Características
Stefano Cartabia, Oblato,
Uruguay
ECLESALIA, 08/07/19.- ¿Adónde va el mundo? ¿Adónde va nuestro mundo? Este mundo que es mío, tuyo y de todos a la vez. Preguntarse adónde va el mundo es preguntarse adónde estoy yendo yo y adónde estás yendo tú.
El cambio de época revolucionó nuestro mundo y nuestra cosmovisión: estamos aprendiendo a mirar el mundo con otros ojos y comprendemos el mundo y la vida desde otro nivel de conciencia. El cambio de época afectó y está afectando a los cimientos de las culturas, los pueblos, las sociedades, las religiones.
Está cambiando radicalmente la manera de comprender la vida y con ella la auto-comprensión del ser humano: ¿Quién soy yo? ¿Qué es la vida? ¿Qué sentido tiene vivir? ¿Quién es el ser humano? Preguntas que en muchos ambientes se explicitan y que en otros quedan ocultas, pero preguntas que están presentes, pulsantes, hoy más que nunca. Como el aguijón en la carne de Pablo (2 Cor 12, 7). Vamos – ya estamos yendo – hacia una nueva civilización.
La conciencia humana evoluciona: un hecho innegable que a muchos cuesta asumir. Tal vez por miedo, comodidad, inseguridad. Decir que la conciencia humana evoluciona es afirmar justamente el primado de la conciencia sobre todas las cosas. Y afirmar la primacía de la conciencia es afirmar la lucidez espiritual: puedo saber que estoy sabiendo. Puedo darme cuenta de mí mismo, de las cosas, del mundo. Soy (puedo ser) consciente, soy (puedo ser) autoconsciente y, en todo caso y siempre, soy conciencia.
Decir conciencia es decir: sé, he visto, estoy presente a mí mismo. Ser consciente de un árbol es saber –por experiencia– que este mismo árbol está ahí, frente a mí. Lo estoy viendo, lo estoy experimentando, aparece en mi conciencia.
Como pasa con lo “exterior” pasa también con lo “interior”: puedo ser consciente de mis estados mentales y emocionales. Sé cómo me siento: lo estoy experimentando, lo estoy viendo, puedo nombrarlo.
La nueva civilización está emergiendo desde esta evolución de la conciencia. Cada vez más la humanidad se hace consciente y este crecimiento en la consciencia plantea una revisión esencial de las preguntas que nombramos hace un rato.
- ¿Cómo contribuir personalmente a la nueva civilización que está surgiendo?
- ¿Cómo contribuir colectivamente a esta civilización?
CARACTERÍSTICAS ESENCIALES DE ESTA NUEVA CIVILIZACIÓN
1. Emerge lo Uno, la Unicidad
Uno de los rasgos más evidentes de la nueva civilización es el emerger de lo Uno o la Unicidad. En todos los campos del saber y de la experiencia humana surge el descubrimiento de lo Uno y el anhelo hacia lo Uno. Más allá de los conflictos que siguen afectando a nuestro mundo y a nuestra humana convivencia, el surgir de lo Uno es imparable. Es imparable porque pertenece intrínsecamente a la manifestación del Ser y a la evolución de la conciencia. Los conflictos que subrayan las diferencias y no las asumen, son el último intento del ego colectivo para salvar su ficticia existencia. Como los conflictos individuales e internos que cada ser humano experimenta indican la rebeldía de un ego que no quiere desaparecer.
El anhelo de unidad pertenece al corazón humano desde que este apareció en el Universo. La silenciosa voz de lo Uno sigue latiendo y animando al ser humano desde las raíces.
¿Qué es Eso que llamamos Uno o Unicidad?
Antes de nada una aclaración: digo “Unicidad” y no “Unidad” porque en la palabra Unidad se esconde todavía la dualidad. Parecería ser que la Unidad es la síntesis de lo dual. Hablando de Unicidad subrayo Eso que no tiene segundo: el Uno en el sentido que nada se le opone y nada existe fuera de Él.
Retomamos la pregunta: ¿Qué es Eso que llamamos Uno o Unicidad?
Es el Misterio esencial que nos define más allá de cualquier definición. El Misterio que las religiones, las tradiciones espirituales y la filosofía estuvieron buscando desde siempre. Es el Origen, desde donde venimos, en el cual vivimos, y adonde estamos yendo.
Lo llaman Dios, Vida, Ser, Nada, Vacío, Conciencia, Supremo Principio, Fuente, Espíritu… en realidad como lo llamemos tiene poca importancia. Importa experimentarlo, importa sentirlo, importa vivirlo. Más que nada: importa dejarse vivir por Eso.
Es la Vida en la cual y desde la cual vivimos.
Es el Ser en el cual y desde el cual somos.
Es el Respiro que nos respira.
Es el Principio Único. No puede haber dos.
Cada persona lo sabe y lo puede experimentar por sí mismo.
Alcanza también con preguntarse a uno mismo con sinceridad y lucidez: ¿Qué hay detrás o debajo de cada experiencia –por breve que sea– de plenitud? Cuándo me siento realmente pleno: ¿que estoy experimentando?
Siempre, en el fondo de cada experiencia humana de plenitud, está, de alguna manera, la experiencia de lo Uno. Si escarbamos y llegamos al fondo de cada experiencia de plenitud encontramos la sensación de lo Uno. Nos sentimos uno con nosotros mismos y con el Universo.
Lo que ocurre es que a menudo confundimos la real experiencia de plenitud con momentos de placer, con sentimientos y afectos.
Sentirse psicológicamente y espiritualmente en comunión con este Principio, con lo Uno, es la fuente suprema de la Paz y la experiencia cumbre de un ser humano.
Dije “psicológicamente y espiritualmente” porque a nivel más profundo es lo que somos y lo que no podemos no ser. Somos Eso.
Lo que ocurre es que no logramos sentirlo, vivirlo, experimentarlo: porque vivimos en la superficie y vivimos desde la mente.
La nueva civilización está percibiendo cada vez más indicios de todo eso.
Los reflejos en la vida concreta, personal y colectiva, son múltiples: la tecnología, los movimientos sociales y políticos, la globalización general, el encuentro de personas de distintos países pese a la terquedad de los gobiernos.
Hay distintas opciones –espirituales, artísticas y filosóficas– para introducirse (o continuar) este camino y afianzarse en él.
Afianzarse en este experiencia es contribuir a la nueva civilización desde la propia originalidad. Esto nos introduce al siguiente punto.
2. Se respetan y valoran las diferencias
La otra cara de la medalla de lo Uno es la multiplicidad. También este “problema” está al origen del ser humano: lo Uno y lo Múltiple. En nuestra experiencia –interna y externa– aparecen las dos dimensiones.
Experimentamos el Principio Único (tal vez inicialmente solo como anhelo) y también experimentamos la distinción. Experimentamos la Fuente y experimentamos los ríos. Experimentamos la Vida y experimentamos distintas maneras de vivir. Nos sentimos en comunión y nos sentimos distintos.
¿Qué ocurre?
Ocurre que lo Uno se manifiesta, se revela y se expresa a Sí Mismo. Esto engendra la distinción. Es la creatividad infinita.
Los budistas hablan de forma y vacío. El Vacío (lo Uno) se experimenta y revela como forma (múltiple). En la terminología budista podemos encontrar dos expresiones que –a la razón– parecen contradictorias: “el vacío es forma y la forma es vacío” y “el vacío es vacío y la forma es forma”.
Lo que sugieren es la relación intrínseca e inaferrable entre Vacío y forma, entre lo Uno y lo múltiple. Otra manera de decir lo mismo es hablar del Todo y la parte. En sentido estricto la misma relación que hay entre Vacío y forma, Uno y múltiple es la misma relación que hay entre el Todo y la parte: no existe el Todo sin la parte ni la parte sin el Todo y, a la vez, el Todo es Todo y la parte es parte. También la ciencia lo va confirmando y experimentando cuando habla de la estructura holística del Universo.
Afirma el sacerdote jesuita japonés y practicante zen Kakichi Kadowaki: “Esta relación dinámica entre lo uno y lo múltiple, la dialéctica contradictoria entre la parte y el todo, es el concepto central de la enseñanza cristiana.”
No es tarea de la mente comprender este Misterio. Por eso trascender la mente es esencial. Justamente este es otro de los signos de la nueva civilización. La humanidad se está dando cuenta de que la mente –es decir lo racional, el pensamiento– no es el último estadio de la evolución. Somos mucho más que pensamiento, el Universo es mucho más que sus leyes científicas y demostrables aunque en ellas se revele y manifieste.
La nueva civilización está lentamente aprendiendo a respetar y valorar las diferencias. Surgen por todos lados dimensiones y formas distintas de la vida que piden aceptación y reconocimiento. Surgen infinitas formas de ser “humano” y de vivir que estamos aprendiendo a valorar y asumir. Todavía en muchos casos nos cuesta mucho, porque vemos solo esta cara de la medalla y no la Unicidad que subyace a todo. Cuando vemos solo la distinción sin lo Uno nos sentimos amenazados (es el ego que siente amenazado en realidad) y esto nos lleva a encerrarnos y defendernos.
El camino es aprender a ver lo distinto desde lo Uno (en término cristiano profecía: ver todo en Dios) y a ver lo Uno que se manifiesta en lo distinto (en término cristiano mística: ver a Dios en todo).
Entonces lo distinto se valorará en toda su unicidad, originalidad y belleza como expresión de lo Uno, como expresión del Mismo Espíritu que nos configura.
Pasamos así la tercera característica de la nueva civilización.
3. Primacía del Espíritu
¿Cuál es el eje de la nueva civilización que está emergiendo?
¿Adónde apuntar para insertarnos responsablemente en esto?
Sin duda podemos afirmar: la primacía del Espíritu.
La correcta relación entre las dos características que vimos antes –Uno y múltiple– solo la podemos vivir desde el Espíritu.
Decir Espíritu es decir interioridad, profundidad, silencio. Decir Espíritu es decir trascender la mente.
Como hemos visto, la relación entre lo Uno y lo múltiple no es algo que la mente pueda comprender, porque la mente es expresión del mismo Misterio. También la física cuántica nos está diciendo la misma cosa desde su punto de vista: el observador está involucrado en lo que ve y por eso lo que se ve no es estático, sino pura posibilidad. Es el famoso “gato de Schrödinger” que al mismo tiempo puede estar vivo o muerto.
Dice el teólogo y místico Bede Griffiths:
“la mente humana como observadora está ya involucrada en aquello que observa. Lo que observamos no es la realidad en sí misma, sino la realidad condicionada por la mente humana, los sentidos y los varios instrumentos que son utilizados para extender los sentidos… La vieja comprensión de la ciencia está gradualmente dando lugar a la visión de que la conciencia y la realidad física deberían ser consideradas como aspectos complementarios de la realidad”.
En el fondo lo que afirma rotundamente la primacía del Espíritu es que toda dualidad surge, está abrazada y se consume en un Principio único e invisible que podemos llamar Espíritu.
La primacía del Espíritu hace caer toda estaticidad y fijación de la experiencia dual.
Por cuanto real nos parece ser la dualidad, más real es el Espíritu.
La experiencia dual es sumamente cambiante e inestable. La experiencia realmente espiritual es inmóvil y eterna.
Esta primacía del Espíritu está siendo visualizada y vislumbrada en este tiempo de cambio. Es un pasaje evolutivo esencial. Desde la oscuridad emerge el Espíritu dando origen a la nueva civilización.
La incomodidad que sentimos hacia un mundo dual e impermanente (todo cambia constantemente) y la necesidad de trascender esta misma dualidad no es otra cosa que el empuje y el soplo del Espíritu.
Solo desde el Espíritu podemos asumir, vivir, trascender toda expresión dual de la vida: espíritu/materia, bien/mal, humanidad/divinidad, tiempo/eternidad, vida/muerte.
El Espíritu impregna la materia. También la ciencia hoy en día lo está descubriendo y asumiendo. La cuántica nos dice que la materia es una manera de organizarse de la energía. Así la medicina, que va descubriendo cada vez más la relación constitutiva entre cuerpo, mente y espíritu.
Crecer y afianzarse en la primacía del Espíritu disuelve la paradoja de Uno y lo múltiple y nos permite vivir esta misma paradoja con sabiduría.
Como dice el zen: “La igualdad sin la diferenciación es mala igualdad; la diferenciación sin igualdad es mala diferenciación”.
Para enraizarse en la primacía del Espíritu, la nueva civilización tiene que pasar –ya la está cruzando– la Gran Muerte.
4. La Gran Muerte
La “Gran Muerte” es una expresión zen que indica el radical cambio de percepción –la manera de funcionar de la mente– que se necesita para vivir desde la primacía del Espíritu.
Es sumamente interesante que todas las grandes religiones y tradiciones espirituales de la humanidad sostienen y subrayan la necesidad de atravesar “la muerte” para aprender esta nueva forma de ver y de vivir.
En este sentido los cristianos tenemos muchas palabras de Jesús en el evangelio:
“Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12, 24).
“Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará” (Mc 8, 35).
Más allá de las palabras y la enseñanza de Jesús, el evento histórico de la cruz asume una relevancia insustituible y tal vez única en la historia humana y expresa maravillosa y claramente la Gran Muerte.
La Pascua –muerte y resurrección– trasciende el acontecimiento histórico de Jesús de Nazaret para convertirse en símbolo eterno de la necesaria muerte para llegar a la resurrección: una nueva manera de ver y vivir.
San Pablo captó con extrema profundidad el alcance de la cuestión.
“Porque para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia” (Fil 1, 21)
“¿No saben ustedes que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, nos hemos sumergido en su muerte? Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva” (Rom 6, 3-4).
Pasar por la Gran Muerte nos trasforma radicalmente:
“Por lo tanto, hermanos, yo los exhorto por la misericordia de Dios a ofrecerse ustedes mismos como una víctima viva, santa y agradable a Dios: este es el culto espiritual que deben ofrecer. No tomen como modelo a este mundo. Por el contrario, transfórmense interiormente renovando su mentalidad, a fin de que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto” (Rom 12, 1-2).
Tal vez el despertar de la conciencia –la primacía del Espíritu– solo la podemos alcanzar como seres humanos a través de esta muerte; y la muerte supone dolor.
Lo podemos descubrir en nuestra experiencia personal: cada vez que hemos crecido humanamente (o espiritualmente, que es lo mismo), hemos pasado por situaciones dolorosas. El dolor atravesado nos dio otra comprensión de nosotros mismos y de la vida en general: en otras palabras nuestro nivel de conciencia se fue ampliando y profundizando. El aprendizaje y el crecimiento en comprensión y conciencia supone dolor. Es así para la gran mayoría de los seres humanos, aunque pueden haber experiencias de iluminación gratuitas sin pasar por el dolor. El Misterio no lo manejamos.
Lo que está ocurriendo en el mundo –aunque seamos en muchos casos inconscientes– es este despertar a través del dolor. Las situaciones de dolor que la humanidad está viviendo y soportando son facetas de la Gran Muerte.
Las dificultades para asumir la primacía del Espíritu y vivir desde ahí la dualidad son el camino necesario que necesita la nueva civilización. Son los “dolores del parto” usando la hermosa imagen del Pablo.
“Sabemos que la creación entera, hasta el presente, gime y sufre dolores de parto. Y no sólo ella: también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente anhelando que se realice la plena filiación adoptiva, la redención de nuestro cuerpo” (Rom 8, 22-23).
En nuestra vida individual –microcosmos– ocurre lo mismo. Todas las situaciones de dolor que enfrentamos son los empujes del Espíritu que quiere emerger y manifestarse en plenitud. Es el Espíritu que desde las entrañas del cosmos acompaña la evolución del Universo.
Podemos colaborar con este empuje. Podemos ser más responsables de nuestra conciencia. Este camino de responsabilidad y conciencia nos ahorrará gran parte del dolor que el Espíritu utiliza para despertarnos.
(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
“HACIA UNA NUEVA CIVILIZACIÓN II” en ECLESALIA, 12/07/19
Espiritualidad
Civilización, Dios, Jesús, Ser humano, Vida
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