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El dinero no vuelve buenas a las personas

Domingo, 4 de agosto de 2019

índiceDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

Tres breves ideas de peso en la vida.

  1. Escepticismo y un cierto pesimismo.

El pequeño libro del Eclesiastés (Qohelet) es la reflexión y análisis que un sabio hace de la vida y lo hace con un pesimismo, no exento de realismo, que le lleva finalmente a sonreír con lo bueno de esta vida (2,24).

Es natural que tendamos a amar y valorar lo que da de sí la vida y sus ‘pompas’, sus ‘vanidades’: la experiencia (c 1,3-11), la sabiduría (una buena carrera universitaria) (1,12-18), los placeres y las posesiones, el poder cultural o político, (2,1-10), la familia, los herederos (2,17-21). Sin embargo la misma vida nos enseña que todo ello es vanidad, vacío, nada. La vida da poco de sí y se acaba pronto

         Sin embargo no es bueno que, con el pesimismo que nos confiere la edad, caigamos en el cinismo.

Pero, a pesar de que todo es en vano, ‘mejor es escuchar al sabio que escuchar la copla del necio’ (Ecl 7,6). Mejor es leer y atender la sabiduría del Qohelet, que perderse en la necedad de parlamentarios, políticos, eclesiásticos y las modas de la modernidad.

         En determinadas ocasiones la vida misma nos hace preguntarnos: ¿qué es lo que realmente vale la pena?

Hemos ansiado dinero, hemos visto -si no vivido- conflictos por una herencia, por un cargo político o eclesiástico, hemos podido asomarnos al vértigo del placer. Todo es puro cuento: vanidad de vanidades…

         Una existencia humana sin sentido, sin sensatez y sin esperanza, no vale la pena.

  1. buscad lo que vale la pena en la vida. (San Pablo)

Hay muchas cosas en esta vida que merecen la pena y no defraudan: “Las de allá arriba”, como nos dice la Carta de tradición paulina de hoy. Y es nuestra tarea: ‘buscar los bienes de allá arriba’.

Nuestro anciano amigo, Qohelet, no conoció esta esperanza.[1] En aquel momento bíblico (revelativo) no creían en un “más allá” celeste. Sin embargo su noble y austero epicureismo le lleva al disfrute de las cosas y placeres que la vida nos va ofreciendo: ‘ya que es don de Dios’ (5,18-19; 7,15; 8,15). Disfrutar de la vida y de la creación no significa una visión “sanferminera” de la existencia, sino algo más hermoso y menos “low cost”.

La vanidad y estupidez total no radica en trabajar, vivir y gozar de las cosas de este mundo, muchas de las cuales son excelentes, sino poner en ellas nuestra plena esperanza y pensar que ellas pueden salvarnos… No conviene poner toda la ilusión en “cosas que no salvan”.

         A ciertas alturas de la vida uno ya no puede creer y esperar que la salida (salvación) está en la ciencia, en el dinero, en lo eclesiástico, en el poder, etc. sino en los valores “de allá arriba”.

  1. La codicia.

         Codicia significa en castellano el afán excesivo de riquezas.

La codicia no se da en estado puro. Lo solemos decir de modo más refinado: hay que “tener ambiciones en la vida”, tienes que “llegar a ser alguien” (se sobreentiende que alguien rico o con puestos relevantes en la sociedad, en la cultura o en la Iglesia, porque si ni eres rico ni “importante”, eres un “don nadie”).

A este respecto estoy firmemente convencido de tres variantes:

Primera: que el dinero no resuelve al ser humano en sus cuestiones fundamentales. Ni el dinero (ni el poder) aportan un milímetro de sentido de la vida, no ofrecen un palmo de esperanza absoluta, ni crea convivencia fraterna, igualitaria, solidaria. Todos esos valores van por otros caminos.

Segunda: que el dinero causa más problemas y desgracias que las que resuelve. Todos conocemos peleas por la herencia, lucha a muerte social por conseguir el ascenso eliminando a los demás aspirantes (¡que menuda paga tiene ese cargo!, ¡a ganar una pasta gansa!), desigualdades que llevan a los países del Tercer Mundo a verse embargados por la deuda externa, que hipoteca sus recursos y mata de hambre a sus ciudadanos… ¿Tan envidiable y deseable es todo esto?

Tercera: se puede ser feliz y libre siendo pobre.

El dinero nos nubla demasiado la vista. Tenemos la psicología del alcohólico, del drogadicto, pensamos calmar nuestra sed con un poco de alcohol, una dosis de heroína… Porque el dinero es una auténtica droga, como la pornografía, como el alcohol o la cocaína: prometen paraísos eternos que nunca llegan.

  1. conclusión.

Jesús ni habló mucho ni se preocupó especialmente del dinero; “pasó” de él. Pero sí que habló mucho (bastante más de lo que solemos hacerlo nosotros; y bastante más que de otros temas, que tanto nos obsesionan, como el de la sexualidad), y lo hizo, con radicalidad y dureza, de los ricos, que son los que practican la codicia.

¡Ay de vosotros los ricos! La primera desgracia de los codiciosos es que nos volvemos unos imbéciles que perdemos el sentido de la vida.

Decimos preocuparnos del futuro, pero probablemente no nos fiamos del Futuro de Dios.

Jesús ayuda a sus oyentes a constatar lo inútil de lo material. Lo material no da más de sí ‘no podemos alargar un palmo a nuestra estatura, ni un minuto a nuestra vida’ (Lc 12,25).

Guardaos, pues, de toda clase de codicia

[1] Es muy difícil datar cuándo se escribió el libro del Qohelet-Eclesiástés. Además, probablemente no se escribió de una vez, sino que es una recopilación de otros muchos textos. ¿Quizás hacia el año 180 a.C.?

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