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Archivo para Domingo, 4 de agosto de 2019

Carpe Diem versus Codicia

Domingo, 4 de agosto de 2019
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¿En qué consiste esto al fondo vivir plenamente las horas de su existencia, ?

No restrasarse a lo que contradice la plenitud del instante; no contrariar ni a la naturaleza, ni a su propia naturaleza; cazar las nubes amenazadoras de las dudas, el viento contrario de las adversidades, la degradación de las predisposiciones positivas y benévolas; desbordar los territorios apretados de la rutina abriéndose en horizontes más amplios.

El Carpe Diem de Horacio nos invita a recoger el día como una fruta llena de jugo. “Nada es más precioso que este día” decía a Goethe para celebrar el el esplendor de lo inédito que brota de la ganga ordinaria de los días.

Abordar mañana por la mañana, y cada mañana, en su frescura aperitiva, en su candor inaugural.

Encontrar la fuente pura de los comienzos, el apetito constante de los descubrimientos y de los encuentros fundacionales, el fervor no comenzado frente a un destino que hay que dar a luz.

Recuerda que hoy es el primero de los días que te quedan por vivir …

*

François Garagon

***

En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús:

“Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia.”

Él le contestó:

“Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?”

Y dijo a la gente:

– “Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes.

Y les propuso una parábola:

“Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: ¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha.”

Y se dijo:

“Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida.”

Pero Dios le dijo:

“Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será? “

Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios.”

*

Lucas 12, 13-21

***

***

La primera lectura y el evangelio nos ofrecen estímulos no sólo para la meditación y la oración, sino también para obtener una visión más amplia de las cosas en Dios.

El drama de la «vanidad» consiste en el hecho de que las cosas tienen su belleza y su bondad, que atraen el ojo y el corazón del hombre, el cual, en un segundo momento, experimenta con decepción su falacia. De este proceso habla el autor del libro de la Sabiduría. Para él, está claro el principio fundamental: «Por la grandeza y hermosura de las criaturas se descubre, por analogía, a su Creador» (13,5). Sin embargo, los hombres corren el riesgo de mostrarse miopes: «Se dejan seducir por la apariencia» y «maravillados por su belleza, las tomaron por dioses». De ahí el reproche: «Verdaderamente necios…» (13,1.3.6.7). El espíritu humano, «si se libera de la esclavitud de las cosas» (GS 57), puede pasar de una manera expedita de la admiración por ellas a la contemplación del Creador: «Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad» (Rom 1,20).

El Dios creador es el mismo Dios salvador que nos ha enviado a su Hijo. En el evangelio de hoy, meditado a la luz de su contexto inmediato y el del capítulo siguiente (16), Jesús nos abre de una manera gradual los ojos hacia un horizonte cada vez más extenso, un horizonte que nos introduce en la visión de Dios y de su plan sobre el hombre. Si Qohélet se inclinaba a equiparar a hombres y bestias -«No ha superioridad del hombre sobre las bestias, porque todo es vanidad» (3,19)-, Jesús nos revela, en cambio, que existe una gran diferencia: «La vida vale más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido.. y vosotros valéis mucho más que los pajarillos» (12,23ss). Nos muestra sobre todo que la administración de esta vida, aunque esté revestida de fragilidad, es decisiva para la futura: «Enriquecerse ante Dios» significa tratar con desprendimiento los bienes de la tierra para hacernos «un tesoro inagotable en los cielos» (12,33). Jesús no nos pide que despreciemos las riquezas de este mundo, sino que las valoremos en relación con un bien inmensamente mayor: la vida eterna.

Dios nos ha mostrado que la vida del hombre es preciosa a sus ojos al dejar que su Hijo diera su vida por nosotros. De este modo, el Hijo ha liberado de la «vanidad» a los hijos de Dios y a toda la creación, indicando su sentido último (cf. Rom 8,19-25). Al bordar con «las obras buenas» el tejido de las frágiles realidades humanas, nos preparamos una «feliz esperanza» (Tit 2,13ss). Ahora bien, el arco iris que une la vida presente con la futura sólo es visible para quien cree en el Señor Jesús, muerto y resucitado: el Padre «por su gran misericordia, a través de la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho renacer para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarchitable» (1 Pe l,3ss).

Realizar la experiencia de la contemplación a partir de las lecturas de hoy, tras haber meditado y orado sobre ellas, significa, por tanto, pasar de la reflexión sobre la Palabra de Jesús, que nos ilumina sobre la necia y la prudente administración de los bienes, a la visión de la «extraordinaria riqueza de la gracia» de Dios preparada «para nosotros en Cristo Jesús» (Ef 2,7).

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“Contra la insensatez”. 18 Tiempo ordinario – C (Lucas 11,13-21)

Domingo, 4 de agosto de 2019
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18-TO-C-600x397Cada vez conocemos mejor la situación social y económica que Jesús conoció en la Galilea de los años treinta. Mientras en las ciudades de Séforis y Tiberíades crecía la riqueza, en las aldeas aumentaba el hambre y la miseria. Mientras los campesinos se quedaban sin tierras, los terratenientes construían silos y graneros cada vez más grandes.

En un pequeño relato, conservado por Lucas, Jesús revela qué piensa de aquella situación tan contraria al proyecto querido por Dios, de un mundo más humano para todos. No narra esta parábola solo para denunciar los abusos y atropellos que cometen los terratenientes, sino para desenmascarar la insensatez en que viven instalados.

Un rico terrateniente se ve sorprendido por una gran cosecha. No sabe cómo gestionar tanta abundancia. «¿Qué haré?». Su monólogo nos descubre la lógica insensata de los poderosos que solo viven para acaparar riqueza y bienestar, excluyendo de su horizonte a los necesitados.

El rico de la parábola planifica su vida y toma decisiones. Destruirá los viejos graneros y construirá otros más grandes. Almacenará allí toda su cosecha. Puede acumular bienes para muchos años. En adelante, solo vivirá para disfrutar: «túmbate, come, bebe y date buena vida». De forma inesperada, Dios interrumpe sus proyectos: «Insensato, esta misma noche, te van a exigir tu vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?».

Este rico reduce su existencia a disfrutar de la abundancia de sus bienes. En el centro de su vida está solo él y su bienestar. Dios está ausente. Los jornaleros que trabajan sus tierras no existen. Las familias de las aldeas que luchan contra el hambre no cuentan. El juicio de Dios es rotundo: esta vida solo es necedad e insensatez.

En estos momentos, prácticamente en todo el mundo está aumentando de manera alarmante la desigualdad. Este es el hecho más sombrío e inhumano: «los ricos, sobre todo los más ricos, se van haciendo mucho más ricos, mientras los pobres, sobre todo los más pobres, se van haciendo mucho más pobres» (Zygmunt Bauman).

Este hecho no es algo normal. Es, sencillamente, la última consecuencia de la insensatez más grave que estamos cometiendo los humanos: sustituir la cooperación amistosa, la solidaridad y la búsqueda del bien común de toda la Humanidad por la competición, la rivalidad y el acaparamiento de bienes en manos de los más poderosos del Planeta.

Desde la Iglesia de Jesús, presente en toda la Tierra, se debería escuchar el clamor de sus seguidores contra tanta insensatez, y la reacción contra el modelo que guía hoy la historia humana. Así lo está haciendo repetidamente el papa Francisco.

José Antonio Pagola

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“Lo que has acumulado, ¿de quién será?”. Domingo 04 de agosto de 2018. 18º domingo del Tiempo Ordinario.

Domingo, 4 de agosto de 2019
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43-ordinarioC18 cerezoLeído en Koinonia:

Eclesiastés 1, 2; 2, 21-23: ¿Qué saca el hombre de todos los trabajos?
Salmo responsorial: 89: Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.
Colosenses 3, 1-5. 9-11: Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo.
Lucas 12, 13-21: Lo que has acumulado, ¿de quién será?.

La 1ª lectura nos enfrenta con preguntas que todos nos hemos hecho alguna vez. El Eclesiastés pertenece a un grupo de libros que llamamos sapienciales. La “sabiduría” es un amplio concepto que puede englobar desde la habilidad manual de un artesano hasta el arte para desenvolverse en la sociedad, la madurez intelectual… representa una actitud de personas y pueblos cuya finalidad es encontrar respuestas a los grandes interrogantes y misterios de la existencia humana.

Podemos calificar de contestatario al autor del Eclesiastés. Es una voz escéptica y crítica, disidente frente a la tradición sapiencial que confía ilimitadamente en las posibilidades de la razón y sabiduría humanas. El sabio Qohélet es un autor, por lo menos, desconcertante. La pregunta que mueve toda la reflexión de su libro es ésta: “¿Qué provecho saca el hombre de todos los afanes que persigue bajo el sol?” (1,3) y su respuesta: vanidad de vanidades (se puede traducir también por vaciedad, sin sentido…) todo es vanidad (1,2.17; 2,1.11. 17. 20. 23. 26; 12,8)

Éste parece un libro muy poco religioso. ¿Cómo se nos propone a los cristianos este libro, como Palabra de Dios, con esa respuesta tan materialista, tan poco optimista…? O esta otra conclusión: “la felicidad consiste en comer, beber y disfrutar de todo el trabajo que se hace bajo el sol, durante los días que Dios da al hombre, pues esa es su recompensa” (5,17) es como decir vulgarmente “comamos y bebamos, que mañana moriremos…”

El autor recorre a lo largo de su libro todas las esferas del ámbito humano: trabajo, riqueza, dolor, alegría, decepciones, religión, justicia, sabiduría, ignorancia, el tiempo, la muerte… buscando respuesta a su pregunta. Hagamos lo que hagamos en nuestra vida, al final el destino es el mismo para todos los hombres: la muerte, ¿la nada? Es una pregunta seria ¿qué pintamos aquí, en la tierra? ¿para qué vivir, trabajar, luchar, amar, pensar, esforzarnos en la ecología, la educación, la política, los derechos humanos…? Breve es nuestra vida sobre la tierra (Sab 2,1), la mayor parte de nuestra vida es fatiga inútil, que pasa aprisa y vuela (Salmo 89, 10). La experiencia humana es como “atrapar vientos” una tarea inútil y decepcionante. Viene a nuestra mente aquella otra frase evangélica: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero…?”.

Con el autor, el lector sigue con fruición ese recorrido por la existencia humana, por el devenir Por mucho que nos afanemos, nada nos vamos a llevar…

En la época del destierro se empezó a desarrollar la teoría de la retribución personal y del destino individual: el pueblo elegido profesaba una doctrina de retribución colectivista: la bondad o maldad de un individuo tenía repercusiones en el grupo y en los descendientes. En el contexto del exilio estas ideas van cambiando: cada persona recibía en vida la recompensa adecuada a su conducta (2Re 14, 5-6; Jer 31, 29-30; Ez 18, 2-3. 26-27). Sin embargo, la experiencia desmentía este principio. Después del destierro este problema ocupa un puesto primordial en la reflexión sapiencial, y no resulta fácil encontrar una respuesta adecuada. El libro de Job refleja vivamente este drama, apuntando distintas soluciones, pero ninguna definitiva ni convincente: Job es invitado a entrar en el misterio de Dios y desde ahí poder relativizar su dolor, su desesperación y pretensiones. Qohelet se hace eco del mismo escándalo y lo amplía: aún suponiendo que el justo siempre recibiera bienes, tal recompensa no es proporcional al esfuerzo que pone el hombre en conseguirla, pues no da plena satisfacción a los anhelos del ser humano. Tanto Job como Qohelet se mueven en el ámbito de retribución intramundana, no atisban nada más allá de la muerte.

No está mal que Qohélet nos recuerde el sabor de las cosas sencillas, el disfrute de las cosas ordinarias, que también son don de Dios. En esto conectaría muy bien con la mentalidad de la postmodernidad: presentista, del carpe diem (aprovecha el día)… No hace falta que hagamos un esfuerzo grandísimo en salir de esta realidad temporal para encontrar a Dios. Él es compañero cercano de todo lo que vivimos. Nos lo dice la fe. La vida tiene sentido porque somos personas humanas, no animalitos, y en nuestros genes llevamos escrita esa búsqueda de sentido, porque estamos hechos “a imagen y semejanza de Dios”, un Dios creador, que se mueve, que sale de sí, que inventa, que busca.

Evangelio: la vida no depende de los bienes

Va en la misma línea sapiencial que la 1ª lectura: el ser humano busca sin descanso la alegría y la felicidad, pero en torno a esta búsqueda planean serios peligros. Uno de ellos: poner la felicidad en la acumulación insaciable de bienes, la codicia. Leer más…

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4.8.19. Dom 18 Tiempo ord. Lc 12, 13‒21 “La maldición de la riqueza”

Domingo, 4 de agosto de 2019
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E9939830-BBB3-40D0-8D95-97A4B80B398EDel blog de Xabier Pikaza:

Disputa de día por la herencia, angustia en la noche por la hacienda

La Biblia sabe que la herencia‒dinero es bendición de Dios para vivir, disfrutar y compartir, como dice la Biblia, desde  Gen 1 (creación) y Gen 12ss (historia de Abraham), hasta el Apocalipsis. Pero ella se puede convertir (y se ha convertido de hecho) en maldición social y personal. Así lo decía un gitano (¡mira, payo, el dinero nos ha destruido y ya no somos naide!) y así lo sabe gran parte del mundo (incluida la iglesia de Jesús), como muestran con fuerte lucidez las dos partes de este evangelio del domingo:

1. Maldición social. Lc 12, 13‒15 presenta la disputa de dos hermanos por la herencia. Está en el fondo la lucha de Caín contra Abel, por la ancha tierra y la “bendición de dios”. Nuestro pasaje no dice que uno mate al otro, sino que viene ante Jesús para que imponga su ley de herencias, pero Jesús se inhibe en ese plano, dejando a los hermanos ante la necesidad de arreglarse entre ellos, compartiendo la herencia de la vida y de la tierra, en diálogo fraterno.

Este relato sigue planteando una serie de preguntas esenciales: ¿De quién es hoy la herencia de la tierra y del trabajo de los hombres? En un lugar muy importante (Mt 25, 31‒46) Jesús afirma que toda la herencia de la tierra es de los pobres y de aquellos que ayudan a los pobres. Jesús tiene muchas cosas importantes que decir en este campo.

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2. Maldición personal: Lc 12, 16‒21 plantea el tema de la angustia ante el dinero, en medio de la noche. No habla ya de dos hermanos que disputan, sino de un hombre solo, a oscuras con sí mismo y con su miedo, en su cama de nuevo rico, mientras rebosan sus graneros. (1) Por un lado se ilusiona: Agrandaré mis grandes silos, llenaré los bancos de dinero, viviré gozoso largos y largos años. (2) Pero, al mismo tiempo, se angustia en la noche (¡en escena onírica de gozo y de miedo!). El rico esta sólo en su cama, sin mujer que abrazar, sin hermano con quien disputar, y le asalta en la oscuridad la Voz ¡esta noche morirás!

El texto no habla de su muerte, sino sólo de la voz del miedo que parece venir de Dios y que le corroe y mata, en medio de una inmensa riqueza, como un Ciudadano Kane, que lo tiene todo, pero no se tiene a sí mismo, ni mujer amiga, ni hermano… Sólo ante el dinero, en la angustia de la noche: Y si muero esta noche ¿qué será de mí y de este inmenso dinero?

……..            Éste es un tema central del evangelio de Lucas, en la línea de lo que hemos ido viendo en domingos anteriores, con parábolas intensas y exigentes sobre un fondo de dinero (Hijo Pródigo, Buen Samaritano, Invitados a la Cena…), de manera que por eso y por su atención general al tema se le ha podido llamar evangelista de los pobres,

Ciertamente, el evangelista a quien llamamos “Lucas”  no era un pobre, en sentido material, pues tenía una buena formación histórico-literaria, y dispuso además de tiempo y medios para escribir una obra larga (Lucas‒Hechos) de un modo reposado, consultando fuentes y escrutando informaciones, pero estaba comprometido con el mensaje y vida de Jesús, centrado en el motivo de auténtica amor y del riesgo de un dinero que se cierra en sí, originando lucha entre hermanos y angustia de miedo‒soledad y muerte en medio de la noche[1].  Así lo mostraré estudiando este pasaje, que forma parte de la gran catequesis económica de Lc 12, 13‒34[2].

   El tema que sigue está tomado básicamente de Pikaza, Dios o el dinero, Sal Terrae, Santander 2019, 353-359

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DISPUTA POR LA HERENCIA (LC 12, 13-15)

Este relato retoma un motivo de sabiduría universal, importante en Israel (al menos desde Abrahán), que Jesús había planteado en la parábola de los viñadores homicidas, que matan al heredero (hijo del dueño), para quedarse con la herencia (cf. Mc 12, 1-12). El tema de fondo es la “posesión y disputa” por la herencia y los bienes de la tierra:

‒ ¿De quién son? ¿De unos estados particulares? ¿De unos ricos? Cómo compartir entre todos los bienes de la herencia de Dios que es la tierra, con preguntas como:

‒ Qué sentido tiene hoy la “propiedad privada”, con la distribución tan desigual de la riqueza de la herencia.

‒ ¿Se pueden construir muros y alambradas para guardar la propia herencia e impedir que otros vengan a… compartirla, robarla…?

 En aquel tiempo, dijo a Jesús uno de la multitud: Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia. Él le contestó: Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro sobre vosotros? Y les dijo: Mirad y guardaos de toda avaricia, pues aunque uno sea rico su vida no depende de las riquezas que él tiene (Lc 12, 13-15).

 Más que de ganancias personales, vivimos de herencias, esto es, de aquello que gratuitamente y/o según ley nos han “transmitido” como herencia, en familia, sociedad o Iglesia. Vivimos del amor que nos han ofrecido, del lenguaje que nos han enseñado para comunicarnos, de las tradiciones culturales y sociales que nos han legado, de la tierra que otros han cultivado previamente, de los animales que han domesticado etc.

En ese sentido, la herencia o tradición) es necesaria y sin ella no se podría hablar de vida humana (por tradición recibimos genoma y cultura), pero si un tipo de herencia (sobre todo económica) define y fija para siempre el lugar de cada uno (de forma que unos “heredan” casi todo y otros no reciben en herencia casi nada)  destruimos la verdad del evangelio, que es buena “nueva”, palabra y garantía de bienaventuranza para los pobres que “heredarán” el Reino.

 Hubo sociedades, como la judía en tiempos de Jesús, que organizaron de manera minuciosa tradiciones de herencias de tipo familiar y social, cultural, religioso y económico, de manera que la misma religión era tema de herencia y de práctica garantizada por los antepasados (presbíteros), religión hecha de leyes y buenas posesiones, de manera que la tarea más importante de todos y en especial de  los maestros (escribas) era regular lo transmitido, para que pasara de padres a hijos, tradición, de forma ellos (escribas, maestros religiosos) eran, ante todo, jueces y expertos en herencias, como sigue mostrando la Misná, libro de repeticiones de los maestros rabínicos en el siglo II-III d.C.

El texto dice que se acercó a Jesús un hombre pidiéndole que le arreglara el tema de la herencia con su otro hermano. Pero Jesús no aceptó esa petición, al servicio de la gente que podía transmitir una herencia rica a sus descendientes, pues pensó que se debía superar el etilo legal de esas herencias, al servicio de familias y grupos importantes en religión y dinero.

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Dos sabios ante la riqueza. Domingo 18 del Tiempo Ordinario. Ciclo C

Domingo, 4 de agosto de 2019
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RiquezaDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

El domingo pasado, el evangelio se fijó en un tema muy importante para Lucas: la oración. Este domingo recoge otra cuestión capital de su evangelio: la actitud ante la riqueza.

Una elección curiosa: la primera lectura

            En el Antiguo Testamento, la riqueza se ve a veces como signo de la bendición divina (casos de Abrahán y Salomón); otras, como un peligro, porque hace olvidarse de Dios y lleva al orgullo; los profetas la consideran a menudo fruto de la opresión y explotación; los sabios denuncian su carácter engañoso y traicionero. En esta última línea se inserta la primera lectura de hoy, que recoge dos reflexiones de Qohélet, el famoso autor del “Vanidad de vanidades, todo vanidad”.

            La primera reflexión afirma que todo lo conseguido en la vida, incluso de la manera más justa y adecuada, termina, a la hora de la muerte, en manos de otro que no ha trabajado (probablemente piensa en los hijos).

¡Vanidad de vanidades, dice Qohelet;

vanidad de vanidades, todo es vanidad!

Hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto,

y tiene que dejarle su porción a uno que no ha trabajado.

También esto es vanidad y grave desgracia.

            La segunda se refiere a la vanidad del esfuerzo humano. Sintetizando la vida en los dos tiempos fundamentales, día y noche, todo lo ve mal.

Entonces, ¿qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol?

De día su tarea es sufrir y penar, de noche no descansa su mente.

También esto es vanidad.

            Ambos temas (lo conseguido en la vida y la vanidad del esfuerzo humano) aparecen en la descripción del protagonista de la parábola del evangelio.

Petición, parábola y enseñanza (Lc 12,31-21)

            En el evangelio de hoy podemos distinguir tres partes: el punto de partida, la parábola, y la enseñanza final.

            El punto de partida

            En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús:

            Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo.

            El le respondió:

            ¡Hombre! ¿Quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros?

            Y les dijo:

            Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes.

            Si esa misma propuesta se la hubieran hecho a un obispo o a un sacerdote, inmediatamente se habría sentido con derecho a intervenir, aconsejando compartir la herencia y encontrando numerosos motivos para ello. Jesús no se considera revestido de tal autoridad. Pero aprovecha para advertir del peligro de codicia, como si la abundancia de bienes garantizara la vida. Esta enseñanza la justifica, como es frecuente en él, con una parábola.

            La parábola.

Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; y pensaba entre sí, diciendo: “¿Qué haré, pues no tengo donde reunir mi cosecha?” Y se dijo: “Voy a hacer esto: Voy a demoler mis graneros, edificaré otros más grandes y reuniré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea”. Pero Dios le dijo: “¡Necio! esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?”

            A diferencia de Qohélet, Jesús no presenta al rico sufriendo, penando y sin lograr dormir, sino como una persona que ha conseguido enriquecerse sin esfuerzo; y su ilusión para el futuro no es aumentar su capital de forma angustiosa sino descansar, comer, beber y banquetear.

            Pero el rico de la parábola coincide con el de Qohélet en que, a la larga, ninguno de los dos podrá conservar su riqueza. La muerte hará que pase a los descendientes o a otra persona.

            La enseñanza final. 

        Si todo terminara aquí, podríamos leer los dos textos de este domingo como un debate entre sabios.

            Qohélet, aparentemente pesimista (todo lo obtenido es fruto de un duro esfuerzo y un día será de otros) resulta en realidad optimista, porque piensa que su discípulo dispondrá de años para gozar de sus bienes.

            Jesús, aparentemente optimista (el rico se enriquece sin mayor esfuerzo), enfoca la cuestión con un escepticismo cruel, porque la muerte pone fin a todos los proyectos.

            Pero la mayor diferencia entre Jesús y Qohélet la encontramos en la última frase.

            Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios.

            Frente al mero disfrute pasivo de los propios bienes (Qohélet), Jesús aconseja una actitud práctica y positiva: enriquecerse a los ojos de Dios. Más adelante, sobre todo en el capítulo 16, dejará claro Lucas cómo se puede hacer esto: poniendo sus bienes al servicio de los demás.

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Domingo XVIII del Tiempo Ordinario. 04 agosto, 2019

Domingo, 4 de agosto de 2019
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Maestro, dile a mi hermano que reparta
conmigo la herencia… “Tened mucho
cuidado con toda clase de avaricia; que
aunque se nade en la abundancia, la vida no
depende de las riquezas
”.

(Lc 12,13-21)

El Maestro trasciende esa petición. “Y añadió: tened mucho cuidado con toda clase de avaricia”, cambia de persona (del singular al plural), ya no es uno el que le ha expuesto la petición, son todos los que le escuchan: tened mucho cuidado. He aquí cómo Jesús nos sugiere lo necio que es un corazón ambicioso, un corazón que su única esperanza es “llenar sus graneros”, “nadar en la abundancia”.

Lucas nos deja entrever que para Jesús las posesiones, el dinero, no tienen más valor que aquello que nos facilita una vida en paz. Una vida que nos ayude a crecer como personas, a descubrir la belleza de lo sencillo y lo pequeño.

Hoy, a ti y a mí, se nos ha ofrecido la novedad de una jornada para vivirla en toda su plenitud. ¡Y eso es una inmensa riqueza! Se nos ofrece la posibilidad de acercarnos a la persona necesitada y compartir con ella lo que tenemos y ella necesita. ¡Y esa es la mejor herencia!

Disfrutar de la inmensidad de la vida, del aire, de una amigable compañía. ¡Eso es la felicidad más intensa! No dejes que la envidia, la avaricia, el egoísmo o el rencor posean tu corazón. Deja que el Señor de tu existencia sea el Dios de la ternura, el dar y darnos, el amor sin medida. ¡Esa es la mejor posesión!

¡Y saberte vivida desde la comunión con Dios Trinidad! Escucha asombrada, desde el silencio como Jesús te dice: “con amor eterno te amo”. Eso desbordará tus “graneros” que nunca se vaciarán y compartirás, repartirás y siempre tendrás más para entregar.

Oración

Trinidad Santa, Tú que eres comunión, relación y entrega:

Hoy,
yo te pido en nombre de las personas pobres, marginadas,
de las perseguidas, de quienes te buscan:
Maestro, dile a mi hermana/o que reparta conmigo la herencia”,
que reparta tu amor, que reparta y comparta lo que le sobra
y así, construiremos un mundo más humano, más justo,
en el que todos cabemos y todos podemos tener espacio.

*

Fuente:  Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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Las seguridades son una trampa.

Domingo, 4 de agosto de 2019
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18C_TO-300x300Lc 12,13-21

Desplegar la verdadera Vida y dar sentido a la biológica no depende de tener más o menos, sino de ser en plenitud. Hay frases en el relato que nos han despistado. Que lo acumulado lo vaya a disfrutar otro no es la razón de la estupidez, porque en el caso de que lo pudiera disfrutar él mismo, parece que sería válida la acumulación de riquezas. La actitud del rico es equivocada porque pone su felicidad en lo acumulado, creyendo que esa seguridad le puede solucionar todas las necesidades que como ser humano necesita satisfacer.

Tampoco se trata de proponer como alternativa el ser rico ante Dios, si se entiende como acumulación de méritos que después de esta vida le pagarán con creces. Llevamos muchos siglos enredados en esta trampa sin darnos cuenta que también esas seguridades espirituales pretenden potenciar el ego, exactamente igual o peor que los bienes materiales. Esta manera de entender la propuesta va en contra del mensaje de Jesús que nos pide olvidarnos del yo. Hay en el evangelio otra frase que nos ha metido por el mismo camino sin salida: “acumulad tesoros en el cielo…”. Las dos las hemos entendido al revés.

En la Edad Media surgieron dos personajes formidables que supieron interpretar el evangelio. Se trata de S. Francisco de Asís y Santo Domingo. Ambos fundaron su propia orden fundamentada en la pobreza absoluta. Los dos vivieron desprendidos de todo, rechazando cualquier clase de seguridad que pudiera hacer la vida más fácil. S. Francisco fue el hombre más feliz del mundo sin poseer absolutamente nada. Era tan pobre que su felicidad no dependía ni siquiera de su propia pobreza. Santo domingo podía decir, como Jesús, que no tenía donde reclinar la cabeza. Desprendido de todo estaba siempre disponible.

El objetivo del hombre es desplegar su humanidad. El evangelio nos dice que tener más no nos hace más humanos. La conclusión es muy sencilla: la posesión de bienes de cualquier tipo, no puede ser el objetivo último de ningún ser humano. La trampa de nuestra sociedad está en que no hemos descubierto que cuanto mayor capacidad de satisfacer necesidades tenemos, mayor número de nuevas necesidades desplegamos; con lo cual no hay posibilidad alguna de marcar un límite. Ya los santos padres decían que el objetivo no es aumentar las necesidades, sino el conseguir que esas necesidades vayan disminuyendo cada día que pasa.

La vida es un desastre solo para el que no sabe traspasar el límite de lo caduco. Querámoslo o no, vivimos en la contingencia y eso no tiene nada de malo. Nuestro objetivo es dar sentido humano a todo lo que constituye nuestro ser biológico. Lo humano es lo esencial, lo demás es soporte. Aspirar a los bienes de arriba y pensar que lo importante es acumular bienes en el cielo, es contrario al verdadero espíritu de Jesús. Ni la vida es el fin último de un verdadero ser humano ni podemos despreciarla en aras de otra vida en el más allá.

Es muy difícil mantener un equilibrio en esta materia. Podemos hablar de la pobreza de manera muy pobre y podemos hablar de la riqueza tan ricamente. No está mal ocuparse de las cosas materiales e intentar mejorar el nivel de vida. Dios nos ha dotado de inteligencia para que seamos previsores. Prever el futuro es una de las cualidades más útiles del ser humano. Jesús no está criticando la previsión, ni la lucha por una vida más cómoda. Critica que lo hagamos de una manera egoísta, alejándonos de nuestra verdadera meta como seres humanos. Si todos los seres humanos tuviéramos el mismo nivel de vida, no habría ningún problema, independientemente de la capacidad de consumir a la que hubiéramos llegado.

El hombre tiene necesidades, como ser biológico, que debe atender. Pero a la vez, descubre que eso no llega a satisfacerle y anhela acceder a otra riqueza que está más allá. Esta situación le coloca en un equilibrio inestable, que es la causa de todas las tensiones. O se dedica a satisfacer los apetitos biológicos, o intenta trascender y desarrollar su vida espiritual, manteniendo en su justa medida las exigencias biológicas. En teoría, está claro, pero en la práctica exige una lucha constante para mantener el equilibrio. Bien entendidos, la satisfacción de las necesidades biológicas y el placer que pueden producir, nada tienen de malo en sí. Lo nefasto es poner la parte superior del ser al servicio de la inferior.

Solo hay un camino para superar la disyuntiva: dejar de ser necio y alcanzar la madurez personal, descubriendo desde la vivencia lo que en teoría aceptamos: El desarrollo humano, vale más que todos los placeres y seguridades; incluso más que la vida biológica. El problema es que la información que nos llega desde todos los medios nos invita a ir en la dirección contraria y es muy fácil dejarse llevar por la corriente. La sociedad nos invita a ser ricos. El mensaje de Jesús nos propone ser felices porque ya somos inmensamente ricos.

El error fundamental es considerar la parte biológica como lo realmente constituyente de nuestro ser. Creemos que somos cuerpo y mente. No tenemos conciencia de lo que en realidad somos, y esto impide que podamos enfocar nuestra existencia desde la perspectiva adecuada. El único camino para salir de este atolladero es desprogramarnos. Debemos interiorizar nuestro ser verdadero y descubrir lo que en realidad somos, más allá de las apariencias y tratar de que nuestra vida se ajuste a este nuevo modo de comprendernos.

Se trata de desplegar una vida verdaderamente humana que me permita alcanzar una plenitud. Solo esa Vida plena, puede darme la felicidad. Se trata de elegir entre una Vida humana plena y una vida repleta de sensaciones, pero vacía de humanidad. La pobreza que nos pide el evangelio no es ninguna renuncia. Es simplemente escoger lo que es mejor para mí. No se trata de la posesión o carencia material de unos bienes. Se trata de estar o no, sometido a esos bienes, los posea o no. Es importante tomar conciencia de que el pobre puede vivir obsesionado por tener más y malograr así su existencia.

La clave está en mantener la libertad para avanzar hacia la plenitud humana. Todo lo que te impide progresar en esa dirección es negativo. Puede ser la riqueza y puede ser la pobreza. La pobreza material no puede ser querida por Dios. Jesús no fue neutral ante la pobreza/riqueza. No puede ser cristiana la riqueza que se logra a costa de la miseria de los demás. No se trata solo de la consecución injusta, sino del acaparamiento  de bienes que son imprescindibles para la vida de otros. El cacareado progreso actual es radicalmente injusto, porque se consigue a costa de la miseria de una gran parte de la población mundial. El progreso desarrollista, en que estamos inmersos, es insostenible además de injusto.

Esperar que las riquezas nos darán la felicidad es la mayor insensatez. La riqueza puede esclavizarnos. Nos han convencido de que si no poseo aquello o no me libro de esto, no puedo ser feliz. Tú eres ya feliz. Solo tu programación te hace ver las cosas desde una perspectiva equivocada. Si el ojo está sano, lo normal es la visión, no hay que hacer nada para que vea. Sin tener nada de lo que ambicionamos podríamos ser inmensamente felices. Aquello en lo que ponemos la felicidad puede ser nuestra prisión. En realidad, no queremos la felicidad sino seguridades, emociones, satisfacciones, placer sensible.

Meditación

Codiciar es desear con ansia lo que da seguridad a tu ego.
Pon todo tu empeño en desplegar tu ser verdadero.
Me debo ocupar de las necesidades materiales;
pero mi preocupación debe ser el desplegar mi humanidad.
El tesoro no está en las cosas, o en el cielo, sino dentro de mí.
Dentro de ti está la única seguridad, la plenitud, la felicidad.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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A un insensato que Dios llamó Necio.

Domingo, 4 de agosto de 2019
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insensat-necEl insensato que reconoce su insensatez es un sabio. Pero un insensato que se cree sabio es, en verdad, un insensato (Buda)

4 de agosto. DOMINGO XVIII DEL TO

Ecl 1, 22

Entonces, ¿qué saca el hombre de todos los esfuerzos y preocupaciones que le fatigan bajo el sol?

Lc 12, 13-21

Pero Dios le dijo: ¡Necio, esta noche te reclamaran la vida! Lo que has preparado, ¿para quién será? (v 20)

Derruiste bienes y graneros, ¿Dónde pensabas, entonces, cuando tus tierras dieron una gran cosecha, y no tenías dónde guardarla, como dice Lucas en el evangelio? Pusiste en evidencia la insensatez de tu memoria, pero Dios se percató de ello y te condena.

 

Mateo enfatiza en 6, 24 que el amor al dinero es la raíz de todos los males: “Ninguno puede servir a dos señores porque, o aborrecerá al uno y amará al otro, o querrá mucho a uno y despreciará al otro”.

José Enrique Ruiz de Galarreta dice en “Evangelios de Lucas y Juan” que es importante el mensaje de Jesús sobre el dinero en una de sus dimensiones más existenciales. Doctrina ya expresada en otros pasajes del AT y que forma parte la sabiduría de Israel.

Las investigaciones de los expertos en este tema son sorprendentes: Jesús habló de dinero más veces de las que habló sobre más del dinero que de cualquier otro tema. Dieciséis de sus treinta y ocho parábolas se refieren a cómo manejar las finanzas y los bienes. La Biblia contiene 500 versículos sobre la oración, menos de 500 versículos acerca de la fe, pero más de 2.350, relacionados con el tema del dinero y las posesiones.

Presupuesto fundamental de la existencia: relaciones justas entre todos los seres, porque todos tienen derecho a ser tratados justamente cuando nos relacionamos con ellos. Es importante ocuparse del fenómeno de la diversidad funcional desde un enfoque ético-político, escasamente investigado.

El filósofo griego Plotino, autor de las Enéadas, nos cuenta en la primera de ellas, lo que Séneca decía de su discípulo, insistiendo en la idea de que, si uno quiere, aunque el insensato necio parecía no quererlo, los cambios de conducta son posibles:

“Muchas veces, cuando los rayos de tu mente propendían por propio impulso a marchar por oblicuas veredas los inmortales los enderezaron por el camino recto alzándolos a lo alto de las esferas y de su inmortal senda, proporcionando a tus ojos un espeso haz de luz para que pudieran ver, apartándose de la oscura tiniebla” (Plotino, I)

Y entonces la respuesta a la pregunta del Eclesiastés sería que sí, que el hombre puede sacar mucho de todos sus esfuerzos, y como dice Buda:

“El insensato que reconoce su insensatez es un sabio. Pero un insensato que se cree sabio es, en verdad, un insensato”.

Manuel Bretón de los Herreros (1796-1873), poeta, dramaturgo y periodista español, gran figura del “costumbrismo” del siglo XIX, al que aportó varias parodias en las que criticaba a la clase media, y con un estilo satírico y alegre que lo alejó del carácter transcendental de las obras románticas.

Este Soneto a la Pereza es perfecto en su estructura y con bello terceto final que cierra el poema con…pe…re…za.

SONETO A LA PEREZA

¡Qué dulce es una cama regalada!
¡Qué necio el que madruga con la aurora!,
aunque las musas digan que enamora,
oír cantar un ave la alborada.

¡Oh, qué lindo en la poltrona dilatada,
reposar una hora y otra hora!
¡Comer y holgar… ¡qué vida encantadora!
¡Sin ser de nadie  y sin pensar en nada!

¡Salve, oh Pereza! En tu macizo templo,
ya tendido a la larga me acomodo,
de tus graves alumnos el ejemplo

arrastro, bostezando; y, de tal modo
tu estúpida modorra a entrar empieza,
que no acabo el soneto de per… eza

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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“Lucas, Hitchtcok y humor negro. “, por Dolores Aleixandre

Domingo, 4 de agosto de 2019
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Los-PajarosLa parábola de hoy está cargada de cierto humor negro: Jesús cuenta la historia de un hombre que tuvo una gran cosecha (o se apañó un retiro millonario) y se puso a echar cálculos: “¿Qué puedo hacer? Ya sé lo que voy a hacer: derribaré mis graneros y construiré otros mayores para meter mi trigo y mis posesiones (o conseguiré un ERE) y después me diré: Amigo, tienes bienes acumulados para muchos años; descansa, come, bebe y disfruta (y búscate un paraíso fiscal…). Pero Dios le dijo: ¡Necio!, esta noche te reclamarán la vida (estás al borde del infarto…). Lo que has guardado ¿para quién será? (se lo va a llevar Hacienda…) (Lc 12,16-21). Es curioso que el reproche merecido no sea de índole moral sino intelectual: más que como un sinvergüenza, aparece sencillamente como un imbécil.

Aquellos graneros son el símbolo de ese modo de vivir que tan bien conocemos: hay que defender “el grano” de lo que poseemos de cualquier tipo que sea y, para eso, hay que levantar muros protectores que lo pongan a salvo. Si no estamos con cien ojos, nos comportaremos como clones del personaje de la parábola y su modelo granero: “Ya sé lo que hacer” , repetimos como él, “blindaré los accesos a “mi grano”, que ya está bien de tanta solidaridad; protegeré mi sensibilidad y cambiaré de canal en cuanto empiecen esos documentales espantosos de hambrunas o de mares llenos de plásticos; buscaré los informativos que refuercen mis convicciones: “a los que piden en las calles los ponía yo a asfaltar carreteras”; “dicen que hay muchos parados, sí, pero luego no encuentras un fontanero…”; “yo no soy racista, pero que no venga ni un moro más…” Y además ya lo dice en la primera lectura de hoy el Qohelet ese, que era listísimo: “Hay quien se desloma a trabajar y luego el que se aprovecha es el que no ha dado ni golpe”…

Lo que ocurre es que, aunque estemos en Agosto y lejos de la Navidad, la memoria nos trae inevitablemente y como contraste esa otra manera de vivir que podemos llamar modelo pesebre: sin puertas, sin alarmas, sin defensas, abierto a cualquiera que quiera acercarse y llevarse el “puñadito de grano” que descansa sobre él. Es la otra manera de vivir, inaugurada por Jesús que intenta seducirnos con su estilo alternativo. Hay que reconocer que él llevaba ventaja: nacer en un establo en vez de en una casa como Dios manda, lo marcó para siempre y con poco remedio. Y es que como te descuides en la elección de relaciones y se te arrimen peones agropecuarios no cualificados, ya no te vas a quitar nunca de encima a esa gente: te rodearán, te empujarán y te incordiarán a todas horas: “Tengo a mi hijo endemoniado con el paro”. “No tienen vino ni papeles tampoco”. “No soy digno de que entres en mi casa, que tengo alquiladas todas las habitaciones para pagar la hipoteca”. “Señor, que vea cómo llegar a fin de mes”; “Aumenta mi fe que todos mis amigos son de izquierdas y no entienden que yo sea creyente”; “Señor, socórreme, que aún no me he repuesto de los escándalos de pederastia…” Y detrás de todo eso, un deseo desvalido y acuciante: si rozaras mi vida, si me hablaras, si te sintiera cerca, si me dijeras por qué vale la pena vivir…

Y él ahí, entonces y ahora, tan expuesto como un pan que se parte. Acogiendo todos los gritos y todas las lágrimas de un gentío abatido y derrotado: “Ánimo, no tengas miedo, yo no te condeno, vente conmigo, tus pecados te son perdonados, levántate, sal fuera, vete en paz. Mi vida es para vosotros: tomad, comed…

No sabemos ser como él, pero si su existencia nos sigue deslumbrando, podemos escuchar hoy la recomendación de Pablo: Buscad los bienes de allá arriba… O, por seguir en la onda del humor negro de la parábola, apuntarnos al “magisterio de los cuervos” (¿se acuerdan de aquellos de la película terrorífica “Los pájaros”?): Mirad a los cuervos- decía Jesús-: no siembran ni siegan, ni tienen despensas ni graneros, y Dios los alimenta. ¡Cuánto más valéis vosotros!” (Lc 12,24).

Así que podemos pegar un ‘posit’ en el espejo del cuarto baño para poder recordar al levantarnos: “Valgo mucho más que un cuervo”. Piense lo que piense Hitchcock.

Dolores Aleixandre

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¿Dónde pongo la seguridad?

Domingo, 4 de agosto de 2019
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jesus y la herenciaDomingo XVIII del Tiempo Ordinario

4 agosto 2019

Lc 12, 13-21

La codicia esconde necesidad, más o menos enfermiza, de seguridad. Dado que el ser humano no puede renunciar a la seguridad, la cuestión es saber dónde la ponemos.

A lo largo de nuestra existencia, es probable que el “lugar” donde la situábamos haya ido modificándose: los padres, los amigos, el grupo, la pareja, la profesión, la salud, el dinero, las posesiones, las creencias…

El problema no radica, por tanto, en el hecho de sentir necesidad de seguridad, sino en la ignorancia a la hora de querer afirmarla. Y caemos en la ignorancia siempre que la colocamos en cualquier realidad impermanente que, antes o después, terminará cayendo.

Poner la seguridad en cualquier forma impermanente es garantizarse la decepción, la frustración y el sufrimiento. Esa es la primera ignorancia, porque nos hace tomar como “seguro” lo que es transitorio.

Jesús utiliza la palabra “necio” para referirse a quien actúa así. Tal término viene del verbo latino “nescio”, que significa literalmente “no sé”. E indica con claridad nuestro problema: actuamos mal –desde la codicia, el egoísmo, el enfrentamiento, la tristeza, la desesperanza…– porque no sabemos, es decir, debido a nuestra ignorancia básica que, en realidad, es un olvido: “Nuestro nacimiento —escribía el poeta romántico William Wordswoth— no es sino un sueño y un olvido”.

Nos sucede entonces que nos tomamos por lo que no somos –un yo que se define como carencia y que busca aferrarse a lo que ilusoriamente cree que le va a aportar seguridad– y olvidamos nuestra verdadera identidad, plenitud de consciencia, que es una con todo y, en sí misma, seguridad.

La seguridad no es, por tanto, un “objeto”, como piensa nuestra mente, que hayamos de lograr a través de esfuerzos y de proyecciones. Seguridad es otro nombre de nuestra verdadera identidad. Apenas salimos de la inercia que nos hacía vernos como un yo separado, entrenando la capacidad de acallar la mente, empezamos a reconocernos experiencialmente en Eso que es consciente, inefable y pleno, más allá de todos los objetos con los que previamente tendíamos a identificarnos.

A diferencia de ellos, lo que somos es estable y permanente. Más aún, es lo único que permanece cuando todo cambia. Y ese constituye el criterio de verdad. Así que puedes empezar por esa pregunta: ¿qué es lo que permanece cuando todo cambia?, ¿qué es lo que no ha cambiado en mí desde que tengo memoria? Advertirás que la respuesta solo es una: la consciencia de ser, que experimentas, invariable y permanente, como “Yo soy”, la única certeza que nunca podrás negar.

¿Dónde pongo mi seguridad?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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El dinero no vuelve buenas a las personas

Domingo, 4 de agosto de 2019
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índiceDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

Tres breves ideas de peso en la vida.

  1. Escepticismo y un cierto pesimismo.

El pequeño libro del Eclesiastés (Qohelet) es la reflexión y análisis que un sabio hace de la vida y lo hace con un pesimismo, no exento de realismo, que le lleva finalmente a sonreír con lo bueno de esta vida (2,24).

Es natural que tendamos a amar y valorar lo que da de sí la vida y sus ‘pompas’, sus ‘vanidades’: la experiencia (c 1,3-11), la sabiduría (una buena carrera universitaria) (1,12-18), los placeres y las posesiones, el poder cultural o político, (2,1-10), la familia, los herederos (2,17-21). Sin embargo la misma vida nos enseña que todo ello es vanidad, vacío, nada. La vida da poco de sí y se acaba pronto

         Sin embargo no es bueno que, con el pesimismo que nos confiere la edad, caigamos en el cinismo.

Pero, a pesar de que todo es en vano, ‘mejor es escuchar al sabio que escuchar la copla del necio’ (Ecl 7,6). Mejor es leer y atender la sabiduría del Qohelet, que perderse en la necedad de parlamentarios, políticos, eclesiásticos y las modas de la modernidad.

         En determinadas ocasiones la vida misma nos hace preguntarnos: ¿qué es lo que realmente vale la pena?

Hemos ansiado dinero, hemos visto -si no vivido- conflictos por una herencia, por un cargo político o eclesiástico, hemos podido asomarnos al vértigo del placer. Todo es puro cuento: vanidad de vanidades…

         Una existencia humana sin sentido, sin sensatez y sin esperanza, no vale la pena.

  1. buscad lo que vale la pena en la vida. (San Pablo)

Hay muchas cosas en esta vida que merecen la pena y no defraudan: “Las de allá arriba”, como nos dice la Carta de tradición paulina de hoy. Y es nuestra tarea: ‘buscar los bienes de allá arriba’.

Nuestro anciano amigo, Qohelet, no conoció esta esperanza.[1] En aquel momento bíblico (revelativo) no creían en un “más allá” celeste. Sin embargo su noble y austero epicureismo le lleva al disfrute de las cosas y placeres que la vida nos va ofreciendo: ‘ya que es don de Dios’ (5,18-19; 7,15; 8,15). Disfrutar de la vida y de la creación no significa una visión “sanferminera” de la existencia, sino algo más hermoso y menos “low cost”.

La vanidad y estupidez total no radica en trabajar, vivir y gozar de las cosas de este mundo, muchas de las cuales son excelentes, sino poner en ellas nuestra plena esperanza y pensar que ellas pueden salvarnos… No conviene poner toda la ilusión en “cosas que no salvan”.

         A ciertas alturas de la vida uno ya no puede creer y esperar que la salida (salvación) está en la ciencia, en el dinero, en lo eclesiástico, en el poder, etc. sino en los valores “de allá arriba”.

  1. La codicia.

         Codicia significa en castellano el afán excesivo de riquezas.

La codicia no se da en estado puro. Lo solemos decir de modo más refinado: hay que “tener ambiciones en la vida”, tienes que “llegar a ser alguien” (se sobreentiende que alguien rico o con puestos relevantes en la sociedad, en la cultura o en la Iglesia, porque si ni eres rico ni “importante”, eres un “don nadie”).

A este respecto estoy firmemente convencido de tres variantes:

Primera: que el dinero no resuelve al ser humano en sus cuestiones fundamentales. Ni el dinero (ni el poder) aportan un milímetro de sentido de la vida, no ofrecen un palmo de esperanza absoluta, ni crea convivencia fraterna, igualitaria, solidaria. Todos esos valores van por otros caminos.

Segunda: que el dinero causa más problemas y desgracias que las que resuelve. Todos conocemos peleas por la herencia, lucha a muerte social por conseguir el ascenso eliminando a los demás aspirantes (¡que menuda paga tiene ese cargo!, ¡a ganar una pasta gansa!), desigualdades que llevan a los países del Tercer Mundo a verse embargados por la deuda externa, que hipoteca sus recursos y mata de hambre a sus ciudadanos… ¿Tan envidiable y deseable es todo esto?

Tercera: se puede ser feliz y libre siendo pobre.

El dinero nos nubla demasiado la vista. Tenemos la psicología del alcohólico, del drogadicto, pensamos calmar nuestra sed con un poco de alcohol, una dosis de heroína… Porque el dinero es una auténtica droga, como la pornografía, como el alcohol o la cocaína: prometen paraísos eternos que nunca llegan.

  1. conclusión.

Jesús ni habló mucho ni se preocupó especialmente del dinero; “pasó” de él. Pero sí que habló mucho (bastante más de lo que solemos hacerlo nosotros; y bastante más que de otros temas, que tanto nos obsesionan, como el de la sexualidad), y lo hizo, con radicalidad y dureza, de los ricos, que son los que practican la codicia.

¡Ay de vosotros los ricos! La primera desgracia de los codiciosos es que nos volvemos unos imbéciles que perdemos el sentido de la vida.

Decimos preocuparnos del futuro, pero probablemente no nos fiamos del Futuro de Dios.

Jesús ayuda a sus oyentes a constatar lo inútil de lo material. Lo material no da más de sí ‘no podemos alargar un palmo a nuestra estatura, ni un minuto a nuestra vida’ (Lc 12,25).

Guardaos, pues, de toda clase de codicia

[1] Es muy difícil datar cuándo se escribió el libro del Qohelet-Eclesiástés. Además, probablemente no se escribió de una vez, sino que es una recopilación de otros muchos textos. ¿Quizás hacia el año 180 a.C.?

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