ésta es la nota fundante del evangelio, el principio de toda política y acción cristiana, por encima de toda posible ley impersonal, la acción de la misericordia que humaniza a los hombres y crea la paz. Éste es el motivo central que Mateo ha retomado en su discusión final con los escribas y fariseos, a quienes acusa de obsesionarse por pequeñas cosas (diezmos), olvidando lo central de la misma ley, que es la justicia, la misericordia y la fidelidad (23, 23).
(6) Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5, 8)
La limpieza constituye una experiencia esencial del judaísmo, que quiere oponerse a mancha que destruye al humano, en plano social y/o material (alimentos, contacto con cosas impuras etc.). La limpieza básica se logra través de la ley: es pureza de manos que se lavan de acuerdo con el rito, de observancias que se cumplen realizando lo mandado, en vestidos y comidas etc. Pues bien, frente a la pureza de una ley puesta al servicio de los fuertes (piadosos y cumplidores), Jesús ha situado la pureza del corazón, abierta en forma solidaria a todos los humanos, especialmente a los expulsados del sistema. En el centro del mensaje de Jesús ha estado, como ha puesto de relieve el evangelio Marcos, la urgencia por superar el sistema de purezas judías, en plano de lepra y sábado (cf. Mc 1, 40-45; 2, 23‒3, 6), tabúes de sangre y sexo (cf. Mc 5) o limpieza externa y comidas (cf. Mc 7).
También Mateo ha insistido en el tema de la limpieza, al menos en dos contextos fundamentales. (a) El contexto de la lepra, entendida como impureza; así dice Jesús al leproso katharistheti, queda limpio (8, 3), y a sus discípulos les dic e que curen (limpien) a los leprosos (10, 8), expresando el sentido más hondo de su obra: “los leprosos quedan limpios” (11, 5). La forma de interpretar y expandir la limpieza ha distinguido a Jesús de los escribas y fariseos, que se ocupan más de la limpieza externa de sepulcros y de utensilios de cocina que de la limpieza interior (cf. 23, 25-26). En esa línea se sitúa y culmina esta bienaventuranza de los limpios de corazón.
Un tipo de judaísmo bastante extendido en tiempos de Jesús (¡no en todos los judíos, ni en los más significativos) parecía insistir en aquello que mancha al hombre por fuera, y así puede separarle de la santidad de Dios, en la línea de una pureza de manos que se lavan según rito, de unas observancia que se cumplen según lo mandado etc. Ese judaísmo (muchas veces retomado en un tipo de cristianismo) podía convertirse en religión de normas exteriores (prestigios nacionales o sociales, insignias, banderas…).
Pues bien, en contra de esa pureza de ley, al servicio de los fuertes (piadosos y cumplidores), ha destacado Jesús la pureza del corazón que se abre en forma solidaria a todos, especialmente a los expulsados del sistema social y/o religioso. Él viene a presentarse de esa forma como el limpio por excelencia, pero en otro nivel, en el nivel del corazón misericordioso que se abre a los necesitados. Mt elabora así la cristología de la pureza mesiánica, hecha de cercanía de corazón, superando todo juicio, en apertura hacia los necesitados. Sólo en este contexto se revela el Dios cristiano: “ellos verán a Dios”.
Jesús quiso ofrecer a sus amigos y seguidores el camino de pureza del corazón misericordioso, que se abre a los necesitados, por encima de toda ley o patria particular (de tipo político o religioso), pues su patria (su nación o iglesia) es la misericordia universal, desde los más pobres. Sólo así se inicia un camino de paz, pues los limpios de corazón no sólo “verán a Dios” (en el futuro), sino que pueden mirar ya a los demás (incluso a los enemigos) con los ojos de Dios. En ese sentido, al afirmar que “verán a Dios”, se está diciendo que los limpios serán admitidos en la intimidad de Dios, como los miembros de la corte “ven sin cesar al Rey”, o los ángeles de los niños que “ven” (con ble,pousi) el rostro del Padre. Eso significa que la forma de vincularse a Dios es la pureza de corazón.
(7) Dichosos los constructores de paz, porque serán llamados hijos de Dios (Mt 5, 9).
Otros tipos de judaísmo podían tener sus propios bienaventurados: guerreros de Dios que conquistan un reino (celotas), buenos sacerdotes con su ritual de sacrificios, cumplidores de la ley… (en línea farisea). Pues bien, para Jesús, judío mesiánico, la bienaventuranza verdadera culmina allí donde los hombres se hacen y son hacedores de paz, para construir de esa manera el Reino,
Entre los pobres de la primera y los hacedores de paz de esta séptima bienaventuranza discurre un camino constante, eso que pudiéramos llamar la Via Pacis de la plenitud mesiánica, que se distingue no sólo a otras formas particulares de paz judía, sino especialmente de la paz romana, centrada en la victoria militar del imperio. De esa manera culmina el mensaje de Jesús, aquí se condensa su proyecto, centrado en el surgimiento de unos hombres y mujeres que sean hacedores de paz (eirenopoioi),
Estos hacedores de paz son los “portadores” de la victoria de Jesús, que no es victoria contra nadie, ni imposición sobre ninguno (como en el imperio romano), sino victoria de la paz para todos, empezando por los pobres, los hambrientos, los mansos.
La verdadera paz viene de abajo, desde el perdón de los más pobres, a través de aquellos que van suscitando comunidades de personas que se aman y se abren en misericordia activa hacia los demás. En ese sentido, la tradición cristiana dirá que el pacificador por excelencia ha sido Cristo (él es nuestra paz: Ef 2, 14-15), pues ha querido reunir con su gesto de entrega no violenta a todos los hombres.
Pues bien, estos hacedores de paz de la bienaventuranza de Jesús se identifican en el fondo con el mismo Jesús, a quien Col 1, 20 presenta como el “redentor”, es decir, como aquel que ha reconciliado consigo todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, con su propia entrega. Pues bien, Mt 5, 9 identifica en el fondo a los cristianos con Jesús, que ha sido aquel que ha reconciliado y pacificado el universo. Ciertamente, el programa y camino de evangelio de Mateo no se identifica sin más con el de Colosenses, pero, como seguiremos viendo, hay un vínculo profundo que relaciona a Mateo con estas dos cartas de la escuela paulina (Col y Ef), aunque en línea más evangélica que cósmica.
Éste es el proyecto y propuesta de las bienaventuranzas, que ha empezado en los pobres para culminar aquí, en una paz que aparece, como ya hemos indicado, en forma de espada mesiánica, en la línea de Mc 13, 12-13: “No penséis que he venido para traer paz a la tierra. No he venido para traer paz, sino espada. Porque yo he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre y a la nuera contra su suegra” (Mt 10, 34-35). La paz de Jesús rompe las vinculaciones impositivas (de tipo familiar o social) de los privilegiados del sistema para abrirse a todos los hombres y mujeres, desde los más pobres, reuniéndolos en la gran familia de los hijos de Dios.
La Iglesia de Mateo ha proclamado así la paz familiar y social de Jesús. Siglos de espiritualismo sacral e idealista nos han impedido abrir los ojos y entender el evangelio como programa de gozo salvador y libertad dichosa, como movimiento de paz que se expresa y expande en un plano social y político. El evangelio es un programa de pacificación, desde los más pobres, un programa intenso de no-violencia activa, fuerte, que vincula a todos los hombres. Hemos identificado a veces evangelio con ley, santidad con sacralidad, fidelidad a Dios con represión del sexo o los placeres. Pues bien, en contra de eso, las bienaventuranzas son un programa de dicha política y social, capaz de vincular en un gesto de paz a todos los hombres
8. Dichosos los perseguidos por la justicia (Mc 5, 10-12)
Las bienaventuranzas de Mt 5, 3-12 definen el mensaje de Jesús como anuncio de gozo (¡bienaventurados!) en medio de la dificultad del mundo (en pobreza, llanto…), y abren para los creyentes un camino de fidelidad, pues ellos han de responder en mansedumbre, limpieza de corazón, misericordia… . El que sigue a Jesús ha de “saber sufrir”, descubriendo y cultivando el gozo del reino en el fondo de ese mismo sufrimiento, que al fin se vincula a la persecución por causa de Jesús, como indican los tres últimos versículos:
5, 10 Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. 11Bienaventurados seréis cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. 12Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo, pues así persiguieron a los profetas antes de vosotros (Mt 5, 10-12).
Esta bienaventuranza de los perseguidos “por causa de la justicia” retoma el motivo de 5, 6, en la que se hablaba de los que tienen hambre y sed de justicia, identificando así la justicia con el proyecto de Jesús (¡bienaventurados cuando os persigan por mi causa…!) y el de los profetas (así les persiguieron antaño. Así se puede trazar una historia en tres tiempos. (a): El primero ha sido la persecución de los profetas, una experiencia judía, desarrollada por la tradición deuteronomista, que los cristianos han asumido, sintiéndose vinculados a ella. (b) El segundo ha sido la persecución y muerte de Jesús, que desarrollará extensamente el evangelio. (c) En tercer lugar viene la bienaventuranza de aquellos que son perseguidos porque siguen a Jesús y buscan la justicia de Dios que es la llegada de su reino.
Jesús no aparece así sólo como alguien que ha sido perseguido (ha muerto) por la justicia, sino que él se identifica con la justicia de Dios, de tal manera que los perseguidos por Jesús se identifican con los perseguidos por la justicia. De esa manera vincula Mateo el mensaje de Jesús (proclamación de la justicia) y su persona. Lógicamente, la persecución cristológica (por mí causa) resulta inseparable de la persecución por la justicia, es decir, por la expansión del evangelio, de tal manera que la persecución mesiánica (por Cristo y su justicia) se identifica con la felicidad más alta de la vida, con el descubrimiento y despliegue de un bienaventuranza superior. De esa forma se vincula la causa de Jesús (es decir, su evangelio) con la causa de sus seguidores, que han de vivir en gesto de transparencia y gratuidad, en contra del sistema que pretende mantenerse por la fuerza. Resulta lógico que sean rechazados (perseguidos) por aquellos que viven del sistema.
Con Jesús han de aceptar el sufrimiento también los suyos, siendo perseguidos y descubriendo en la misma persecución la felicidad más alta de la vida. Lo que pide Jesús o lo que ofrecen sus creyentes en la iglesia no es ningún tipo de masoquismo, sino la felicidad perfecta. En esta bienaventuranza emerge un Jesús dichoso, que sabe dar la vida sin victimismo. No busca el dolor por el dolor, no se goza en la desdicha, sino todo lo contrario. Pero de tal forma le llena el amor del reino que es capaz de sufrir gozosamente, para bien de los demás, dejándose matar antes que traicionar su camino de dicha y felicidad.
Conclusión
El camino de Jesús viene a presentarse así como itinerario de dicha, es decir, una guía de felicidad (en la línea de lo que Gabriel y Galán llamaba “la dicha más perfecta”, pero en otro sentido. Entendidas así, las bienaventuranzas son palabra paradójica, mensaje de reino, de manera que en ellas todo es gracia; pero, al mismo tiempo, todo es fuerte exigencia de transformación, tanto a nivel social como individual. Son voz de gracia, don de Dios, pero, al mismo tiempo, incluyen una exigencia poderosa:
– Son palabra teológica: reflejan y actualizan la experiencia de Jesús. El Dios que actúa en ellas no es alguien que se “echaba de menos”, sino, al contrario, alguien a quien echamos de más, pues nos enriquece por dentro, superando nuestras viejas seguridades y ofreciéndonos el don de su vida amorosamente nueva: gozosa, exigente, desbordada en amor hasta en la muerte.
– Son palabra cristológica. Revelando a Dios, ellas dibujan los rasgos de Jesús. No son articulado de una ley antigua o nueva, ni principio ontológico absoluto, sino “prueba” y camino de Cristo. Sin el mensaje y vida, sin la pascua y presencia de Cristo, ellas se vuelven ilusión mentirosa. Miradas y vividas desde Cristo ellas se vuelven la primera de las cristologías.
– Son palabra eclesial y antropológica. Son la expresión del nuevo ser humano, fundado en Cristo, abierto hacia su gracia…. Son la verdad más honda del mensaje y de la vida de la iglesia que quiere conformarse a partir de ellas como encarnación histórica de la gracia de Cristo.
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