Compartir la mesa, compartir la vida
Hoy nos encontramos con un relato en el que Jesús es invitado a comer en casa de uno de los jefes de los fariseos consciente de que muchos de ese grupo religioso estaban contrariados con su forma de proceder y vigilaban su modo de hablar y actuar.
Al entrar en el lugar que iban a comer Jesús observa que los invitados escogen los primeros puestos. En las sociedades del mediterráneo antiguo esto no era un gesto de mala educación, sino una conducta frecuente en los banquetes de la élite, que reflejaba la centralidad que tenía el honor y la necesidad de que éste fuese reconocido públicamente. Con todo no era raro que se generasen rivalidades y conflictos por el puesto a ocupar. Los filósofos y moralistas de aquella época con frecuencia criticaban estás conductas que favorecían la discriminación y oscurecían valores que podían honrar mucho más como la solidaridad, la generosidad o el compañerismo
Jesús aprovecha este modo de comportarse para proponerles tres parábolas de las que la liturgia de hoy recoge dos. Con estos relatos el Maestro no quiere cuestionar la educación de los comensales sino su escala de valores. En los dos primeros relatos presenta ante sus oyentes dos situaciones que dan la vuelta a los criterios de honorabilidad que regían en su cultura.
Las parábolas señalan como, para Jesús, la dignidad y el aprecio no son una cuestión de estatus, sino que alguien es honorable por su capacidad de reconocer al otro o a la otra como un igual y por la gratuidad que expresen sus acciones. La propuesta no nace, como bien entiende uno de los convidados (Lc 14, 15), de criterios filosóficos o morales, sino del corazón de Dios.
La experiencia salvadora de Dios que ya Isaías en el capítulo 25 imaginaba como un gran banquete al que todos y todas eran convidados se hace presente de nuevo en el dialogo que Jesús mantiene en esta comida con los fariseos. La conducta de los invitados y los principios que en ella se reflejan son para Jesús ocasión de proponer los valores del Reino.
Para él y para el Abba en el que él ha puesto toda su confianza, en el banquete de la vida no basta con dar y recibir generosamente, sino en acoger con gratuidad a todo aquel o aquella que no puede ofrecer nada a cambio. La honorabilidad no se basa ya en el poder y el prestigio, sino en la bondad, humildad y hospitalidad. La comunidad del reino es ese banquete en el que todas y todos tienen cabida sea cual sea su origen, creencias, situación personal y en la que todas y todos se saben invitados sin merecimientos exclusivos ni dignidades adquiridas.
Este relato no solo habla de un recuerdo de la praxis de Jesús, sino que es una llamada a la comunidad cristiana, primero a la de Lucas y hoy a las nuestras para ser comunidades inclusivas y abiertas en las que se respeten las diferencias, se construya espacios de equidad, en las que se proclame un Dios gratuito y lleno de amor y perdón. En ella no habrá extranjeros ni emigrantes, no habrá primeros ni últimos, no habrá sesgos de género ni poderes que no nazcan del servicio y de del compromiso.
Esto es un desafío a muchos de nuestros criterios sociales y religiosos y sin duda, un tipo de comunidad así no estará exenta de conflictos y de cuestionamientos pero encarnará la profecía, y será testigo de que es posible vivir la utopía del Reino.
Carme Soto Varela
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