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Archivo para Domingo, 6 de octubre de 2019

Fe sencilla…

Domingo, 6 de octubre de 2019
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Más Sencilla

Hazme una cruz sencilla,
carpintero…
sin añadidos
ni ornamentos…
que se vean desnudos
los maderos,
desnudos
y decididamente rectos:
los brazos en abrazo hacia la tierra,
el astil disparándose a los cielos.
Que no haya un solo adorno
que distraiga este gesto:
este equilibrio humano
de los dos mandamientos…
sencilla, sencilla…
hazme una cruz sencilla, carpintero.

*

Ser en la vida romero,
romero sólo que cruza
siempre por caminos nuevos.
Ser en la vida romero,
sin más oficio, sin otro nombre y sin pueblo.

Ser en la vida romero, romero…
sólo romero.
Que no hagan callo las cosas
ni en el alma ni en el cuerpo,
pasar por todo una vez,
una vez sólo y ligero,
ligero, siempre ligero.

Que no se acostumbre el pie
a pisar el mismo suelo,
ni el tablado de la farsa,
ni la losa de los templos,
para que nunca recemos
como el sacristán los rezos…
ni como el cómico viejo
digamos los versos.

No sabiendo los oficios,
los haremos con respeto.
Para enterrar a los muertos
como debemos
cualquiera sirve, cualquiera…

Que no hagan callo las cosas
en el alma ni en el cuerpo.
Pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero,
ligero, siempre ligero.

***

León Felipe

***

En aquel tiempo, los apóstoles le pidieron al Señor:

“Auméntanos la fe.”

El Señor contestó:

“Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar.” Y os obedecería.

Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: “En seguida, ven y ponte a la mesa”? ¿No le diréis: ‘Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú”? ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado?

Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer.””

*

Lucas 17, 5-10

***

 

Tener fe en Dios, en el Cristo-Dios, significa haber optado de manera definitiva por fiarse de Dios. Arquímedes buscaba el fulcro gracias al cual su palanca hubiera podido levantar el mundo. Ser creyentes es haber hecho de Dios el fulcro de nuestra propia vida, y el término «roca» que la Escritura aplica con tanta frecuencia a Dios -«Tú eres mi roca y mi baluarte»- se convierte en el fulcro que yo sé que no puede desaparecer. El Dios en quien confío no puede engañarnos ni puede decepcionarnos, pues no sería Dios; no puede dejar de amarnos, pues no nos habría creado. A todas las certezas que el Antiguo Testamento aducía para confirmar a Dios-nuestra-roca se añadía lo que Cristo había prometido al apóstol Pedro, al cambiar su nombre de Simón por Pedro: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». Partiendo de esta idea de roca, la inteligencia no carece ni de argumentos ni de luz, porque la fe conduce a la luz. Jesucristo no es una invención de los hombres; los hombres no inventan cosas así o, más exactamente, si las inventan no duran mucho. Pensemos en los dos mil años transcurridos desde el nacimiento de Jesucristo, pensemos también en todas las mediocridades, debilidades, traiciones, que ha habido en la Iglesia… y veremos que habría debido desaparecer, como tantos otros imperios y organizaciones. Sin embargo, a través de algún santo, de algún acontecimiento o de alguna personalidad, la Iglesia vuelve a cobrar vida cada vez, se santifica de nuevo y el árbol que parecía muerto, a punto de ser cortado, vuelve a florecer con nueva vida.

*

Jacques Loew,
La felicita di essere uomo. Conversazione con Dominique Xardel,
Milán 1992, pp. 22ss

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"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad ,

“¿Somos creyentes?”. 27 Tiempo ordinario – C (Lucas 17,5-10)

Domingo, 6 de octubre de 2019
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27-TO-CJesús les había repetido en diversas ocasiones: «¡Qué pequeña es vuestra fe!». Los discípulos no protestan. Saben que tienen razón. Llevan bastante tiempo junto a él. Lo ven entregado totalmente al Proyecto de Dios: solo piensa en hacer el bien; solo vive para hacer la vida de todos más digna y más humana. ¿Lo podrán seguir hasta el final?

Según Lucas, en un momento determinado, los discípulos le dicen a Jesús: «Auméntanos la fe». Sienten que su fe es pequeña y débil. Necesitan confiar más en Dios y creer más en Jesús. No le entienden muy bien, pero no le discuten. Hacen justamente lo más importante: pedirle ayuda para que haga crecer su fe.

Nosotros hablamos de creyentes y no creyentes, como si fueran dos grupos bien definidos: unos tienen fe, otros no. En realidad, no es así. Casi siempre, en el corazón humano hay, a la vez, un creyente y un no creyente. Por eso, también los que nos llamamos «cristianos» nos hemos de preguntar: ¿Somos realmente creyentes? ¿Quién es Dios para nosotros? ¿Lo amamos? ¿Es él quien dirige nuestra vida?

La fe puede debilitarse en nosotros sin que nunca nos haya asaltado una duda. Si no la cuidamos, puede irse diluyendo poco a poco en nuestro interior para quedar reducida sencillamente a una costumbre que no nos atrevemos a abandonar por si acaso. Distraídos por mil cosas, ya no acertamos a comunicarnos con Dios. Vivimos prácticamente sin él.

¿Qué podemos hacer? En realidad, no se necesitan grandes cosas. Es inútil que nos hagamos propósitos extraordinarios pues seguramente no los vamos a cumplir. Lo primero es rezar como aquel desconocido que un día se acercó a Jesús y le dijo: «Creo, Señor, pero ven en ayuda de mi incredulidad». Es bueno repetirlas con corazón sencillo. Dios nos entiende. El despertará nuestra fe.

No hemos de hablar con Dios como si estuviera fuera de nosotros. Está dentro. Lo mejor es cerrar los ojos y quedarnos en silencio para sentir y acoger su Presencia. Tampoco nos hemos de entretener en pensar en él, como si estuviera solo en nuestra cabeza. Está en lo íntimo de nuestro ser. Lo hemos de buscar en nuestro corazón.

Lo importante es insistir hasta tener una primera experiencia, aunque sea pobre, aunque solo dure unos instantes. Si un día percibimos que no estamos solos en la vida, si captamos que somos amados por Dios sin merecerlo, todo cambiará. No importa que hayamos vivido olvidados de él. Creer en Dios es, antes que nada, confiar en el amor que nos tiene.

José Antonio Pagola

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“¡Si tuvierais fe … !”. Domingo 06 de octubre de 2019. 27º Ordinario

Domingo, 6 de octubre de 2019
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52-ordinarioc27-cerezoLeído en Koinonia:

Habacuc 1, 2-3; 2, 2-4: El justo vivirá por su fe.
Salmo responsorial: 94: Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: “No endurezcáis vuestro corazón.”
2Timoteo 1, 6-8. 13-14: No te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor.
Lucas 17, 5-10: ¡Si tuvierais fe … !

Ofrecemos en primer lugar un comentario bíblico tradicional

El profeta Habacuc nos pone en el contexto del diálogo entre el profeta y Dios, donde el primero toma la iniciativa y pregunta a Dios por la raíz del mal y el sufrimiento que lo rodea. La injusticia, la violencia y la desigualdad parecen convertirse en la única forma de vivir de la sociedad en muchos momentos, no sólo de la historia del pueblo de Dios, sino también de la historia de la humanidad. La queja del profeta es clara: no hay justicia; se vive en una violación sistemática de los derechos básicos provocados por la anomia y la confusión de su tiempo. Sin embargo, la respuesta del Señor, ante la situación, no se hace esperar. El Dios de la historia y la creación hace un llamado al “justo” a la fidelidad y a la confianza. Dios se encuentra con el ser humano en la justicia, en la resistencia pacífica y en la esperanza del ser humano en él.

En la segunda carta a Timoteo el autor nos presenta de dónde procede el ser apóstoles del Señor: del plan divino de la salvación de Dios. Los creyentes hoy estamos exigidos a tomar conciencia que hemos recibido del Señor el don de la fe, de la fortaleza y de la caridad; por tanto, este don recibido demanda una respuesta oportuna. Ante la situación tan compleja, adversa y confusa de nuestra situación mundial, los carismas del Espíritu del resucitado se nos dan para dirigir a la comunidad humana con valentía y dar testimonio de la liberación y salvación del Señor. Dichos dones recibidos de la gracia de Dios, son también, tarea humana, y necesitan ser cultivados e incrementados constantemente para evitar caer en el absurdo y la desesperanza.

En el texto de Lucas vemos a los discípulos, conscientes de su poca fe, de su incapacidad para dar su adhesión plena a Jesús y a su mensaje. Por eso le piden que les aumente la fe. Jesús constata en realidad que tienen una fe más pequeña que un grano de mostaza, semilla del tamaño de una cabeza de alfiler. No dan ni siquiera el mínimo, pues con tan mínima cantidad de fe bastaría para hacer lo imposible: arrancar de cuajo con sólo una orden una morera y tirarla al mar. Este mínimo de fe es suficiente para poner a disposición del discípulo la potencia de Dios.

Miro a mi alrededor y pienso que algo no funciona. Tantos cristianos, tantos católicos, tantos colegios religiosos… Y me pregunto: ¿Cuántos creyentes? ¿Tienen fe los cristianos, los sacerdotes y religiosos, los obispos? ¿Tenemos fe? ¿O tenemos una serie de creencias, un largo y complicado credo que recitamos de memoria y que poco atañe a nuestras vidas?

Las palabras de Jesús siguen resonando hoy. “Si tuvierais fe como un grano de mostaza…” O lo que es igual: si siguierais mi camino, si vivierais según el Evangelio… tendríais la fuerza de Dios para cambiar el sistema.

Sigo mirando a mi alrededor y veo una Iglesia apegada a sus privilegios, que se codea con los poderes fácticos, que depende en muchos países económicamente del Estado, capaz de echarle un pulso al poder político y vencer, identificada con frecuencia con la derecha o el centro, defensora a ultranza de su estatuto de religión verdadera y prioritaria.

Me vuelvo al evangelio y releo sus páginas: “Vende todo lo que tienes y repártelo a los pobres, que Dios será tu riqueza, y anda sígueme a mí” (Lc 18,22). “Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero este hombre no tiene dónde reclinar la cabeza” (Lc 9,58). “No andéis agobiados pensando qué vais a comer, ni por el cuerpo pensando con qué os vais a vestir” (Lc 12,22). “Los reyes de las naciones las dominan y los que ejercen el poder se hacen llamar bienhechores. Pero vosotros nada de eso; al contrario, el más grande entre vosotros iguálese al más joven y el que dirige al que sirve” (Lc 22,25-26).

Pobres, libres, sin seguridades, sin poder, como Jesús. Sólo tiene fe quien se adhiere a este estilo de vida evangélico. Quien no, tiene creencias, que para casi nada sirven. Y así no se puede cambiar ni el sistema religioso ni siquiera el mundano.

Tal vez tengamos que reconocer que somos “siervos inútiles”, pues no andamos en el sistema de la fe, sino en el del cumplimiento de las obras de la ley, como los fariseos, que, al final, de su trabajo tienen que considerarse “siervos inútiles”, pero no “hijos de Dios” que es a lo que estamos llamados a ser, como ciudadanos del Reino que todos anhelamos.

El evangelio de hoy no está recogido en la serie «Un tal Jesús», pero en ella puede encontrarse varios episodios relacionados con el contenido de ese evangelio: https://radialistas.net/category/un-tal-jesus

Añadimos un comentario crítico.

La palabra «fe» es polisémica, tiene significados múltiples, que dependen del contexto de su uso. En el evangelio que hoy leemos, es claro que aparece como sinónimo de coraje, decisión, convicción de entrega… y «esa fe» es la que mueve montañas… o traslada moreras, no necesariamente con una eficacia «sobrenatural», sino a veces simplemente psicológica. Leer más…

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6.10.19. Dom 27 Ciclo C. Lucas 17, 5-10. Si decís a esa montaña que se eche al mar

Domingo, 6 de octubre de 2019
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frases_nao_desista_nuncaDel blog de Xabier Pikaza:

El Infierno de las Siete Montañas de la Iglesia

  El tema proviene de Mc 11, 20‒25, donde Jesús muestra que la higuera del templo se ha secado (y queda seca). Sus discípulos se admiran, pero él les dice “si tuvierais la fe de Dios (=en Dios) y dijerais a ese monte “quítate y échate al mar…” cumpliría,   porque la fe todo lo alcanza.

El evangelio de hoy (Lc 17, 5‒10) retoma ese motivo pero, en vez de decir “esa montaña” (= templo de Jerusalén), habla más bien de una morera (=higuera) seca, que, ante la voz de los creyentes” (quítate y échate al mar), se quitaría y echaría, abriendo así el camino de la fe verdadera.

            En otra línea, Job 28 describe la tarea de los mineros que horadan y derriban montañas con agua, como puede aún verse en las “medulas” (montañas de metales) del Bierzo, entre León y Galicia (imagen). Pero Jesús no se refiere al tesón de los mineros, sino a la fe de los creyentes, que superan, destruyen y aniquilan montañas, más altas, empezando el monte del templo falso y acabando con la misma Gehenna, que es el Valle‒Basurero de una tierra pervertida.

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             Presentaré mañana  el tema del poder de fe de los creyentes. Hoy desarrollo la imagen de fondo de Mc 11, 20‒25, donde Jesús dice a los cristianos que “superen” (arrojen al mar) aquel gran “monte del templo” que les oprimía e impedía    vivir en fe (cf. comentario de ese texto en Marcos, VD, Estella, 2012).

            Desde ese fondo evocaré “siete montañas” malditas que los cristianos “han de expulsar” echar al mar, aquí entendido como espacio “perverso” donde debían ahogarse los cerdos de Gerasa (Mc 5, 1-21). No se trata aquí del mar creado por Dios, agua bendita de vida, sino el “abismo demoníaco de muerte” que los hombres han ido creando por pecado, el mar donde deben arrojarse y perderse los siete “montes” perversos que destruyen la vida de los hombres.

            Hay ciertamente en la Biblia siete y más montes buenos de bendición, como el Sinaí, el Horeb y  Sion, con los montes de las Bienaventuranzas, de la Transfiguración y el de los Olivos de la Ascensión de Jesús.         Está el Monte Carmelo (de San Juan de la Cruz),  o de la Montaña de los siete círculos (de Th. Merton),  con las siete Moradas (que en el fondo son Montañas) del Castillo Interior de Santa Teresa.

    1.-Asmodea-Goya-PORTADA     Frente a esas siete Buenas Montañas quiero aquí evocar, a modo de ejemplo, las siete malas montañas que el cristiano ha de expulsar y arrojar al mar (es decir, al infierno del mal que se consume a sí mismo), para que todos los hombres y mujeres puedan vivir en comunión de amor (superado el riesgo del infierno). Éstas son las montañas malas que la Iglesia ha de “arrojar” al mar (esto es, superar), para quedar limpia como Iglesia de evangelio.

Estas son las  montañas capitales, que se sitúan en la línea de los siete pecados capitales de la tradición (soberbia, avaricia, envidia, ira, lujuria, gula, pereza),pero tienen un sentido evangélico (anti‒evangélico) más hondo. Ellos representan el anti‒evangelio, la anti‒iglesia:

 1. La primera es la Montaña del Falso Templo, una Jerusalén pervertida. Ésta es la primera y más peligrosa, a la que Jesús se refería en Mc 11, 20‒25: Es el monte de un templo vacío de Dios, convertido en cueva de bandidos, una iglesia hecha signo y presencia de pecado, conforme al sermón de Esteban (Hch 7), que marca el comienzo cristiano de la historia.

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“Falta de fe y sobra de presunción“. Domingo 27. Ciclo C

Domingo, 6 de octubre de 2019
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jesus-aumenta-nuestra-fe-3-10-10Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

Después de la parábola del rico y Lázaro, Lucas empalma cuatro enseñanzas de Jesús a los apóstoles a propósito del escándalo, el perdón, la fe y la humildad. Son frases muy breves, sin aparente relación entre ellas, pronunciadas por Jesús en distintos momentos. De esas cuatro enseñanzas, el evangelio de este domingo ha seleccionado sólo las dos últimas, sobre la fe y la humildad (Lucas 17,5-10).

Menos fe que un ateo

En aquel tiempo, los apóstoles le pidieron al Señor:

            ‒ Auméntanos la fe.

El Señor contestó:

            ‒ Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa montaña: «Arráncate de raíz y plántate en el mar». Y os obedecería.

El evangelio de Mateo cuenta algo parecido: un padre trae a su hijo, que sufre ataques de epilepsia, para que lo curen los apóstoles. Ellos no lo consiguen. Aparece Jesús, y lo cura de inmediato. Los apóstoles, admirados, le preguntan por qué ellos no han sido capaces de curarlo. Y Jesús les responde: “Por vuestra poca fe. Si tuvierais fe como un grano de mostaza…”

Lucas le da un enfoque distinto, más irónico y malicioso. En su evangelio los apóstoles no buscan la explicación a un fracaso, sino que formulan una petición: “Auméntanos la fe”.

¿Qué piden los apóstoles? ¿Qué idea tienen de la fe? Ya que no eran grandes teólogos, ni habían estudiado nuestro catecismo, su preocupación no se centra en el Credo ni en un conjunto de verdades. Si leemos el evangelio de Lucas desde el comienzo hasta el momento en el que los apóstoles formulan su petición, encontramos cuatro episodios en los que se habla de la fe:

  • Jesús, viendo la fe de cuatro personas que le llevan a un paralítico, lo perdona y lo cura (5,20).
  • Cuando un centurión le pide a Jesús que cure a su criado, diciendo que le basta pronunciar una palabra para que quede sano, Jesús se admira y dice que nunca ha visto una fe tan grande, ni siquiera en Israel (7,9).
  • A la prostituta que llora a sus pies, le dice: “Tu fe te ha salvado” (7,50).
  • A la mujer con flujo de sangre: “Hija, tu fe te ha salvado” (8,48).

En todos estos casos, la fe se relaciona con el poder milagroso de Jesús. La persona que tiene fe es la que cree que Jesús puede curarla o curar a otro.

Pero la actitud de los apóstoles no es la de estas personas. En el capítulo 8, cuando una tempestad amenaza con hundir la barca en el lago, no confían en el poder de Jesús y piensan que morirán ahogados. Y Jesús les reprocha: “¿Dónde está vuestra fe? (8,25). La petición del evangelio de hoy, “auméntanos la fe”, empalmaría muy bien con ese episodio de la tempestad calmada: “tenemos poca fe, haz que creamos más en ti”. Pero Jesús, como en otras ocasiones, responde de forma irónica y desconcertante: “Vuestra fe no llega ni al tamaño de un grano de mostaza”.

¿Qué puede motivar una respuesta tan dura a una petición tan buena? El texto no lo dice. Pero podemos aventurar una idea: lo que pretende Lucas es dar un severo toque de atención a los responsables de las comunidades cristianas. La historia demuestra que muchas veces los papas, obispos, sacerdotes y religiosos/as nos consideramos por encima del resto del pueblo de Dios, como las verdaderas personas de fe y los modelos a imitar. No sería raro que esto mismo ocurriese en la iglesia antigua, y Lucas nos recuerda las palabras de Jesús: “No presumáis de fe, no tenéis ni un gramo de ella”.

Ni las gracias ni propina

En línea parecida iría la enseñanza sobre la humildad. El apóstol, el misionero, los responsables de las comunidades, pueden sufrir la tentación de pensar que hacen algo grande, excepcional. Jesús vuelve a echarles un jarro de agua fría.

Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: «En seguida, ven y ponte a la mesa»? ¿No le diréis: «Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú»? ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: «Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer».

La parábola es de una ironía sutil. Al principio, el lector u oyente se siente un gran propietario, que dispone de criados a los que puede dar órdenes. Al final, le dicen que el propietario es Dios, y él es un pobre siervo, que se limita a hacer lo que le mandan. El mensaje quizá se capte mejor traduciendo la parábola a una situación actual.

Suponed que entráis en un bar. ¿Quién de vosotros le dice al camarero: «¿Qué quiere usted tomar?». ¿No le decís: «Una cerveza», o «un café»? ¿Tenéis que darle las gracias al camarero porque lo traiga? ¿Tenéis que dejarle una propina? Pues vosotros sois como el camarero. Cuando hayáis hecho lo que Dios os encargue, no penséis que habéis hecho algo extraordinario. No merecéis las gracias ni propina.

Un lenguaje duro, hiriente, muy típico del que usa Jesús con sus discípulos.

El profeta Habacuc y la fe (Hab 1,2-3; 2, 2-4)

La primera lectura, tomada de la profecía de Habacuc habla también de la fe, aunque el punto de vista es muy distinto. El mensaje de este profeta es de los más breves y de los más desconocidos. Una lástima, porque el tema que trata es de perenne actualidad: la injusticia del imperialismo. En su época, el recuerdo reciente de la opresión asiria se une a la experiencia del dominio egipcio y babilónico. Tres imperios distintos, una misma opresión. El profeta comienza quejándose a Dios:

¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que escuches?

¿Te gritaré “violencia” sin que salves?

¿Por qué me haces ver desgracias,

me muestras trabajos, violencias y catástrofes,

surgen luchas, se alzan contiendas? 

Habacuc no comprende que Dios contemple impasible las desgracias de su tiempo, la opresión del faraón y de su marioneta, el rey Joaquín. Y el Señor le responde que piensa castigar a los opresores egipcios mediante otro imperio, el babilónico (1,5-8). Pero esta respuesta de Dios es insatisfactoria: al cabo de poco tiempo, los babilonios resultan tan déspotas y crueles como los asirios y los egipcios. Y el profeta se queja de nuevo a Dios: le duele la alegría con la que el nuevo imperio se apodera de las naciones y mata pueblos sin compasión. No comprende que Dios «contemple en silencio a los traidores, al culpable que devora al inocente». Y así, en actitud vigilante, espera una nueva respuesta de Dios.

El Señor me respondió así: 

«Escribe la visión, grábala en tablillas, de modo que se lea de corrido. 

La visión espera su momento, se acerca su término y no fallará;

si tarda, espera, porque ha de llegar sin retrasarse. 

El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá por su fe.»

La visión que llegará sin retrasarse es la de la destrucción de Babilonia. El injusto es el imperio babilónico, que será castigado por Dios. El justo es el pueblo judío y todos los que confíen en la acción salvadora del Señor.

El tema tratado por Habacuc no tiene relación con la petición de los discípulos. Pero las palabras finales, “el justo vivirá por su fe”, tuvieron mucha importancia para san Pablo, que las relacionó con la fe en Jesús. Este puede ser el punto de contacto con el evangelio. Porque, aunque nuestra fe no llegue al grano de mostaza ni esperemos cambiar montañas de sitio, esa pizca de fe en Jesús nos da la vida, y es bueno seguir pidiendo: “auméntanos la fe”.

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Domingo XXVII del Tiempo Ordinario.06 octubre, 2019

Domingo, 6 de octubre de 2019
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“Los apóstoles dijeron al Señor: Auméntanos la fe.”

(Lc 17, 5-18)

Cuando un niño nace lo colocan sobre su madre, y el niño no teme, confía. Se siente envuelto en la ternura de quien lo acaba de dar a luz. Esto es la fe, esa confianza de quién se abandona, de quien se entrega a vivir en Dios.

Cuando observo a los niños en brazos de sus padres, entiendo lo que es vivir en Dios. Cuando al niño algo le asusta o le asalta el miedo, corre a abrazarse a sus padres, y ahí se relaja, nada malo puede suceder.

El temor, el miedo, es vivir en el ego. En nuestra propia superficie marcada por patrones culturales, sociales, familiares. El miedo surge ante determinadas situaciones que no sé resolver o que no soy capaz de afrontar. El miedo no sano es un producto de la mente y por tanto aprendido. Este miedo solo existe en nuestra mente, en nuestro imaginario y es alimentado por él.

Lo importante no es creer en Dios, sino experimentar a Dios, porque si le experimento creeré en Él. La experiencia se convierte en depósito de nuevas experiencias. La fe es dejar a Dios ser Dios en nosotras y que se realice Su Voluntad. Confiar en Dios significa dejar de girar alrededor de un@ mism@, para vivir en la Profundidad donde yo soy y Él habita.

El aumento de fe no es un tema de cantidad sino de esencia. Pasar de la seguridad en las cosas o en los méritos propios a confiar en las posibilidades que Dios nos otorga.

La fe es descubrirnos habitad@s de semillas de infinitud que hay que abonar todos los días, porque la fe es dinámica, y es una actitud ante la vida que marca toda nuestra existencia.

Oración

Haz, Señor, que nuestra fe aumente

al contacto del encuentro diario contigo,

otórganos  la capacidad  de despertar a nuestro ser niñ@s

que, confiadas, se abandonan en Ti.

Te lo expresamos a Ti, Padre, por medio de Jesús, tu Hijo

y mediante la fuerza y la ternura de la Santa Ruah.

 

*

Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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El secreto está en confiar en uno mismo

Domingo, 6 de octubre de 2019
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oteando-el-horizonte-640x640x80Lc 17,5-12

Sigue el evangelio con propuestas aparentemente inconexas, pero Lc sigue un hilo conductor muy sutil. Hasta hoy nos había dicho, de diversas maneras, que no pongamos la confianza en las riquezas, en el poder, en el lujo; pero hoy nos dice: no la pongas en tu falso ser ni en la obras que salen de él, por muy religiosas que sean. Confía solamente en “Dios”. Los que se pasan la vida acumulando méritos no confían en Dios sino en sí mismos. La salvación por puntos es lo más contrario al evangelio. Pero ese dios al que tengo que rendir cuantas tiene que dejar paso al Dios que es el fundamento de mi ser y que se identifica con lo que yo soy en profundidad.

Una vez más debemos advertir que las Escrituras no se pueden tomar al pie de la letra. Si lo entendemos así, el evangelio de hoy es una sarta de disparates. En realidad son todo símbolos que nos tienen que lanzar a un significado mucho más profundo de lo que aparenta. Ni hay un Yo fuera a quien servir, ni hay un yo raquítico que patalea ante su Señor. Cada uno de nosotros es solo la manifestación de Dios que a través nuestro manifiesta su poder para hacer un mundo más humano. No hay un mí ningún yo que pueda atribuirse nada. Ni hay fuero un YO al que pueda llamar Dios. Ni Dios puede hacer nada sin mí ni yo puedo hacer nada sin él. ¿De qué puedo gloriarme?

Esa petición, que hacen los apóstoles a Jesús, está hecha desde una visión mítica (dualista) del Dios, del hombre y del mundo. La parábola del simple siervo cuya única obligación es hacer lo mandado, refleja la misma perspectiva. Ni Dios tiene que aumentarnos la fe ni somos unos siervos inútiles ni necesitamos poderes especiales para trasplantar una morera al mar. La religión ha metido a Dios en esa dinámica y nos ha metido por un callejón del que aún no hemos salido. Descubrir lo que realmente somos sería la clave para una verdadera confianza en Dios, en la vida, en cada persona. El relato nos da suficientes pistas para salir del servilismo y de la adoración al Dios cosa.

Jesús no responde directamente a los apóstoles. Quiere dar a entender que la petición –auméntanos la fe- no está bien planteada. No se trata de cantidad, sino de autenticidad. Jesús no les podía aumentar la fe, porque aún no la tenían ni en la más mínima expresión. La fe no se puede aumentar desde fuera, tiene que crecer desde dentro como la semilla. A pesar de ello, en la mayoría de las homilías que he leído antes de elaborar ésta, se termina pidiendo a Dios que nos aumente la fe. Efectivamente, podemos decir que la fe es un don de Dios, pero un don que ya ha dado a todos. ¿Que Dios sería ese que caprichosamente da a unos una plenitud de fe y deja a otros tirados? Viendo cada una de sus criaturas, descubrimos lo que Dios está haciendo en ellas en cada momento.

Al hablar de la fe en Dios, damos a entender que confiamos en lo que nos puede dar. Se interpretó la respuesta de Jesús como una promesa de poderes mágicos. La imagen de la morera, tomada al pie de la letra, es absurda. Con esta hipérbole, lo que nos está diciendo el evangelio es que toda la fuerza de Dios está ya en cada uno de nosotros. El que tiene confianza podrá desplegar toda esa energía. Lo contrario de la fe es la idolatría. El ídolo es un resultado automático del miedo. Necesitamos el ser superior que me saque las castañas del fuego y en quien poder confiar cuando no puedo confiar en mí mismo. Dios no anda por ahí haciendo el ridículo jugando a todopoderoso. Tampoco nosotros debemos utilizar a Dios para cambiar la realidad que no nos gusta.

La fe no es un acto sino una actitud personal fundamental y total que imprime un sí definitivo a la existencia. Confiar en lo que realmente soy me da una libertad de movimiento para desplegar todas mis posibilidades humanas. Nuestra fe sigue siendo infantil e inmadura, por eso no tiene nada que ver con lo que nos propone el evangelio. La mayoría de los cristianos no quieren madurar en la fe por miedo a las exigencias que esto conllevaría. La fe es una vivencia de Dios, por eso no tiene nada que ver con la cantidad. El grano de mostaza, aunque diminuto, contiene vida exactamente igual que la mayor de las semillas. Esa vida, descubierta en mí, es lo que de verdad importa.

Tanto a nivel religioso como civil, cada vez se tiene menos confianza en la persona humana. Todo está reglamentado, mandado o prohibido, que es más fácil que ayudar a madurar a cada ser humano para que actúe por convicción. Estamos convirtiendo el globo terráqueo en un inmenso campo de concentración. No se educa a los niños para que sean ellos mismos, sino para que respondan automáticamente a los estímulos que les llegan. Los poderosos están encantados, porque esa indefensión les garantiza un total control sobre la población. Lo difícil es educar para que cada individuo sea él mismo y responda personalmente ante las propuestas de salvación que le llegan.

Para la mayoría, creer es el asentimiento a una serie de verdades teóricas, que no podemos comprender. Esa idea de fe, como conjunto de doctrinas, es completamen­te extraña tanto al Antiguo Testamento como al Nuevo. En la Biblia, fe es equivalente a confianza en… Pero incluso esta confianza se entendería mal si no añadimos que tiene que ir acompañada de la fidelidad. La fe-confianza bíblica supone la fe, supone la esperanza y el amor. Esa fe nos salvaría de verdad. Esa fe no se consigue con propagandas ni imposiciones porque nace de lo más hondo de cada ser.

No debemos esperar que Dios nos libre de las limitaciones, sino de encontrar la salvación a pesar de ellas. Esa confianza no la debemos proyectar sobre una PERSONA que está fuera de nosotros y del mundo. Debemos confiar en un Dios que está y forma parte de la creación y por lo tanto de nosotros. Creer en Dios es apostar por la creación; es confiar en el hombre; es estar construyendo la realidad material, y no destruyéndola; es estar por la vida y no por la muerte; es estar por el amor y no por el odio, por la unidad y no por la división. Tratemos de descubrir por qué tantos que no “creen” nos dan sopas con honda en la lucha por defender la naturaleza, la vida y al hombre.

Superada la fe como creencia, y aceptado que es confianza en…, nos queda mucho camino por andar para una recta comprensión del término. La fe que nos pide el evangelio no es la confianza en un señor poderoso por encima y fuera del mundo, que nos puede sacar las castañas del fuego. Se trata más bien, de la confianza en el Dios inseparable de cada criatura, que la atraviesa y la sostiene en el ser. Podemos experimentar esa presencia como personal y entrañable, pero en el resto de la creación se manifiesta como una energía que potencia y especifica cada ser en sus posibilidades. Creer en Dios es confiar en la posibilidad de cada criatura para alcanzar su plenitud.

La mini parábola del simple siervo nos tiene que llevar a una profunda reflexión. No quiere decir que tenemos que sentirnos siervos, y menos aún inútiles, sino todo lo contrario. Nos advierte que la relación con Dios como si fuésemos esclavos nos deshumaniza. Es una crítica a la relación del pueblo judío con Dios que estaba basada en el estricto cumplimiento de la Ley, y en la creencia de que ese cumplimiento les salvaba. La parábola es un alegato contra la actitud farisaica que planteaba la relación con Dios como toma y da acá. Si ellos cumplían lo mandado, Dios estaba obligado a cumplir sus promesas. Es la nefasta actitud que aún conservamos nosotros.

Pablo ya advirtió que la fe y la esperanza pasarán, porque perderán su sentido. La verdad es que también el amor, tal como lo entendemos nosotros, también tiene que ser superado. Desde nuestra condición de criaturas no podemos entender el amor más que como una relación de un sujeto que ama con un objeto que es amado. El amor “a” Dios y el amor “de” Dios van mucho más allá. En ese amor, desaparece el sujeto y el objeto, solo queda la unidad (el amor) “amada en el amado transformada”. No entender esto es causa de infinitos malentendidos en nuestra relación con Él.

Meditación

Si la confianza no es absoluta y total no es confianza.
El mayor enemigo de la fe-confianza son las creencias,
porque exigen la confianza en ellas mismas.
Tener fe no es esperar que las cosas cambien.
Es ser capaz de bajar al fondo de mí mismo,
para anular el efecto negativo de cualquier limitación.

Fray Marcos

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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¡Si tuviéramos fe!

Domingo, 6 de octubre de 2019
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arbol-vientoLa razón por la cual las aves pueden volar y nosotros no podemos, es simplemente porque tienen una fe perfecta, porque tener fe es tener alas (JM Barrie)

6 de octubre 2019. DOMINGO XXVII DEL TO

Lc 17, 5-10

Los apóstoles dijeron al Señor: Auméntanos la fe (v 5)

Un evangelio en el que se recoge el tema, el poder de la fe y la pequeña parábola del siervo.

Una actitud fundamental del ser humano, que implica fidelidad y lealtad.

(Éxodo 14, 31) Los israelitas vieron la mano magnífica de Dios y lo que hizo a los egipcios, respetaron al Señor y se fiaron del Señor y de Moisés su siervo.

(Deuteronomio 1, 32) Pero ni por ésas creísteis al Señor, vuestro Dios, que había ido por delante buscándoos lugar donde acampar.

El deber del discípulo tiene un denominador común: el servicio del reino posiblemente desde la fe.

En el Nuevo testamento, en Juan es sinónimo de escuchar, acudir a, recibir: Os escribo esto a los que creéis en la persona del Hijo de Dios para que sepáis que poseéis vida eterna Primera Carta 1, 13).

“Auméntanos la fe”, dijeron los apóstoles, a lo que el Señor les contestó: “Si tuvierais la fe de un grano de mostaza, diríais a esta morera: Arráncate de raíz y arrójate al mar, y os obedecería” (Mt 17-20). En Lucas, el símil es la morera y se trata de la fe en sí. Fe en la que los valores más importantes tienen que ver con lo humano.

Las parábolas más importantes, son las parábolas vegetales de Jesús, entroncadas en la misma Naturaleza: un poco de agua, y el desierto deja de ser estéril y se convierte en un jardín exuberante. Una montaña más cercana de conversión, que mueve corazones.

Así lo dijo JM Barrie: “La razón por la cual las aves pueden volar y nosotros no podemos, es simplemente porque tienen una fe perfecta, porque tener fe es tener alas”.

Y otro tanto hizo cuando dijo en Lucas 17, 5: “Los apóstoles dijeron al Señor: Auméntanos la fe”.

TENER FE

Teniendo fe, el desamor, 1
no lo pudo vencer.
Ni tormentas a su alrededor,
lo hicieron perder.

Herido por dardos de dolor;
triste por dentro a veces.
Peleando contra desalientos,
no se dejó vencer.

Decidido a no perecer 2
buscando ser como león; 3
con Dios intentó vencer,
…batallando en su corazón.

Presa de injusticias fue,
continuó intentando.
Entre el martillo y el yunque,
continuó orando.

No se dejó vencer,
en el mundo de la tentación.
Buscó en fe crecer.
Hoy canta bella canción.

Javier R. Cinacchi

 

Vicente Martínez

Fe Adulta

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Creer en la gratuidad y el perdón.

Domingo, 6 de octubre de 2019
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un-abrazo-a-jesusLos compañeros de Jesús le piden que aumente su fe. Esta petición hay que entenderla en el marco de la enseñanza que el Maestro les proponía en los versículos anteriores (Lc 17, 1-4). Él les había invitado a perdonar siempre y a no ser nunca ocasión de pecado para otros. Esta propuesta a los discípulos les parecía difícil de asumir, por eso le piden que aumente su fe. En su respuesta, Jesús reorienta el horizonte de sus deseos porque no se trata tanto de creer más, sino de creer de otra manera.

Para Jesús la fe no consiste en asentir a verdades o en creer en algo que alguien dice, más bien para él se trata de asumir una conducta marcada por la lealtad, la entrega y la solidaridad que nace de la confianza en su persona y en su mensaje.

Los discípulos en el texto lucano se sienten abrumados por la exigencia que supone asumir una conducta que implica vivir desde la gratuidad y la bondad de corazón y necesitan razones poderosas que compensen el esfuerzo. Pero el maestro cuestiona su necesidad. La fe que ellos desean no sirve para vivir en la dinámica del Reino. No se trata de hacer obras extraordinarias (que una morera se autotrasplante en el mar) sino de vivir de otra manera. Quien tiene una fe auténtica es capaz de hacer lo imposible porque confía, no en sus fuerzas, sino en la Palabra de Jesús.

El ejemplo que el Maestro introduce al final sobre el señor y el criado se orienta a reforzar esta idea. Nadie en su sociedad contemplaba que un amo sintiese compasión de su esclavo cansado, sino que lo urgiría a terminar sus tareas antes de descansar. A Jesús esta evidencia en las relaciones entre amo y siervo le permite mostrar a sus discípulos lo que se espera de ellos si quieren vivir en fidelidad su pertenencia a la comunidad del Reino.

No se trata de justificar la conducta del amo, que sin duda para nosotras y nosotros es abusiva, sino de aprender de la fidelidad del criado que se comporta como se espera de él. Quien se sienta llamada o llamado a seguir a Jesús no ha de buscar destacar por su heroicidad o su ejemplaridad, sino que ha de actuar entregándolo todo, viviendo en gratuidad y disponibilidad y atenta o atento siempre al bien del otro/a.

Ser como ese siervo al que nada se le debe era seguramente para Lucas, una metáfora del modo de actuar al que estaban llamados /as quienes habían recibido un servicio en la comunidad. La diakonía era la clave no sólo para el discipulado, sino que también el modelo para ejercer cualquier rol comunitario. Llevar a cabo la tarea encomendada, responder al liderazgo para el que se ha sido elegido, no ha de ser motivo de vanagloria, sino una respuesta agradecida al Dios amor y bondad que sostiene la existencia y un compromiso firme contra todo lo que destruye al ser humano.

La regla de conducta comunitaria ha de ser, por tanto, la gratuidad, la disponibilidad absoluta para darlo todo sin esperar nada a cambio. La fe en Jesús se aquilata en esa respuesta. La inutilidad del siervo/a no responde a su incapacidad para llevar a cabo su trabajo, ni a una humildad impotente ante la realidad. La sentencia final del relato invita, por el contrario, a vivir con honestidad y sencillez el camino de seguimiento, respondiendo desde lo mejor de cada una/o sin claudicar en la acogida y el perdón, sin buscar el poder ni cerrar las puertas a la esperanza.

Carmen Soto Varela

Fuente Fe Adulta

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Cauces por los que la vida fluye.

Domingo, 6 de octubre de 2019
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tumblr_oilew1kwpn1ueyd50o1_1280Domingo XXVII del Tiempo Ordinario

6 octubre 2019

Lc 17, 5-10

A veces, el mejor modo de malinterpretar una parábola –ocurre lo mismo con los mitos– es tomarla literalmente, olvidando que se trata de un texto simbólico que apunta siempre más allá de la propia literalidad.

Así, por ejemplo, la expresión: “soy un siervo inútil” resulta intencionadamente provocativa. Tomada al pie de la letra evoca sumisión, sometimiento, desvalorización de sí e incluso afirmación de la propia indignidad. Todas ellas actitudes completamente erradas y nefastas en sus consecuencias, aunque el poder de turno haya tratado siempre de alimentarlas, como medio de dominio absoluto.

La abolición de la esclavitud y la búsqueda de superación de todo tipo de servilismo constituyen un logro irrenunciable que es preciso salvaguardar frente a cualquier forma de prepotencia.

Pero la parábola no va por ahí, por más que, en la época en que se pronuncia, los trabajadores del campo vivieran en régimen de cuasi esclavitud. A partir de esta experiencia cotidiana, el relato incide en la cuestión de nuestra identidad.

En el contexto religioso teísta en el que nace, la pregunta se formulaba de este modo: ¿Quién soy yo ante Dios? Y la parábola responde: Un siervo inútil que solo ha hecho lo que tenía que hacer. Bien entendida, la respuesta es sabia: soy alguien en quien Dios se expresa con libertad, una manifestación de la misma divinidad.

Sin embargo, la trampa estaba acechando desde el primer momento…, en cuanto alguien pensara en Dios como un “Ser” separado, tal como ocurre en el teísmo. No porque no sea legítima la forma de dirigirse a Dios como un “Tú”, sino porque se absolutice esa imagen. El resultado –podrían encontrarse muchos casos en que ocurrió así– no varía mucho de lo que se viviría ante un “patrón” humano: un sentimiento radical de indignidad ante Dios que, más allá de la intención del creyente, viciaría irremediablemente la vivencia espiritual.

Leída desde una clave espiritual, que evita la trampa mencionada, la parábola se vuelve luminosa: la apropiación carece de sentido porque no existe ningún yo hacedor.

Sabemos que la apropiación es el mecanismo que da lugar al nacimiento del yo –eso ocurre en cuanto la mente se apropia de sus contenidos– y lo caracteriza: el yo no puede creer que existe si no es a través de aquello –material o inmaterial– de lo que se apropia.

La comprensión hace ver que no existe tal “yo”: somos consciencia que se está expresando a través de esta “forma” (persona). Ignorarlo es confusión. Al comprenderlo, dejamos de identificarnos con el yo separado, al que reconocemos como simple “cauce” o canal por el que la consciencia se expresa. Tal reconocimiento, que lleva a decir: “Aquí no hay «nadie» consistente”, nos libera de toda idea de mérito y, con ello, del orgullo. No haces nada; todo se hace en ti. Y verás que todo “encaja” admirablemente en cuanto te reconozcas como la consciencia una que compartes con todos los seres.

¿Vivo identificado con el yo o me reconozco como consciencia?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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No es lo mismo fe que doctrina

Domingo, 6 de octubre de 2019
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cristo-cerezo-720_560x280Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

  1. Auméntanos la fe. no es lo mismo fe que doctrina

            Los apóstoles piden a Jesús que les aumente la fe, que no significa que les aumente la doctrina o les dé unas cuantas clases de teología.

doctrina

            La doctrina, la teología son la formulación, la expresión de la fe, de lo que creemos. Lo primero y primario es la fe, luego vendrán las doctrinas, formulaciones, catequesis, etc.

            De ahí que uno puede saber mucha doctrina o teología y no ser creyente. Probablemente es lo que les pasaba a los apóstoles: sabían toda la doctrina, pero tenían poca fe, por lo que le piden a Jesús: auméntanos la fe.

Fe

            Es la confianza total en la vida, en Dios. Fe cristiana es la experiencia personal de la misericordia de Dios Padre.

            La fe no es una cuestión de cantidad de doctrinas o catecismos, sino la calidad de nuestra relación con Dios y con la vida. La fe es, ante todo, confianza inquebrantable en Dios. Fe es vivir confiando en la bondad de Dios.

Si la fe te causa miedo, no es fe, sino un subproducto religioso. Recordemos aquella parte de la oración de Teilhard:

Cuanto te deprima e inquiete es falso.

Te lo aseguro en el nombre

de las leyes de la vida

y de las promesas de Dios.

Por eso,

cuando te sientas apesadumbrado, triste,

adora y confía.

Uno de los sentidos de la palabra fe es confianza. Un creyente se fía de Dios, confía en Dios. Sé de quién me he fiado, dice la tradición de San Pablo. (2Tim 1,12).

            La vida transcurre con entereza y se realiza con esperanza cuando vivimos en la confianza (fe) como actitud existencial.

            Cuando digo -sin palabras- “yo creo”, estoy afirmando que confío, me fío. La vida necesita y merece “credentidad” de ser vivida.

            Creer es confiar en el Señor (¡no tenerle miedo!). Más que creer en Dios, “creemos a Dios”, confiamos en Dios.

  1. El ser humano necesita creer para vivir.

            La fe, lo que uno piensa y cree es lo más central de la existencia humana. Necesitamos creer, confiar en algo o en Alguien para vivir humanamente. Nos podremos equivocar de dioses (ídolos) y de fe, pero necesitamos ambos para vivir. El mismo Nietzsche (ateo macizo) decía: “mejor cualquier fe a ninguna fe”.

La fe -lo que creemos- ilumina toda nuestra vida, todas nuestras opciones, todos nuestros pasos. Vivimos de lo que creemos. Quien cree (fe) en la patria, en el dinero, en el poder, toda su vida se ve coloreada por tal fe y uno vive “por y para” esa realidad en la que ha puesto su confianza.

Podríamos traducir la expresión de Habacuc y de San Pablo por: “uno vive de lo que cree y para lo que cree”. El justo, el ser humano vive por la fe.

Vivir en una permanente desconfianza es casi imposible. Para vivir hay que creer (confiar) en la vida, en los demás, en Dios. Lo problemático en la vida no es confiar, sino desconfiar. Nos es necesaria la fe, alguna fe, para vivir equilibradamente como personas.

  1. Crisis de fe y crisis de creencias

            De unas décadas a esta parte, los sectores más ultraconservadores de la iglesia han echado en cara que muchos católicos, sobre todo los que amamos y vivimos el Concilio Vaticano II, que estamos sumidos en una crisis de fe y la hemos echado a perder, cuando en realidad el Concilio promovió un cambio de formulaciones, de expresiones, es una crisis, el Concilio y la vida eclesial de las comunidades cristianas fueron un crisol donde se purificaron ciertas creencias y formas que impiden que la fe en el Señor siga viva hoy en día.

            Cuando se nos echa en cara que no tenemos fe, lo que hemos hecho ha sido un cambio de creencias (así lo expresaba Ortega y Gasset en su momento), de formulaciones, de estructuras.

A la fe no vamos a volver retornando a las posturas más intransigentes, cuando no fanáticas de “palo y tente tieso”. [1] La misericordia es mejor que el fanatismo, “mejor con miel que con hiel”, dice un proverbio castellano.

  1. La confianza como tono vital.

            En momentos de crisis personales, de depresión, de crisis eclesiásticas la vía de salida está en la confianza en Dios y en los demás. La solución a estas crisis no está en la quincallería eclesiástica, sino en la confianza en la misericordia de Dios.

            Y la fe acontece en la profundidad e intimidad de la propia conciencia. La confianza, el amor acontecen desde lo más profundo de nuestro ser y ahí hallamos una inmensa paz y serenidad

Si tuviéseis fe como una pequeña semilla de mostaza…

            La semilla es pequeña, débil, pero llena de vida. Es como el sentido de la vida: algo muy tenue, muy frágil, pero lleno de vida que impregna la existencia de horizonte y sentido.

            No hacen faltan grandes alardes ni concentraciones para confiar, para creer. La fe acontece en la sencillez de la vida cotidiana, en la confianza matrimonial, en el silencio interior de la noche (quizás personal), en la soledad (comunitaria) de la celda de la vida monacal. La fe es tan fuerte, porque es tan sencilla, la fe es la semilla en la tierra de nuestra vida.

  1. Acojamos y generemos confianza

La confianza es buena, hace bien, sana. Pongamos nuestra existencia en Dios, confiemos y generemos confianza y paz en nuestro derredor.

Abiertos al ser, a Dios, a Cristo digamos el acto de fe:

¡Señor, auméntanos la fe!

[1] Con la nueva situación que nos ofrece el obispo de Roma, Francisco, la intransigencia casi fanática de la doctrina (que no verdad) ha dejado paso a la bondad y la misericordia. La Iglesia está dejando de ser un tribunal inquisicional y está pasando a ser un redil, un hogar, un lugar de misericordia.

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