Del blog de Xabier Pikaza:
Disputa de día por la herencia, angustia en la noche por la hacienda
La Biblia sabe que la herencia‒dinero es bendición de Dios para vivir, disfrutar y compartir, como dice la Biblia, desde Gen 1 (creación) y Gen 12ss (historia de Abraham), hasta el Apocalipsis. Pero ella se puede convertir (y se ha convertido de hecho) en maldición social y personal. Así lo decía un gitano (¡mira, payo, el dinero nos ha destruido y ya no somos naide!) y así lo sabe gran parte del mundo (incluida la iglesia de Jesús), como muestran con fuerte lucidez las dos partes de este evangelio del domingo:
1. Maldición social. Lc 12, 13‒15 presenta la disputa de dos hermanos por la herencia. Está en el fondo la lucha de Caín contra Abel, por la ancha tierra y la “bendición de dios”. Nuestro pasaje no dice que uno mate al otro, sino que viene ante Jesús para que imponga su ley de herencias, pero Jesús se inhibe en ese plano, dejando a los hermanos ante la necesidad de arreglarse entre ellos, compartiendo la herencia de la vida y de la tierra, en diálogo fraterno.
Este relato sigue planteando una serie de preguntas esenciales: ¿De quién es hoy la herencia de la tierra y del trabajo de los hombres? En un lugar muy importante (Mt 25, 31‒46) Jesús afirma que toda la herencia de la tierra es de los pobres y de aquellos que ayudan a los pobres. Jesús tiene muchas cosas importantes que decir en este campo.
2. Maldición personal: Lc 12, 16‒21 plantea el tema de la angustia ante el dinero, en medio de la noche. No habla ya de dos hermanos que disputan, sino de un hombre solo, a oscuras con sí mismo y con su miedo, en su cama de nuevo rico, mientras rebosan sus graneros. (1) Por un lado se ilusiona: Agrandaré mis grandes silos, llenaré los bancos de dinero, viviré gozoso largos y largos años. (2) Pero, al mismo tiempo, se angustia en la noche (¡en escena onírica de gozo y de miedo!). El rico esta sólo en su cama, sin mujer que abrazar, sin hermano con quien disputar, y le asalta en la oscuridad la Voz ¡esta noche morirás!
El texto no habla de su muerte, sino sólo de la voz del miedo que parece venir de Dios y que le corroe y mata, en medio de una inmensa riqueza, como un Ciudadano Kane, que lo tiene todo, pero no se tiene a sí mismo, ni mujer amiga, ni hermano… Sólo ante el dinero, en la angustia de la noche: Y si muero esta noche ¿qué será de mí y de este inmenso dinero?
…….. Éste es un tema central del evangelio de Lucas, en la línea de lo que hemos ido viendo en domingos anteriores, con parábolas intensas y exigentes sobre un fondo de dinero (Hijo Pródigo, Buen Samaritano, Invitados a la Cena…), de manera que por eso y por su atención general al tema se le ha podido llamar evangelista de los pobres,
Ciertamente, el evangelista a quien llamamos “Lucas” no era un pobre, en sentido material, pues tenía una buena formación histórico-literaria, y dispuso además de tiempo y medios para escribir una obra larga (Lucas‒Hechos) de un modo reposado, consultando fuentes y escrutando informaciones, pero estaba comprometido con el mensaje y vida de Jesús, centrado en el motivo de auténtica amor y del riesgo de un dinero que se cierra en sí, originando lucha entre hermanos y angustia de miedo‒soledad y muerte en medio de la noche[1]. Así lo mostraré estudiando este pasaje, que forma parte de la gran catequesis económica de Lc 12, 13‒34[2].
El tema que sigue está tomado básicamente de Pikaza, Dios o el dinero, Sal Terrae, Santander 2019, 353-359
DISPUTA POR LA HERENCIA (LC 12, 13-15)
Este relato retoma un motivo de sabiduría universal, importante en Israel (al menos desde Abrahán), que Jesús había planteado en la parábola de los viñadores homicidas, que matan al heredero (hijo del dueño), para quedarse con la herencia (cf. Mc 12, 1-12). El tema de fondo es la “posesión y disputa” por la herencia y los bienes de la tierra:
‒ ¿De quién son? ¿De unos estados particulares? ¿De unos ricos? Cómo compartir entre todos los bienes de la herencia de Dios que es la tierra, con preguntas como:
‒ Qué sentido tiene hoy la “propiedad privada”, con la distribución tan desigual de la riqueza de la herencia.
‒ ¿Se pueden construir muros y alambradas para guardar la propia herencia e impedir que otros vengan a… compartirla, robarla…?
En aquel tiempo, dijo a Jesús uno de la multitud: Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia. Él le contestó: Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro sobre vosotros? Y les dijo: Mirad y guardaos de toda avaricia, pues aunque uno sea rico su vida no depende de las riquezas que él tiene (Lc 12, 13-15).
Más que de ganancias personales, vivimos de herencias, esto es, de aquello que gratuitamente y/o según ley nos han “transmitido” como herencia, en familia, sociedad o Iglesia. Vivimos del amor que nos han ofrecido, del lenguaje que nos han enseñado para comunicarnos, de las tradiciones culturales y sociales que nos han legado, de la tierra que otros han cultivado previamente, de los animales que han domesticado etc.
En ese sentido, la herencia o tradición) es necesaria y sin ella no se podría hablar de vida humana (por tradición recibimos genoma y cultura), pero si un tipo de herencia (sobre todo económica) define y fija para siempre el lugar de cada uno (de forma que unos “heredan” casi todo y otros no reciben en herencia casi nada) destruimos la verdad del evangelio, que es buena “nueva”, palabra y garantía de bienaventuranza para los pobres que “heredarán” el Reino.
Hubo sociedades, como la judía en tiempos de Jesús, que organizaron de manera minuciosa tradiciones de herencias de tipo familiar y social, cultural, religioso y económico, de manera que la misma religión era tema de herencia y de práctica garantizada por los antepasados (presbíteros), religión hecha de leyes y buenas posesiones, de manera que la tarea más importante de todos y en especial de los maestros (escribas) era regular lo transmitido, para que pasara de padres a hijos, tradición, de forma ellos (escribas, maestros religiosos) eran, ante todo, jueces y expertos en herencias, como sigue mostrando la Misná, libro de repeticiones de los maestros rabínicos en el siglo II-III d.C.
El texto dice que se acercó a Jesús un hombre pidiéndole que le arreglara el tema de la herencia con su otro hermano. Pero Jesús no aceptó esa petición, al servicio de la gente que podía transmitir una herencia rica a sus descendientes, pues pensó que se debía superar el etilo legal de esas herencias, al servicio de familias y grupos importantes en religión y dinero.
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Biblia, Espiritualidad
Ciclo C, Dios, Evangelio, Jesús, Tiempo Ordinario
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