De su blog Armonía en la diversidad:
Acerca de la nota de la CEE “Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo” (Sal 42,3). Orientaciones doctrinales sobre la oración cristiana
“Un ataque frontal contra una línea de espiritualidad y meditación contemplativa”
Acabo de leer en Religión Digital “El Episcopado español arranca el curso con el reto de apostar, por fin, por una Iglesia en modo Francisco”, refiriéndose a la primera reunión de la Conferencia Episcopal Española, que anda buscando nuevo presidente. Pero dos días antes leía un reportaje de RD sobre un documento de la Comisión para la Doctrina de la Fe de la CEE, publicado en su web el 28 de agosto de 2019, con un titular llamativo: “Los obispos arremeten contra el mindfulnes y la meditación zen, que ven ‘incompatibles’ con la fe cristiana”, añadiendo que piden a los fieles y a los sacerdotes que “no se dejen arrastrar por doctrinas complicadas y extrañas”. Como uno de mis intereses, manifestado en los últimos post en este blog, tienen que ver particularmente con la oración como meditación contemplativa, me llamó poderosamente la atención, pues me parecía en contradicción con “el modo Francisco” por el que dicen querer apostar en el nuevo curso -cosa que no sería sin tiempo…- y me acerqué al nuevo documento de los obispos españoles.
La “nota doctrinal” de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe lleva por título “Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo” (Sal 42,3). Orientaciones doctrinales sobre la oración cristiana. Su razón de ser queda de manifiesto en los primeros números (subrayado mío):
(2) “Estamos asistiendo al resurgir de una espiritualidad que se presenta como respuesta a la demanda creciente de bienestar emocional, equilibrio personal, o serenidad para encajar las contrariedades…; una espiritualidad entendida como cultivo de la propia interioridad para que el hombre se encuentre consigo mismo, y que muchas veces no lleva a Dios. Para ello, muchas personas, incluso habiendo crecido en un ámbito cristiano, recurren a técnicas y métodos de meditación y de oración que tienen su origen en tradiciones religiosas ajenas al cristianismo”.
(6) “Esta Comisión… quiere mostrar la naturaleza y la riqueza de la oración y de la experiencia espiritual enraizada en la Revelación y Tradición cristiana, recordando aquellos aspectos que son esenciales; ofreciendo criterios que ayuden a discernir qué elementos de otras tradiciones religiosas hoy en día muy difundidas pueden ser integrados en una praxis cristiana de la oración y cuáles no; e indicando las razones de fondo de la incompatibilidad de ciertas corrientes espirituales con la fe cristiana”.
(7) “Ciertos planteamientos dentro de la Iglesia han podido favorecer la acogida acrítica de métodos de oración y meditación extraños a la fe cristiana”.
Y en las conclusiones dice:
(37) “Cualquier misticismo que, rechazando el valor de las mediaciones eclesiales, oponga la unión mística con Dios a la que se realiza en los sacramentos (…) o que lleve a pensar que los sacramentos son innecesarios para las personas ‘espirituales’, no puede considerarse cristiano”
(40) “Exhortamos a los sacerdotes, personas consagradas, catequistas, (…) y a quienes están al frente de casas o centros de espiritualidad, cuya misión en la Iglesia consiste en ayudar a los cristianos a crecer en la vida interior, a que tengan en cuenta estos principios y no se dejen “arrastrar por doctrinas complicadas y extrañas” (Heb 13, 9) que desorientan al ser humano de la vocación última a la que ha sido llamado por Dios, y llevan a la pérdida de la (…) oración cristiana”.
La nota da una serie de pautas bien conocidas para la oración cristiana, que ocupan la mitad del texto. Pero, su orientación parece un ataque frontal contra una línea de espiritualidad y meditación contemplativa que cada vez está teniendo más acogida entre los cristianos más conscientes, cansados tanto de una fe cristiana de Catecismo (el texto más veces citado en la nota episcopal), una fe de conceptos que no transforman, o de un activismo que no cambia la realidad en profundidad, y a veces ni siquiera en la superficie. Una línea de espiritualidad y meditación contemplativa que se está viviendo no solo en personas y grupos que, cansados de una meditación a base de conceptos y palabras que no les llevan a progresar en su vida interior, en la consciencia y en la comunión con Dios y con Todo, a descubrir que son Uno con ese Todo, se reúnen periódicamente en casas particulares; sino que se vive también en ejercicios espirituales que se hacen en casas de espiritualidad de la Iglesia, con la anuencia de sus responsables jerárquicos. Concretamente, en mi anterior post contaba mi buena experiencia este verano en unos “Ejercicios de contemplación” en el Centro de Espiritualidad de La Cova de Manresa, respirando el espíritu de Ignacio de Loyola y acompañados por uno de sus hijos jesuitas, mi buen amigo Javier Melloni.
La nota episcopal dice que el problema de la oración no es de método o formas, sino de planteamientos religiosos acordes el credo católico. Pero lo cierto es que, como bien dice Paul Knitter en su magnífico libro Sin Buda no podría ser cristiano (Fragmenta, 2016) -aunque esta Congregación de la CEE no dudaría en criticarlo…-, el problema de la espiritualidad cristiana es que, si bien es un pozo “que contienen aguas de una profunda experiencia mística no-dualista”, atestiguada por los místicos cristianos, “los cubos que tenemos a nuestra disposición para sacar esas aguas están agujereados”. O lo que es lo mismo, “estamos en lo más alto en cuanto a inspiración, pero bajo mínimos en cuanto a técnica; muy desarrollados en ideales y contenidos, pero cortos en método” (p. 244). Por eso, Knitter invita al sacramento del silencio: “Usar un cubo budista en un pozo cristiano”.
Con palabras de alguien más cerca de nosotros, Pablo D’Ors –al que parece tener una gran simpatía el papa Francisco, al tenerlo entre sus consejeros- en un libro reciente en el que colaboramos ambos (Hacia una teología de la interioridad, PPC, 2019), “ha sonado la hora de una profunda renovación espiritual“, para los cristianos y la sociedad occidental actual: “La palabra clave es para mí silencio –dice-. Acaso también consciencia… La interioridad es substancialmente silencio; ambas son una misma y única cosa”. “El cristianismo se ha leido hasta ahora fundamentalmente en clave de palabra. Proyectarlo ahora en vlave de silencio supone un replanteamiento muy radical. Pero necesario” (p.22). Los cristianos estamos llamados no sólo a reconocer que Jesus es el Camino, la Verdad y la Vida, sino “sea atrevernos a asumir que nosotros somos el Camino, la Verdad y la Vida… Se trata de reconocer que en el interior, todos somos lo mismo. Que todos seamos uno” (pp.23-24).
Para ello necesitamos un método que nos ayude a meditar permaneciendo en este silencio, esta quietud. Son las tradiciones orientales de meditacion las que nos ofercen métodos más depurados para hacer nuestra meditación cristiana.
Orar para los cristianos es algo difícil, sobre todo en los últimos tiempos. Nuestro problema, además de separar vida y oración –como se ha dicho con acierto tantas veces-, es el exceso de palabrería –estamos verdaderamente sofocados por las palabras, una oración tan locuaz que a veces no nos deja ni respirar-; y aun el exceso de adoración dualista -un Dios a quien adorar más que un Dios en quien adorar, que vive y actúa con nosotros, en nosotros-.
En la oración cristiana padecemos, desde siempre, una falta de silencio, de un verdadero silencio silencioso; un silencio que sepa estar en la consciencia, escuchar, que sepa simplemente estar, ser conscientes y contemplar. Taizé repitió durante años que la vida del cristiano debe ser “lucha y contemplación”.
Que vengan ahora los obispos a criticar a los que buscan una oración/meditación/ contemplación que –sin abandonar la fidelidad al Jesús orante- quiere ser más auténtica cada día, menos vana y vacía, ese “cultivo de la propia interioridad para que el hombre se encuentre consigo mismo” (n.2), en medio de un mundo de secularidad que abandonó primero la Iglesia con sus instituciones clericales decadentes, luego los dogmas y finalmente la religión… parece muy poco inteligente. Entre otras cosas, porque Dios no está fuera, sino dentro de nosotros, y ahí debemos buscarlo privilegiadamente. Agustín de Hipona –a quien tanto gustan citar los obispos- también dice en las Confesiones que Dios es “lo más íntimo de mí mismo” (cap. VI). O a Teresa de Jesús -que también citan en la nota-, el Señor Jesús le dice en una ocasión: “Teresa, búscate en mí y a mí búscame en tí”. Y el Espíritu sopla donde quiere y como quiere (Jn 3, 8); no está sujeto a los dogmas de ninguna religión y actúa en quien está abierto a Él.
Ya no queda espacio para mucho más en la brevedad del post de un blog, pero hay otro tema en la nota episcopal que me preocupa particularmente; es su crítica a la las teologías del pluralismo religioso, especialmente “el encuentro del cristianismo con otras religiones, especialmente asiáticas”. Se confunde la necesaria relatividad de todas las tradiciones religiosas –pues solo Dios es absoluto, no nuestras interpretaciones de Él y nuestros caminos hacia el Misterio-, con un relativismo igualador y un sincretismo religioso (n. 10, 15 y ss). Esto llevaría a un “esperanto ecuménico”, que criticaba Raimon Panikkar como muerte de la riqueza de las distintas tradiciones religiosas; una postura que no defendemos al menos muchos de los que trabajamos en el diálogo interreligioso (cf. mi libro La búsqueda de la armonía en la diversidad, Verbo Divino 2014).
Esa crítica contra el progresivo y necesario diálogo interreligioso, que se ha venido estableciendo en la Iglesia desde el Concilio Vaticano II y que ha eclosionado en el pontificado de Francisco, ¿no es una crítica contra la apertura del papa actual, que no teme orar no solo con los cristianos de otras confesiones, sino con los creyentes de otras religiones bien distintas a la cristiana?
Espiritualidad
Comisión para la Doctrina de la Fe, Conferencia Episcopal Española (CEE), Espacios para la Oración, Espiritualidad, Meditación
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