Cristianisme i Justicia: Dios en tiempos líquidos (I).
Toda búsqueda de espiritualidad es un hecho positivo, desde el punto de vista cristiano y humano, pero obliga a un esfuerzo de examen y autocrítica: hay unos elementos ineludibles de la teología cristiana que no pueden pasarse por alto, entre ellos el hecho de construirse desde los “últimos” de este mundo. Es a este debate el que quiere contribuir este cuaderno, fruto de la reflexión de todo un curso del seminario teológico de Cristianisme i Justícia.
UN PUNTO DE PARTIDA: LA FE NACE DE UN GRITO
–¿Qué te ha pasado en la mano?
Hacía ya un tiempo que conocía a Nasser. Siempre me había fijado en su mano, pero hasta ahora no me había atrevido a preguntarle nada. Una profunda cicatriz entre la base del dedo gordo y la muñeca. Parece como si le faltara un trozo de carne.
–¿Esto? –me contesta–. Un trozo de mi mano quedó en la valla.
Silencio. Nos miramos a los ojos. Paseamos. Y poco a poco va relatando su historia que generará mis preguntas.
Abandonó su país natal, allá en el África subsahariana porque no tenía futuro. Atravesó el desierto, como pudo. Llegó junto a la valla que separa África de España. Allí estuvo un tiempo. Esperando, durmiendo al raso, calentándose con otros compañeros que había ido conociendo en el viaje o al llegar al campamento. Hasta que una noche alguien dio el aviso. Era el momento. Salieron en silencio. Todos corriendo. Como pudieron subieron la valla.
–Muchos no lo consiguieron –me dice–. Yo sí, pero dejé allí un trozo de mano y mucha sangre.
Tenía trece años cuando saltó la valla. Luego, todo debería ser más fácil. Pero no siempre lo es. Atravesó el estrecho. Ese trozo de agua que separa el continente africano de España. Sus ojos se hundían en la inmensidad de ese mar que se había comido tantas vidas y tantas esperanzas.
–Yo miraba al fondo. Intentaba encontrar a mi familia muerta, a los amigos que se tragó el mar.
Pero no solo miraba abajo. También alzó su mirada al cielo. Buscando a ese Dios suyo, intentando encontrar respuestas en él.
Nos despedimos con un abrazo, como tantas otras veces desde que nos conocimos. Yo regreso a casa. El corazón me late más fuerte. Poco antes había estado en una charla sobre la fe. Mis seguridades se convierten ahora en preguntas… Las respuestas solo pueden estar en Nasser y en su vida. Y también en la mía.
Recuerdo cómo la fe nació de la repuesta a la petición de un Dios que había oído el grito de su pueblo y al que había que liberar. Recuerdo el grito de Jesús desamparado en la cruz y resucitado por Dios.
Recuerdo sus historias, sus narraciones desde la vida, de Él que es el rostro de la misericordia. Una misericordia solo explicable desde su proyecto de reino de Dios y desde la centralidad de los pobres.
Me miro entonces a mí, miro a mi alrededor. Miro la religión que estamos construyendo, olvidando a veces nuestro origen, olvidando las preguntas importantes, construyendo una religión burguesa que no sé si tiene mucho que ver con el Dios de Jesús de Nazaret. Quizá sería bueno escribir algo que responda a esta situación actual, para no perder el horizonte y el camino presente.
¿Qué es la salvación? No sé si para Nasser y para mí es lo mismo. En ocasiones, yo la pongo en mi persona, en mi plenitud. Él la pone en su comunidad, en su familia.
Pero creo que él acierta más. No puedo hablar de salvación sin hablar de la salvación de Nasser.
¿En qué Dios creo? Nasser levantaba sus ojos al cielo generando preguntas. Yo…, parece que me he olvidado del misterio y que tengo respuestas para todo. Pero, ante su historia, me quedo vacío. Ya sé que la respuesta es decir que Dios está ahí. Pero yo no estoy ahí. Y cuando me acerco me encuentro sin Dios, cuando ese es su sitio.
Tal vez, le he sacado de su sitio y por eso no acabo de encontrarlo, y, por eso, me creo un dios a mi imagen y semejanza.
¿En qué Cristo creo? Lo he descontextualizado tanto, he espiritualizado tanto su mensaje que ya me olvido de quién es. Y cuando me encuentro con Nasser, representante de Cristo, me encuentro desnudo. Hay que plantear esta pregunta para recuperar al Cristo de la fe, a aquel que era tan humano que solo podía ser hijo de Dios.
Y en consecuencia, ¿qué Iglesia construyo? En función del Dios en quien crea, del Cristo al que siga, de la salvación que espere, será mi iglesia. ¿Ubicada en su ser, o alejada de su realidad? ¿Preocupada más de su pose y su imagen que de su esencia verdadera?
(Relato basado en hechos reales)
INTRODUCCIÓN: UNA ESPIRITUALIDAD SITUADA
DESDE LAS VÍCTIMAS
Todo pensar –también el teológico– es un pensar situado. La pertinencia de las respuestas siempre depende del «lugar» donde provienen las preguntas. Reflexionar sobre Dios, la salvación o la espiritualidad en la cultura posmoderna exige detenerse previamente en el sujeto que hace la pregunta: ¿quiénes preguntan hoy por las cuestiones trascendentes que dan título a este cuaderno? Porque no basta con afirmar el innegable revival de la religión en nuestra sociedad secularizada para lanzarse a una actualización teológica siempre necesaria, sino que es vital reconocer el origen de la demanda para no caer en discursos tan sabidos como irrelevantes.
Las preguntas del sufrimiento no son las mismas que las preguntas de la insatisfacción. La víctima y el insatisfecho no reclaman la misma respuesta por más que ambos parezcan coincidir, al menos nominalmente, en la búsqueda de Dios, de salvación o de espiritualidad. Por eso hemos querido comenzar este cuaderno recopilatorio con el testimonio de Nasser, para anclar nuestras reflexiones en el humus del grito que reclama la respuesta urgente e inapelable de la salvación, y no en la queja descontenta de quienes pueden conformarse con el consuelo de la terapia.
En poco tiempo han aparecido entre nosotros corrientes cada vez más intensas de busca de espiritualidad.
Esa búsqueda puede ser fruto, en buena parte, del vacío y la falta de sentido que ofrece la sociedad de consumo y del cansancio, así como de la decepción ante las promesas de las pasadas revoluciones. Es una búsqueda que trasciende las fronteras de creyente o no creyente, y mantiene una relación dialéctica con las religiones: si, por un lado, molesta todo lo dogmático e institucional de ellas; por otro lado, se va descubriendo poco a poco que en muchas de ellas hay una espiritualidad común que está más allá de dogmas y verdades, por importantes que estas parezcan.
Esa espiritualidad común nos parece que cabe en tres búsquedas: la profundidad, la salida de uno mismo (o de la terna: placer-tener-poder) y la comunión (con los demás y con la naturaleza).
Toda busca de espiritualidad es un dato positivo, desde el punto de vista cristiano y humano –por más que pueda descolocar a algunos–, pero obliga a un sano afán de examen y autocrítica,
pues, desde una óptica radicalmente cristiana, la complejidad y la enfermedad del corazón humano (cfr. Jer 17,9) es tal que puede llevarle a convertir la misma espiritualidad en el último recurso que inventa el hombre para eludir a un Dios que es el Dios de los pobres, de los oprimidos y de los crucificados.
El ser humano, buscando escapar de la sequedad y esterilidad de nuestro mundo material y tecnológico, puede buscar refugio en una espiritualidad narcisista que le protege de un Dios que le interpela constantemente por el bienestar de su hermano sufriente.
Por eso, hace ya una generación, cuando, ante el paradigma dominante de la secularidad, algunos avisaban de la necesidad de un retorno a lo sagrado, publicamos otro Manifiesto en el que afirmábamos que «si la secularidad amenaza con perder de vista a Dios, el retorno a lo sagrado amenaza con falsificar al Dios verdadero» … Y que «el cristianismo no es compatible con una evasión espiritualista que busca refugio en un “sagrado” trascendente».
En el mismo sentido, y con formulación más laica, cabe citar los magníficos versos de Gabriel Celaya, que antaño popularizó Paco Ibáñez:
Poesía para el pobre,
poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos
trece veces por minuto.
Pero a continuación añadía: «maldigo la poesía del que no toma partido…».
Igualmente, ahora cabría decir: maldigo la espiritualidad del que no toma partido. Por eso, las nuevas, y comprensibles, búsquedas de «espiritualidad» deben ser sometidas a un «discernimiento de espíritus»: ¿qué Dios y qué salvación reclaman los hombres y mujeres espirituales de nuestro siglo xxi?, ¿qué respuestas se están ofreciendo desde ámbitos religiosos y seculares?, ¿son todas las ofertas compatibles con la construcción de un mundo más fraterno, justo e igualitario?
Fuente Cristianisme i Justicia s.j.
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