“El tema no es el pródigo y el padre, sino el pródigo y su hermano”
Para terminar ben la semana, podemos leer este interesante artículo que hemos leído en el blog de Xabier Pikaza:
Todos los hijos de Dios
Una iglesia de pródigos
La revista Vida Nueva num 3.144, del 13-20 septiembre 2019, con ocasión del domingo 24 tiempo ordinario (15.09.19), en el que se lee la parábola llamada del “hijo pródigo”, acaba de publicar un pliego titulado Del Hijo Pródigo a la Iglesia de los Pródigos.(https://www.vidanuevadigital.com/pliego/del-hijo-prodigo-a-la-iglesia-de-prodigos/ ).
La primera parte del pliego está abierta a todos los lectores, la segunda está reservada a los suscriptores on line o a los lectores de la edición digital.
Aprovecho esta ocasión para dar gracias a los directores de Vida Nueva por haberme encargado y por haber publicado con todo luje este pliego… Y la aprovecho también para seguir reflexionando sobre el tema.
En el fondo de mi reflexión de Vida Nueva está la realidad de algunos “hijos pródigos” que cierta iglesia del siglo XX-XXI ha dejado en los márgenes, fuera de la fiesta que el Padre organiza para ellos en la parábola.
Partiendo de lo dicho en el pliego de Vida Nueva, quiero decir aquí, en una versión nueva, que los “hijos pródigos” no son “también” miembros de la Iglesia, sino que ellos son iglesia por propio derecho, y por voluntad de Jesús. Nos hallamos hoy (año 2019) ante una Iglesia nueva, que ha de edificarse desde los pródigos… No sólo a favor de ellos, sino a partir de ellos, con ellos como “verdadera autoridad”
Deseo que quienes tengan ocasión o medios vayan al texto on line o editado de la revista. Para los restantes ofrezco aquí una versión nueva del tema, situándome, y situando a mis lectores, en el centro de la Iglesia, ante la posibilidad (necesidad) de que los dos hermanos “habiten en la misma casa” y construyan una misma iglesia, conforme a esta parábola de Lc 15, que trata de los dos hermanos y el padre.
La cuestión no es el Padre y el Hijo Pródigo, sino la relación (la inversión) de pródigos y “mayores” (cumplidores legales) de la Iglesia y de la sociedad. El tema nos sitúa en el centro de la Iglesia y de la sociedad actual, como seguirá viendo quien lea… El tema es si el Padre de la parábola (que acogido con fiesta al pródigo, sin imponerle condiciones) podrá convencer al “otro” (al mayor) para que deje su enfado de superioridad y entre en la casa del pródigo, que es la Iglesia.
DEL HIJO PRÓDIGO A LA IGLESIA DE PRÓDIGOS (Lc 15, 15‒32).
Primera parte del pliego de Vida Nueva, publicada en abierto por la misma revista(https://www.vidanuevadigital.com/pliego/del-hijo-prodigo-a-la-iglesia-de-prodigos/ ).
No se trata de una iglesia a favor de los pródigos (cosa que sería ya mucho), sino una iglesia de pródigos (cosa que es mucho más), pues sobre ellos (pródigos del mundo) ha fundado Jesús la iglesia (la casa del padre) según esta parábola. Ciertamente, los hermanos mayores (=los grandes), que vuelven de su trabajo cada tarde, conscientes de su prepotencia, no quieren fiesta para pródigos y gente de su clase, sino seguir siendo dueños de la casa. Por eso vienen y discuten con el padre, y no quieren entrar en la casa que el padre ha dejado en manos de pródigos, con músicos y amigos que cantan y celebran la vida y sacian el hambre comiendo el ternero cebado de la fiesta.
Ante esa situación nos coloca la parábola. Dios ha fundado una iglesia con y para pródigos (hijos menores), pero los “grandes”, mayores, se creen dueños de la casa e insisten en controlarla. Así están las cosas, y la parábola no dice cómo acaban: No se sabe si el padre logrará convencer a los grandes, a fin de que ingresen también ellos en la casa de fiesta donde comen y cantan pródigos y amigos. Ciertamente, algunos comentaristas antiguos insinúan que el hermano mayor no entró, sino que se marchó con furia, como había marchado tiempo atrás el menor, pero no para gastar la vida de un modo “deshonrado”, con cerdos y malas mujeres, sino para crear una iglesia separada y “santa” de buenos cumplidores, fariseos y legales (como los que criticaban a Jesús: Lc 15, 1‒3), expulsando de ella a los pródigos, en contra de la voluntad del padre.
De eso trataré, de un modo exegético, coloquial y teológico, dejando abierto el final, pues así lo deja la parábola, en un momento (año 2019) en que las cosas son muy parecidas a las de tiempo antiguo. Las comparaciones que establezco no pueden tomarse al pie de la letra, pero resultan transparentes para quien sepa escuchar la voz de Jesús y el cambio de los tiempos, y así las iré presentando, pues la iglesia que viene será de los pródigos o no será ya de Jesús, sino de unos grandes que quieren falsificar su movimiento. Para una visión general del tema pueden verse los libros que cito al final, especialmente las monografías de A. Aparicio y F. Contreras, con los documentos del Papa Francisco.
Planteamiento. Un hombre tenía dos hijos…
Así comienza la Biblia, contando la historia de Caín y Abel (Gen 4), toda la humanidad, dos hermanos “queridos” y enfrentados de tal forma que uno acabó matando al otro. Así cuentan muchos mitos o relatos, como saben los grandes pensadores, de Agustín a Hegel, de Marx a Freud y al papa Francisco. Ésta es una historia que muchos siguen desfigurando. El padre nos hizo hermanos en el mundo, y así repite la Revolución Francesa (igualdad, libertad, fraternidad…), pero seguimos desiguales, unos esclavizados por otros, enfrentados por la casa que debía ser de todos: indígenas y emigrantes, autóctonos e invasores, ricos y pobres, nacionales y extranjeros, hombres y mujeres…
Un hombre tenía dos hijos empieza diciendo la parábolas (Lc 15, 11), hijos bien muy amados, pero enfrentados a muerte. No se necesita decir más para evocar y plantear la suerte de los hombres, y así lo hace parábola que ha sido escuchada, meditada, contemplada… y también falsificada por de lectores, que la han desenfocado, fijándose sólo en dos personas (hijo pródigo y padre), miradas de un modo intimista y sentimental, sin tener en cuenta que los protagonistas son tres (padre y dos hijos), y que las relaciones más significativas y sangrantes son las que establecen los dos hermanos, que son toda la iglesia o, mejor dicho, dos formas iglesia enfrentadas desde antiguo. Ésta es sin duda una parábola del hijo pródigo y el padre, pero su tema central es la relación de los hermanos, con el surgimiento de una iglesia de pródigos:
‒ Es importante la relación del padre con el pródigo, que aparece como “pecador”, pues abandona la casa con su herencia, a “comerse” el mundo, pero fracasa (gasta todo con mujeres “malas”) y debe trabajar guardando cerdos que comen lo que a él se le prohíbe. Por eso vuelve “arrepentido”, pidiéndole a su padre que le admita como jornalero, sólo por comida; pero el padre le acoge como hijo, dándole otra vez la casa entera, con vestido nuevo y anillo de firmar (=firma autorizada), con ternero cebado, música y fiesta de hombres y mujeres que bailan (Lc 15, 22‒25).
‒ Más importante y trabajosa es la relación del padre con el hijo mayor (=agrande), que se enoja por la vuelta del pródigo y no quiere entrar en casa, sin que, al parecer, el padre logre convencerle de que venga y se avenga con su hermano. Con toda su lógica, ese hermano “grande” (fariseo, jurista y sacerdote: 15, 1‒2) se irrita al ver que el padre festeja al retornado, y obrando así demuestra que no tiene alma de hermano, ni parecido con su padre, sino que es un avaro envidioso y “cumplidor”, guardando toda la fortuna para sí, sin acoger al pródigo, su hermano.
‒ Pero la relación decisiva es la de los dos hermanos, como en la historia de Caín y Abel, donde se decía que no caben los dos en la ancha tierra, de forma que, para sentirse seguro, uno (Caín) tuvo que matar al otro. Una sombra de muerte como la de Caín planea también sobre nuestra parábola, que debe compararse con otra, la de los viñadores homicidas (Lc 20, 9‒20) que se sienten “grandes” y para quedarse con la herencia, expulsan de su finca y matan al hijo del padre (al pródigo). Ciertamente, el pródigo no viene a matar, sino a comer; y además viene a su casa, como los pobres del mundo que llaman a la iglesia o a la puerta de las sociedades ricas, que deben ser también su casa, pues el mundo ha de ser hogar para todos….
(Aquí termina la parte publicada en abierto por VIDA NUEVA. Quien quiera seguir debe acudir a la revista, en publicación on line o en papel).
Lo que sigue es una redacción distinta y reducida del PLIEGO DE VIDA NUEVA, utilizando reflexiones que ha venido publicando en RD. Divido el tema en dos partes…
NUEVO TEMA DE FONDO 1: UN HOMBRE TENÍA DOS HIJOS.
Así se ven, en el cuadro de Murillo (una viene de la finca, el otro se arrodilla ante el Padre).
En esa línea comienza la Biblia, contando la historia de Caín y Abel (Gen 4), hermanos querido y enfrentados, de tal forma que uno terminó matando al otros. De esa manera comienzan casi todos los “mitos” o relatos de la historia humana, como han puesto de relieve antropólogos y pensadores, de Kant a Hegel, de Marx a Freud y R. Girard.
Esta es nuestra historia: Somos hermanos, como nos decía la Revolución Francesa (igualdad, libertad, fraternidad…), pero nos seguimos enfrentando, no somos iguales y libres. Y así estamos enfrentados:
blancos con negros, indígenas con emigrantes, autóctonos con invasores, ricos con pobres, nacionales con extranjeros… hombres con mujeres. Somos lo más querido, hermanos, y sin embargo nos queremos a muerte.
Un hombre tenía dos hijos, es decir, había dos hermanos con un padre…
Así comienza esta parábola, una de las parábolas más importantes de la historia de la humanidad, atribuida a Jesús (aunque ha podido ser creada por uno de sus seguidores, para condensar precisamente el sentido de su vida y mensaje). Ha sido leída, escuchada, meditada, contemplada y vivida por millones de cristianos, aunque en general desde una perspectiva algo estrecha, fijándose sólo en la relación entre el hijo pródigo y el padre, cuando los personajes de la parábola son tres (un padre, un hijo pródigo, un hijo cumplidor…), y las relaciones que se establecen entre ellos son también tres:
- Es sin duda importante la relación del padre con el pródigo, en línea de “pecado” del pródigo, arrepentimiento (se supone) y perdón del padre misericordioso.
- Pero es quizá más importante en la parábola la relación del padre con el hijo “cumplidor”, que no acepta la vuelta del pródigo y no le quiere ver en casa, sin que, al parecer, el padre logre convencerle de que se reconcilie con su hermano.
- Y finalmente la relación más importante, el centro de la parábola, es la que puede y debe establecerse entre los dos hermanos, y no tanto desde la perspectiva del pródigo,sino del cumplidor. Leed por favor la parábola (Lucas 15, 1-3. 11-32) y hablemos de nuevo. O Jesús no entendía nada, o estaba loco, decía mi amiga… Nadie en el trabajo puede cumplir esta parábola, nadie en la política… y, seguía diciendo mi amiga, nadie en la Iglesia la cumple: “la predican, pero no la cumplen… La toman como un sentimiento interior de piedad ante Dios, pero no la cumplen como Jesús quería que se cumpliera…”.
La conducta de Jesús
- Hermanos pródigos: Por un lado estaba Jesús, que aceptaba en su grupo a los pródigos… A los enfermos y marginados, a los débiles, expulsados, oprimidos, a los publicanos, pecadores, prostitutas, a los leprosos y quizá los poseídos por espíritus diabólicos. A todos acogía en su grupo, a buenos y malos, rompiendo de esa forma el buen orden del sistema social y religioso de su tiempo.
- Hermanos cumplidores: Por otro lado estaban los fariseos y escribas, con los sacerdotes, es decir, los defensores del orden establecido. Ellos eran los limpios, los “legales”, los cumplidores de la constitución de Israel, los amigos oficiales de Dios, jueces y guías de los hombres y mujeres, aquellos que “sostienen” el orden del mundo, con su justicia, con su fuerza.
Ya lo sé, cualquiera que lea la parábola dirá que las cosas no son tan sencillas, que no puede hablarse sin más de los buenos pródigos y de los malos cumplidores… Además, los cumplidores, los buenos trabajadores, los defensores del orden legal o constitucional son necesarios para que exista derecho en el mundo…
Ya lo sé… Jesús no dijo nunca que lo pródigos, enfermos, pecadores… eran buenos, sino que estaban necesitados, y que es preciso acogerles. Jesús nunca pensó que es malo trabajar, crear un orden de justicia en el mundo… Pero ese orden de justicia pierde todo su sentido si no ayuda a los necesitados, a los expulsados, emigrantes, pródigos de todo tipo
– Jesús llega al lugar de los expulsados, para ofrecerles comunión en su reino: toca a los leprosos, acoge a las mujeres que la sociedad considera pecadoras/impuras, come con los publicanos, ofrece casa, comida a los marginados; cura a los enfermos para ofrecer a los humanos un signo de Dios, para romper las barreras que dividen y separan a hombres y mujeres, para crear en fe una familia mesiánica en que caben (son hermanos) todos los que acogen la palabra de Dios Padre (cf. Mc 3, 31-35) y están necesitados (Mt 25, 31-46).
– Jesús protesta de esa forma contra el orden de una ley civil y/o religiosa que se funda en la separación de los justos-buenos y los pecadores. Por eso resulta normal que los sabios y limpios “oficiales” le condenen. Llevada hasta el final, la actitud de Jesús pone en riesgo el orden de la sociedad. Por eso, los poderes establecidos le rechazan, apelando a su Dios del orden que divide a los humanos en buenos y malos, conforme a su frontera de justicia.
En esa línea, la protesta que vincula en contra de Jesús a sacerdotes y romanos (que acaban matándole) es de tipo social en el sentido más hondo de ese término: ellos, los adversarios de Jesús, defienden un modelo de comunicación y vida que se funda en los poderes establecidos de la ley sagrada (judía) y en la estructura de un imperio que toman como revelación de lo divino (romanos)… sin lugar para emigrantes, pródigos, pobres de diverso tipo.
Una casa de reino para los dos.
Desde ese fondo entendemos el tema de la casa, que Mc 3, 20-35 había desarrollado en perspectiva de familia abierta a todos, a cumplidores y pródigos. Jesús quiere abrir en la casa del padre un lugar para los hermanos pródigos, emigrantes, enfermos…
No es que el pródigo (y Jesús) sea “piadoso” y sus adversarios malos, sino casi lo contrario. En sentido convencional son piadosos los otros, los que defienden el orden: se muestran realistas, saben que la ley es necesaria; por eso les parece peligrosa la actitud de este rompedor de círculos, pretendido mesías de comunión universal que, apelando a posibles perdones de Dios, va contra el Dios establecido, porque acoge en su familia a los pródigos del mundo. En contra de ellos ha pronunciado Jesús su más hondo programa de familia, en forma de parábola:
Publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo.Fariseos y letrados le criticaban diciendo: – Ese acoge a los pecadores y come con ellos. Entonces, Jesús les propuso esta parábola…:
La parábola.
Un hombre tenía dos hijos. El menor dijo a su padre: – Padre, dame la parte de fortuna que me toca… (… y sigue la parábola contando la marcha del hijo menor, su vida en tierra extraña, su retorno, la acogida y fiesta que le ofrece el padre, y continúa:)
El hijo mayor estaba en el campo. A la vuelta, cerca ya de la casa, oyó la música y el baile; llamó a uno de los mozos y le preguntó qué pasaba. Este le contestó: -Ha vuelto tu hermano y tu padre ha mandado matar el ternero cebado,porque ha recobrado a su hijo sano y salvo.
El se indignó y se negó a entrar; pero el padre salió e intentó persuadirle. El hijo replicó: – Mira: a mí, en tantos años como te sirvo sin desobedecer nunca una orden tuya, jamás me has dado un cabrito para comérmelo con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, matas para él el ternero cebado.
El padre le respondió: – Hijo mío ¡tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo! Además, había que hacer fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo se había muerto y ha vuelto a vivir, se había perdido y ha sido hallado (Lc 15, 1-3. 12.25-32).
Una parábola sin final… No se sabe cómo termina.
Esta es parábola de la casa mesiánica:es la palabra de Jesús, tercer hermano, que quiere vincular en familia de diálogo y respeto al hermano legal (mayor) y al pródigo (menor). Esta es una parábola cristológica,: palabra de Jesús que supera la violencia y expulsión de la sociedad antigua, vinculando en nombre de Dios (en acogida mutua, perdón y amor) a los hermanos antes separados. Así lo muestran sus interlocutores:
– Por un lado están aquéllos que pueden reflejarse en el hermano menor: los pecadores y expulsados que Jesús ha ido curando y acogiendo en su camino, introduciéndolos en la nueva casa de Dios, casa del Padre donde se proclama el perdón y se celebra la gran fiesta de la vida.
– Por otro están los que actúan como hermano mayor: son justos en línea de ley, fariseos y letrados que sacralizan el orden, defendiendo así sus privilegios. Irónicamente se dice que siempre han habitado en la casa de su Padre: por eso deberían conocerle, aceptando su amor por los pequeños y pobres.
Jesús no ha presentado esta parábola a los pobres, pecadores, publicanos, excluidos, a quienes va llamando a su familia mesiánica, pues ellos conocen su forma de actuar, sino a los mayores, que se tienen por justos y construyen la casa de la vida (de la sociedad civil y/o religiosa) fundándose en sus propias leyes, en línea de seguridad impositiva. Lleguemos al final, veamos la función de cada personaje:
– El hermano menor ha sido ya acogido en la casa donde Jesús le ha ofrecido comunión; por eso celebra la fiesta de la vida con su Padre. La parábola no cuenta el proceso de su conversión, aunque relata su necesidad en tierra extraña e impura, destacando el hambre. Dice que ha vuelto y que el Padre, sin escuchar hasta el fin su descargo de conciencia, le acoge en la fiesta de la fraternidad, superando así la ley antigua.
– El Dios de la parábola, padre de Jesús, ha recibido ya en su casa de perdón y gracia a los pequeños de la tierra. Es Padre universal: para todos tiene casa, lugar en la familia. Por eso sale al campo a dialogar con el mayor, escucha sus razones y le invita a superar la ley con el hermano. Este es el Dios de Jesús que, perdonando a los pródigos, se ocupa también de fariseos y letrados: les atiende, les anima, les exhorta, para que compartan la vida con el antes perdido.
– El hermano mayor sigue fuera hasta el final de la parábola: discute con el padre (Jesús), le acusa y quiere condenarle, para bien de la casa. Tiene sus razones: ¡el mesías de Dios debería sancionar el orden de los buenos! Por eso sigue protestando a la vera de la casa y no sabemos cómo acabará su gesto ¿Entrará? ¿Quedará fuera? La parábola no quiere responder. Sabiamente deja la cuestión abierta. Jesús ha realizado su gesto; ahora son ellos, los mayores los que deben (debemos) responderle. Jesús ha derribado las barreras de la ley impositiva, superando así los privilegios de los buenos para ofrecer casa de vida gratuita y compartida a todos los hermanos.
Esta es la parábola de Jesús hermano: ya no se limita a perdonar y enseñar como a la adúltera y María (misterios 10-11), sino que ofrece la casa común a manchados y limpios, a menores y mayores. Aquí aparece como hermanos universal, iniciador de libertad que abre una casa donde habiten juntos no sólo Marta y María, sino la adúltera y sus jueces anteriores, en fraternidad de gracia. Por eso cura y acoge a los proscritos: no se ha limitado a esperarles a las puertas de la casa, va a su encuentro, abriéndoles la suerte y fiesta de su mesianismo abierto a los antiguos fariseos y letrados. Así es Mesías de la nueva familia de Dios para los humanos.
No es mesías de ley o sacralismo separado de la vida, no es redentor de una nación de justos, pueblo de hombres y mujeres separados en virtud de su pureza o sus antiguos privilegios. Es mesías porque acoge a los expulsados del sistema (hermanos menores) y ofrece a los otros (los mayores) su palabra de exigencia y conversión. Todos caben en su casa y camino de reino.
(Pródigos a la puerta de la Iglesia)
REFLEXIÓN DE FONDO. UN TEMA TEOLÓGICO
— El hijo mayor representa la justicia de la ley. A su juicio, hijo menor (pródigo) que ha gastado el dinero de la herencia en fiestas y pecados debe pagar por lo que ha hecho.
Hay que castigarle, ponerle a trabajar duro, que reconozca no sólo su pecado, sino que devuelva lo gastado, para que la herencia común pueda repartirse bien entre los dos hermanos.
— El padre representa la misericordia.Más que la justicia, le importa el hijo menor, que ha estado en trance de perderse. Ciertamente, más tarde, celebrada la fiesta, se podrá hablar quizá de justicia (de cómo replantear nuevamente las cosas, entre los dos hermanos,de cómo repartir trabajos y gastos), pero por ahora, ante el hijo que vuelve, ha de expresarse la misericordia: la fiesta del vino y ternero cebado, con la música y el baile.
El hijos menor, el pródigo, queda así en medio de las dos actitudes, ejemplarmente representadas por el padre y el hermano mayor.
— El Padre es la misericordia antes de la ley. Es el amor y la fe que valora a las personas, por encima de todo lo que han hecho, no porque todo dé lo mismo, sino porque el perdón y la fiesta puede cambiar al mismo pródigo (que tiene necesidad de cambiar, no sólo por justicia, sino por dignidad personal).
— El hijo mayor es la ley antes de la misericordia. Que su hermano empiece pagando, y que lo haga en serio… Sólo después, si se convierte de verdad y paga la deuda, se podrá hablar de fiestas.
La solución del problema no es fácil. Porque el problema no habla sólo de hermanos en privado y de padres buenos… Habla de la vida social, de la responsabilidad ante la justicia… y de la misericordia. Hay que intentar reconocer también las razones del hermano mayor… (así lo he querido mostrar en mi libro sobre la misericordia).
En este contexto de la parábola se sitúa el Congreso sobre Mística y Misericordia que se ha celebrado en Ávila a lo largo de este semana.
— Una mística sin misericordia acaba siendo estéril y en el fondo injusta, pues se evade del mundo de Jesús, del sufrimiento de los pobres.
— Una misericordia sin mística pierde su «mordiente», es decir, su base, su orientación, su «gasolina», si es que puede emplearse esta palabra popular.
Un tema abierto…
El centro de la parábola no es el hijo que vuelve, quizá arrepentido, sino el Padre que le espera y acoge, con misericordia, ofreciéndole una terapia de amor y de fiesta.
El centro es también el hermano mayor, que quiere que se cumpla la justicia, que el menor pague por lo que ha hecho, de devuelva lo gastado, que ha de ser para los dos (no quiere darle otra vez la mitad de la herencia del padre a quien ya la ha gastado).
La respuesta del Padre refleja la conducta específica de Jesús, que ofrece amor y anuncia salvación a quienes parecían haberse separado de la alianza israelita, es decir, a los expulsados e impuros, teniendo que enfrentarse por ello con los “puros” y los cumplidores según ley. Pero los puros como el hermano mayor… y los limpios tienen también su razón..
Una lectura “crítica”
Esta parábola nos lleva más allá de la ley, es decir, de una justicia entendida en forma equivalencia judicial.
Conforme a una justicia de ley (talión), el padre no puede recibir con fiesta al hijo que ha malgastado su fortuna, sino que debe exigirle cuentas de lo que ha hecho.
Pero la misericordia del padre, que ama al hijo y se conmueva (esplagkhnisthê, 15, 20), viéndole venir, está por encima de esa ley.
(a) Este padre de misericordia, que es símbolo del Dios de Jesús, recibe en su casa al hijo pródigo, sin reprocharle nada, al contrario, haciendo fiesta.
(b) El hermano mayor, que reproduce los principios religiosos y sociales de los fariseos y escribas, se opone según ley a la misericordia del padre.
Esta parábola rompe los estereotipos y principios de la justicia social, proponiendo un principio superior u subversivo de misericordia, que no ha de entenderse sólo en un plano intimista de relación con Dios (o entre familiares íntimos), sino de organización eclesial y social.
Pero esa misericordia del padre ha de ser capaz de engendrar justicia social, pues el hermano mayor también tiene su razón. El problema está en cómo aplicar esta parábola a la vida concreta de la iglesia y del conjunto social, el problema es cómo hacer que la misericordia se vuelve principio de justicia.
El principio de la justicia social es claro, está de parte del hermano mayor, que quiere aplicar la ley al hermano menor que ha vuelto tras gastarlo todo. Esta parábola no habla de justicia legal, pero es claro que el tema está en su fondo. Un padre particular, como el de la parábola, puede actuar como en la parábola, pero en un contexto social (o eclesial) su actitud puede causar problemas.
Sin duda, la respuesta de ese padre responde al principio de una justificación gratuita, propia del Dios que acoge y justifica al pecador, según Pablo. Pero ¿cómo construir sobre esa base un orden social, una iglesia? La conducta de este padre responde al “rehem” divino de Ex 34, es decir, a la conmoción interna, que precede a toda ley concreta, y que está por encima de. Pero ¿cómo organizar desde ese rehem una sociedad concreta?
Evidentemente, Lucas nos diría que se trata de superar un tipo de justicia, a partir de la misericordia, para fundamentar así la justicia de otra forma, desde el don más alto de la gracia (es decir, de la misericordia), partiendo de la muerte y resurrección de Jesús. Pero ello exige una serie de adaptaciones y aplicaciones que sólo Mateo ha comenzado a formular en el Nuevo Testamento.
Hacia una conclusión
Ésta es una parábola del amor escandaloso y provocador, parábola de la fiesta del padre… Pero ella ve en contra de una justicia que exige que a cada uno se le sancione según sus obras.
(1) El hermano “mayor” ha hecho lo que debe y por eso critica con todo derecho a su padre: ha cumplido la ley y así quiere que nadie (ni su hermano menor) derroche la herencia. Pero el padre no es el “deber”…, sino el amor
(2) El menor no ha sido fiel, pero, al final, quiere ponerse bajo la ley del padre: ¡quiere que le trate como a un jornalero! No exige la entada en la familia e intimidad de la casa, no viene por más herencia. Le basta con que quieran recibirle y mantenerle a sueldo.
(3) Pero el Padre le recibe como hijo de casa, no como jornalero, en amor y no por ley, queriendo que el otro hermano haga lo mismo. El Padre hace fiesta. Es un buen «viejo» como dicen en muchas tierras de lengua castellana
Una anotación crítica. El pródigo podría ser un aprovechado, un puro vago y gorrón
La parábola no dice si el hijo/hermano pródigo viene arrepentido, sino simplemente por hambre. La necesidad le hace volver en la casa de su padre, no el cariño (que vendrá después). Posiblemente no sabe de amor: ha malgastado la fortuna con mujeres sin amor (Lc 15, 30) y que no ha encontrado casa en ellas.
Ha derrochado su herencia y al fin se encuentra sólo, entre los puercos de una herencia ajena, tratado como mercancía, a pan tasado. Por eso vuelve sin amor, por necesidad. Vemos así que ésta no es una parábola del arrepentimiento, sino de la miseria del hijo y de la misericordia del padre, de manera que son equivocadas las interpretaciones moralizantes que acentúan la bondad del pródigo, para resaltar después la dureza legalista del otro hermano.
El pródigo no vuelve por bondad; ni siquiera se dice en el texto que vuelve como arrepentido, pues sus palabras (¡he pecado contra el cielo y contra ti…!) pueden ser ejercicio normal de retórica. No tiene por qué ser bueno; es simplemente necesitado. Pero vuelve y el padre le ama y ese amor del padre puede trasformarse, llevándole del plano de la ley al plano del amor gratuito. Por su parte, el mayor no es malo, pero quiere mantener el orden de la casa, según la ley, conforme a los principios de administración del mundo. Para que exista justicia, tiene que oponerse al gesto del padre que convierte nuevamente al pródigo en dueño de la casa.
Más allá del engaño del pródigo y del legalismo del mayor
Ni el pródigo es justo (es sólo un perdido en busca de comida), ni el mayor injusto (es simplemente un hombre de la ley).
Bueno y amoroso es sólo el padre porque cree que los hijos pueden vivir en gratuidad, juntos en la misma casa, en gesto de alegría compartida. Así termina el texto, de manera abierta: no sabemos si el hermano mayor entrará en la casa que el padre ha abierto de par en par para el pequeño que vuelve. No sabemos si el pequeño se dejará amar hasta el final… El final de la parábola depende de los mismos oyentes o lectores, que son los que tienen que responder y completar el lo que ha dicho Jesús: ¿Acogerá el hermano mayor al menor? ¿Cómo podrán relacionarse después? Esas preguntas nos sitúan en el interior del evangelio y de la vida de la Iglesia.
Pregunta final: ¿Vuelve arrepentido, necesita arrepentirse, necesita cambiar…?
La catequesis y el magisterio de la Iglesia han utilizado esta parábola con fines pedagógicos: para que los pródigos se conviertan, para que los hermanos mayores sean capaces de aceptarles en casa. El segundo caso es claro, el primero no tanto.
Desde un punto de vista literario y religioso, la parábola no exige que el hijo menor se convierta… Si vuelve es, de hecho, expresamente, por hambre. Sólo por hambre, pero vuelve… Y vuelve dispuesto a tratar con su padre…
Pero el padre no le exige tratos, ni disculpas. Simplemente le acepta en la casa, le ofrece su fiesta… No le ha ido a buscar (porque respeta la libertad del hijo); pero está esperando su vuelta, sin condiciones.
El texto no lo dice. Algún lector puede suponer que el pródigo vuelve arrepentido, pero ni el texto lo exige, ni el padre habla para nada de arrepentimiento.
La fiesta del padre— ¿Para que el menor se convierta, para que al fin pueda haber justicia?
El Padre hace fiesta por su hijo que ha vuelto. Una fiesta sin condiciones. Una fiesta en la que quiero destacar estos rasgos:
Vestido. El padre pide a los criados que traigan para el hijo su vestido antiguo (stolên tên proôtên)…, la estola primera de autoridad y de fiesta. La estola es una túnica talar de fiesta y de gloria, como la que lleva en ángel de pascua (Mc 16,5) y los glorificados de Ap 6, 11; 7, 9… Las estolas largas son signo de autoridad y así las llevan los escribas vanidosos de Lc 20, 46 par. El padre no pone a su hijo un traje de faena (de obrero), sino el vestido de autoridad y gloria.
Poned el anillo en su dedo… El anillo no es aquí signo de novio en matrimonio, ni objeto de adorno… sino expresión de autoridad. Los reyes son los que llevan el anillo con el que firman sus documentos. El padre le da al hijo su cuenta, la firma de banco, la autoridad sobre la casa…, sin haberle preguntado nada, sin cerciorarse de que viene arrepentido… Simplemente por gozo, simplemente por fiesta.
Lo mismo las sandalias… No son las sandalias ordinarias del camino, sino las de la casa… Sandalias para vestir, para bailar, para comer en el banquete que llega…
Comamos, celebremos… El traje es de fiesta, de fiesta la comida, que es comida de alegría del padre. Quizá pudiéramos decir que lo que puede curar al hijo es la alegría del padre…
La música y el baile… Esto es lo que oye, esto es lo que siente el hijo que vuelve del trabajo. Oye la música, siente los bailes… No se dice cómo son, pero todo permite suponr que son bailes de de chicos y chicas.. El mayor dirá que su hermano ha gastado la fortuna con «malas mujeres» (15, 30).
Lógicamente el padre invita a las mujeres buenas y a las buenas mujeres (hombres y mujeres buenos, en la fiesta del Padre). Ahí me quedo. No sigo por hoy con la parábola. Espero comentarios sobre los trajes y sobre todo sobre el posible arrepentimiento del hijo… ¿No estará loco el viejo haciendo esta fiesta?
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