6.10.19. Dom 27 Ciclo C. Lucas 17, 5-10. Si decís a esa montaña que se eche al mar
El Infierno de las Siete Montañas de la Iglesia
El tema proviene de Mc 11, 20‒25, donde Jesús muestra que la higuera del templo se ha secado (y queda seca). Sus discípulos se admiran, pero él les dice “si tuvierais la fe de Dios (=en Dios) y dijerais a ese monte “quítate y échate al mar…” cumpliría, porque la fe todo lo alcanza.
El evangelio de hoy (Lc 17, 5‒10) retoma ese motivo pero, en vez de decir “esa montaña” (= templo de Jerusalén), habla más bien de una morera (=higuera) seca, que, ante la voz de los creyentes” (quítate y échate al mar), se quitaría y echaría, abriendo así el camino de la fe verdadera.
En otra línea, Job 28 describe la tarea de los mineros que horadan y derriban montañas con agua, como puede aún verse en las “medulas” (montañas de metales) del Bierzo, entre León y Galicia (imagen). Pero Jesús no se refiere al tesón de los mineros, sino a la fe de los creyentes, que superan, destruyen y aniquilan montañas, más altas, empezando el monte del templo falso y acabando con la misma Gehenna, que es el Valle‒Basurero de una tierra pervertida.
Presentaré mañana el tema del poder de fe de los creyentes. Hoy desarrollo la imagen de fondo de Mc 11, 20‒25, donde Jesús dice a los cristianos que “superen” (arrojen al mar) aquel gran “monte del templo” que les oprimía e impedía vivir en fe (cf. comentario de ese texto en Marcos, VD, Estella, 2012).
Desde ese fondo evocaré “siete montañas” malditas que los cristianos “han de expulsar” echar al mar, aquí entendido como espacio “perverso” donde debían ahogarse los cerdos de Gerasa (Mc 5, 1-21). No se trata aquí del mar creado por Dios, agua bendita de vida, sino el “abismo demoníaco de muerte” que los hombres han ido creando por pecado, el mar donde deben arrojarse y perderse los siete “montes” perversos que destruyen la vida de los hombres.
Hay ciertamente en la Biblia siete y más montes buenos de bendición, como el Sinaí, el Horeb y Sion, con los montes de las Bienaventuranzas, de la Transfiguración y el de los Olivos de la Ascensión de Jesús. Está el Monte Carmelo (de San Juan de la Cruz), o de la Montaña de los siete círculos (de Th. Merton), con las siete Moradas (que en el fondo son Montañas) del Castillo Interior de Santa Teresa.
Frente a esas siete Buenas Montañas quiero aquí evocar, a modo de ejemplo, las siete malas montañas que el cristiano ha de expulsar y arrojar al mar (es decir, al infierno del mal que se consume a sí mismo), para que todos los hombres y mujeres puedan vivir en comunión de amor (superado el riesgo del infierno). Éstas son las montañas malas que la Iglesia ha de “arrojar” al mar (esto es, superar), para quedar limpia como Iglesia de evangelio.
Estas son las montañas capitales, que se sitúan en la línea de los siete pecados capitales de la tradición (soberbia, avaricia, envidia, ira, lujuria, gula, pereza),pero tienen un sentido evangélico (anti‒evangélico) más hondo. Ellos representan el anti‒evangelio, la anti‒iglesia:
1. La primera es la Montaña del Falso Templo, una Jerusalén pervertida. Ésta es la primera y más peligrosa, a la que Jesús se refería en Mc 11, 20‒25: Es el monte de un templo vacío de Dios, convertido en cueva de bandidos, una iglesia hecha signo y presencia de pecado, conforme al sermón de Esteban (Hch 7), que marca el comienzo cristiano de la historia.
Jesús quiso arrojar al mar esa Montaña/Templo, no con violencia y guerra, como en la lucha de celotas y sicarios (67‒70 d.C.), sino por oración y fe. Los creyentes han de superar el templo externo (dinero, imposición, violencia), para ser ellos mismos templo de Dios en oración de fe. Ésta fue la segunda tentación del Diablo (cf. Mt 4), que quiso que Jesús se apoderara del templo (se subiera a su pináculo), para hacer falsos milagros y engañar de esa manera al pueblo, con mentiras religiosas de imposición contraria al evangelio. Pero Jesús superó la tentación del templo, y así la debe superar su iglesia, arrojando al mar un tipo falso de religiosidad opresora, para encontrar a Dios en el despliegue de la vida, en la fe, en la oración compartida, en la montaña de la transfiguración orante (cf. Mc 9, 1‒8).
2. La segunda es la montaña del Poder, que el Diablo ofrece a Jesús en la última tentación de Mt 4. El Diablo le sube la montaña altísima de la soberanía político‒militar y le planta encima de ella diciéndole “todo el mundo que ves, todo es mío y te lo doy, si postrándote me adoras…”. Pero Jesús rechazó ese poder de la montaña diabólico, porque no había venido a imponerse (ni siquiera para salvar a los hombres, pues así les condenaría), sino para compartir la vida en amor con todos.
Según eso, Jesús no quiso tomar la montaña del poder, sino a superarla (como no había querido tomar el templo, sino superarlo). Jesús ha venido a expulsar esa montaña del poder, arrojándola al “mar”, que, como estoy diciendo, no es el mar físico, sino el abismo del pecado, de la destrucción humana. Si la Iglesia no abandona (arroja al mar) el Poder que el Diablo ofreció a Jesús, se destruye a sí misma y destruye su evangelio. No se trata simplemente de negar, sino de descubrir y desarrollar una autoridad de la vida, al servicio de la gratuidad y la comunión entre los hombres, la autoridad que Jesús ofreció a sus discípulos en la montaña de Galilea, diciendo: Se me ha dado toda exousía, la capacidad de vivir y dar vida (Mt 28, 16‒20)
3. La montaña del Pan Falso puede alimentar el vientre, pero destruye el amor en libertad. En la línea de las dos otras dos montañas anteriores (del templo y del poder), Jesús no ha venido a comprar a los hombres por pan, en un Monte de Multiplicaciones falsas (en contra de Mt 16, 29‒39). Ciertamente, Jesús ha venido a bendecir y compartir el pan, como se dice en el Padre‒nuestro, en las Bienaventuranzas y en el “examen” final de Mt 25, 31‒46: Tuve hambre y me disteis de comer…). Para ello ha debido superar (echar al mar) la maldición de un pan de mercancía (dominio) de unos sobre otros.
El buen pan del amor gratuito y de la eucaristía, tomado como riqueza impositiva, para comprar y vender a los hombres, puede convertirse en alimento de muerte, como ha puesto de relieve el Apocalipsis, cuando habla de los “idolocitos” (es decir, el pan mezclado con la sangre derramada ante y para los ídolos). No se trata, pues, solamente de rechazar al diablo de los falsos panes, sino de crear una Iglesia de los panes compartidos de un modo gratuito en camino de vida.
4. La cuarta es la montaña de Mammón/Dinero: Tercera Bestia del Apocalipsis. Frente a la montaña de Dios, que es la vida, los hombres han alzado la montaña del dinero, convertido en Mammón, poder de opresión que destruye a todos. Éste es el monte falso que organiza y dirige la vida de los hombres sin amor, como un Falso Sinaí desde donde se dicta sentencia sobre todos los hombres y mujeres para esclavizarles.
Por escalar ese Monte Mamón mueren los hombres (pierden su humanidad); por defenderlo matan los poderosos a los pobres, y los pobres, cuando pueden, se rebelan, convirtiendo así entre todos la tierra en un infierno. Ésta es quizá la Montaña más nefasta para la Iglesia, como supo Jesús cuando dijo que “no se puede servir a Dios y a Mamón” (Mt 6, 24). Si la iglesia no renuncia al monte infernal de ese dinero de injusticia (de todas sus riquezas), sino de crear una riqueza nueva de humanidad compartida, en el camino de Jesús.
5. La quinta es montaña del Falso Profeta: La Segunda Bestia del Apocalipsis. Esta es la bestia de una ideología y doctrina que se pone al servicio del Poder opresor y del Dinero (de la primera Bestia y de la Prostituta), tal como aparece en Ap 13. Éste es el monte de las palabras falsas que engañan y mienten, que marcan a los hombres con el “sello de la muerte”, del 666, es la montaña de la anti‒palabra, de aquellos que se encierran en su mentira, como ha puesto de relieve Pablo en el conjunto de sus cartas y Juan en su Evangelio.
Frente a ese monte de mentira está la verdad transparente, que consiste en ser lo que somos, la sabiduría del respeto por la creación (el mundo), la transparencia del amor, que nos capacita para vivir en ternura, en confianza, en fidelidad, los unos con los otros (ante los otros). Frente a las montañas que tapan, creando mundos de ilusiones falsas, está la ilusión creyente de la vida hecha de la fe en el reino de Dios, es decir, de la comunicación creadora de los unos con los otros.
6.Sexta montaña: Átate al cuello una piedra de molino y échate al mar. En este contexto se sitúa la montaña del escándalo… que destruye a los demás y hace que caigan. Éste es el escándalo sexual de la mano, de los ojos, de los pies…, que consiste en utilizar a los demás para el propio placer, sin pensar en ellos, como mercancía al servicio de mi egoísmo, en contra del amor que se expresa en forma de comunión (Mc 5, 27‒30). Éste es, al mismo tiempo, el escándalo que destruye a los pequeños, que les utiliza y destruye en todos los sentidos (sexual, social, económico, laboral…), convirtiendo este mundo en una “cordillera de piedras” de tropieza y destrucción.
En este segundo sentido, el escándalo (=la utilización y destrucción de los pequeños) aparece en Mc 9, 42 y 17, 2 como el mayor de los pecados… En este contexto dice Jesús, de un modo figurado, algo así como: “Si tu mano escandaliza a los pequeños córtatela y échala al mar…; si tú mismo escandalizas átate una piedra de molino al cuello y échate el mar…”. Antes de destruir a los más débiles destrúyete a ti mismo, niégate y cambia…
7. La última de las montañas del infierno… es la basura personal, social y cósmica, todo un mundo de deshechos que desembocan en el gran “basurero”, que es la Gehenna e infierno anti‒ecológico. Es significativo ese nombre Gehenna, que es el valle siniestro del sur de Jerusalén, donde debían arrojarse los desperdicios, para que la ciudad estuviera limpia. En esa línea, como último gesto de “limpieza” (de echar al mar los falsos templos etc.) debemos destruir la Gehenna, expulsarla del mundo de Dios en el mar de la nada (en la línea del Apocalipsis 19‒20, donde se dice que Dios destruyó lo que destruye, al Abadón exterminador de Ap 9, 11).
En contra de esa mandato final (de expulsar al mar la Gehena) , estamos creando en este siglo XXI una montaña casi infinita de desperdicios de minas, de calentamiento global, de polución de las aguas, de destrucción del aire… un inmenso infierno‒basurero que al final puede destruirnos y destruir el mundo entero. Éste es nuestro riesgo final: Utilizar y destruir personas y animales, creando una inmensa mamona de desperdicios y basuras en la que al fin quedamos nosotros mismos convertidos en basura. Desde aquí se entiende el tema de Jesús: No crear basura, no destruir el mundo, no crear infierno, sino “construir el Reino” en transparencia de amor, abierto a la resurrección de la vida.
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