“Papagayos y espantapájaros”, por Ramón Hernández
Dostoyevski se decanta por la definición del hombre como “un ser que se acostumbra a todo”, pero advierte que lo que más temor causa a los hombres es lo que “les aparta de sus costumbres”. Ante la contundencia del refrán aludido en el subtítulo de esta reflexión y la advertencia referida, lo cierto es que no puede llevarse a cabo ningún cambio en el proceder social sin inocular antes una buena dosis de flexibilidad enriquecedora en las mentes de los ciudadanos. Pero, ¡qué difícil es cambiar las mentalidades!
Quizá sea esa la causa de por qué la ingente y atinada labor de este papa está resultando tan lenta y arriesgada. Afortunadamente, el papa cuenta con la ayuda incondicional de muchísimos pensadores que están en su onda y que, como él, desean que la Iglesia pueda despegar del aeropuerto “siglo XXI” para desplegar toda su virtualidad salvadora también en nuestro tiempo. Nos cuesta entender que ser de otra manera no es dejar de ser, igual que la Iglesia que yo pretendo, más hermosa y efectiva, no niega la actual.
Viene esto a cuento de dos importantes costumbres cristianas que incluso fomenta este papa y que, a mi criterio, deberían cambiar radicalmente. Ambas están claramente recogidas en la entrevista que el 5.1.19 RD hizo al jesuita Fréderic Fornos, director internacional de la red mundial de oración del papa. Por un lado, el entrevistado alude a que en esos momentos se estaba elaborando un documento para concretar las intenciones del papa para que los cristianos las tengan en cuenta en sus oraciones durante el año 2020 y, por otro, da cuenta de que “el papa está preocupado por los ataques del diablo, el que nos divide”. Ello demuestra que los cristianos seguimos anclados a una religión cosificada y compartimentada, en detrimento de lo que significa una vida de comunión con Dios en la persona de Jesús, pues se nos invita a una oración mercantilista y se sigue metiéndonos miedo con un espantapájaros.
Papagayos pedigüeños
Confirma lo dicho el hecho de que exista una “red mundial de oración” por las intenciones del papa. Es decir, se nos invita a rezar para conseguir que Dios tenga en cuenta las intenciones del papa. Desde luego, las intenciones del papa son parte de su vida, por más que nosotros mismos estemos en ellas, lo mismo que las nuestras lo son de la nuestra, aunque sería muy saludable que, como cristianos, el papa esté en ellas. Se trata solo de objetivos, los suyos y los nuestros, a cuya consecución deben orientarse las acciones, las suyas y las nuestras, no las oraciones.
La oración es otra cosa. No se reza por o para, solo se reza, como solo se vive. Rezar es mantener un diálogo con Dios, que bien puede ser mental, sin palabras. Orar es entrar en comunión con Dios. De nada sirve la verborrea ni la repetición cansina de salmodias, como si Dios fuera duro de oídos. Dios no es un supermercado ni una clínica especializada ni una fuente de milagros que cambien el desarrollo de los acontecimientos. Que las intenciones del papa se cumplan no depende ni de su oración ni de la nuestra, sino de sus esfuerzos y de los nuestros. La Iglesia no debe alentar a los fieles a orar por el papa, sino enseñarles a orar, a palpar a Dios en sus vidas y en las de sus semejantes.
De ponerle palabras a la conciencia de comunión con Dios, entonces la oración se vuelve conversación plácida con él en los términos del Padrenuestro, conforme a los postulados de complacencia y agradecimiento que todo hijo debe tener en las relaciones con su propio padre. Lo que nos ocurre es que no somos capaces de liberar el cometido de salvación de la Iglesia de la mentalidad mercantilista que nos domina. Vamos a la Iglesia para pedir a Dios cosas e incluso que tenga piedad de nuestros queridos difuntos, cuando sabemos que él cuenta hasta los cabellos de nuestra cabeza y deberíamos saber que ellos están con él, gozando de la infinita riqueza de su presencia. Las bellas palabras en la oración solo tienen el encanto de fomentar un hermoso sentimiento comunitario al orar juntos, pero incluso en esos casos no deberíamos olvidar que Dios no es un padre altivo ni un sordo remolón que disfruta sometiéndonos a la prueba de la perseverancia.
Resumiendo, orar es dialogar, entrar en comunión, vivir en armonía, respirar hondo el espíritu cristiano. Debemos hacerlo en todo tiempo y circunstancia. Lo propio del amor, nuestra esencia cristiana, no es pedir sino dar. Ahora bien, todos los hombres, especialmente los más necesitados, son el rostro visible de Dios. ¡Qué grande y ocurrente es el Dios cristiano al mostrársenos hambriento para que lo alimentemos!
Táctica del miedo
La entrevista de nuestro célebre jesuita nos deja otra gran inquietud desconcertante referente al diablo. Muchas veces me he referido aquí a un muñeco de pimpampum, al “coco” infantil. De admitir la existencia de semejante esperpento tendríamos que negar la de Dios. No caben dos absolutos en nuestra mente y, mucho menos, un castigo eterno en nuestro corazón.
La política del miedo a un enemigo común se revela eficaz para unir y encaminar a un pueblo. Pero el fin no justifica los medios. No nos hace cristianos luchar contra las asechanzas del diablo, sino comportarnos como lo que somos, como hijos de Dios.
No caben excusas ni pueden programarse tácticas en torno a espantapájaros. No somos malos porque nos tiente y seduzca un horroroso bicho infernal, sino por dejarnos seducir por placeres mortíferos. Muchos fuman a pesar de que la cajetilla les advierte que “fumar mata”. ¿Por qué se hace entonces, sabiendo que el tabaco contiene materias activas cancerígenas? ¿Por ansiedad psicológica, dependencia de la nicotina o estar bien visto? Son razones insuficientes, pues fumar adelanta o causa la muerte. El argumento definitivo para ser buenos y caritativos es que somos imagen de un Dios bueno y generoso.
Conclusión
No seamos pedigüeños cansinos como papagayos frente a Dios, ni niños asustadizos frente a un fantasmagórico espantapájaros. Dios es la fuerza de nuestra fe. Fuera de su ámbito de acción no hay absolutamente nada y menos un muñeco de cartón piedra, capaz de hacerle frente. Los cristianos tenemos razones para confiar de lleno en una vida tras la cual, por dura que resulte, siempre está el Dios primoroso y sólido de nuestra fe.
Fuente Religión Digital
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