Domingo XX del Tiempo Ordinario. 16 agosto, 2019
“He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo ya que arda!”
El evangelio de hoy nos puede dejar un poco perplejas. Estamos acostumbradas a ver a Jesús curando, predicando y recorriendo aldeas con sus discípulos, ¡y nos encanta verlo así!
En el fondo nos lo imaginamos imperturbable, siempre de buen humor, contento y apacible. Probablemente tuviera mucho de todo esto, pero los evangelios también nos muestran a un Jesús que se enfada, que denuncia, que se entristece.
Jesús no era un “Peter Pan” en un mundo maravilloso, se hizo humano, 100% humano, hasta sentir el cansancio en su cuerpo, la sed en su boca, la tristeza en su alma e incluso el miedo.
Tendemos a pensar que la bondad es neutral y por consiguiente que las personas buenas son las que no molestan. Grave error. La bondad genera conflicto porque se opone a todo lo que deshumaniza. Se opone a esa fuerza real y palpable que atraviesa el mundo: el mal.
El mal, una cierta maldad, nos es más cotidiana de lo que querríamos admitir y ensombrece todas nuestras relaciones… De la misma manera que nuestras casas o nuestra habitación se va llenando de cosas inútiles que se esconden en los armarios. También nuestra casa interior esconde alguna basura, y es con este material con el que Jesús quiere hacer una gran hoguera que arda.
Algunas fiestas populares en torno al fuego tienen su origen en la necesidad de hacer limpieza. La gente de los pueblos y los barrios a provechaba esa fecha para sacar una silla rota o un mueble viejo y con todo eso se hacía una buena hoguera en la que asar unas viandas y disfrutar juntas de la velada.
Hoy podríamos darnos una vuelta por nuestra casa interior y ver qué sobra, qué podemos sacar a la hoguera. Dejemos que Jesús vaya quemando nuestra cizaña.
Oración
Pasa, Trinidad Santa, por el fuego purificador de tu amor nuestras relaciones para que no nos separe ninguna oscuridad.
Amén
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Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa
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