Progresistas y conservadores
Del blog Amigos de Thomas Merton:
(Imagen Jim Ferringer)
“Junto con la gran obra del Concilio, ha habido un hecho concreto muy conturbador: el del endurecimiento de la división entre progresistas y conservadores. Esa división es algo más de lo que uno espera naturalmente donde hay hombres que, por temperamento y por sociología, tienden a alinearse a derecha e izquierda. La división es lo bastante profunda y agria como para que algunas personas muy sanas y responsables, obispos incluidos, mencionen incluso la posibilidad de cisma. Eso a primera vista parece increíble, pero he visto algunas cosas que se han escrito en ambos bandos, y no hay duda de que existen profundas incomprensiones, hondas divisiones, tercas negativas e incluso odios.
Por desgracia, nada de eso es nuevo. Tenemos la historia de la Iglesia y de la civilización cristiana para demostrar que eso tiene una larga genealogía. Pero no se puede despachar con ligereza.
En todo caso, uno de los grandes problemas después del Concilio será sin duda la división entre progresistas y conservadores, y eso puede resultar bastante feo en algunos casos, aunque quizá sea también una fecunda fuente de sacrificio para quienes están decididos a buscar la voluntad de Dios y no la suya propia. No hablo aquí de obispos, sino de sacerdotes corrientes, teólogos, laicos y todos los que manifiestan sus opiniones de un modo o de otro.
Por mi parte, no me considero ni conservador ni progresista extremado. Me gustaría pensar que soy lo que fue el papa Juan: un progresista con profundo respeto y amor a la tradición. Dicho de otro modo, un progresista que quiere conservar una continuidad muy clara y señalada con el pasado, sin hacer compromisos tontos e idealistas con el presente; pero estando completamente abierto al mundo moderno a la vez que conservando la posición claramente definida como tradicionalmente católica.
Los progresistas extremados me parecen, en lo que puedo juzgar dentro de la pobreza en mi información, apresurados, irresponsables y, en muchos sentidos, frívolos en sus entusiasmos exagerados y confusos. También me parecen a veces fanáticamente incoherentes, pero no percibo en ellos la heladora malicia y la bajeza que se nota en algunas expresiones de los conservadores extremados.
Lo que más me inquieta es el hecho de que los progresistas, aunque quizá sean mayoría, no parecen tener la dureza terca y concertada de los conservadores. Los conservadores extremados me parecen personas que se sienten tan amenazadas que están dispuestas a llegar a lo que sea con tal de defender su concepto fanático de la Iglesia. Este concepto no solo me parece estático e inerte, sino en completa continuidad con lo que es más discutible e incluso escandaloso en la historia de la Iglesia: Inquisición, persecución, intolerancia, poder papal, influjo clerical, alianza con el poder mundano, amor a la riqueza y a la pompa, etc. Esta imagen de la Iglesia ha llegado a ser un escándalo, y esos están empeñados en conservar el escándalo a costa de un escándalo aún mayor.
Para empezar, mientras que ellos son siempre los que más chillan sobre autoridad y obediencia, parecen sorprendentemente reacios a practicar la más elemental obediencia o a exhibir la más rudimentaria fe en que el Concilio esté guiado por el Espíritu Santo, en cuanto se decide algo que ellos no aprueban. Están tan convencidos de que ellos son la Iglesia que casi están dispuestos a declarar virtuales apóstatas a la mayoría de los obispos, antes que obedecer al Concilio y al papa. Al mismo tiempo, claro, su histerismo hace pensar que les cuesta algún trabajo arreglárselas con los remordimientos que esto provoca inevitablemente en ellos.
Por otro lado, la negativa de los progresistas extremados a prestar atención a alguna enseñanza tradicional que les diera una base común para la discusión racional con los conservadores es también escandalosa, sin duda: sobre todo cuando va unida a un arrogante triunfalismo propio y cuando no hace más que ridiculizar a toda oposición. Eso no solo es necio, sino que parece mostrar una seria falta de ese amor a que frecuentemente apelan para justificar su actuación. Aunque gritan continuamente sobre «apertura», uno les encuentra herméticamente cerrados a sus compañeros de catolicismo y al propio pasado de la Iglesia, y tiene alguna validez la acusación conservadora de que esos progresistas extremados a menudo están más abiertos al marxismo, al positivismo o al existencialismo que a lo que se reconoce generalmente como verdad católica.
Se ha observado con acierto que conservadores y progresistas de la Iglesia están tan preocupados con la victoria total, los unos sobre los otros, que cada vez se cierran más unos a otros. Si así es, uno se pregunta sobre el valor y la significación de la trompeteada «apertura» a los no católicos. Un ecumenismo que no empiece con la caridad dentro de la propia Iglesia sigue siendo discutible“.
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Thomas Merton
Conjeturas de un espectador culpable
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