La Virgen de los Homosexuales
“El Dios de Cristo se identifica no sólo con los hambrientos, desnudos… sino también con los homosexuales victimizados”
“Tuve hambre y me disteis de comer (J. Puente, sobre F. Ebner) desde la perspectiva de ‘fui homosexual y me acogisteis'”
“Esta obra de Ebner ayuda a superar un paradigma sexual de opresión”
“El Dios de Cristo se identifica no sólo con los hambrientos, desnudos… sino también con los homosexuales victimizados”
Publiqué hace un tiempo una reseña de la primera edición de este importante libro de J. Puente López, analista político/literario, pensador cristiano, amigo (cf. Periodista Digital Org 12.1.18). Hoy vuelvo a presentar introducción al mismo libro, con motivo de su 2ª. Edición, retomando un motivo central de la obra, que el autor entiende desde Mt 25,31-46: Tuve hambre y me disteis de comer, desde la perspectiva de fui homosexual y me acogisteis.
Lo hago con una novedad muy significativa desde dentro de la tradición católica: La Virgen María se aparece como amiga-madre de los homosexuales, a quienes acoge en su seno, diciéndonos a todos fui homosexual y me acogisteis, en la línea de la Virgen de la Merced, del amor y la ternura, de la misericordia liberadora del Magníficat. Publico en esa línea un gran trabajo de J. Puente, retomando la filosofía de F. Ebner, desde una perspectiva personalista y social, condensada en este libro (Un paso adelante…):
2. Según Mt 25, el Dios de Cristo se identifica no sólo con los hambrientos, desnudos… sino también con los homosexuales victimizados. Jesús no dice sólo tuve hambre y me disteis de comer, sino fui homosexual y me acogisteis como humano.
3.Hay teólogos ultra-ortodoxos (falsamente ortodoxos), que escriben en “portales” informático bien conocidos (infoxx), que están haciendo correr en torno a Mt 25, 31-46 dos afirmaciones falsas. (a) Que la confesión de Cristo “tuve hambre…” etc. no se pude interpretar en clave de “género” (fui homosexual…). (b) Que los pequeños de Mt 25, 31-46 (pobres, homosexuales, desnudos, exiliados…) son sólo presencia de Cristo por ser “católicos de iglesia oficial” y por ser pequeños/expulsados por humanidad universal (negando así el principio básico de la encarnación cristiana.
“Se están haciendo correr en torno a Mt 25, 31-46 dos afirmaciones falsas”
Demostré el carácter universal (humano) de esta presencia de Cristo en los sufrientes (hambrientos, exiliados, excluidos…), en una línea en la que caben de un modo especial los oprimidos sexuales (los homosexuales en cuanto excluidos), en un libro sobre Mt. 25, que J. Puente cita generosamente.
En esa línea, continuando lo que dije hace un año de esta obra, en su primera edición, quiero incluir hoy en mi blog esta espléndida interpretación que J. Puente me (nos) ofrece del pensamiento de J. Ebner y de su propia filosofía/teología a partir de Mt 25, 31-46.
Escribo esta reseña del pensamiento de J. Puente conmocionado todavía por el suicidio de un “homosexual” de Iglesia (clérigo de alta corporación católica) que, no pudiendo resistir la presión condenatoria de sus falsos colegas de falso cristianismo, sintiéndose incapaz de rehacer su vida, fue a ponerla y matarse, ante el Dios de la Vida, delante de una imagen de la Virgen María, madre-hermana de los homosexuales sufrientes.
El problema clave no es su muerte/suicidio: Dios es Vida, y en ella ha sido acogido este homosexual suicidado; él se ha refugiado en la Virgen María que es patrona, es decir padre-madre-signo de los homosexuales sufrientes, ante su famoso santuario de… En sus brazos de signo-presencia de Dios descansa de su cansado y fuerte caminar de amor. El problema es el tema es que este homosexual suicidado (¡si, suicidado, pues le han “suicidado”!) no haya encontrado en su corporación ni fuera de ella a nadie que le dijera de verdad, con el corazón y los ojos del amor, con las manos y las lágrimas: ¡Vive, hermano, vive amor, tal como eres, pues Dios te ama así y no te quiere distinto!
Pero ese hermano-amigo suicidado no encontró palabras ni presencia de amor. Él no fracasó, ha fracasado la institución-corporación que ha puesto una ley dudosísima por encima del evangelio del amor. Con él y en él hemos muerto muchos… pero queremos que esa muerte sea principio de resurrección.
Así murió él, poniendo su amor crucificado ante la Virgen de los Homosexuales, que le recibió en el seno de su vida, la Vida del Cristo de Dios. Con su recuerdo y presencia quiero vivir… y en esa línea, a favor de la vida, me atrevo a presentar estas palabras de Julio, que sitúa el tema una parte del tema de los homosexuales a la luz de Mt 25, 31-46.
Gracias, Julio, por haberme mandado este trabajo, que publico emocionado por tu amistad y conocimiento, todo lo que sigue es tuyo.
Desposeídos y excluidos: la cuestión social
Todos en la Iglesia están de acuerdo en que debemos acoger con respeto y caridad cristiana a toda clase de personas. También al pecador y al que tiene otra forma de ver la vida. Dedicarnos a descalificar al prójimo y a buscar herejes no es la mejor manera de testimoniar el Evangelio. Tampoco damos testimonio cristiano si cerramos los ojos ante los necesitados y los excluidos.
Julio L. Martínez ha escrito en la prensa española (ABC, 17 de agosto de 2019) un artículo, “El crimen de la solidaridad”, sobre el tema de los inmigrantes en el que dice lo siguiente: “El ejercicio de la solidaridad más que enemigo a batir es energía benéfica que nos conecta con las fuentes de la humanidad y nos da la energía moral (pre-política) para transformar las estructuras injustas. Un icono evangélico de la dimensión ético-política de la solidaridad unida a la justicia se encuentra en el Juicio final (Mt. 25, 31-46). Jesús se identifica con el que tiene hambre, es forastero o está en la cárcel, y dice: “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis hijos más pequeños, conmigo lo hicisteis”. Hace algunas décadas Xabier Pikaza en su libro “Hermanos de Jesús y servidores de los más pequeños” (1984) nos hizo ya ver la importancia del nuevo esquema antropológico y de apertura universal del designio de Dios que representa Mt 25, 31-46.
Eso es lo que se quiere destacar. Ese es el tema central de mi libro. Es ahí donde Ebner vio el corazón de la fe cristiana y de la ética evangélica, y aquello que pone de relieve la obra “Un paso adelante. Cien años con Ebner. Cristianismo, cultura y deseo”. El resto de las reflexiones que se hacen, algunas publicadas ya en RD, tratan de mostrar o explicar la tesis principal.
Los excluidos y la barbarie de la guerra
“La guerra europea descubre el estado verdadero de la especie humana. Es más que una mera cuestión política y económica. Indica adonde llegan después de todo los hombres con toda su política y economía” (F. Ebner, II, 410, año 1917).
Nos resulta difícil en la Iglesia entender aquello de “misericordia quiero y no sacrificios” del Antiguo Testamento (Oseas, 6, 6) y del Nuevo (Mt 9, 13). Y cuando creemos haberlo entendido nos empeñamos en ver el pecado en la conducta de los demás, por ejemplo, en aquellos que no pueden relacionarse íntimamente con los demás más que desde la condición sexual que Dios les dio, y nos sentimos orgullosos de no ser como ellos, orgullosos como decía el fariseo en la narración de Lc 18, 9-14, de no ser pecadores como los demás hombres.
Con razón decía Ebner que “querernos los unos a los otros” en el sentido también de saber “soportarnos” y “sufrirnos los unos a otros” (“einander leiden”) es el mandato que nos acompaña en el caminar que nos propone la realidad de Cristo. Es la enseñanza de la carta a los Colosenses (3, 13). No sería una mala norma de vida social y comunitaria. A Ebner no se le ocultaba esta dificultad de llevar a la práctica con compasión y misericordia el mandamiento del amor y la enseñanza de Mt 25, 31-46, de tener “las entrañas conmovidas”, como el Evangelio, de “tener compasión” (Mt 14, 14).
En su Fragmento 14 y también en su diario de 1917 nos recuerda Ebner lo que cuenta Tolstói de una comunidad cristiana en Rusia, los “Duchoborzen”. Tolstói explica que acostumbran a postrarse ante cada persona porque en cada hombre ven a Dios. “Sin embargo, – dice Ebner – qué enormemente difícil le resulta al hombre, aunque sea solo interiormente, postrarse ante el Tú, ante la presencia de Dios en otro hombre”. Y en su diario de 1917 escribe: “Se afirma que Jesús dijo: Has visto a tu hermano, entonces has visto a tu Dios. Si hay una experiencia de Dios entonces es la experiencia del tú en otro hombre (la experiencia espiritual propiamente dicha, según el sentido de la enseñanza de los evangelios)”. Los editores del Diario de 1917 señalan con razón que Ebner está pensando aquí en el pasaje de Mt 25, 40.
“En su opción por el prójimo la conciencia de la persona cuestiona el totalitarismo y la violencia”
Sin duda la repetida referencia a esta enseñanza de Cristo en la obra de Ebner indica que es una verdad central para él en su forma personal de entender y de vivir la fe cristiana. No prescinde de la rica realidad del mundo, no la olvida, pero ve su realidad a través del otro, a través de la relación con el tú, que es esencial para establecer una correcta relación con Dios y con el mundo que Dios ha creado. “En la realidad de otro hombre – en el tú – se nos da su realidad” (“ihre Wirklichkeit”, su realidad, la del mundo). “Pero también la realidad de Dios”. Y es desde esta comprensión como debemos entender su crítica cultural y social. Una crítica que nunca se hizo sin estar acompañada aquí y allá, en diversos textos, de una valorización del significado de esa tendencia inicial que lleva al hombre en sus afanes creativos y en sus intereses culturales a buscar un sentido a su existencia.
(Imagen: la Virgen de la Merced o Guadalupe, de Montserrat, el Pilar o Torreciudad que ha acogido a su “suicida de amor”, en su manto de amiga del alma, como madre- de los homosexuales, la que derriba del trono a los potentados y acoge a los oprimidos… Bajo su manto están los cautivos, no cautivos de su homosexualidad, sino de la prepotencia de aquellos de aquellos que les oprimen bajo una falsa ley de no-amor).
Teniendo esto en cuenta podemos comprender mejor un texto que escribió al final de su vida, que es revelador. Se trata de un párrafo de su epílogo al Fragmento del año 1916, el “Nachwort de 1931”, lo último que escribió, donde habla del dinero como del “engaño de la vida” (“Lebensillusion”), y de la “llamada cultura de la humanidad” que se crea a costa de millones de seres humanos que quedan excluidos de ella y excluidos (“ausgeschlossen”) en resumidas cuentas de una existencia digna del hombre.
En este texto Ebner relaciona íntimamente su crítica cultural con la trágica situación de millones de personas en su tiempo. ¿No tenía derecho a ser un tanto pesimista culturalmente si la gran cultura europea no había evitado la Primera Guerra Mundial y se estaba preparando para la segunda? Se calculaba que cerca de un millón de personas, entre alemanes y franceses, habían perecido en la batalla de Verdún en 1916. La guerra era un “asesinato en masa organizado”. La cultura que desembocaba en aquella masacre aparecía así como falta de humanidad auténtica. El respeto a la vida y a los valores humanos estaba ausente en aquella sociedad de la Primera Guerra Mundial. Un cristiano no podía ser un representante del optimismo cultural teniendo delante de los ojos aquella barbarie, lo cual no quería decir que esa comprensión del cristianismo fuera ciega para los valores de la vida de la verdadera cultura.
(Virgen de Montserrat, Monte-serrado, y de Torreciudad, monte y torre que acoge y ama a los homosexuales, que son la misma Virgen, de la que fue devoto el homosexual suicida de amor).
En esta denuncia de las ideologías que justifican el sufrimiento del individuo singular en nombre del progreso el cristiano Ebner no estuvo solo. El judío Franz Rosenzweig (1886-1929), el autor de “La Estrella de la Redención”, entre otros pensadores, le acompañó en esa empresa. Ambos coincidían al ver en la guerra el cuestionamiento de la tradición occidental. Para Rosenzweig la idea de pueblo elegido aparece, en versión secularizada, en el origen del nacionalismo. Su crítica al Estado-Nación de Hegel supone revisar, entre otros, los conceptos de justicia, derechos, nación y ciudadanía. Invita a pensar nuevas formas de organización y de identidad. La justicia del singular (individuo) es el principio de una nueva política democrática, el núcleo de la idea de universalidad de Rosenzweig que busca anular la complicidad entre política y violencia. Son ideas que ha expuesto con brillantez el profesor Daniel Barreto, discípulo de Reyes Mate, en su tesis doctoral sobre la obra de F. Rosenzweig. (Cf. El desafío nacionalista. El pensamiento teológico-político de Franz Rosenzweig, Anthropos, Madrid 2018).
La obra de Ebner va también en esa misma dirección. No olvidemos que “der leidende Andere”, “el otro que sufre” es una expresión que encontramos en su obra. También en Ebner el instante ético interrumpe el orden político. En su opción por el prójimo la conciencia de la persona cuestiona el totalitarismo y la violencia. Es una instancia que no puede aceptar que el interés del todo justifique la injusticia concreta a las personas. Ni el Shalom bíblico ni la paz cristiana pueden imponerse desde arriba. La guerra se juega en la conciencia de cada hombre. Es el hombre el que es sujeto de imputación moral y no anónimas entidades culturales, el Estado, la historia o el progreso.
El apunte en su diario que correspondiente al 9 de noviembre de 1917 expresa bien cuál era la tarea que Ebner creía urgente: “La tarea espiritual de Europa después de esta guerra: la revisión del concepto de cultura”. En lugar de hablar como se hacía desde Herder de la filosofía de la cultura había que abordar, con coraje y resolución, la crítica de la cultura. “Esta guerra mundial –escribía Ebner en 1916 – no es solamente una ruina física para todo Occidente, sino también una ruina espiritual”.
“Esta generación sucumbe en el agudizarse de la cuestión social” (F. Ebner, Schriften, II, 430, año 1919). La crítica de Ebner en el epílogo escrito en 1931, al final de su vida, no se dirige a la cultura sin más, sino a una cultura en la que predominan los valores aparentes (“Scheinwerte”) y los sucedáneos (“Surrogate”) de los verdaderos valores humanos y espirituales. Su crítica se dirige especialmente a los “auténticos dueños de este mundo”, que faltos de toda humanidad habían llevado a la muerte en la Primera Guerra Mundial a millones de seres humanos.
La mirada de Ebner al escribir lo que se podría considerar su testamento se vuelve, una vez más, hacia los excluidos y marginados, “die ausgeschlossen”. Vuelve aquí por consiguiente al tema de la “cuestión social” (“die soziale Frage”), del que ya había hablado en el Fragmento 18 de su obra principal, cuando, por ejemplo, nos hablaba de que “la bancarrota cultural y política de Europa había agudizado la cuestión social, esa enfermedad latente en el cuerpo de la humanidad”. Ebner no elaboró una ética social ni una teoría socioeconómica para la justa distribución de la riqueza, aunque dedicó su vida a otra tarea tan importante o más, a ser maestro de niños. Pero nos señaló la base antropológica de la ética humana y de la concepción cristiana de la vida para hacerlo. Él señaló el lugar donde estaba la piedra angular para construir ese edificio. No olvidemos que la parábola del juicio final de Mateo 25, 31-46 nos dice – como ha recordado X. Pikaza – que “el ideal del proyecto de Jesús no se funda en la pobreza como renuncia al tener, sino en la riqueza (comida, casa, etc.) compartida” . (Xabier Pikaza, Dios o el dinero. Economía y teología. Sal Terrae, 2019, 545).
“El cristiano debía comprometerse en remediar la situación de miseria de estos pueblos”
No cabe la menor duda de que la teología de la liberación bebía de estas mismas fuentes. Los excluidos y marginados, “los desposeídos” (“die Besitzlosen”) de Ebner, son los “vencidos”, “los ausentes de la historia” de los que nos habla Gustavo Gutiérrez en su obra “La fuerza histórica de los pobres”: “clases explotadas, razas marginadas, culturas despreciadas”.
Gustavo Gutiérrez ha señalado expresamente que esta teología hunde sus raíces en la realidad de Latinoamérica y seguidamente en el mensaje del Nuevo Testamento especialmente Mt 25, 31-46, y no tanto en el tema del éxodo y del Antiguo Testamento. Es la óptica de los documentos del encuentro de Medellín. “En esta óptica el eje está en la identificación de Cristo con el pobre según lo encontramos en Mateo 25, 31-46, texto evangélico de importante relieve en Puebla y en los discursos del papa en México. Texto central también, como se sabe, en las comunidades cristianas de base y en la reflexión sobre el compromiso liberador en América latina”, ha escrito Gustavo Gutiérrez en la obra citada anteriormente. El cristiano debía comprometerse en remediar la situación de miseria de estos pueblos.
Todo esto lo había puesto ya de relieve Gustavo Gutiérrez en su obra “Teología de la liberación”. Mt 25, 31-46 resume lo esencial del mensaje evangélico. G. Gutiérrez se adhiere a la interpretación de H. Mühlen y otros que ven en el texto la enseñanza de una salvación universal. “Se salva el hombre que se abre a Dios y a los demás, incluso sin tener clara conciencia de ello”. La mediación humana es necesaria para llegar al Señor. Coincidía en esto con una de las enseñanzas fundamentales de Ebner en la comprensión del Evangelio: “Cuando el hombre tiene una experiencia de Dios, entonces tiene esa experiencia de él en el hombre; pero no en uno mismo, como piensan los místicos, sino en el otro, en el que encuentra al verdadero tú de su yo”. Una reflexión que encontramos en el primer volumen de sus Escritos (Schriften, I, 277) y en su Diario de 1917 (Tagebuch 1917).
Haciéndose eco seguramente de la conocida opinión de Metz en sus primeros escritos, afirma el teólogo peruano que el texto de Mateo nos llevaría lejos del lenguaje privatizante del encuentro yo-tú. Una acertada advertencia. Y es verdad que algún intérprete del personalismo prefirió entender así el tema, con escasa incidencia social. Pero nada más equivocado que entender el lenguaje del encuentro yo-tú como privatizante. En Ebner, al menos, no se puede entender así, como demostró certeramente Wolfgang Hemel en su tesis doctoral en la Universidad de Viena. Como ejemplo, basta con tener en cuenta aquellos pasajes en los que habla de la “cuestión social”, de los ricos “faltos de todo espíritu y de verdadera humanidad”. Ebner apuntaba ahí a la necesidad de instaurar la justicia social.
Metz no conocía toda la obra de Ebner. La relación con Dios no se vive exclusivamente en una relación yo-tú al margen de la comunidad humana, ya que a Dios lo experimentamos en el prójimo, en cada tú humano, y en sus escritos Ebner no olvida la dimensión social y comunitaria de nuestra apertura al otro. Simplemente partía de un análisis del lenguaje, de sus pronombres, para señalar su profunda relevancia antropológica. “Una comunidad viva solo puede tener un fundamento espiritual”, decía Ebner. “Esa relación a la comunidad que es constitutiva para la persona es en su último fundamento y espíritu precisamente la relación del yo con el tú” (Schriften, I, 817).
La relación del yo con el tú es así “el fundamento y presupuesto de la comunidad entre los hombres”. Esta es la forma que tiene el personalismo de relacionar la persona y la comunidad, para poder luego reconocer los deberes y los derechos del hombre y establecer así el fundamento de la paz social y del orden político. Esta concepción dialógica de la persona da sentido y consistencia a todas las instituciones humanas: familias, sindicatos, empresas, gobiernos y administración del Estado, a todas las instituciones de los distintos poderes públicos.
“Sin deberes, sin obligaciones, no hay derechos que puedan ser reconocidos”
El Estado no puede violar la conciencia personal ni pisotear los derechos humanos. En una democracia las instituciones en las que los hombres se encuentran y por medio de las cuales organizan su vida social, política y económica están al servicio de las personas. Sus derechos son relativos, no absolutos, pero nadie puede en nombre de la colectividad, para conseguir la perfecta justicia o con cualquier otro objetivo, esclavizar a las personas, manipular sus conciencias y convertirlas en autómatas sin derechos ni libertades. Solo los dirigentes de regímenes totalitarios lo hacen. En estos las instituciones sí se anteponen a las personas. Estas apenas cuentan. No están al servicio de la ciudadanía.
Hannah Arendt habló de la realidad particular de la persona individual sumida en la corriente del movimiento de lo universal, de lo general, esa espuria realidad en la que junto con la personalidad se evapora la diferencia entre fines y medios y da como resultado la monstruosa inmoralidad de las políticas ideológicas. Nazismo y bolchevismo fueron claros ejemplos de ello. Deslumbrados por la ideología, Hitler y Stalin se mostraron insensibles ante el sufrimiento de las personas concretas del pueblo alemán y del pueblo ruso, especialmente de las que no compartían las ideas del partido. (Cf. Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo, Alianza Editorial, Madrid 2006, 363-364).
La dimensión comunitaria del hombre es esencial, pero ¿por qué habría de ser importante esa dimensión comunitaria si no la entendiéramos como una orientación esencial de cada persona a los otros, de tal forma que es el otro el que me hace tener conciencia de mí mismo, de ser un “yo” ante un “tú” en relación al cual existo, relación que se expresa y vehicula, es decir, se hace realidad en la palabra, y de forma cumplida y plena en la palabra justa, dicha con amor? El rostro del otro es una llamada a mi responsabilidad ética, como dirá Lévinas. Apunta a una dignidad especial del ser humano, a una presencia que trasciende nuestra caducidad. Sin esa relación esencial al otro imperaría el puro egoísmo y la mera utilidad y los regímenes totalitarios se impondrían con la excusa del orden y de la justicia.
Son precisamente esas reflexiones en torno al significado antropológico del lenguaje, del hecho de que el hombre sea en toda la creación el único ser que habla, que tiene la palabra, vehículo de la relación yo-tú y signo de la referencia y orientación de los hombres entre sí, las que hacen de Ebner un gran pensador. Hablamos porque existimos esencialmente en relación. La existencia humana es dialógica y comunitaria. El hombre es un ser social. Pero no un individuo prescindible al servicio de una idea totalitaria en una masa de autómatas.
Así como Gustavo Gutiérrez afirma, con toda razón, que la dimensión política está en el núcleo del mensaje del Evangelio de la misma manera hemos de saber ver que la reflexión de Ebner sobre la relación yo-tú tiene un alcance político y social, porque ofrece la base antropológica para afirmar nuestra esencial relación a los demás y nuestros deberes de ética social y de ética política.
Nos lo recordó Simone Weil en su obra “Echar raíces”. Sin deberes, sin obligaciones, no hay derechos que puedan ser reconocidos, que puedan hacerse efectivos. Y “un derecho no reconocido por nadie no es gran cosa”. Si yo no me sé responsable ante el otro, mal le puedo reconocer derecho alguno. Ese es el núcleo y la base de una sólida doctrina social y de una economía con rostro humano. Estamos orientados esencialmente unos a otros y compartimos un destino común. Es una orientación esencial y constitutiva del ser humano. Derechos y deberes son mutuos, recíprocos. “¿No hay de por sí en la relación de un ser humano con otro ser humano algo como una obligación interior de no renunciar al valor de la vida?” Es una reflexión de Ebner en un apunte de 1917. Toda relación mutua entre dos hombres que signifique una relación del yo con el tú “tiene en sí misma algo de eterno”, nos dice Ebner en su diario un día antes de la cita anterior. El encuentro con el tú es como la garantía de nuestra inmortalidad espiritual, pues la muerte no puede hacer nada al yo que ha encontrado a su verdadero tú. Son convicciones de Ebner que nos hacen ver la calidad de las relaciones humanas que él veía como base espiritual de una verdadera comunidad humana. Sin este fundamento espiritual el mero trato social no sacaría al hombre de su soledad, no rompería “la muralla china” del egoísmo humano.
La importancia de esa dimensión social para Ebner se ve en la frecuencia con que nos recuerda la cuestión social, “die soziale Frage”, que se refiere siempre a la penosa situación de los trabajadores, al problema de las relaciones entre las clases sociales y a la injusticia de las excesivas desigualdades en el reparto de las riquezas. Es evidente que cuando el poder económico y cultural se concentra en pocas manos queda condicionado y frecuentemente imposibilitado el acceso de la gente a los medios de vida. Esta convicción forma parte esencial de la visión que del hombre y de la sociedad tiene Ebner.
Ebner y la parábola del Juicio Final de Mateo
“Últimamente hemos asistido a un espectacular redescubrimiento de Mt 25, 31ss donde el encuentro del hombre con Dios pasa a través de la identidad entre el Señor y el hermano encarcelado, hambriento o desnudo”. Así se expresaba González Faus ya hace años en su obra “La Humanidad nueva”.
Pues bien, fue Ebner el que en su obra “La palabra y las realidades espirituales. Fragmentos pneumatológicos” (año 1921) nos recordó que el texto de Mt 25, 31-46 era esencial para tener una correcta visión de lo que significa ser cristiano. Recuperó para el cristianismo, tanto para la praxis como para la reflexión teológica, una antigua doctrina de algunos Santos Padres de la Iglesia y el impulso ético-profético del mensaje cristiano que desde el siglo XIX y en su versión no religiosa había defendido a su modo el marxismo. Un cristianismo reducido a ritos litúrgicos, doctrinas, devociones y cánones habría perdido la fuerza transformadora que implica el anuncio del reino de Dios, la conversión de las mentes y de los corazones a la justicia y la misericordia, la “metanoia”, que tiene esencialmente también una dimensión social. Bien lo vieron algunos papas que con sus encíclicas intentaron reconducir la situación. Fue el caso del papa León XIII, que con la “Rerum Novarum” (1891) puso las bases para la doctrina social de la Iglesia, aunque Ebner piensa que la Iglesia se puso a apagar el fuego bastante tarde, cuando “la casa estaba ya en llamas”. Ebner señala que “era la primera vez que se ocupaba de la situación de los desposeídos”, de las penosas condiciones de vida de los pobres. El Manifiesto Comunista se había publicado en 1848.
Este comentario de Ebner sobre la encíclica de León XIII muestra claramente la importancia que tenía para el pensador austriaco la dimensión social, no privatizante o espiritualista, del mensaje cristiano. El papa hacía referencia en la Rerum Novarum, como lo hicieron otros muchos antes que él a lo largo de los siglos, al texto de Mt 25, 31-46, citando Mt 25, 40 en concreto. Pero fue sobre todo el concilio Vaticano II y los documentos de los últimos papas los que han insistido con más fuerza en la importancia de ese texto de Mateo.
Ebner, ya antes del concilio Vaticano II, supo ver la importancia de la enseñanza de Mt 16, 3-4 sobre “los signos de los tiempos” haciendo posible que esa categoría entrara luego con fuerza en los debates y en los documentos conciliares. Y nos hizo también ver de nuevo la importancia del pasaje de Mt 25, 31- 46 para saber qué es “lo que valdrá a la hora de la verdad”, como dice González Faus. Lo que valdrá “es si “Me disteis de comer o Me visitasteis” en alguno de mis hermanos más pequeños (Mt 25, 40)”. (J. I. González Faus, Otro mundo es posible…desde Jesús, Sal Terrae, Santander 2010, 116). No sabemos nunca con seguridad qué parábolas se remontan al mismo Jesús y lo que queda en ellas del mensaje original, pero ese pasaje de Mateo corresponde bien a lo que nuestro corazón siente y nos pide al encontrarnos con los necesitados. José Antonio Pagola, en su obra “Jesús. Aproximación histórica” piensa que el núcleo de la parábola contiene la conclusión que se extrae del mensaje y de la actuación de Jesús. Así es. Basta recordar Lc 19, 1-10. El rico Zaqueo está dispuesto a dar la mitad de sus bienes a los pobres y a compensar con creces a los defraudados por él. Jesús le contestó: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa”.
Después de Ebner, la relevancia de Mt 25, 31-46 para una correcta interpretación del cristianismo fue señalada por muchos otros, como Romano Guardini, que conoció los escritos de Ebner, en su obra “La esencia del cristianismo” (1929) , o como John A. T. Robinson en su famoso libro “Sincero para con Dios” y en otros trabajos suyos anteriores. A “Dios, el incondicional, – nos dice Robinson -, lo hallamos únicamente en, con y bajo las relaciones condicionadas de esta vida…Y esto adquiere una expresión específicamente cristiana en la “parábola” tan profundamente simple de las ovejas y de los machos cabríos. El único camino en el que podemos realizar el hallazgo de Cristo…es el que pasa por “uno de mis hermanos menores”.
De la correcta lectura de la obra de Ebner se obtuvieron conclusiones importantes: El “problema social” era una cuestión de profundas injusticias sociales que había que atender. La revolución de los corazones era la base para un cambio social. Al mismo tiempo habría que cambiar las estructuras que mantenían ese estado de cosas. Lograrlo sin que los gobiernos crearan más miseria o más injusticia era el gran reto de los gobiernos de América Latina y de otras partes del mundo. Al anunciar el Evangelio, el cristiano, también el intelectual y el teólogo, tenía que comprometerse con la liberación de las clases populares. Hasta la poesía servía para expresar ese compromiso: “Es tarde pero es nuestra hora”, dirá Pere Casaldáliga. Palabra y amor hecho obras. Ebner también supo que hay un arte verdadero que habla al corazón. Se puede escribir poesía después de dar compañía al corazón sufriente de los pobres y se puede seguir dando compañía expresando ese compromiso con ellos a través de la palabra poética. Y un franciscano puede escribir un libro en Alepo entre las bombas como una llamada de socorro y de esperanza. Breves notas, “latidos de vida, gemidos y gritos que se vuelven oración”. (Ibrahim Alsabagh, Un instante antes del alba. Crónicas de guerra y de esperanza desde Alepo, Encuentro, Madrid 2017, 8).
El criterio de lo cristiano
La orientación a la praxis concreta y a la acción social de la fe cristiana de Ebner es bien clara. En el fragmento 15 nos dice que ni nuestra fe cristiana en Dios ni el amor cristiano al prójimo son cuestión de sentimiento. Es en el hombre concreto donde hacemos la experiencia de Dios. “El tú de nuestro prójimo es el medio (“das Medium”) a través del cual vemos al Tú divino de nuestro yo”. El espíritu del cristianismo tal como lo entiende Ebner exige que nuestra relación con Dios se realice en nuestra relación con los hombres y que, a su vez, la relación con el hombre esté basada en nuestra relación con Dios. Y escribe: “Creo haber comprendido bien el espíritu del cristianismo” (Diario de 1920). Se trata del amor al prójimo entendido de forma concreta, real, amor al prójimo cercano y al lejano. Ebner comprendía que tenía que ser algo más que un pensamiento expresado en un diario. Había que llevarlo a la práctica.
Durante mucho tiempo se ha hecho una lectura de Ebner en la que estaba ausente la fuerte carga de crítica social y religiosa de su pensamiento. Nos llamaba más la atención el Ebner pensador y filósofo que el Ebner cristiano crítico que vivió un profundo conflicto interior con la Iglesia y que fue a la vez un formidable crítico social y cultural. Este debate suyo con el problema de la Iglesia quedó reflejado en los artículos que publicó en la revista Der Brenner. Quizá también, años más tarde, y lo digo a modo de explicación y no de crítica, algunos quisieron apartarse de ciertas interpretaciones extremas de la teología de la liberación y no nos hicieron ver que la “cuestión social” era una preocupación central en su obra y en su vida. Hoy, vigiladas de cerca las tentaciones totalitarias de imponer la justicia por la violencia, ese aspecto esencial de su crítica social y religiosa no se puede soslayar. No podemos al estudiar a Ebner prescindir de ciertas conclusiones sobre lo que es auténtico cristianismo que son radicalmente contrarias a los intereses del capitalismo neoliberal, el de las burbujas especulativas, el de la “economía virtual” que escapa a todo control y siembra ruina por doquier. Sería falsear el mensaje de Ebner que lleva, como el del cristianismo, tanto a la “metanoia” personal y la renovación de la Iglesia según el espíritu del Evangelio como a la liberación de los oprimidos. En el horizonte hay siempre una llamada al cambio social y al compromiso social y político en favor de la justicia, una convicción de la necesidad de la conversión personal y de la renovación de la Iglesia, que debe dejar de oscurecer el mensaje de Jesús con la politización de lo espiritual, el dogmatismo, el ritualismo y el clericalismo.
Lo original de Ebner para el cristianismo es que nos hizo ver dónde estaba realmente el criterio de lo cristiano, la esencia del mensaje evangélico, y así insistió, por ejemplo, en la parábola del Juicio Final de Mt 25, 31-46. Romano Guardini, uno de los primeros lectores de Ebner, escribe en su Esencia del cristianismo: “Allí donde el hombre practica el amor frente a otro hombre, o se niega a hacerlo, lo hace con Cristo mismo”. Cristo mismo, la personalidad histórica de Jesús de Nazaret, su obra y su destino, es el criterio de lo cristiano, la esencia del cristianismo, y Cristo, como nos muestra el evangelio de Mateo, se identifica con el hermano necesitado.
Desde la propia experiencia de su quebrantada salud y de su soledad existencial, en medio de la guerra y de la ruina espiritual de Europa y desde la humilde tarea de maestro de escuela en Gablitz, un pueblecito cercano a Viena, Ebner supo echarse sobre sus débiles espaldas la decisiva tarea de advertir a la sociedad de la Primera Guerra Mundial de la gravedad del momento y de señalar una puerta de salida. Consideró que tenía una responsabilidad y una tarea que cumplir en aquellos aciagos años. La revista austriaca “Der Brenner” donde fue publicando sus reflexiones llegaba a un público lo suficientemente amplio como para que sus ideas tuvieran un eco importante en el mundo cultural de la Europa central de aquellos años. Años después su editor Ludwig von Ficker recibiría la visita en Innsbruck de importantes figuras de la cultura europea, como Emmanuel Mounier, representante del personalismo francés.
Digamos para concluir que Ebner creyó ver con claridad, después de atender a los “signos” de aquel tiempo de una Europa en ruina física y espiritual, dónde estaba el remedio a tantos males. En contra de lo que normalmente había permitido la Iglesia, se trataba de juzgar por uno mismo lo que es justo (Lc 12, 57) sabiendo discernir los “signos de los tiempos” (Mt 16, 3). Se trataba de percibir dónde estaban para el hombre los verdaderos valores del espíritu. Las realidades espirituales estaban en el Dios olvidado de Jesucristo, en los hombres cuyas vidas se perdían en las trincheras o malvivían en una sociedad en ruinas y no en el culto al poder y al dinero, no en la cultura que como fuerza salvadora era una ilusión, no en la técnica y el progreso, tan ambivalentes.
A juicio de Ebner tampoco la Iglesia de su tiempo transparentaba el verdadero espíritu del cristianismo. Su obra hizo que nos diéramos cuenta que verdadero cristianismo no era tanto una doctrina, unos ritos, una organización o institución con influencia y poder que exhibía en manifestaciones y congresos de grandes masas de católicos, – los famosos “Katholikentage” – , que apoyaba a los poderosos en una sociedad que se decía cristiana, cuanto una promesa personal y colectiva de salvación, una buena nueva dirigida a los más necesitados de la que había que dar un testimonio de vida personal y comunitaria. Por eso en el mensaje del Evangelio nos señaló con fuerza Mateo 25, 31-46 o el Sermón de la montaña.
Estos son también precisamente los textos cuya lectura recomienda con frecuencia el papa Francisco. Son, como él dice, las llaves del cielo. No hay verdadero cristianismo sin compromiso con la causa del hombre, que es también la causa de Cristo.
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