El Invisible
Fotografía Jim Ferringer
«Yo estoy con vosotros». La frase es de una sencillez absoluta, pero el misterio que encierra es grande. Cuando se toma en serio esta afirmación, todo cambia. ¿Quién es este hombre que ha marcado con su huella toda mi vida, mi única vida? ¿Quién es este hombre que ha condicionado y condiciona todos mis pensamientos y decisiones? ¿Quién es este hombre invisible que dice estar siempre conmigo?
Es extraño: hay momentos en los que la suya es la presencia de alguien con el rostro velado. No sé nada de él. Sin embargo, he apostado mi vida por él. Y hay momentos en los que me parece que no conozco a nadie como él. Ignoro el color de sus ojos, el timbre de su voz, el gesto de su mano; sin embargo, sé que le reconoceré al instante, como a un viejo amigo. Jesús está siempre con nosotros, pero eso no implica que nosotros estemos siempre con él. Tenemos garantizada la fidelidad de Cristo, pero no tenemos garantizada la nuestra. «Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?» (Le 18,8).
Jesús está siempre con nosotros: se trata de ser capaces de ver a este compañero de viaje que no nos deja nunca. El cielo del espíritu es todavía más mutable que el que tenemos sobre nuestras cabezas. Nuestros días son siempre diferentes. Están los días de la alegría y los días de las lágrimas, los días de las tempestades y los días de la tranquilidad, los días aburridos y los días apasionados, los días del ofuscamiento y los días de los resplandores inesperados, los días de la exaltación y los días del cansancio metafísico. Pero no hay ningún día sin Cristo, ningún día es incompatible con su presencia salvífica.
El invisible compañero de nuestro viaje es también un guía. Con él todo paso que demos, todo metro que avancemos por nuestro camino tiene una meta. Con él, ninguna etapa de nuestro camino está perdida: no hay extravío que al final no revele su motivación providencial; no hay vuelta ociosa que no aparezca lógicamente orientada.
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G. Biffi,
Meditazioni sulla vita ecclesiale,
Cásale Monf. 1993, pp. 59-63, passim
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