Paciencia
Hoy no está muy de moda el elogio de la paciencia, pero de la escasa estima cíe esta virtud y de su reducida práctica proviene la disgregación de los grupos, incluso de los más sólidos, como son la familia y las comunidades religiosas. Cuando no estamos dispuestos a tener paciencia, nos vemos obligados a asistir al declive de la solidaridad y de la cohesión de la fraternidad.
Tener paciencia no es, ciertamente, fácil, sobre todo para quienes creen firmemente en el mito de la eficacia o se sienten más positivamente preocupados por la buena marcha de las cosas y de la misión. A estas personas la paciencia puede parecerles una pérdida de tiempo que fomenta la pereza del prójimo o, también, que significa renunciar a dar lecciones de pedagogía a personas que «deben crecer».
San Gregorio Magno, que conocía perfectamente los entresijos del corazón humano, afirmaba: «También nosotros podemos ser mártires si conocemos verdaderamente la paciencia del corazón. La victoria sobre nosotros mismos, por amor a los hermanos, nos vale la gloria del martirio».
Aludía, por cierto, a las pruebas de la vida cotidiana, que en ocasiones guardan un gran parecido con el martirio: en esa vida hay que soportar a veces a personas extravagantes o sencillamente insensatas, personas que parecen disfrutar haciéndonos sufrir; soportar, en otras ocasiones, actitudes humillantes de prepotencia, afrentas mordaces, complicaciones que parecen confabularse todas ellas para fastidiarnos; o injusticias manifiestas, calumnias humillantes o, más simple y frecuentemente, la tan conocida rutina de cada día, monótona, gris, uniforme y descolorida.
La paciencia brota también cuando nos damos cuenta de las dificultades por las que atraviesa el que está junto a nosotros, el que está tentado, probado y acosado quizás por heridas antiguas, por estados de ansiedad, por frustraciones que surgen de vez en cuando y hacen difícil la vida, primero a él y después a nosotros.
Quien está movido por la fortaleza cristiana intuye, comprende, tiene paciencia y no se maravilla, sino que aporta, con el garbo de un hermano afectuoso, la ayuda que le es posible ofrecer en ese momento.
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P. G. Cabra,
Para una vida fraterna. Breve guia práctica,
Sal Terrae, Santander 2000, pp. 60-61
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