La novedad del amor cristiano
La señal del cristiano también en la vida política
Benjamín Forcano
Madrid.
ECLESALIA, 27/05/19.- Jesús estaba reunido con sus discípulos y discípulas, en la casa de Marco, para celebrar la Pascua. Andaba preocupado por lo que presentía que le iba a ocurrir, y les dice:
“Me queda muy poco de estar con vosotros. Y a donde yo voy, no podéis seguirme ahora. Sí, lo haréis más tarde. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; igual que yo os he amado. Amaos también entre vosotros. En esto conocerán que sois discípulos míos: en que os amáis unos a otros”. (Jn, 13,33-36)
Somos en el mundo millones y millones de cristianos. Son dos las preguntas a las que debiéramos responder: ¿Aporta alguna novedad el mandamiento de Jesús sobre el amor? ¿A qué nos compromete en la vida política el amor mutuo de que nos habla Jesús?
El amar al prójimo es una norma de ética universal
“No hagas a los demás, lo que no quieras que te hagan a ti”, norma que está escrita en el corazón de toda persona, de toda ley y de toda cultura. También en la ley y cultura cristianas. Es este un punto constitutivo el ser humano, que regula la convivencia de unos seres humanos con otros y de unos pueblos con otros.
Esta ética racional es la que nos permite concebir y trabajar por la implantación de un proyecto de ética universal, en la que se salvaguarda la dignidad humana, sus derechos y sus responsabilidades. Y es la que viene ratificada en el primer artículo de la Declaración universal de los Derechos Humanos: “Todos los seres humanos… dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.
Esta ética pertenece y está incluida en la ética cristiana, como algo común a todas las religiones, de universal reconocimiento y acuerdo. La persona humana, nunca, en ningún lugar, en ninguna cultura o religión, en ningún imperio o sistema político, puede ser utilizada como medio, es fin. Y desde ella puede establecerse un programa de universal convergencia y colaboración en torno a los problemas básicos de la igualdad, justicia, solidaridad, libertad y paz.
La novedad de Jesús: amaos como yo os he amado
El tratamiento con el prójimo y con Dios mismo, comienza por asegurar el tratamiento con nosotros mismos. Mal asunto si no comenzamos por amarnos nosotros mismos, pues la medida del amor al prójimo y a Dios mismo está en la medida de amor que nos tengamos a nosotros mismos.
Así como en nuestro cuerpo no cabe esperar la salud y el bienestar si cada uno de sus órganos no cumple con su función, del mismo modo nuestra relación con los demás no puede ser saludable y positiva si previamente no la aseguramos con nosotros mismos.
Si no valoro lo que soy, si no considero que mi dignidad es sagrada, si no defiendo mis derechos y no permito que alguien los menosprecie, tampoco lo haré cuando mi prójimo sea sometido o explotado. Ahora bien, este cuidar del otro como de uno mismo lo hace el amor. El camino de la propia realización no puede recorrerse al margen o en contra del prójimo y en especial del prójimo más débil y marginado. Por ellos comienza y se garantiza una nueva sociedad, que no dejará de actuar falsamente si se construye contra la dignidad, el bien y los derechos de los mayormente dañados y olvidados.
En este sentido, la responsabilidad de un mundo que avanza o retrocede, que se libera o esclaviza, es intrínseca a todo ser humano. La sociedad no está forjada por agentes mágicos o divinos, sino por obra del sujeto humano. Tenemos el mundo que nosotros fabricamos. Así que el cambio de nosotros mismos es previo para cambiar a los otros: que nadie vea en nosotros un juez, un peligro, un obstáculo, una amenaza, sino una experiencia de mayor amor, libertad y paz .
El amor a todos como si de Dios mismo se tratara
Nadie que sea humano, puede vivir sin preguntarse por el sentido de la vida. Si la pregunta es permanente, lo es también la respuesta. Sumergidos en el mundo cuántico, buscamos y establecemos un principio universal al que denominamos Vida, Energía universal, Vacio cuántico, Dios Amor…
El cambio profundo y vertiginoso de nuestra época lo mismo que afecta a nuestra manera de entender, tratar y relacionarnos con los demás y con el planeta tierra, afecta también a nuestra manera de entender, tratar y relacionarnos con Dios.
El amor a todos y a cada uno, como si de Dios mismo se tratara, y el amor preferente por los que menos cuentan en esta sociedad, es una opción que realza nuestra humanidad y nos pone a la altura de Dios mismo. Los más necesitados y marginados son para un cristiano, en el mensaje de Jesús, los que le representan y hacen su vez, son sus vicarios: “Cuanto hicisteis con uno de estos hermanos míos más pequeños, conmigo lo hicisteis”.
Partiendo de esos sujetos –los tenidos siempre como menores y esclavos- es como acertaremos a luchar contra la desigualdad y la injusticia, a quebrar la soberbia e hipocresía de los grandes, idólatras del dinero y del poder, a construir un mundo nuevo.
El amor al enemigo concuerda con nuestro ser
Cualquiera puede ver que enterrar los abismos de desigualdad no es posible sin suscitar oleadas de odio. Sabemos que Jesús de Nazaret enseña que el principio que todo lo rige es Dios Amor, siendo él su rostro visible en la historia y el camino a seguir para amarnos como él nos ama.
Amar incluso a nuestros enemigos, sobrepasando la ley del talión (ojo por ojo y diente por diente) “Os han enseñado que se mandó a los antiguos: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero, a vosotros que me escuchais, yo os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, rezad por los que os injurian”.
Al enemigo hay que combatirlo con amor: “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen”. ¿Es válida para todos la respuesta de Jesús? Si mi ser es amor, y el amor me relaciona con los demás, viendo en cada uno de ellos mi yo, odiar a ellos es odiar a mi mismo, traicionar mi ser. Es preciso buscar el bien del otro como si fuera el mío. Amar al enemigo instintivamente, emocionalmente, incluso racionalmente es muy difícil, casi imposible.
El conocimiento que me lleva a amar al enemigo viene de la toma de conciencia de mi ser. El verdadero amor es lo contrario del egoísmo. Cuando descubro que mi verdadero ser y el ser del otro se identifican, no necesitaré más razones para amarle. Como no las necesito para amar a todos los miembros de mi cuerpo, aunque estén enfermos y me duelan.
El Evangelio de Jesús es, en esto, asombroso y liberador: “Perdonad siendo compasivos como vuestro Padre es compasivo”. O también: “Sed perfectos como vuestro Padre del cielo es perfecto”.
Este fue el camino de Jesús, el primogénito y hermano mayor. Actuando como él, nos ponemos a su nivel por su espíritu, obramos como hijos de Dios. Todos somos hijos de Dios, y si hijos de Dios, hermanos y hermanas, unidos a él como Padre, y si dejamos de amar al enemigo en un hermano nos separamos del Dios Amor, Padre de todos. Para llegar a la plenitud, hay que amar como Dios Padre y sed perfectos como él.
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