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¿Una Iglesia de curas o de buenos samaritanos?

Domingo, 14 de julio de 2019

índiceDel blog de Tomás Muro la Verdad es libre:

Introducción

El diálogo que Jesús sostiene con un maestro de la ley y que culmina con la espléndida parábola del Buen samaritano, tiene hondos contenidos para la vida humana y también para quienes pretendemos estructurar nuestra vida conforme a Jesucristo.

En los conflictos entre leyes y en los conflictos de conciencia, lo que debe prevalecer es el bien de las personas. El sacerdote tenía motivos muy serios para no mancharse de sangre. Lo mismo el levita. Por eso pasan de largo y dejan “tirado” a un hombre, porque tienen que cumplir con sus deberes religiosos. Su obligación religiosa se complicaba si atendían al herido. Solo un señor extranjero, medio pagano (samaritano), porque no valora ni el tiempo ni el dinero, ni la religión, siente lástima, se conmueve, interrumpe su viaje, analiza la situación y decide ayudar al que estaba abandonado en la carretera.

  1. ¿Qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?

El maestro de la ley pregunta a Jesús acerca de lo que hay que hacer para tener Vida, vida definitiva, que dirá San Juan.

Si pensamos un poco a fondo es también nuestra cuestión y nuestro problema. ¿Qué hay que hacer en este pueblo y en esta civilización nuestra para tener vida, para poder vivir? Lo que está en juego es la Vida. ¿Cómo vivir bien?

¿Qué hay que hacer en la vida familiar, social, cultural, política, en la vida eclesial  para que podamos vivir, para tener vida?

¿Qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?

Sentir lástima, compasión.

  1. La ley.

         Es lógico que los maestros de la ley recurran a ella, a los mandamientos para ganar la vida eterna.

         Una moral legalista, una religión formalista y exigente es un sistema de compra-venta. Está mandado hacer “tal cosa”. Yo la cumplo y la Iglesia y Dios me pagan lo que deben: me tienen que dar el cielo.

Pero Jesús va por otros derroteros.

Jesús siente lástima, compasión.

El sacerdote, el levita, cumplieron con la ley. Hicieron lo que tenían que hacer:

Según Jesús, no parece que el culto, los hombres del culto sean los que mejor nos pueden indicar cómo hemos de tratar a los que sufren, sino las personas que tienen corazón. Posiblemente Dios nos hable por medio de una gran liturgia pontifical, pero más bien parece que los que están tirados en las cunetas de la vida son quienes nos hablan de Dios.

         En la parábola del buen samaritano no aparece ni una sola palabra o gesto estrictamente religioso. No hay alusiones a la ley, al rito, al templo, al dogma, etc.

         Un samaritano pasaba por allá y sintió lástima, se acercó y le vendó las heridas, lo llevó al “hospital”, lo cuidó, pagó la factura del hospital (dos denarios), se comprometió a volver y puso todo lo suyo para ayudar al otro.

La ley hace lo que tiene que hacer. El sacerdote fue a decir misa y el levita a ayudarla. La ley no es específicamente cristiana.

Lo cristiano -y lo humano- está en la actitud del samaritano: sintió lástima.

  1. Sentir lástima.

Los samaritanos eran lo opuesto a la ley judía y, como pueblo, enfrentado al mundo judío.

Este hombre samaritano sintió lástima.

San Lucas resalta esta actitud de Jesús:

  • o Cuando Jesús se encuentra con la mujer viuda que acompaña a su hijo muerto: sintió lástima. (Lc 7,13)
  • o Cuando el hijo pródigo vuelve a casa, su padre: sintió lástima. (Lc 15,20).

Quizás dentro y fuera de la Iglesia, en los ámbitos educativos, políticos y eclesiásticos se nos ha olvidado ya lo que es sentir lástima y misericordia.

Vivimos de otros criterios, incluso valores. Pero se nos ha olvidado lo fundamental: el perdón, la misericordia, sentir lástima, compasión.

En la Iglesia hemos preferido y optado por la ultraortodoxia vehiculada a golpe de intransigencia y fanatismo. Los obispos están preocupados porque no hay curas que digan Misa en las parroquias, pero les preocupa poco si un cura o los laicos van a visitar (cuidar) de los enfermos, de los pobres. Para cuidar de los enfermos no hacen falta curas.

En el mundo profano predominan la riqueza, la corrupción, el poder, la nación, la tecnología, el racismo y el odio. Quizás somos un pueblo -unos pueblos- y unas gentes que no sabemos ya lo que es sentir lástima, bondad, misericordia, perdón, lo que es la ternura y la comprensión, no tenemos vida.

Para tener vida es importante estimar al ser humano, valorarlo, atender a razones, enseñar a ayudar, sentir lástima, perdonar, curar.

Sentir lástima es una actitud muy humana, humanista y cristiana. En algunas diócesis se cultiva y permanecemos en el fanatismo de la superortodoxia inquisitorial, de la ley, del ritualismo a ultranza.

  1. Cambios en la Iglesia.

Es triste leer cosas como las que recoge Ch Duquoc de la experiencia eclesial de L. Boff:

+ La experiencia subjetiva del poder doctrinal que yo he vivido durante veinte años puedo resumirla con estas palabras: es cruel y carece de piedad. El poder doctrinal no olvida nada, no perdona nada.[1]

+ El moralista B Häring, en un librito en el que recogía parte de sus memorias, decía que “prefería volver a ser juzgado por la Gestapo, que ser juzgado por la S Congregación para la Doctrina de la fe”.

+ La misma experiencia dura y triste que sufrió el P. Dupuis por parte de la S Congregación para la Doctrina de la fe, fue inmisericorde y poco limpia.[2]

Gracias a Dios que la Iglesia que propugna el papa Francisco recupera la lógica del buen samaritano, de lo viviente, del que sufre, de los refugiados, etc., y Francisco clausura un periodo en el que la religión, la moral y la política estaban enfermas de abstracción y dureza, más interesados en la condición téorica y fantasmal de la corrección dogmática que en el prójimo y el que sufre. La Iglesia de Francisco ha pasado de ser la santa Inquisición a ser un hospital de campaña donde se curan heridas.

La profundidad de Dios es que Él mismo es un buen samaritano que nos acompaña en la vida. La hondura de Dios es bondad, no rito, ley ni dogma.

Prójimo es el malherido y quien sintió lástima y practicó misericordia.

 Anda y haz  tú lo mismo.

[1] DUQUOC, CH. Creo en la Iglesia, Santander, Ed Sal Terrae, 2001, 22.

[2] G. O´Connell, No apaguéis el Espíritu. Conversaciones con Jacques Dupuis, Madrid, Ed PPC, 2019.

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