“Amarás los genes de tu prójimo como los tuyos mismos”, por Carlos Osma
De su blog Homoprotestantes:
Amigos y amigas, hace unas semanas nos enteramos que un novedoso estudio que intentaba determinar si la heterosexualidad tiene una base genética, ha concluido que no hay suficientes elementos para concluir nada. Vamos que, aunque parezca descabellado e incluso contra natura, los heterosexuales tienen los mismos genes que el resto de sus vecinos. Esto tira por tierra algunas teorías, como la de mi amiga Lola que decía que el gen heterosexual dotaba de una capacidad superior en las mujeres para coser y bailar, y a los hombres para creer que el tamaño de su pene era directamente proporcional a su inteligencia.
Muchos han salido a matizar lo que dicho estudio quería decir, y las consecuencias que algunas mentes privilegiadas creen que de él se desprenden, intentando contextualizar el estudio y dando miles de explicaciones que a nadie ya le importan. Y es que el titular ya está en la calle: “la heterosexualidad, ese mayoritario desorden, no es innato, sino aprendido”. ¿Serán las barbies, las pelotas de futbol, las cocinitas o los coches de carreras? ¿Cómo hemos hecho para que tan alto índice de la población tenga atracción por personas de distinto sexo? ¿Dónde están fallando sus familias? ¿Y los docentes? ¿Podemos hacer algo para revertirlo? ¿Puede un heterosexual dejar de serlo? ¿A qué se enfrenta nuestro mundo si les permitimos reproducirse sin control?
Algunos cristianos fundamentalistas se niegan a aceptar el estudio y pretenden que científicos cristianos fundamentalistas -una especie mitológica como el unicornio, según las malas lenguas- repitan el estudio no solo aumentando la muestra, sino obligando a que toda ella sea fundamentalista, ya que no descartan que el pecado haya transformado los genes de la población que no asiste a sus iglesias. Médicos y escritores de este entorno se aferran a la visión genética de la heterosexualidad, Pedro Tarquis por ejemplo afirma en su artículo Genética y homosexualidad que: “genéticamente el ser humano nace hombre o mujer, sin que exista una predeterminación diferente a la heterosexual” -Os prometo que esta cita no es inventada, y que el tal Pedro Tarquís afirma que es médico-. Sin embargo, parece evidente que tendrán que mejorar algo su estrategia si quieren convencer a alguien, porque hasta hoy ninguna doctora ha entregado el bebé recién nacido a su madre diciendo: “Ha tenido un hombre”. Socialmente está bastante aceptado que un bebé no es un hombre ni una mujer, que eso es algo que, en todo caso, vendrá más tarde. Además, ¿qué tiene que ver el género con la orientación sexual? Mi primo Paco es trans y, como dios manda, le encantan los hombres trans.
Mientras el fundamentalismo y el conservadurismo heterocentrado van puliendo sus estrategias, quizás nosotras deberíamos intentar dar respuesta a las preguntas que se hacen tantos padres y madres heterosexuales: ¿Qué hemos hecho mal para que nuestra hija o nuestro hijo sea como nosotros? ¿Qué podemos cambiar en la forma en que educamos para que esto no ocurra con el siguiente? Y echando mano de nuestra experiencia les podríamos decir que no se estresen, que estén tranquilos, que si por negligencia o incapacidad,han hecho que su hija sea heterosexual, no pasa nada, que la quieran como si fuera bisexual, o lesbiana, o queer…. Que ahora, que la cosa es irreversible, la ayuden a ser una buena persona y a respetar a los demás. Que, aunque tenga más probabilidad de ser una acosadora en su instituto hacia un compañero LGTBIQ, con una educación adecuada puede evitarse -la ayuda de un psicólogo puede venir bien-. Y en el caso de haber creado un hijo heterosexual, pues la cosa es algo más complicada, pero en todo caso no imposible. Hay que animarle a que se eche un amigo marica, el más marica posible, que le ayude a ver la riqueza de su parte femenina y a resistirse a convertirse en un machote. Probablemente esto hará que sus niveles de violencia sean menores y nos ayudará a tener una sociedad mejor. En resumidas cuentas, que intenten poner de su parte para que la heterosexualidad de sus hijos sea un mal menor para el resto de seres humanos con los que conviven. Y si tienen otro hijo, pues en vez de determinarlo, que lo acompañen, el gen gay se manifestara espontáneamente.
No existe el gen heterosexual, eso parece que dicen quienes dicen que han oído a alguien que dice que se ha leído el estudio. Y es que eso es algo que mi prima Loida ya intuía, pero no nos pongamos nerviosos ni seamos inflexibles. Aunque algunas teorías afirmen que quizás con la ayuda idónea y una terapia que aborde la ADS – atracción hacia personas de distinto sexo-, el desorden de la heterosexualidad puede revertirse, tengamos cuidado. No les produzcamos más dolor, mostremos algo de humanidad y fijémonos en que parece que incluso, a veces, pueden mantener relaciones que les hacen felices a ambos -no como a nosotras, claro, tampoco exageremos-. No es lo perfecto, pero mejor eso que hacerles sufrir, ellos no tienen la culpa, lo tiene el ambiente en el que nacieron. Tienen nuestros mismos genes, genes gais, así que potencialmente son tan perfectos como nosotras -Sé que suena raro y que contradice toda lógica, pero es lo que afirma el estudio en cuestión-.
Yo, como buenísima e intachable cristiana que soy, optaría por la tolerancia, el respeto, y una educación que paulatinamente haga descender el síndrome de la ADS -me refiero sobre todo al impostado, al obligado, al que es fruto de la presión ambiental-. Y antes de actuar ante un desorden como este, me haría aquella pregunta que lanzaba el pastor Charles Sheldon a su congregación a finales del siglo XIX: “What would Jesús do?”. Es decir: ¿Qué haría Jesús? ¿cómo actuaría aquel que fue en todo igual a nosotras, que tuvo nuestros mismos genes, genes gais, y que jamás se sintió atraído por una persona de diferente sexo? Pues siento ser repetitivo, pero me vienen a la cabeza siempre las mismas palabras, aunque esta vez me atreva a tunearlas: “Amarás los genes de tu prójimo como los tuyos mismos, digan los estudios que son iguales o completamente diferentes”. Y es que, en realidad, no hay gen que invalide este mandamiento: ¿o el gen fundamentalista sí? Dejo en el aire esta pregunta para animar a las investigadoras a realizar otro estudio que determine si, a diferencia del heterosexual, el gen homófobo-fundamentalista sí existe.
Carlos Osma
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