Cuenta Paulo Coelho en uno de sus libros que una rosa soñaba día y noche con la compañía de las abejas, pero ninguna iba a posarse en sus pétalos. La flor, sin embargo, seguía soñando: durante sus largas noches, imaginaba un cielo donde volaban muchas abejas que se acercaban cariñosamente a besarla. Así aguantaba hasta el día siguiente, cuando volvía a abrirse con la luz del sol. Una noche, la luna, sabiendo de su soledad, le preguntó a la rosa:
-¿No estás cansada de esperar?
-Tal vez. Pero hay que seguir luchando.
-¿Por qué?
-Porque si no me abro, me marchito.
Y Coelho concluye con esta reflexión de su cosecha: “En los momentos en que la soledad parece aplastar toda la belleza, la única forma de resistir es continuar abiertos.” Resistir es la actitud, pero no de cualquier manera: abiertos a lo positivo, esperanzados, sensibles a los demás. La manera cristiana de afrontar cada día. La gente alegre de corazón no lo es porque le van las cosas bien sino por un determinado estado de ánimo con el que encara la existencia.
Sin celebraciones festivas a la vista ni un ambiente de alegría exterior, muchas personas tienen dificultades para ensanchar el corazón. Buscan con afán estímulos con los que contagiarse participando de bullicios festivos de donde sacar chispas de alegría. Al menos tenemos la suerte de vivir en un país con múltiples diversiones populares y manifestaciones sociales de todo tipo para sentir una alegría contagiosa. Pero bien sabemos las veces que depositamos en un evento la ilusión de alegrarnos sin que logremos soltar la tristeza interior aun participando activamente del jolgorio.
La alegría es mucho más que un sentimiento tan efímero y, sobre todo, tan condicionado por lo que sucede a nuestro alrededor. La pregunta de fondo es si la alegría es posible sin estímulos externos de por medio. ¿Solo cabe sentirnos alegres puntualmente, estimulados sobre todo a través del consumismo? La alegría interior es posible manifestada como un vivo sentimiento de ánimo que tiende siempre a salir fuera, contagiando a su alrededor sin estar sujeta necesariamente a cosas externas.
Depende mucho de cada persona, no es algo pasivo como la alegría del aficionado al fútbol que debe esperar a la victoria de su equipo. Se trata, en palabras de Erich Fromm, del esfuerzo interno necesario por desplegar nuestras mejores capacidades humanas, hasta que logramos activarla como expresión de nuestra vitalidad en marcha: cuando descubro algo nuevo, cuando supero una dificultad, cuando aprendo a convivir con ella, cuando ayudo a otra persona, cuando me quedo extasiado ante un bello amanecer… entonces experimento la alegría profunda, la del corazón.
Los problemas, las dificultades y los sinsabores agudizan la ansiedad y a veces nos empujan hacia conductas negativas contra nosotros mismos y contra los demás. Mediante la fuerza de voluntad somos bien capaces de superar la morbosa autocompasión y su influencia sobre nuestros sentimientos, que tanto daño hace en nosotros y en los demás al proyectarlos hacia fuera. Requiere esfuerzo, como todo lo que vale la pena. Decía el compositor Franz Liszt que si dejaba de tocar el piano un día, lo noto yo. Si dejaba de tocarlo tres días, lo notaba el público. Es las cosas pequeñas es donde se gestan muchas alegrías y tristezas.
La alegría es capaz de brotar en medio de los dolores. Ella no depende de las contrariedades sino de la actitud personal ante la vida misma. Pensemos un instante en la cantidad de personas ricas, guapas, exitosas que desconocen la alegría necesitando de todo tipo de estimulantes para hacer soportable la existencia. Podemos atrincherarnos en el dolor o podemos luchar para cambiarlo cuando exista alguna posibilidad; poner de nuestra parte para aceptar cuanto antes la realidad que no puede cambiarse para no perpetuar el sufrimiento. En nosotros está la capacidad de resistir relativizando, aceptándonos, queriéndonos. Y tomar la decisión de sonreír. Es lo que siempre hacen las grandes personas en la adversidad, quizá porque los que aman mucho sonríen con más facilidad.
Para disfrutar de la calidad de vida que proporciona la alegría que hace tan hermosa la existencia, es preciso trabajar el interior de cada persona, un día tras otro, como Liszt. Nos ayudaría mucho leer el Evangelio, no como un tratado de limitaciones, sino como una escuela de aprendizaje de alegría y plenitud caminando esperanzados tras Jesús.
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