Domingo XXVII del Tiempo Ordinario.06 octubre, 2019
“Los apóstoles dijeron al Señor: Auméntanos la fe.”
Cuando un niño nace lo colocan sobre su madre, y el niño no teme, confía. Se siente envuelto en la ternura de quien lo acaba de dar a luz. Esto es la fe, esa confianza de quién se abandona, de quien se entrega a vivir en Dios.
Cuando observo a los niños en brazos de sus padres, entiendo lo que es vivir en Dios. Cuando al niño algo le asusta o le asalta el miedo, corre a abrazarse a sus padres, y ahí se relaja, nada malo puede suceder.
El temor, el miedo, es vivir en el ego. En nuestra propia superficie marcada por patrones culturales, sociales, familiares. El miedo surge ante determinadas situaciones que no sé resolver o que no soy capaz de afrontar. El miedo no sano es un producto de la mente y por tanto aprendido. Este miedo solo existe en nuestra mente, en nuestro imaginario y es alimentado por él.
Lo importante no es creer en Dios, sino experimentar a Dios, porque si le experimento creeré en Él. La experiencia se convierte en depósito de nuevas experiencias. La fe es dejar a Dios ser Dios en nosotras y que se realice Su Voluntad. Confiar en Dios significa dejar de girar alrededor de un@ mism@, para vivir en la Profundidad donde yo soy y Él habita.
El aumento de fe no es un tema de cantidad sino de esencia. Pasar de la seguridad en las cosas o en los méritos propios a confiar en las posibilidades que Dios nos otorga.
La fe es descubrirnos habitad@s de semillas de infinitud que hay que abonar todos los días, porque la fe es dinámica, y es una actitud ante la vida que marca toda nuestra existencia.
Oración
Haz, Señor, que nuestra fe aumente
al contacto del encuentro diario contigo,
otórganos la capacidad de despertar a nuestro ser niñ@s
que, confiadas, se abandonan en Ti.
Te lo expresamos a Ti, Padre, por medio de Jesús, tu Hijo
y mediante la fuerza y la ternura de la Santa Ruah.
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Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa
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