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Pius Hendricks: el cura norteamericano que abusó de niños durante décadas en Filipinas, ante el silencio de todos

Martes, 17 de septiembre de 2019

HendricksUna veintena de víctimas denuncian al clérigo, de 78 años, conocido por su generosidad

El clérigo reconstruyó la capilla de Talustusan e instaló parlantes en los techos para llamar a los feligreses a misa. Presionó a los funcionarios para pavimentar la ruta de la ciudad. Llevaba a los enfermos al hospital, y pagaba las cuotas escolares para los niños pobres

Un joven grabó la confesión del clérigo, que lleva cuarenta años en Filipinas, y ha sido detenido por la Policía tras su denuncia

Las víctimas dicen que el abuso con frecuencia comenzaba cuando Hendricks los bañaba, y avanzaba hacia el sexo oral y anal. A menudo los muchachos eran apartados una vez que llegaban al final de la adolescencia o se involucraban con chicas.

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La voz del sacerdote estadounidense resonaba por el teléfono, su acento del Medio Oeste se suavizó durante décadas y se transformó en una cadencia filipina amable. Del otro lado, grabando la llamada, estaba un hombre joven abatido por la vergüenza, pero ansioso de que el cura describiera exactamente lo que había sucedido en esta pequeña ciudad en la isla.

“Debería haber comprendido mejor en lugar de intentar simplemente tener una vida”, dijo el cura en la llamada telefónica de noviembre de 2018. “Los días felices ya no están. Se terminó todo”.

Aunque, más tarde, el joven le dijo a Associated Press que esos días solamente fueron felices para el cura. Fueron años miserables para él y para los otros chicos de quienes los investigadores dicen fueron abusados sexualmente por el Padre Pius Hendricks.

Sus acusaciones encendieron un escándalo que sacudiría a la ciudad y revelaría mucho sobre la manera en la cual las acusaciones de delitos sexuales por parte de los sacerdotes son manejadas en uno de los países más católicos del mundo: Filipinas.

Apenas tenía 12 años y era un monaguillo proveniente de una familia de agricultores arrendatarios, ansioso por obtener un dólar por ayudar en la misa, cuando Hendricks lo llevó al baño por primera vez en la pequeña rectoría de Talustusan y lo abusó sexualmente.

“Le pregunté por qué me estaba haciendo esto a mí”, dijo el muchacho, hoy de 23 años, en una entrevista. Años más tarde, la confusión todavía la confusión reina en su mente.

″‘Es algo natural’”, le dijo el cura, es parte de hacerse adulto’”.

El abuso continuó durante más de tres años, aunque él no le contó a nadie hasta que un extranjero comenzó a hacerle preguntas acerca de la generosidad extravagante del cura estadounidense con los muchachos locales, y hasta que temió que su hermano fuera la próxima víctima.

En noviembre, fue a la policía y les contó lo que sabía.

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La policía filipina escolta al padre Pius Hendricks. (AP)

Inmediatamente después, las autoridades locales arrestaron a Hendricks, de 78 años, y lo acusaron de abuso infantil. Desde entonces, según los investigadores, aproximadamente 20 chicos y hombres, inclusive uno de 7 años, informaron que el sacerdote los abusó sexualmente.

Los investigadores afirman que las acusaciones se remontan a hace más de una década, aunque muchos creen que data de generaciones, y que podría involucrar a varias decenas de jóvenes, y que continuó hasta hace semanas antes del arresto en diciembre. Los abogados de Hendricks insisten en que es inocente.

AP, que no identifica a las supuestas víctimas de abuso sexual, se reunió con cinco de los acusadores.

El cura del pueblo

El arresto de Hendricks fue una caída repentina para el cura que había dirigido esta comunidad durante cuatro décadas. Reconstruyó la capilla de Talustusan e instaló parlantes en los techos para llamar a los feligreses a misa. Presionó a los funcionarios para pavimentar la ruta de la ciudad. Llevaba a los enfermos al hospital, y pagaba las cuotas escolares para los niños pobres. Aquí muchos cuentan lo mucho que hizo.

La capilla construida por el cura Pius Hendricks en Talustusan. (AP)

Pero el caso solamente refleja en gran medida lo que ocurre en Filipinas; un país donde la iglesia se ha desentendido durante mucho tiempo de la presencia de sus abusadores sexuales y donde el sistema judicial penal con frecuencia ignora el problema.

“Es una cultura de ocultamiento, una cultura del silencio, una cultura de la autoprotección”, dijo el Rev. Shay Cullen, sacerdote irlandés que pasó décadas en Filipinas y trabaja con víctimas de abuso sexual.

“Hay un silencio consentido del abuso infantil”.

En 2018, después de que el muchacho acudiera a la policía, aunque antes de que arrestaran a Hendricks, grabó una llamada telefónica con el cura.

En extractos de la conversación que AP escuchó, Hendricks se lamenta por que aquellos días felices no vuelven más y admite un “error de mi parte” no especificado.

“Bueno, es verdad. No digo que no. ¿Dije que no fuera verdad?”, dice Hendricks, con una voz que expresa una combinación de autocompasión y resignación.

Dijo también que era probable que se retirara.

Tengo que aprender”, continuó. “Tengo que aceptar lo bueno y lo malo”.

Promesas y revelaciones

Durante casi dos décadas, la iglesia filipina prometió enfrentar a la sombra del abuso por parte de miembros de la iglesia.

En 2002, la conferencia nacional de obispos de la Filipinas terminó con años de silencio y admitió que la iglesia enfrentaba casos de “inconducta sexual grave” en el clero. Un obispo estimó que 200 de los 7.000 sacerdotes del país pueden haber cometido alguna forma de conducta sexual impropia. Los obispos prometieron nueva reglas que “dieran los pasos para la renovación profunda”.

Pero en un país que cuenta con más de 80 millones de católicos e iglesias que datan de la época de Shakespeare, esas promesas han desparecido hace tiempo en una nebulosa de tradición, piedad e influencia de la iglesia que sofoca todo, desde las clases de educación sexual hasta la política nacional.

Por ejemplo, hasta aproximadamente 2013, las propias pautas de la iglesia insistían en que no era necesario que los obispos informaran a la policía sobre los curas abusadores, argumentando que tenían “una relación de confianza análoga a la que hay entre un padre y un hijo”. Los informes de los medios y las acciones legales “se agregan al sufrimiento” en casos de abuso sexual, dijo el cardenal de Manila Luis Tagle al sitio de noticias católico UCAN en 2012. En las culturas asiáticas, continuó, a menudo es común que esos casos se manejen silenciosamente, dentro del ámbito de la iglesia.

La influencia de la iglesia sigue siendo grande aquí, aun cuando su poder se vio disminuido en los últimos años, debilitado por la difusión de los misioneros evangelistas y los ataques del presidente populista de la nación, Rodrigo Duterte.

Duterte, que dice haber sido abusado sexualmente por un sacerdote cuando era estudiante, calificó públicamente a los obispos de “hijos de puta” y pidió a los filipinos que dejen de ir a misa. Los investigadores dicen que Duterte observa de cerca el caso de Hendricks.

Un secreto que todos conocían

En Biliran, la isla pobre donde Hendricks pasó casi la mitad de su vida, su afecto por los chicos había sido ampliamente debatido durante décadas por los habitantes, dijeron los funcionarios locales y, de acuerdo con un ex religioso católico, también por los miembros del clero.

Mientras muchos creyeron durante largo tiempo que era un pedófilo, no se decía casi nada abiertamente. Ni nadie actuaba sobre el sospechoso.

Esto es lo que sucede en Filipinas.

Más curas acusados

El silencio sigue siendo un escudo protector para un sacerdote tras otro.

En la isla de Bohol, el sacerdote Joseph Skelton da misa, más de 30 años después de que el entonces seminarista fuera arrestado por abuso sexual a un joven de 15 años. Las noticias locales revelan incluso a más sacerdotes: el cura fuera de Manila que reclutaba muchachos jóvenes para el sacerdocio, después de haber admitido que abusaba de chicos adolescentes; el cura que se mudó a la residencia de los obispos después de ser acusado de violar a una joven de 17 años; el compositor de música sacra acusado de abusar sexualmente a niños, incluso uno de seis años.

Los procesamientos a los curas acusados aquí son sumamente raros y el encarcelamiento aún más raro. “Ningún cura en Filipinas fue preso” por abuso sexual infantil, le dijo el Obispo Buenaventura Famadico, que supervisa una diócesis al sur de Manila, al diario católico La Croix el año pasado. En comparación, el grupo BishopAccountability.org dice que desde 1990, más de 400 curas fueron encarcelados en EE.UU. por cargos de abuso sexual infantil.

Los regalos

El joven de 23 años de Talustusan admitió que no habría podido continuar sin el aliento de un visitante estadounidense a la ciudad, el novio de una mujer relacionada con otro acusador. El estadounidense estaba asombradísimo por los regalos que el cura le había dado a él y otros muchachos locales y comenzó a hacer preguntas inquisidoras.

“Insistía en preguntar por qué el Padre Pius hacía estas cosas por los chicos en la ciudad”, dijo el muchacho de 23 años, quien comenzó a luchar con sus propios sentimientos sobre lo que tenía que contar. “Pensé que esta podía ser, podía ser la ayuda que estaba pidiendo, para que mi vida cambie”, dijo.

Finalmente, le contó del abuso a su familia, y luego a las autoridades locales.

Incluso entonces, el caso no habría avanzado sin intervención del Departamento de Seguridad Nacional de EE.UU. La agencia comenzó sus propios interrogatorios de Hendricks bajo un estatuto que permite al gobierno de EE.UU. acusar a los ciudadanos estadounidenses por abuso sexual infantil en cualquier lugar del mundo.

El caso local contra el sacerdote habría quedado estancado si las autoridades de los EE.UU. no hubiesen comenzado con las investigaciones, presionando a las autoridades filipinas para actuar, de acuerdo con un investigador involucrado en el caso, quien habló bajo condición de anonimato ya que la investigación todavía está en curso.

De Cincinnati a Talustusan

Kenneth Hendricks nació en 1941 en una familia de clase trabajadora de Cincinnati, cuando la Gran Depresión está llegando a su fin. Sus padres se divorciaron cuando era joven, y la madre de Hendricks mantuvo a sus dos hijos limpiando casas.

A fines de la adolescencia, Hendricks se interesó por los franciscanos, la orden de hermanos y sacerdotes católicos conocidos por sus largas túnicas marrones y siglos de trabajo entre los pobres.

Hendricks se transformó en un franciscano con veintitantos años y tomó el nombre de Pius. Sus nombramientos fueron desde St. Catherine Indian School en Santa Fe, Nueva México al vecindario duro en aquel momento, Over-The-Rhine en Cincinnati, donde ayudaba en un club de box para jóvenes.

Su delegación, la Provincia de San Juan el Bautista, se negó a hacer comentarios sobre su trabajo y dijeron en una declaración que están “cooperando totalmente con las autoridades”.

Los residentes dicen que Hendricks todavía era franciscano cuando encontró su camino hacia Talustusan, una ciudad de aproximadamente 2.000 habitantes a unos pocos kilómetros colina arriba desde la costa. Era un lugar tranquilo, con calles sucias, una escuelita y una capilla en decadencia a causa del tiempo, sobre el río Anas River. Dejó a los franciscanos en 1986 y fue ordenado como sacerdote por la diócesis local.

 Aunque Hendricks nunca aprendió a hablar en bisaya, el idioma local originario, parecía que le gustaba la ciudad. Les dijo a sus fieles que algún día sería enterrado detrás de la capilla.

“‘Aquí está mi tumba’”, dijo gritando con alegría, señalando a cuatro losas de cemento en el piso, cerca de una estatua de la Virgen María que tenía las manos rotas y cejas cuidadosamente pintadas.

Aunque nunca se adaptó por completo. Su carácter fuerte y lengua afilada eran intimidantes. Castigaba a los niños pequeños por no sentarse adelante en la capilla de Talustusan y descalificaba en público a los adultos que lo hacían enojar. “¡Filipinos locos!”, solía decir cuando se sentía frustrado.

Los chicos

Y después estaban los chicos.

Se quedaban en la casa de Hendricks, iban en su auto y caminaban con él por Talustusan, dicen los residentes. Les daba regalos que iban desde ropa hasta dinero para pagar las cuotas de la escuela.

“Todos sabíamos de Pius y sus chicos”, dijo un ex sacerdote católico que trabajó con Hendricks durante años, y que habló en condición de anonimato, por temor a represalias de la iglesia.

Una vez, en una reunión de curas y otras personas, dijo que él le gritó con rabia a Hendricks, llamándolo pedófilo. Esto le valió al sacerdote una reprimenda de las autoridades eclesiásticas quienes le dijeron que se callara. Los funcionarios de la iglesia se negaron a hacer comentarios.

“Todos sabían de Pius”, dijo de los líderes de la iglesia en la isla, todavía se puede sentir la rabia en su voz luego de años desde la confrontación.

En Talustusan resuenan comentarios similares, donde no hay autoridades policiales ni eclesiásticas considerando las acusaciones.

“Desde que era joven que escucho las historias de que tocaba a los monaguillos, dijo un residente de la ciudad desde hace años, quien también habló en forma anónima, por temor a las represalias de los vecinos.

Incluso la fiscal local apenas se sorprendió cuando le llegó el caso.

“No me sorprendí realmente porque siempre estaba con niños pequeños”, dijo Edna Pitao-Honor.

“En realidad, éramos amigos. Pero eso se terminó cuando enfrentó cargos”.

La iglesia hizo poco para reconocer su rol en lo que los investigadores ahora afirman que fueron años de abuso.

El Rev. Rómulo Espina, alto funcionario en la Diócesis de Naval, donde Hendricks sirvió, insistió en que ni él ni otros líderes diocesanos vieron señales de maltrato sexual por parte del sacerdote estadounidense.

Pero Espina, que trabajó regularmente con Hendricks en un grupo pequeño de oficinas detrás de la catedral regional principal, rápidamente dejó en claro que si Hendricks hizo algo equivocado, la iglesia no tiene ninguna responsabilidad.

“Si es verdad, ¿le dijeron que lo haga? No.”, dijo Espina. “No se puede adjudicar la conducta a la institución. Es el diablo.

Dice Espina que a Hendricks le dijeron algo similar. “Si hay un delito penal, le dijimos: ‘Esta es tu pelea. Tenés que hacerte cargo’”.

La pobreza

La pobreza está profundamente enraizada en Talustusan, donde muchas personas trabajan en las plantaciones de coco cercanas o en los arrozales. Otros tienen estaciones de servicio informales, donde venden nafta en botellas viejas de Pepsi, o poseen almacenes en sus casas donde ofrecen pequeños panes de jabón y paquetes de café instantáneo por pocos centavos.

Para una ciudad como Talustusan, tener su propio cura, particularmente un estadounidense, significaba un crecimiento financiero, con donaciones para reconstruir la capilla y empleos como choferes y empleados. Hendricks se transformó en el centro de su propia economía pequeña, entregando puestos de trabajo, préstamos y regalos. Construyó una biblioteca pequeña, donde los textos de teología estaban junto a textos seculares (dos biografías de Justin Bieber, un video de la boda real británica).

Su presencia también trajo estatus, diferenciando a Talustusan de las otras ciudades agrícolas. “Éramos la única ciudad que tenía su propio sacerdote”, dijo Ayelina Abonales, 55, una integrante del grupo de mujeres locales que ahora defienden férreamente a Hendricks.

Para los padres, tener una iglesia además significaba que sus hijos podían ganar un dinero como monaguillos.

“Tenía que volver”

En una tradición común en las ciudades de Filipinas, una costumbre que a menudo se observa hoy en día, los sábados a la noche los monaguillos se quedaban en la casa del cura. De esa manera, podían madrugar para prepararse para misa.

A veces, el muchacho intentaba quedarse en casa los sábados por la noche, esperando evitar al cura y la rectoría y lo que sabía que sucedería allí.

Pero Hendricks enviaba a otros chicos corriendo a la casa de tres habitaciones que compartía con sus padres y seis hermanos. La casa es un monumento a las aspiraciones de la clase trabajadora y la devoción católica, un edificio simple de material decorado con los premios escolares, rosarios de plástico e imágenes de Jesús. “¡El cura quiere que vuelvas!”, le decían cuando lo iban a buscar.

Su madre insistía en que se quedara en la rectoría: “Es bueno para usted”, le decía. “Tenía que volver”, cuenta ahora.

Cree que la mayoría de los monaguillos de Hendrick fueron abusados sexualmente, con alguna confidencia de alguno de ellos sobre lo que sucedía. Pero en su mayoría, era una hermandad silenciosa de la vergüenza.

La hora del baño

Las víctimas dicen que el abuso con frecuencia comenzaba cuando Hendricks los bañaba, y avanzaba hacia el sexo oral y anal. A menudo los muchachos eran apartados una vez que llegaban al final de la adolescencia o se involucraban con chicas.

“Se ponía celoso” si alguien tenía novia, dijo un adolescente de una familia complicada de la ciudad, quien dijo que fue abusado a los 15. Los abusos terminaron después de un par de meses, dijo, cuando se negó a actuar como monaguillo.

Aun hoy, el muchacho de 23 años no puede explicarse por qué siguió volviendo a la rectoría. “Es como si estuviera atrapado”. “No me reconozco más a mí mismo cuando estoy allí”.

En parte fue por el dinero. Hendricks le pagaba unos dólares por semana y finalmente le regaló una moto. Cuando dijo que se quería ir de la ciudad a una escuela lejos, Hendricks construyó otra habitación al lado de la casa familiar, para que tuviera su propio dormitorio.

“No quería que me tocara. Solamente quería trabajar para él”, dijo el muchacho. “Pero dependía de él”.

Las cosas cambiaron finalmente en 2015 con un caso de “tulo” (gonorrea), que según él se contagió de Hendricks. Después de eso, “no lo dejé que me tocara más”.

“¿Por qué me hace esto?”

La mayoría de los acusadores de Hendricks son de clase baja en la escala económica de la ciudad, adolescentes con cabellos con cortes tipo punk y que les gustan las motos.

Ocasionalmente, sus defensas caen. En un punto, la voz del muchacho de 23 años se desvanece y comienza a dirigirse a Hendricks directamente: “Padre, ¿cómo seguirá mi vida sin usted? ¿Por qué me hace esto?”. Ensayó una disculpa: “Quiero que él sienta que dentro mío ya estoy destruido”.

Los expertos dicen que las víctimas pueden tener problemas enormes en romper con sus abusadores, muchos de ellos manipuladores que se han metido profundamente en las vidas de los niños y jóvenes.

Esa confusión se amplifica cuando los abusadores son curas, a menudo reverenciados como figuras representantes de Jesucristo en las Filipinas, y se amplifica además cuando los sacerdotes son extranjeros.

Un cura extranjero “estaría lejos de toda sospecha, y cualquier queja sería negada y ocultada”, dijo Cullen, el cura irlandés.

Incluso durante la llamada telefónica grabada, el muchacho de 23 años no encontró ninguna victoria. Se disculpó repetidas veces por lo que estaba pasando el sacerdote, incluso mientras intentaba que Hendricks dijera abiertamente lo que había hecho.

“Lo siento, Padre”, dijo. “Lo siento mucho”.

Fuente Religión Digital

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