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Amigo, sube más arriba

Domingo, 1 de septiembre de 2019
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“Nunca hagas alguna cosa solamente por dar ejemplo a otro, o ganar a otros, porque no sacarás de aquí sino pérdidas para ti.

Haz todas las cosas simple y suavemente, sin tener respeto a otra cosas sino a aplacer a Dios en ellas.

*

Juan de Bonilla,
De prudencia que se debe tener en el amor al prójimo

***

Un sábado, entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando.

Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso esta parábola :

“Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro y te dirá: “Cédele el puesto a éste.”Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto.

Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba.” Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales.

Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.”

Y dijo al que lo había invitado:

“Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado.

Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.

*

Lucas 14, 1. 7-14

***

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¿Basta con estar convencidos de la misericordia de un Dios que perdona y de nuestra condición personal de pecadores para que se lleve a cabo la reconciliación? No. Falta aún una disposición, un valor que es nuestro o, al menos, es nuestro en cuanto debemos aceptar una invitación interior que viene de Dios […]. Sin conversión no hay reconciliación. La conversión del corazón, entendida como movimiento del hombre que se dirige hacia Dios, que se convierte, es decir, que se mueve hacia Dios con la conciencia de haberse alejado de Dios.

La conversión es un dar marcha atrás, un cambio de ruta, un cambiar la orientación de nuestra propia vida. El pecador es un fugitivo, alguien que vuelve la espalda al Señor, como un pródigo que se va hacia la ilusión de paraísos terrestres. La conversión es un volver a caminar hacia Dios dejando a nuestra espalda muchas ilusiones que se han vuelto amargas y muchas infidelidades que todavía pueden conservar la atracción de la seducción. Eso significa convertirse. No es, por consiguiente, un gesto que se realiza de una vez por todas, sino una actitud permanente de la vida. No nos convertimos el 25 de julio o el 3 de abril, sino que empezamos a convertirnos para no acabar nunca más. La conversión debe invadir todo el compromiso de la vida para ser realmente una actitud viva, una actitud que no hace la historia de ayer, sino que hace la historia de hoy.

Podríamos decir que la conversión es ese presente misterioso, totalmente animado por la gracia del Señor, que hace que, en nuestra vida, el pecado sea cada vez más un pasado, un pasado próximo, un pasado remoto. Algo superado, algo que hemos dejado a nuestra espalda, algo abandonado con el compromiso de la reconciliación, del misterio de la reconciliación, como lo llama el apóstol Pablo. Es el misterio que brota del designio salvífico de Dios, el reconciliador por excelencia, que quiere vivir de verdad en comunión con su criatura, el hombre.

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Anastasio A. Ballestrero

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"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad ,

“Sin excluír”. 22 Tiempo ordinario – C (Lucas 14,1.7-14)

Domingo, 1 de septiembre de 2019
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22-TO-C-600x401Jesús asiste a un banquete invitado por uno de los principales fariseos de la región. Es una comida especial de sábado, preparada desde la víspera con todo esmero. Como es costumbre, los invitados son amigos del anfitrión, fariseos de gran prestigio, doctores de la ley, modelo de vida religiosa para todo el pueblo.

Al parecer, Jesús no se siente cómodo. Echa en falta a sus amigos los pobres. Aquellas gentes que encuentra mendigando por los caminos. Los que nunca son invitados por nadie. Los que no cuentan: excluidos de la convivencia, olvidados por la religión, despreciados por casi todos.

Antes de despedirse, Jesús se dirige al que lo ha invitado. No es para agradecerle el banquete, sino para sacudir su conciencia e invitarle a vivir con un estilo de vida menos convencional y más humano: «No invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes ni a los vecinos ricos porque corresponderán invitándote… Invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos».

Una vez más, Jesús se esfuerza por humanizar la vida rompiendo, si hace falta, esquemas y criterios de actuación que nos pueden parecer muy respetables, pero que, en el fondo, están indicando nuestra resistencia a construir ese mundo más humano y fraterno, querido por Dios.

De ordinario, vivimos instalados en un círculo de relaciones familiares, sociales, políticas o religiosas con las que nos ayudamos mutuamente a cuidar de nuestros intereses dejando fuera a quienes nada nos pueden aportar. Invitamos a los que, a su vez, nos pueden invitar Eso es todo.

Esclavos de unas relaciones interesadas, no somos conscientes de que nuestro bienestar solo se sostiene excluyendo a quienes más necesitan de nuestra solidaridad gratuita para poder vivir. Hemos de escuchar los gritos evangélicos del papa Francisco en la pequeña isla de Lampedusa: «La cultura del bienestar nos hace insensibles a los gritos de los demás». «Hemos caído en la globalización de la indiferencia». «Hemos perdido el sentido de la responsabilidad».

Los seguidores de Jesús hemos de recordar que abrir caminos al reino de Dios no consiste en construir una sociedad más religiosa o en promover un sistema político alternativo a otros también posibles, sino, ante todo, en generar y desarrollar unas relaciones más humanas que hagan posible unas condiciones de vida digna para todos empezando por los últimos.

José Antonio Pagola

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“El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”. Domingo 01 de septiembre de 2019. Domingo 22º Ordinario

Domingo, 1 de septiembre de 2019
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47-ordinarioC22 cerezoLeído en Koinonia:

Eclesiástico 3, 17-18. 20. 28-29: Hazte pequeño y alcanzarás el favor de Dios.
Salmo responsorial: 67: Preparaste, oh Dios, casa para los pobres.
Hebreos 12, 18-19. 22-24a: Os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo.
Lucas 14, 1. 7-14: El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.

Es humano el afán de ser, de situarse, de sentir querer estar sobre los demás. Parece tan natural convivir con este deseo que lo contrario se etiqueta en nuestra sociedad de “idiotez”. Quien no aspira a más, quien no se sitúa por encima de los demás, quien no se sobrevalora, es tachado a veces de “tonto” en este mundo tan competitivo.

En nuestra sociedad hay un complejo sistema de normas de protocolo por las que cada uno se debe situar en ella según su valía. En los actos públicos, las autoridades civiles o religiosas ocupan uno u otro lugar según escalafón, observando una rigurosa jerarquía en los puestos. Se está ya tan acostumbrado a tales reglas, que parece normal este comportamiento jerarquizado.

Jesús acaba con este tipo de protocolo, invitando a la sensatez y al sentido común a sus seguidores. Es mejor, cuando se es invitado, no situarse en el primer puesto, sino en el último, hasta tanto venga el jefe de protocolo y coloque a cada uno en su lugar.

El consejo de Jesús debe convertirse en la práctica habitual del cristiano. El lugar del discípulo, del seguidor de Jesús es, por libre elección, el último puesto. Lección magistral del evangelio que no suele ponerse en práctica con frecuencia. No hay que darse postín; deben ser los demás quienes nos den la merecida importancia; lo contrario puede traer malas consecuencias. El cristiano no debe situarse nunca por propia voluntad en lugar preferente.

No sólo no darse importancia, sino actuar siempre desinteresadamente. Jesús denuncia la práctica de aquellos que invitan a quienes los invitan, del “do ut des”, del “te doy para que me des”, y anima a invitar a pobres, lisiados, cojos y ciegos, gente a la que nadie invita, cuando se da un banquete; quien actúe así será dichoso, porque no tendrá recompensa humana, sino divina “cuando resuciten los justos”. Las palabras de Jesús son una invitación a la generosidad que no busca ser compensada, al desinterés, a celebrar la fiesta con quienes nadie la celebra y con aquellos de los que no se puede esperar nada. El cristiano debe sentar a su mesa, o lo que es igual, compartir su vida con los marginados de la sociedad, que no tienen, por lo común, lugar en la mesa de la vida: pobres, lisiados, cojos y ciegos. Quien así actúa sentirá la dicha verdadera de quien da sin esperar recibir.

Las palabras de Jesús en el evangelio de hoy muestran las reglas de oro del protocolo cristiano: renunciar a darse importancia, invitar a quienes no pueden corresponder; dar la preferencia a los demás, sentar a la mesa de la vida a quienes hemos arrojado lejos de la sociedad.

Quien esto hace, merece una bienaventuranza que viene a sumarse al catálogo de las ocho del sermón del monte: «Dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos».

Para Jesús adquiere el verdadero honor quien no se exalta a sí mismo sobre los demás, sino quien se abaja voluntariamente. Paradójicamente, se adquiere el verdadero honor no exaltándose a sí mismo sobre los demás, sino poniéndose el último a su servicio. La generosidad se debe compartir con los “pobres” que no pueden pagar con la misma moneda, porque no tienen nada. Honor y vergüenza adquieren en boca de Jesús un contenido diferente: el honor consiste en servir ocupando los últimos puestos y esto ya no es motivo de vergüenza sino señal verdadera de que se está ya dentro del grupo de los verdaderos seguidores de un Jesús que “no ha venido para ser servido, sino para servir y dar la vida por muchos”.

Las restantes lecturas de este domingo van en la misma línea del evangelio; en la primera, del libro del Eclesiástico, se dan consejos de sentido común: la conveniencia de proceder siempre con humildad, de hacerse pequeño en las grandezas humanas, de no darse demasiada importancia, tan en la línea del comportamiento y los consejos de Jesús que se ha hecho asequible, menos solemne, menos accesible y ya no se manifiesta, como Dios en el Antiguo Testamento, con señales de fuego, nubarrones, tormenta y estruendo, sino como mediador de la Nueva Alianza, como puente entre la comunidad y Dios. Para llegar a Dios, los cristianos tienen que pasar por Jesús, verdadero camino para el Padre y el único sendero que debe practicar la comunidad cristiana. Él se ha definido en el evangelio de Juan como camino, verdad y vida, o como camino que lleva a la verdad que es y conduce a la vida. Y la vida florece en plenitud cuando está impregnada de amor sin aspavientos ni deseos de protagonismo, cuando se sabe ocupar el único lugar de libre elección del cristiano: el último puesto, para que no haya últimos, para que, como Jesús se propuso, no haya quienes estén arriba y abajo. Maravillosa utopía que nos empuja para conseguir cuanto antes la única aspiración o meta que debe ponerse el cristiano: la de hacer un mundo de hermanos, igualados en el servicio mutuo. Leer más…

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Dom 1. 09. 19. Cuando invites… Invita a los pobres, migrantes de pateras o de tierra firme ¡Está la casa abierta!

Domingo, 1 de septiembre de 2019
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la-mujer-del-perfume-tiempo-ordinario-x-i-3-728Del blog de Xabier Pikaza:

Puertas cerradas, corazones secos. Tema político, económico, social y personal

Domingo 22. Tiempo ordinario. Ciclo C. Lc 14. 1. 7-14. ¿Qué podemos ofrecer? ¿Qué tenemos para invitar? ¿Qué nos ofrecen ellos?  Pasar de las puertas cerradas a los corazones abiertos.Este evangelio nos pone ante un tema sorprendente: ¡Somos ricos, tenemos comida!

Podemos y debemos invitar a todos al convite de la vida: Que vengan y comas los subsaharianos, los pobres del mundo, en caravanas de tierra o pateras de mar…

Pero en conjunto nos cerramos… Tenemos comida, nos sobra…,  y así ostentosamente mostramos nuestro gran derroche, pero cerramos las puertas y los puertos, ponemos ejércitos y vallas, para que nadie venga… Que nos vean comen, pero que no vengas, cerramos la muerte.

Este es un evangelio sorprendente:

BSS5OJDUMVCIZBROANWIVRS63Y¿Qué podemos dar y no damos los occidentales ricos? ¿Qué podemos dar como iglesia, como creyentes, como humanos. Aquí en occidente somos ostentosos, tenemos y guardamos; somos ricos, decimos, porque lo hemos trabajado y no podemos malgastarlos con vagos y maleantes pobres que vienen del hambre o de la guerra (por su culpa…).

¿Qué puedan darnos ellos, los hambrientos de comida, quizá ricos de humanidad, pues nosotros la hemos perdido). Pero quizá somos nosotros los más pobres… Tenemos y no damos y así lo perdemos (nos perdemos). Ignoramos que ellos pueden darnos otras cosas quizá más importantes,…?

¿Qué puede hacer la Iglesia? Este es una palabra de política y economía, pero es ante todo una palabra de evangelio, es decir, de Dios, de la persona.  En este campo se juega al futuro de las vida los hombres, no sólo de aquellos a quienes no invitamos a nuestro banquete, sino nuestro futuro de ricos de dinero y pobres de humanidd.

Texto. Lucas 14, 1. 7-14

banquete de bodas brueghelUn sábado, entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso esta parábola: “Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro y te dirá: “Cédele el puesto a éste. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto.

Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba.” Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.”

Y dijo al que lo había invitado: “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.

Comentario reflexivo

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             La liturgia sigue haciendo que leamos y comentemos el evangelio de Lucas y lo hace un de un modo insistente, volviendo una y otra a vez a los temas de pobreza. Para sorpresa de muchos, habla poco de Dios en sí y muchos de primeros y últimos, de ricos y pobres, de comidas (¡e incluso de vestidos!). Así quiero leerlo, sabiendo que “entre esos pucheros” también anda está Dios (o, sobre todo, anda Dios). Pondré en cursiva el evangelio, en redonda el comentarios (destacando algunas cosas con negrita).

Un sábado, entró Jesús en casa de uno de los principales de los fariseos. para comer (=comer pan), y ellos le estaban espiando.

             Posiblemente hay un recuerdo histórico: Jesús se dejaba invitar, compartía muchas cosas con los fariseos, que aparecen de esa forma, básicamente, como amigos, aunque el texto diciendo que ellos (autoi) le estaban espiando. Se trata, por tanto, de una amistad discutida, como todo el texto muestra.  El fariseo y los espías empiezan pareciendo extraños a la Iglesia. Pero después, sin darnos casi cuenta, descubrimos que nosotros somos ellos. Entre fariseos (entre nosotros) andaba Jesús. Claro ya queda que Jesús no era un “purista”, ni un radical en sentido negativo. Es capaz de comer con gente con la que no está totalmente de acuerdo.

Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso esta parábola: Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro y te dirá: Cédele el puesto a éste. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto.

Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: Amigo, sube más arriba. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.

 Hay una ironía de base: El convite del fariseo (que debía ser espacio y tiempo de fraternidad, para romper distancias, para hablar todos con todos) se vuelve convite que marca las jerarquías sociales. Ciertamente, es importante la comida, pero más importante parece aún aquí. Da la impresión de que algunos no van a comer (¡han comido suficiente en casa!), sino a que se les vea por encima de otros, en la escala farisea de la vida.

  El texto nos sitúa  ante una carrera de honores: los puestos en la mesa del mundo marcan las diversas clases sociales, dentro del continuo alimenticio, donde el Rey León ocupa el primer puesto y luego van bajando en la escala los diversos animales… En esta mesa se disputan los puestos a codazos. Es la vida. La mesa del mal convite. Leer más…

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“Banquete, enseñanza y consejo”. Domingo 22 ciclo C

Domingo, 1 de septiembre de 2019
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Symposium (The Banquet) anton von wernerDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

Después de varios domingos con evangelios complicados y densos de contenido, el de hoy resulta extrañamente fácil de entender. Tan fácil, que parece esconder una trampa.

Un banquete con trampa

Un sábado, no se dice dónde, uno de los principales fariseos invita a Jesús a comer y él acepta la invitación. Cuando llega a la casa le sale al encuentro un hidrópico. (La hidropesía consiste en la retención de líquido en los tejidos, sobre todo en el vientre, aunque también se da en los tobillos y muñecas, brazos y cuello.) Todos los invitados fariseos espían a Jesús para ver qué hará en sábado. ¿Lo curará, contraviniendo el descanso sabático, o lo dejará que siga enfermo? No me detengo en contar lo ocurrido, fácil de imaginar, porque la liturgia ha suprimido esta primera escena (Lucas 14,2-6).

El evangelio de este domingo comienza contando lo ocurrido a continuación. En cuanto termina el espectáculo del milagro, todos los invitados corren a ocupar los primeros puestos, y Jesús aprovecha la ocasión para dar una enseñanza a los asistentes y un consejo al que lo ha invitado.

Primera parte: una enseñanza

            Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro y te dirá: “Cédele el puesto a éste. “Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba.”
Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.» 

Estas palabras resultan desconcertantes en boca de Jesús: aconseja un comportamiento puramente humano, una forma casi hipócrita de tener éxito social. Por otra parte, la historieta no encaja en nuestra cultura, ya que cuando nos invitan a una boda nos dicen desde el primer momento en qué mesa debemos sentarnos. Pero hace veinte siglos, conseguir uno de los primeros puestos era importante, no sólo por el prestigio social, sino también porque se comía mejor. Marcial, el poeta satírico nacido en Calatayud el año 40, que vivió parte de su vida en Roma, ironizó sobre esas tremendas diferencias.

Por consiguiente, lo que a nosotros puede parecer una historieta anticuada y poco digna en boca de Jesús, reflejaba para los lectores antiguos una realidad cotidiana divertida, que los llevaba, casi sin darse cuenta, a la gran enseñanza final: Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido. El uso de la voz pasiva (“será humillado, será enaltecido”) es un modo de evitar nombrar a Dios, pero los oyentes sabían muy bien el sentido de la frase: “Al que se enaltece, Dios los humillará, al que se humille, Dios lo enaltecerá”. Naturalmente, ya no se trata de la actitud que debemos adoptar cuando nos inviten a una boda, sino una actitud continua en la vida y ante Dios. Pocos capítulos más adelante, Lucas propondrá en la parábola del fariseo y del publicano un ejemplo concreto, que termina con la misma enseñanza.

            “Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, el otro recaudador. El fariseo, en pie, oraba así en voz baja: Oh Dios, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres, ladrones, injustos, adúlteros, o como ese recaudador. Ayuno dos veces por semana y pago diezmos de cuanto poseo. El recaudador, de pie y a distancia, ni siquiera alzaba los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: Oh Dios, ten piedad de este pecador. Os digo que éste volvió a casa absuelto y el otro no. Porque quien se enaltece será humillado, quien se humilla será enaltecido” (Lucas 18,10-14).

En el Nuevo Testamento hay otros textos interesantes sobre la humildad. Me limito a recordar un texto de san Pablo que propone a Jesús como modelo:

            “No hagáis nada por ambición o vanagloria, antes con humildad tened a los otros por mejores. Nadie busque su interés, sino el de los demás. Tened los mismos sentimientos de Cristo Jesús, el cual, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios; sino que se vació de sí y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres. Y mostrándose en figura humana se humilló, se hizo obediente hasta la muerte, una muerte en cruz” (Carta a los Filipenses 2,3-8).

Segunda parte: un consejo

            A continuación, dirigiéndose al que lo ha invitado, le dice:

            Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. 

            Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos.

            Dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.

Esta segunda intervención de Jesús resulta también atrevida y desconcertante. Después de escucharla, no sería raro que el dueño de la casa le dijese: “Ya te puedes estar yendo, que voy a invitar a pobres, lisiados, cojos y ciegos”. Por otra parte, el fariseo no tiene intención de cobrarle la comida.

Sin embargo, estas palabras, que parecen desentonar en el contexto, recuerdan mucho a otras pronunciadas por Jesús a propósito de la limosna, la oración y el ayuno (Mateo 6,1-18). El principio general es el mismo que en el evangelio de Lucas: el que busca su recompensa en la tierra, no tendrá la recompensa de Dios.

            Guardaos de hacer las obras buenas en público para ser contemplados. De lo contrario no os recompensará vuestro Padre del cielo.

            Cuando hagas limosna, no hagas tocar la trompeta por delante, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para que los alabe la gente. Os aseguro que ya han recibido su paga. Cuando tú hagas limosna, no sepa la izquierda lo que hace la derecha. De ese modo tu limosna quedará oculta, y tu Padre, que ve lo escondido, te lo pagará.

Cuando oréis, no hagáis como los hipócritas, que aman rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas para exhibirse a la gente. Os aseguro que ya han recibido su paga. Cuando tú vayas a rezar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y reza a tu Padre en secreto. Y tu Padre, que ve lo escondido, te lo pagará.

            Cuando ayunéis, no pongáis mala cara como los hipócritas, que desfiguran la cara para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su paga. Cuando tú ayunes, perfúmate la cabeza, y lávate la cara, de modo que tu ayuno no lo observen los hombres, sino tu Padre, que está escondido; y tu Padre, que ve lo escondido, te lo pagará.

Primera lectura (Eclesiástico 3, 17-18. 20. 28-29)
Contiene cuatro consejos; los dos primeros empalman directamente con el tema del evangelio.

            Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso.

            Hazte pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la misericordia de Dios, y revela sus secretos a los humildes. 

            No corras a curar la herida del cínico, pues no tiene cura, es brote de mala planta.
El sabio aprecia las sentencias de los sabios, el oído atento a la sabiduría se alegrará. 

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Domingo XXII del Tiempo Ordinario. 01 septiembre 2019

Domingo, 1 de septiembre de 2019
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“Cuando alguien te invite a una fiesta de bodas, no te sientes en el lugar principal no sea que llegue otro invitado más importante que tú,  y el que os invitó a los dos venga a decirte: ‘Deja tu sitio a este otro. Entonces tendrás que ir con vergüenza a ocupar el último asiento.”

(Lc 14, 1.7-14)

El puesto de nuestro Corazón.

Al leer este evangelio me llama la atención el gran conocimiento que tenía Jesús de las sombras que habitan el corazón humano. Su  explicación es certera y práctica utilizando nuestras categorías humanas para hacerse comprender.

Me llama la atención que Jesús no explique que no es bueno ocupar el primer lugar, porque es un endiosamiento y es un vivir fuera de quienes somos, moviéndonos por la apariencia, la posición social, el qué dirán, y que eso no otorga la paz.

En cambio hace un paralelismo…y dice “si llega otro invitado más importante que tú, el dueño de la casa te dirá que dejes ese lugar”, y esa es la explicación que entendemos porque nos movemos dentro de categorías de bueno, mejor, más poder, más tener…

A mi entender actuamos así porque funcionamos desde nuestra mente. Dentro de unos patrones culturales aprendidos, marcados por nuestra sociedad y familia. Sin embargo ello no nos otorga la felicidad, sino la esclavitud de vivir según los roles establecidos.

Funcionamos según la “idea”, “el concepto mental”  de lo que nos otorgará la felicidad. Sin embargo, Jesús nos habla de vivir en el interior donde la idea no tiene poder. De sentirnos a gusto con quienes somos, disfrutando el instante, sin categorías, siendo nosotros. Y para disfrutar de nosotros no necesitamos ocupar puestos “especiales” según las clases sociales. Necesitamos ocupar el puesto de vivir en nuestro corazón, donde quien otorga “el poder” es nuestra capacidad de amar.

Quien ama no se mueve por categorías humanas, las del endiosamiento, si no por “desaprendizajes” egoícos, que conllevan la entrega y el servicio, entonces somos en la medida que dejamos a los demás ser un@  en nosotr@s. “ El Padre y yo somos uno” ( Jn 10,30).

Oración

Jesús, maestro de la desidentificación de patrones mentales,

enséñanos la sabiduría de descubrirnos plen@s en nosotr@s mism@s,

sin tener que representar ningún papel, ocupando puestos que nos descentren de Ti.

Te lo presentamos a Ti, Padre de la Vida, por medio de Jesús tu Hijo,

y mediante la fuerza y la ternura de la Santa Ruah.

*

Fuente:  Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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Ser más, ser menos, atañe solo al ego

Domingo, 1 de septiembre de 2019
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Hoy tiene mucha importancia el contexto. Un fariseo invita a Jesús a comer. Los judíos hacían los sábados una comida especial a medio día, al terminar la reunión en la sinagoga. Aprovechaban la ocasión para invitar a alguna persona importante y así presumir ante los demás invitados. Jesús era ya una persona muy conocida y muy discutida. Seguramente la intención de esa invitación era comprometerle ante los demás invitados. Como aperitivo, Jesús cura a un enfermo de hidropesía, con lo cual ya se está granjeando la oposición general (era sábado).

En el texto encontramos dos parábolas. Una se refiere al invitado, otra al anfitrión. Se trata de la relación que inicias tú y la que inicia el otro contigo. En la primera no se trata de un consejo para tener éxito, pero toma ejemplo de un sentimiento generalizado para apoyar una visión más profunda de la humildad. Jesús aconseja no buscar los honores y el prestigio ante los demás como medio de hacerse valer. Condena toda vanagloria por contraria a su mensaje. El texto conecta con el final del domingo pasado: Hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos.

La segunda encierra un matiz diferente. No quiere decir Jesús que hagamos mal cuando invitamos a familiares o amigos. Quiere decir que esas invitaciones no van más allá del egoísmo amplificado. Esa actitud no es signo del amor evangélico. El amor que nos pide Jesús tiene que ir más allá del puro instinto, del interés. La demostración de que se ha entrado en la dinámica del Reino está en que se busca el bien de los demás sin esperar nada a cambio. La frase “dichoso tú porque no pueden pagarte, te pagarán cuando resucites los justos”, puede entenderse como una estrategia para que te lo paguen más allá. Esta dinámica no tiene nada de cristiana.

En ambos casos, Jesús nos propone una manera distinta de entender las relaciones humanas. Jesús trastoca comportamientos que tenemos por normales, para entrar en una dinámica nueva, que nos debe llevar a cambiar la escala de valores del mundo. Ser cristiano es, sencillamente, ser diferente. No se trata de renunciar a ser el primero. Todo lo contrario, se trata de asegurar el primer puesto en el Reino, buscando el bien de la persona y no solo de la parte biológica. “El que quiera ser primero que sea el último y el servidor de todos”. Jesús no critica el que queramos ser los primeros, lo que rechaza es la manera de conseguirlo.

Ojo con la falsa humildad. Dice Lutero: La humildad de los hipócritas es el más altanero de los orgullos. Existen dos clases de falsa humildad. Una es estratégica. Se da cuando nos humillamos ante los demás con el fin de arrancar de ellos una alabanza. Otra es sincera, pero también nefasta. Se da en la persona que se desprecia a sí misma porque no encuentra nada positivo en ella. No es fácil escapar a esos excesos que han dado tan mala prensa a la humildad. Ninguno de los grandes filósofos griegos (Sócrates, Platón, Aristóteles) elogiaron la humildad como virtud; y Nieztsche la consideró la mayor aberración del cristianismo.

No hay que hacer nada para ser humilde. Es reconocer que eres lo que eres, sin más. Ni siquiera tendríamos que hablar de ella, bastaría con rechazar todo orgullo, vanidad, jactancia, vanagloria, soberbia, altivez, arrogancia, etc. Se suele hacer alusión a Sta. Teresa; pero la inmensa mayoría demuestran no entenderla cuando dicen: “humildad es la verdad”. Ella dice: “humildad es andar en verdad”. Se trata de conocer la verdad de los que uno es, y además vivir (andar en) ese realidad. También se entiende mal la frase de Jesús, “yo soy la verdad”, cuando se interpreta como obligación de aceptar su doctrina. No, Jesús está diciendo que es auténtico.

Siempre que se violenta la verdad, sea por defecto sea por exceso, se aleja uno de la humildad. No se trata de que nos convenzan de que somos una mierda. Se trata de descubrir nuestro auténtico ser. Humildad es aceptar que somos criaturas, con limitaciones, sí; pero también con posibilidades infinitas, que no dependen de nosotros. Ninguno de los valores verdaderamente humanos debe ser reprimido en nombre de una falsa humildad. No se trata de creerse ni superiores ni inferiores. Si la humildad me lleva a la obediencia servil, no tiene nada de cristiana. Muchas veces se ha apelado a la humildad para someter a los demás a la propia voluntad.

Un conocimiento cabal de lo que somos nos alejaría de toda vanagloria. No se trata de un conocimiento analítico desde fuera, sino interior y vivencial. Para conocerse, hay que tener en cuenta al ser humano en su totalidad. Eso sería la base de un equilibrio psíquico. Sin conocimiento no hay libertad. La humildad no presupone sometimiento o servidumbre a nada ni a nadie. Sin libertad ninguna clase de humanidad es posible. Tampoco la soberbia es signo de libertad, porque el hombre orgulloso está más sometido que nadie a la tiranía de su ego.

La mayoría de las enfermedades depresivas tienen su origen en un desconocimiento de sí mismo o en no aceptarse como uno es, que viene a ser lo mismo. Ninguna de las limitaciones que nos afectan puede impedir que alcancemos nuestra plenitud. Las carencias forman parte de mí. Las accidentales no pueden desviarme de mi trayectoria humana. Una visión equivocada de sí mismo ha hundido en la miseria a muchos seres humanos. Caen en una total falta de estima y en la pusilanimidad destructora. Ser humilde no es tener mala opinión de sí mismo ni subestimarse. Avicena dijo: “Tú te crees una nada, y sin embargo, el mundo entero reside en ti”.

El orgulloso no necesita que nadie le eche en cara su soberbia ni que le castiguen por su actitud. Él mismo se deshumaniza al despreciar a los demás. Tampoco es necesario que el humilde reciba ningún premio. Si no espera nada de su actitud o, mejor aún, si ni siquiera se da cuenta de su humildad, es que de verdad está en la dinámica del evangelio. La humildad va de arriba abajo. La humildad ante los superiores, la mayoría de las veces, es sometimiento y servilismo. No es humilde el que reconoce la grandeza del superior sino el que reconoce la grandeza del inferior.

Meditación-contemplación

Tú eres más de lo que crees ser.
Nada ni nadie te puede impedir alcanzar esa meta.
No tienes que hacer nada, ni conseguir nada.
Todo lo que pretendes alcanzar, ya lo tienes.
Todo lo que pretendes ser, ya lo eres.
Solamente tienes que tomar conciencia de ello.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Cuando des un banquete.

Domingo, 1 de septiembre de 2019
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pobre-ayuda¿Cuál es la esencia de la vida? Servir a otros y hacer el bien (Aristóteles)

Lc 14, 7-14

Cuando des un banquete invita a pobres, mancos, cojos y ciegos (v 13)

1 de septiembre 2019. DOMINGO XXII DEL TO

En la Evangelii Gaudium, el Papa Francisco ha dicho: “Puedo aferrarme y decir que los gozos más bellos y espontáneos que he visto en mi vida son las personas muy pobres que tienen poco a qué aferrarse”.

Y en esta misma dirección se posiciona Ami-Jill Levine (1956) profesora de estudios del Nuevo Testamento en la Escuela de la Divinidad en la Universidad de Vanderbilt, en su obra Relatos cortos de Jesús, refiriéndose a lo que nos dice el Evangelio en la parábola de las ovejas y las cabras (Mt 25, 31-46):

“El criterio con el que se juzga a las personas no es la veneración o no de Jesús, sino la atención prestada a los pobres, la comida dada a los hambrientos o la visita al encarcelado”.

¿Pero qué significa el gesto del pobre? ¿Qué nos quiere decir con él? La pataleta del niño es también un gesto de protesta contra algo o alguien: contra un dolor, contra su madre, etc.

Lo importante es descubrir lo que ese símbolo significa, sólo así podremos ayudarle a resolver su problema o a que él lo resuelva personalmente, como sería en el caso de los adultos. Nosotros preguntamos, y lo único que tenemos que hacer es esperar a que nos responda.

La respuesta está siempre en el interior de la persona, pues como asegura el escritor estadunidense Jules Green (1900-1988), autor de Cada hombre en su noche:

“Ni siquiera el mejor explorador del mundo hace viajes tan largos como aquel hombre que desciende a las profundidades de su corazón”. Porque el corazón es ese Arca de la Alianza donde están guardadas nuestros más orientadores palimpseptos, que nos permiten borrar nuestro pasado y escribir textos nuevos.

En el Antiguo Testamento (Tob 4, 8-10) nos aconseja:

“Haz limosna en proporción a lo que tienes; si tienes poco, no temas dar de lo poco que tienes; así guardarás un buen tesoro, porque la limosna libra de la muerte y no deja caer en las tinieblas”.

Un aspecto en el que Viktor Frankl nos pone en la pista del despegue con el título de su obra El hombre en busca de sentido. La tarea de los demás, simplemente es ayudarles a navegar por el río interior de su existencia. Los vientos del espíritu soplan por todas partes, y colaboran eficazmente a llegar a puerto seguro.

Esto es, como decía Aristóteles, la esencia de la vida: Hacer el bien y servir a otros. Idea en la que el Evangelio no se queda corto:

“Cuando des un banquete invita a pobres, mancos, cojos y ciegos(Lc 14, 13).

Blas de Otero, uno de los principales representantes de la poesía social y de la poesía intimista de los años cincuenta en España, y con quien el verso se hizo hombre, lo modula de esta manera en Poética:

Cuando te vi, oh cuerpo en flor desnudo,
creí ya ver a Dios en carne viva.
No sé qué luz, de dentro, de quién, iba
naciendo, iba envolviendo su desnudo
amoroso, oh aire, oh mar desnudo.

Una brisa vibrante, fugitiva,
ibas fluyendo, un agua compasiva,
tierna, tomada entre un frondor desnudo.

Te veía, sentía y te bebía,
solo, sediento, con palpar de ciego,
hambriento, sí, ¿de quién?, de Dios sería.

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Compartir la mesa, compartir la vida

Domingo, 1 de septiembre de 2019
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eucaristia0Hoy nos encontramos con un relato en el que Jesús es invitado a comer en casa de uno de los jefes de los fariseos consciente de que muchos de ese grupo religioso estaban contrariados con su forma de proceder y vigilaban su modo de hablar y actuar.

Al entrar en el lugar que iban a comer Jesús observa que los invitados escogen los primeros puestos. En las sociedades del mediterráneo antiguo esto no era un gesto de mala educación, sino una conducta frecuente en los banquetes de la élite, que reflejaba la centralidad que tenía el honor y la necesidad de que éste fuese reconocido públicamente. Con todo no era raro que se generasen rivalidades y conflictos por el puesto a ocupar. Los filósofos y moralistas de aquella época con frecuencia criticaban estás conductas que favorecían la discriminación y oscurecían valores que podían honrar mucho más como la solidaridad, la generosidad o el compañerismo

Jesús aprovecha este modo de comportarse para proponerles tres parábolas de las que la liturgia de hoy recoge dos. Con estos relatos el Maestro no quiere cuestionar la educación de los comensales sino su escala de valores. En los dos primeros relatos presenta ante sus oyentes dos situaciones que dan la vuelta a los criterios de honorabilidad que regían en su cultura.

Las parábolas señalan como, para Jesús, la dignidad y el aprecio no son una cuestión de estatus, sino que alguien es honorable por su capacidad de reconocer al otro o a la otra como un igual y por la gratuidad que expresen sus acciones. La propuesta no nace, como bien entiende uno de los convidados (Lc 14, 15), de criterios filosóficos o morales, sino del corazón de Dios.

La experiencia salvadora de Dios que ya Isaías en el capítulo 25 imaginaba como un gran banquete al que todos y todas eran convidados se hace presente de nuevo en el dialogo que Jesús mantiene en esta comida con los fariseos. La conducta de los invitados y los principios que en ella se reflejan son para Jesús ocasión de proponer los valores del Reino.

Para él y para el Abba en el que él ha puesto toda su confianza, en el banquete de la vida no basta con dar y recibir generosamente, sino en acoger con gratuidad a todo aquel o aquella que no puede ofrecer nada a cambio. La honorabilidad no se basa ya en el poder y el prestigio, sino en la bondad, humildad y hospitalidad. La comunidad del reino es ese banquete en el que todas y todos tienen cabida sea cual sea su origen, creencias, situación personal y en la que todas y todos se saben invitados sin merecimientos exclusivos ni dignidades adquiridas.

Este relato no solo habla de un recuerdo de la praxis de Jesús, sino que es una llamada a la comunidad cristiana, primero a la de Lucas y hoy a las nuestras para ser comunidades inclusivas y abiertas en las que se respeten las diferencias, se construya espacios de equidad, en las que se proclame un Dios gratuito y lleno de amor y perdón. En ella no habrá extranjeros ni emigrantes, no habrá primeros ni últimos, no habrá sesgos de género ni poderes que no nazcan del servicio y de del compromiso.

Esto es un desafío a muchos de nuestros criterios sociales y religiosos y sin duda, un tipo de comunidad así no estará exenta de conflictos y de cuestionamientos pero encarnará la profecía, y será testigo de que es posible vivir la utopía del Reino.

Carme Soto Varela

Fuente Fe Adulta

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Todo ser humano es mi hermano

Domingo, 1 de septiembre de 2019
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ayuda-help-fair-play-empatia-foul-solidaridadDomingo XXII del Tiempo Ordinario

1 septiembre 2019

Lc 14, 1.7-14

La imagen y las palabras que el evangelista pone en boca de Jesús no parecen muy “ejemplares”. La motivación que se ofrece para no buscar los “primeros puestos” no es precisamente limpia: no nace de la libertad ni de la espontaneidad de la persona sabia, sino de una de las necesidades características del ego, que busca “quedar bien” ante los demás, como un modo de autoafirmarse.

La persona sabia comprende que todo lo que piensen o digan acerca de ella no le añade ni le quita una pizca de su valor. No se mueve, por tanto, desde la necesidad de agradar o de “quedar bien”. Se vive, sencillamente, en coherencia con quien es de fondo, de una manera desegocentrada. De la misma manera que no busca reconocimientos ni alabanzas, tampoco se le ocurre perseguir los primeros puestos. Se vive con libertad interior, desde su propia consciencia de plenitud. Fluye en cada momento con lo que es.

Fluye desde la comprensión. La misma que le hace consciente de su “hermandad” con todos los humanos y todos los seres. Por tanto, no atiende a los necesitados–“pobres, lisiados, cojos y ciegos”– para recibir una “paga” futura –“cuando resuciten los justos”–, sino porque sabe que son de su misma “familia”.

Es claro que la religión y la moral han buscado mejorar el comportamiento humano ofreciendo “recompensas” de diverso tipo que, con frecuencia, habrían de recibirse después de la muerte. Pero ese modo de hacer, aunque comprensible en un determinado nivel de consciencia, no consigue sino fortalecer al ego. En este sentido, podría decirse que, más allá de la intención de quien lo hacía, la religión perseguía salvar al yo, cuando de lo que realmente se trata es de liberarnos de (la identificación con) él.

A diferencia de ese tipo de enseñanzas religiosas y moralizadoras que pretendían “mejorar” a las personas a través de recompensas, el comportamiento del sabio –como fue el del propio Jesús– se caracteriza por la gratuidad. No busca otro interés añadido, porque no nace de la carencia. Su acción es fin en sí misma, porque nace de una consciencia de plenitud que se desborda.

¿Cómo veo a los demás? ¿Desde dónde actúo?

Enrique Martínez Lozano

 Fuente Boletín Semanal

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No es lo mismo ver la vida desde el G7, que verla desde una patera

Domingo, 1 de septiembre de 2019
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Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

banquete-G-7_2152894716_13861772_660x371“¿Llevaría Jesús el traje adecuado a semejante banquete? ¿Iría con las manos limpias?”

No es un manual de protocolo o normas de urbanidad dignas de la “jet society” o del mundo episcopal, eclesiástico, económico, universitario, científico, etc. ¡Cuántas veces está condenando el papa Francisco el “carrerismo” en la Iglesia!”

“Estamos invitados a una mesa de amor: diálogo, escucha del que sufre, encuentro, limosna, banco de alimentos, pacificación de relaciones y pueblos”

v 1. mal comienzo

         El evangelio de hoy comienza con “mal pie y peor intención”.

         Con cierta ironía solemne, el evangelio de hoy sitúa las cosas en un sábado, un día importante. Uno de los principales fariseos, recibe a comer en su casa a Jesús, y la élite de la sociedad le estaba espiando.

         Jesús había discutido mil veces y por mil cuestiones con los fariseos: el eterno problema de la ley y la libertad: la curación de los enfermos en sábado, la pureza o impureza de los alimentos, de las enfermedades, el mandamiento principal, el templo, etc. ¿Para qué le invitan ahora a comer?

         ¿Llevaría Jesús el traje adecuado a semejante banquete? ¿Iría con las manos limpias? ¿En ese sábado, no habría curado algún leproso o neurótico?

         El lío estaba servido.

  1. v 7 Los primeros puestos.

         A todos nos gusta que nos reconozcan, que nos alaben; nos encanta situarnos los primeros puestos, un poco de poder, y unos céntimos de gloria, es decir de vana – gloria. Lo del protocolo es algo que vuelve locos a obispos, políticos, en la vida social, cultural, deportiva, etc.

Es el instinto de autoafirmación, la raíz del ego, del egoísmo.

  1. v 8 Invitados a una boda.

         Jesús les dice una parábola: Cuando te conviden a una boda.

         Son tres aspectos: los invitados – un banquete –  de bodas.

         El banquete de bodas es una de las imágenes bíblicas más empleadas en la Biblia y en el Evangelio para expresar qué es el Reino de Dios. (El Reino significa cómo Dios concibe y sueña la vida y la convivencia entre los hombres y los pueblos).

Banquete

Dios imagina y desea las relaciones humanas como un banquete, como un encuentro donde hay amistad y  diálogo, una cierta satisfacción y alimento para todos. Es decir, la convivencia que Dios imagina y desea para la humanidad son las antípodas a cómo las imagina el egoísmo humano y el capitalismo del G7: hambre en el mundo, pateras, Amazonía, etc.

boda

         Una boda si es algo, es amor, afecto, encuentro, familia.

         La historia de la salvación es la historia de un amor apasionado de Dios a su pueblo, a la humanidad.  El amor atraviesa toda la Biblia:

  • o desde el Génesis en el que Dios crea por amor, Adán y Eva es una historia de amor; difícil, pero de amor.
  • o El profeta Oseas es una historia de amor también difícil: Dios le manda casarse con una prostituta.
  • o El libro del Cantar de los Cantares es un canto de bodas aplicado al amor de Dios a su pueblo.
  • o Las bodas de Caná (Jn 2,1-13) recuerdan que la relación de Dios con su pueblo era de amor, pero Israel se quedó con las piedras (tinajas) de la ley y no tenían vino (símbolo del espíritu de amor).
  • o Os doy un mandamiento nuevo, que os améis, (Jn 13,34-35).
  • o La Biblia termina en el Apocalipsis con la victoria del amor, la esposa fiel ama sobre el mundo de la infidelidad (Babilonia – prostitución), (Ap 17.18.19)

invitados

         Estamos invitados, llamados a vivir y convivir en un clima de amabilidad, encuentro, de respeto y amor.

         Así lo hizo Jesús:

  • o Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve, (Lc 22,27 / Jn 13,1-20).
  • o Sin puesto en la vida: no tengo dónde reclinar la cabeza, ((Lc 9,58).
  • o El más pequeño es el más grande en el Reino, (Lc 9,48).

Estamos invitados a una mesa de amor: diálogo, escucha del que sufre, encuentro, limosna, banco de alimentos, pacificación de relaciones y pueblos.

  1. El poder no crea igualdad, el amor, sí.

Que el poder no crea igualdad es evidente, basta mirar todo el lío que montaron hace unos días para el G7.

No te pongas en el primer lugar, baja, luego te subirán de puesto, etc. No es un manual de protocolo o normas de urbanidad dignas de la “jet society” o del mundo episcopal, eclesiástico, económico, universitario, científico, etc. ¡Cuántas veces está condenando el papa Francisco el “carrerismo” en la Iglesia! Sin embargo en la Iglesia hay “parroquias y diócesis término”. Muchos curas aspiran a una parroquia más importante, es sabido que los obispos desean ascender en el escalafón de las diócesis; los políticos suspiran por un cargo mayor, a la gente le gusta presumir de “apellido o de familia bien” en la vida social…

         Una sociedad, una familia, una Iglesia en la que predominen la ansiedad por los primeros puestos, será siempre -creo- poco humanitaria y nada cristiana.

         Es de gran sensibilidad humana y cristiana ser sencillo, sin altanerías en la vida y estar cerca, estar del lado de los débiles, de los pobres, de los enfermos, de los marginados.

         En lenguaje de nuestros tiempos jóvenes, ¡mayo del 68!, a esto le llamábamos estar en la base, en la vida sencilla, comunidades de base, iglesia de los pobres, curas de parroquia, catequistas, etc.

         Una vez más, podemos ver en el actual obispo de Roma, Francisco, un hombre no prepotente y altanero, sino humilde que desea una iglesia de los pobres y para los pobres. Uno se siente de nuevo en casa, no en la casa de los fariseos, sino de Jesús.

  1. Quien se enaltece será humillado y quien se humilla, será enaltecido.

         La pretensión de ser como dioses y la prepotencia es casi connatural al ser humano. Adán y Eva quisieron ser como dioses y se vinieron abajo, donde estamos todos.

         Sin embargo Dios les amó y nos ama como somos: humus: tierra. “Curiosamente” la palabra humildad viene de humus: tierra. Somos poco más que barro. Dios ama nuestra debilidad, nos ama como somos.

Dios derriba del trono a los poderosos y a los ricos y enaltece a los humildes. María reconoció su debilidad, su pobreza y esa fue su grandeza.

         Quien se humilla, será ensalzado.

         Es el caso definitivo de Jesús: fue humillado hasta la muerte y una muerte en cruz. Por eso Dios lo elevó hasta la vida. (Filip 2, 5-11). (Lo hemos rezado a modo de salmo)

Todo seremos elevados, porque todos somos barro, humus y Dios levanta del barro, del polvo: no dejará nuestras vidas en el sheol.

Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón

(Mt 11,29)

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