En mayo de 2016, la asamblea de la Unión Internacional de Superioras Generales tuvo una audiencia con el Papa y una de las 900 religiosas le preguntó: “En la Iglesia existe el ministerio del diaconado permanente, pero sólo está abierto a varones casados y no-casados ¿Qué impide que la Iglesia incluya mujeres como diaconisas permanentes, como sucedía en la iglesia antigua? ¿Por qué no se crea una comisión oficial que estudie la cuestión?”. El Papa recogió el guante y en agosto creó la Comisión de Estudio sobre el Diaconado Femenino. La comisión ha finiquitado sus trabajos y el Papa Francisco, ante la falta de un gran consenso, ha decidido esperar tiempos mejores.
Creo que el tema de las responsabilidades de la mujer en la Iglesia, va a tener poco recorrido; para bien. Se ha avanzado mucho, pero lo crucial no tardará en llegar ante la evidencia de que no existe fundamento teológico de fondo para que ellas no puedan compartir algunos carismas de manera oficial. Solo el peligro real de un cisma en la Iglesia católica frena al Papa a dar pasos en esta dirección. De hecho, ya existe en Galicia una mujer católica, apostólica y romana (Christina Moreira) que ejerce en una comunidad gallega su condición de mujer ordenada como presbítera.
Mientras que en las normas mayormente aceptadas predomina el postulado de lo que no está prohibido está permitido, en nuestra Iglesia es al revés, sobre todo en el caso de la mujer: si no se demuestra que algo está permitido, y con detalle sobre los límites de la permisión, está prohibido. Con este argumento, Jesús ni sus apóstoles no hubieran podido comportarse como lo hicieron, ni remotamente. En este tema, hay vectores claros en una dirección bien concreta.
Las conocidas referencias de Pablo a sus diaconisas se completan con otros testimonios sobre la actividad de las diaconisas durante los siglos I y II, bien cerquita de Pablo y de Jesús. En muchas tumbas de estos primeros años se ve claramente que la mujer enterrada era diaconisa. Las Constituciones Apostólicas recogen prácticas eclesiásticas de la época del siglo IV. Lo clarificador es que el texto da cuenta de la ordenación de mujeres diaconisas mediante la imposición de manos, la invocación al Espíritu Santo en celebración presidida por el obispo con el presbiterio presente, que son elementos propios del sacramento del Orden.
Uno de los textos más importantes sobre este tema se encuentra en Didascalia Apostolorum. Allí se habla de las “diaconisas del bautismo” y se recogen instrucciones a los obispos de este tenor: “Nuestro Señor y Salvador también fue servido (diakonein) por mujeres ministras…”. Todavía en el Concilio de Calcedonia, celebrado en el año 451 (s. V), se dice en uno de sus cánones: “Una mujer no debe recibir la imposición de manos como diaconisa antes de los cuarenta años de edad”.
Veamos una hermosa fórmula de ordenación de mujeres diaconisas de la Iglesia Oriental del siglo VIII: El Obispo, imponiendo sus manos sobre aquella que es ordenada, ora así: “Maestro, Señor, Tú que no rechazas a las mujeres que se han consagrado a Ti para servir a tus santas moradas con un santo deseo como conviene, sino que las acoges en un rango de ministros, concede la gracia de tu Espíritu también a tu sierva que está aquí y ha querido consagrarse a Ti y cumplir perfectamente la gracia de la diaconía, así como se la concediste a Febe, que Tú llamaste a la obra del ministerio. Concedele, Oh Dios, perseverar sin reproche en tus santos templos, aplicarse al gobierno de tu casa, ser temperante en todo, y haz que se convierta en tu perfecta servidora”. (Biblioteca Apostólica Vaticana).
Cartas y epístolas de obispos y papas que testimonian la presencia de mujeres presidiendo la liturgia cristiana durante los nueve primeros siglos, especialmente en la Iglesia de Oriente, lo que muestra que los ritos y la ordenación del diaconado, era idéntica en lo esencial para hombres y mujeres. (s. IX, obispo Vercelli: “estas mujeres que eran llamadas presbíteras asumieron las funciones de predicar, dirigir y enseñar”).
A partir de los Concilios locales celebrados en Occidente a inicios de la Edad Media es cuando sale a la luz el malestar del clero masculino con las diaconisas y algunos decretan su supresión. En Oriente, subsistió hasta el siglo XII o XIII. Aun hoy, se siguen celebrando en Iglesia Ortodoxa las fiestas de varias santas diaconisas, como Melania, Olimpia, Xenia, Platonia, etc. En nuestro santoral tenemos 27 diaconisas: santas Irene, Tatiana, Susana, Justina…
Nada de esto es dogma de fe ni, por supuesto, lo contrario. En 2009, Benedicto XVI modificó el derecho canónico para aclarar la diferencia entre diáconos y presbíteros. Sólo estos últimos pueden considerarse sacerdotes. El cardenal Kasper, muy próximo al papa Francisco, se ha mostrado a favor de las diaconisas.
Con la incorporación de mujeres cualificadas en todos los ministerios, la comunidad católica se enriquecería enormemente y el Pueblo de Dios estaría mejor servido, tanto en la celebración de los sacramentos con hombres y mujeres como en el ejercicio cotidiano de las obras de misericordia.
Pero la amenaza del cisma aún es muy poderosa.
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