Del blog de Xabier Pikaza:
Identidad e historia de los fariseos
26.10.2019
No se puede identificar a los fariseos con los judíos ni a los cristianos con los publicanos… Ambas formas de religión se han dado entre judíos y cristianos, y desde ese fondo ha de entenderse el evangelio de este domingo, que comentaré en dos partes: (a) Comento el texto de Lucas 18, 9-14. (b) Ofrezco una breve historia de los fariseos.
INTRODUCCIÓN. HUMILDAD Y VERDAD
La tradición cristiana identifica la humildad con la verdad, desde San Agustín hasta Santa Teresa. No se trata de humillarse de forma masoquista y penitencial, sino de ser lo que uno es, y de serlo en verdad, reconociéndolo ante Dios (es decir, ante sí mismo, ante los otros), viviendo de esa forma, en consecuencia.
El publicano del evangelio acepta lo que se, se reconoce en Dios, puede vivir en verdad, en sí mismo, ante los otros. Por el contrario, el fariseo, profesional de la oración, se eleva en este caso como un mentiroso: Miente ante Dios, se miente a sí mismo, y desprecia a los que él piensa que no son de su altura.
En esa línea podemos decir que ha habido infinidad de buenos “publicanos” entre los judíos, y millones de cristianos fariseos, como muestran las imágenes de Teresa publicana y la de un rabino fariseo de la línea de los buenos publicanos
Lucas 18, 9-14
En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola:
“Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano.
El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo.”
El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador. “
Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.”
COMENTARIO DEL TEXTO
El fariseo. ¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás.
El mundo se dividía en dos mitades: en una estaba él y Dios (¡que en el fondo eran lo mismo, él era Dios!); en la otra mitad están (estamos) todos los demás. Las cosas funcionan razonablemente bien, muy bien, y este fariseo se lo venía a decir a Dios, esto es, a sí mismo, en un gesto solemne de auto-glorificación, ante los ojos de todos, que nos habíamos apartado para dejarle sitio en el centro y le miraban, con miedo, recelo y envidia desde la esquinas de la columnata.
Gracias te doy, porque no soy como esos otros): ladrones, injustos, adúlteros.
Sin duda, este fariseo cumple la ley con sus mandamientos (como el buen rico del texto que sigue: Lc 18, 18-31). Pero, como sabe Pablo, una ley bien cumplida, de forma legalista, lleva a la muerte, pues termina dividiendo a los hombres entre cumplidores y no cumplidores, entre limpios y manchados (expulsando de su centro a los que no son importantes).
Los “cumplidores” pueden utilizar la ley para triunfar, imponiéndose sobre los demás, sin misericordia. Entre ellos se encuentra este fariseo, que ha venido a decirle a Dios que ha triunfado, y a darle gracias por ello.
Buena es la ley, seguiría diciendo Jesús, pero entendida como la entiende este fariseo es un arma terrible, al servicio de la propia seguridad y del desprecio de los otros.
Ésta puede ser la ley de un tipo de políticos que buscan su propia justificación a costa de los otros…, a los que echan la culpa de todo.
Ésta es la ley del “buen capitalismo” que piensa que tiene razón en lo que hace (¡y hasta paga los impuestos, con justicia “religiosa”, y financia procesiones y manifestaciones de triunfo religioso!), pero condena a la pobreza a millones de personas…
Es la ley de los jerarcas del templo que administran con buena conciencia su dinero y su memoria histórica, para condenar a los otros (¡ladrones, injustos, adúlteros…!). Entre ellos se encuentra este buen fariseo que no adultera con mujeres de otros (¡cumple la ley!), pero quizá no ama con ternura e igualdad a la suya (ni a ninguna), y que quizá “se divierte” con mujeres libres o prostitutas (¡que eso no es adulterio!), sin importarles lo que sienten, lo que piensa.
Ni como ese publicano.
La visión del publicano le confirma en la justicia y el valor de la suya. La visión del publicano le permite vivir más tranquilo, ser quien es y portarse como se porta… porque hay en el mundo publicanos y prostitutas a quieren utilizar sin remordimientos, porque son malos y se merecen lo que tienen (es decir, lo que no tienen).
Este fariseo necesita que haya publicanos, para que cobren sus impuestos y realicen sus negocios sucios, necesita (probablemente) de la prostituta (por lo menos para sus desahogos morales: para sentirse bien). En el fondo, él mismo está diciendo (sin darse cuenta de ello) que su “justicia” está montada sobre la injusticia de los otros, una injusticia que él mismo está propiciando, dentro de un sistema religioso avalado por el templo (un templo al servicio de los fariseos).
Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo.
Antes se había detenido en los mandamientos de la ley de Dios (no robar, no cometer injusticias legales, no adulterar). Ahora se fija en los mandamientos de la iglesia: ayunar, pagar el diezmo… En un sentido, es un hombre ascético (ayuna), pero el ayuno puede haberse convertido en un medio de autocontrol y de autoseguridad para dominar mejor a los demás…
Es un hombre de diezmo: contribuye al mantenimiento de “su iglesia”… y se limita a dar una pequeña limosna a los pobres, para que sigan estando ahí, como ejemplo de lo que no se debe ser, de lo que no se debe hacer. Posiblemente es un rico que paga buenos diezmos, es decir, que ofrece mucho dinero para obras sociales al servicio del sistema (no de los pobres); es el rico que mantiene la injusticia de fondo de fondo de la sociedad, dando incluso muchísimo dinero en caridades al servicio del propio orgullo, publicadas en la televisión de turno, magnificadas por los voceros y clientes. Da para sentirse bien, da para que se mantenga y consolide su sistema
El publicano se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo.
No, no podía mirar ni a la puerta del Sagrario. No miraba y, sin embargo, estaba mirando… No levantaba los ojos y, sin embargo, comprendía…Sabía que Dios es distinto y se ponía ante los ojos y las manos de ese Dios. Me costaba verle en el espejo, porque se escondía detrás de la columna, pero estaba seguro de era muy flaco, enfermizo, pero con ojos de amor. Me hubiera gustado jugar con él, pero no podía acercarme más allá del espejo… y así le seguí mirando.
Sólo se golpeaba el pecho, diciendo…
Quería despertar su corazón su corazón “a golpes”, como se hace con alguien que parece muerto, que ha tenido una parada cardiaca y vemos que el médico sacude con fuerza su pecho para que el corazón pueda latir de nuevo… Nunca he comprendido demasiado estos golpes de pecho (y así tiendo a sospechar que son falsos), pero el evangelio nos decía que los golpes de estos publicanos eran verdaderos y sinceros. Leer más…
Biblia, Espiritualidad
Ciclo C, Dios, Evangelio, Fariseo, Humildad, Jesús, Justificación, Publicano, Tiempo Ordinario
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