Del blog de Xabier Pikaza:
Cielo de Jesús
La dicha más perfecta: pobres, hambrientos, los que lloran
La iglesia celebra hoy el día de Todos los santos, y muchos piensan que se trata de los bienaventurados del “cielo” (canonizados o no), conforme a la primera lectura de la misa: Ap 7,2-4.9-14). Pero está es la fiesta de todos los santos de las bienaventuranzas , canonizados por Jesús, aquí en la tierra, según el evangelio de este día (Mt 5, 3‒10).
En esa línea empezaré evocando la “dicha más perfecta”, conforme al mensaje de un poeta salmantino, que ejerció de maestro e hidalgo campesino al norte de Extremadura, y se llamaba Gabriel y Galán. De su mano pasaré, por contrapunto, a la “dicha aún más de las bienaventuranzas de Jesús”, que son el argumento y camino de la santidad cristiana, que hoy, 1 del 11, celebramos como Iglesia.
GABRIEL Y GALÁN, LA DICHA MÁS PERFECTA
Así propuso la bienaventuranza del hombre‒varón rico (en una línea de AT y de cultura greco/latina), José M. Gabriel y Galán (1870‒1905), poeta salmantino, afincado en la Alta Extremadura:
Yo aprendí en el hogar en qué se funda la dicha más perfecta,
y para hacerla mía quise yo ser como mi padre era
y busqué una mujer como mi madre entre las hijas de mi hidalga tierra.
Y fui como mi padre, y fue mi esposa viviente imagen de la madre muerta…
(El Ama, texto completo ).
Ésta es una dicha/bienaventuranza de varón y patriarca de un hogar “perfecto”, una casa rica, con padres ejemplares, donde el hijo dichoso (varón) retoma el camino de su padre, con una mujer como su madre, en armonía de hogar que debería repetirse por generaciones y generaciones (en la línea de Gen 2, 24). En el hogar de una buena familia se expresa la primera bienaventuranzade un varón casado con la mujer perfecta, santa y trabajadora, piadosa y fecunda; en una familia rica en posesiones (tierras de cultivo y pastoreo) y en servidumbre de criados.
- Ésta es la dicha/bienaventuranza de un varón propietario de casa abundante, criadas y criados, agricultores y pastores (caberos, ovejeros, vaqueros…). Ésta es la dicha/riqueza de un buen terrateniente, que gobierna de un modo “paternal” (con la ayuda de su esposa buena) la hacienda familiar, con servidores, campos y rebaños (como Job antes de ser “tocado” por la mano siniestra de la desventura).
- Esta es la dicha/bienaventuranza de un varón rico (paternal, patriarca, gran señor…), con su familia extensa (mujer, hijos, criados…), en un campo entendido como equilibrio de la vida. Es la armonía de la naturaleza, con tierras de labor, con mieses y hortalizas, con dehesas de animales…; ésta es la bienaventuranza de las estaciones que se van sucediendo, con las fuertes labores de la siembra, la cosecha, y los rebaños…
- Es la dicha/bienaventuranza de una mujer tomada “de entre las hijas de la hidalga tierra”, una mujer rica (hija de algo, propietaria de tierras que gobierna su marido. Ella, esa mujer, le ha venido al hombre con su dote de hidalguía (tierra ricas) y su felicidad, en la armonía de un hogar sagrado (jerárquico), bien asegurado de trabajo y posesiones.
CONTRAPUNTO. LOS BIENAVENTURADOS/SANTOS DE JESÚS (LC 6, 21‒22)
Gabriel y Galán nos situaba ante la bienaventuranza de los “hidalgos” (ricos) de la tradición clásica, desde el AT de Israel, pasando por Grecia y Roma. Bienaventurado/dichoso es aquí el propietario/hidalgo, dueño de una extensa hacienda, con campos y rebaños, con mujer dichosa (=fuerte trabajadora), llena de piedad hacia los sirvientes.
Pues bien, de pronto, pasando a Jesús descubrimos que sus bienaventurados (con la dicha más perfecta) no son la de los ricos varones hidalgos (o casados con hidalgas, como Gabriel y Galán), sino más bien los pobres, que no tienen casa, ni hidalguía material (quizá ni familia), sino que viven en el límite del hambre, pordioseros (ptôjoi), mendigos, sin familia, sufrientes de campos y caminos
El hombre‒varón de la “dicha más perfecta” de Gabriel y Galán vivía en la casa, gran hacienda, que él administraba con su esposa. Por el contrario, los dichosos del evangelio son mendigos de la vida, sin más riqueza que su necesidad y sufrimiento. Jesús salió a los campos duros de la vida y allí los encontró en las aldeas, poblaciones y caminos (fuera del templo y los palacios), llamándoles y haciéndoles santos, es decir, bienaventurados. Estos son los protagonistas de esta fiesta de Todos los Santos (1. 11. 19)
Los dichosos de Jesús no son “amos o amas”, señores de mando, hidalgos de estirpe o de tierra, sino ptôjoi, pobres abandonados de la vida, víctimas de la hidalguía y riqueza de los amos/amas (a pesar de la imagen utópica que de ellos ha trazado Gabriel y Galán). Precisamente para ellos y con ellos ha trazado Jesús un camino de felicidad. Éstos son sus santos, sus bienaventurados:
¡Felices vosotros, los pobres, porque es vuestro el reino de Dios,
felices los que ahora estáis hambrientos, porque habéis de ser saciados,
felices los que ahora lloráis, porque vosotros reiréis! (Lc 6, 20-21).
Lógicamente, en ese contexto se hacen necesarias las antítesis o malaventuranzas, que no han de entenderse en sentido general abstracto, sino en el panorama concreto de la vida de los hombres y mujeres de su tiempo, en Galilea: «Pero, ¡ay de vosotros los ricos, porque ya habéis recibido el consuelo! ¡ay de vosotros los ahora saciados…» ! (Lc 6, 24-25). Al anverso de la santidad de los pobres‒hambrientos está la maldición de los ricos‒saciados, que van creando su propio infierno en la tierra.
- La primera bienaventuranza es la más general, tanto por el sujeto (pobres: todos los oprimidos, tristes y/o enfermos del mundo) como por el predicado (se les ofrece el reino, el mundo nuevo). Al decir bienaventurados los pobres, Jesús hace una elección: los privilegiados de Dios son precisamente el desecho de la tierra. De esa forma descubre y suscita suscita un camino de vida no sólo para ellos (¡que han de ser felices en su radical pobreza!), sino para todos los humanos y mujeres en especial los más dotados han de hacerse con él servidores de los pobres.
- Esa bienaventuranza primera se divide luego de manera que aparecen por un lado los hambrientos (pobreza más económica) y por otros los llorosos (pobreza más psíquica). La carencia toma así un sentido universal: Pobres, hambrientos, sufrientes… Ellos son para Jesús los privilegiados de Dios, santos del cielo en la tierra, porque pueden descubrir la vida como don de gratuidad, como experiencia de búsqueda y camino, desde la pobreza y el hambre, en un camino abierto para todos, en esperanza.
- De manera correspondiente, el reino (es decir, la bienaventuranza) aparece también en dos señales: es hartura (más económica) para los pobres y hambrientos, y es felicidad (más anímica) para los que lloran. Es evidente que allí donde se escucha la palabra de gracia de estas bienaventuranzas de Jesús la vida humana debe convertirse en expansión (explosión) de fuerte gracia: llevar hartura donde hay hambre, felicidad donde se esconde y triunfa la desdicha.
- Si se unen con las malaventuranzas (ay de vosotros los ricos…) las bienaventuranzas expresan una enseñanza y experiencia que proviene también del Antiguo Testamento y que ha sido recogida en el Magníficat o canto de la Madre de Jesús: Derriba del trono a los poderosos; a los ricos los despide vacíos, da de comer a los hambrientos…(Lc 1, 46-55). Ellas nos sitúan ante la inversión final, ante el Dios de la justicia mesiánica, que transforma las suertes de los hombres…, diciendo que los “ricos” corren el riesgo de perderse en la riqueza (destruyendo por otra parte la vida de los mientras éstos, los pobres, pueden descubrir y cultivar la gratuidad). En esa línea, ro, leídas desde el conjunto de la vida y mensaje Jesús, ellas proclaman una enseñanza mesiánica universal, centrada en el descubrimiento del valor más hondo de la vida, desde la misma pobreza y sufrimiento de la historia.
- Éstas no son las bienaventuranzas del rico propietario varón del “Ama”, con tierra, criados, mujer buena…, sino las del ser humano como tal, varón o mujer, especialmente de los pobres, descubridores de la vida como gracia. Los ricos corren el riesgo de perderé en su riqueza, en su poder… (y en su forma de oprimir a los pobres). Los pobres en cambio (los hambrientos, los que sufren) puede descubrir y cultivar el sentido (la grandeza) de su vida como don de gracia, en una sociedad injusta (como era Galilea en tiempos de Jesús), en un mundo de riquezas que pueden convertir a los hombres en “seres rapaces” y egoístas, que divinizan su propio dinero.
DESARROLLO TEOLÓGICO Y ECLESIAL (MATEO 5, 3‒11)
Introducción
Lc 6, 20‒21 había recogido con toda su fuerza el programa de santidad (bienaventuranza) de Jesús partiendo de los pobres y hambrientos, capaces de descubrir el más hondo tesoro de la vida (que es la gratuidad, la felicidad, la fraternidad…). Pues bien, Mateo ha desarrollado desde su propia Iglesia ese programa general de Jesús, partiendo de dos tipos de personas y bienaventuranzas:
(a) La bienaventuranza de los que sufren, los más pobres. Así siguen en su fondo los que los hambrientos y pobres “materiales”, pero Mateo pone de relieve el valor redentor/transformador de la pobreza y del sufrimiento (en sentido evangélico, no masoquista ni pasivo).
(b) La bienaventuranza de los que ayudan a los pobres, desde una perspectiva evangélica, abierta a todos los hombres…y mujeres. De esa forma el “terrateniente” de Gabriel y Galán, simbolizado en el marido del “Ama”, ha de volverse un hombre de comunión radical, en apertura a todos los hombres. Así lo indican las bienaventuranzas o proclamas de santidad de Jesús:
Mt 5, 3 Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
4 Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.
5 Dichosos los mansos, porque ellos heredarán la tierra.
6 Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
7 Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
8 Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
9 Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.
10 Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
11 Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. 12 Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo, pues así persiguieron a los profetas antes de vosotros (Mt 5, 1-12). Leer más…
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