Viernes Santo. Oración universal.
Padre, perdónanos porque no sabemos lo que hacemos.
Ya ha acabado la cena y abandonas la seguridad de la casa prestada. Jesús, sales hacia el huerto; Jesús transeúnte, tampoco esta última noche tendrás techo. Jesús, asustado con los emigrantes que se adentran en la oscuridad de lo desconocido. En tu mirada encontramos la mirada amarga de todos los exiliados de la historia; a todos los que ya no pueden resistir más, los que ya no tienen esperanza; los que nunca conocieron una mirada o una caricia de amor; los que quieren morir y no les llega la hora.
Hace mucho frío en el huerto, la sangre te palpita hasta traspasar tu piel cosiéndola a la piel de todos los que sienten que el terror congela su alma. Tu piel se hace piel erizada en el paciente a quien se le comunica el diagnóstico terminal; en la piel amarga del recién nacido no deseado; en la piel borrada del quemado en la unidad del dolor; en la piel de los hijos marcados por los golpes del padre; en la piel vacía de los padres que pierden a sus hijos. Tu piel morena te hace invisible en la oscuridad del cayuco a la deriva.
Padre, perdónanos porque no sabemos lo que hacemos.
Se oyen gritos. Te rodean las antorchas. Jesús eres traicionado. Recordamos a quienes cierran los ojos mientras les hieren con el beso que saben infiel; oramos por todos los besos calculados y cobardes que compran la huída de la soledad que no pueden afrontar; por todos los besos pagados de las prostitutas; por los besos enfermos del pederasta y el padre abusador.
Jesús eres arrestado en la oscuridad. Contra tu cuerpo están el de todos los niños raptados en las noches en las que acabó su infancia. Jesús maniatado en todas las esclavas ocultas en los Emiratos árabes y en los clubes de carretera de España. Jesús sin salida y sin respiración vendido con la niña del burdel de Tailandia donde un europeo va a profanar su virginidad. Jesús rehén de las FARC y de las milicias de Afganistán. Jesús de Palestina, que juegas al balón encerrado tras las alambradas judías alrededor de Belén. Jesús del Sahara que naciste en un campo de refugiados olvidados. Jesús de Ucrania que con impotencia sufres cómo te arrebatan tu pueblo e identidad.
Padre, perdónanos porque no sabemos lo que hacemos.
Jesús que naces enfermo y sin cura. Recordamos a todos los discapacitados físicos que sufren una total dependencia. A todos los discapacitados síquicos que señalamos y arrinconamos. En la oscuridad de la noche esperan contigo, Jesús, todos los niños africanos que nacerán con SIDA, los adultos que se contagiarán porque les negamos el preservativo.
Jesús inerme en el pulso helado del niño al que abandonamos, en la anorexia sin retorno de la adolescente, en la madurez truncada por el accidente y la discapacidad, en la vejez vacía de amor de las residencias. Oremos por cada débil sometido por el fuerte. Por cada niño acosado por sus compañeros de colegio. Por cada salario miserable, por cada explotación laboral.
Padre, perdónanos porque no sabemos lo que hacemos.
Jesús, ves cómo Pedro dice de nuevo no conocerte. En tus ojos se funden las lágrimas de todas las mujeres repudiadas, de todos los que serán despreciados por haber nacido diferentes. Tu mirada alcanza todas las heridas secretas e inconfesables de nuestras familias y nuestros pueblos; los golpes asestados entre hermanos, entre vecinos; la fractura de las generaciones en los conflictos civiles de cerca y de lejos; las guerras religiosas y las matanzas tribales.
Padre, perdónanos porque no sabemos lo que hacemos.
Jesús, eres inocente y te torturan. Oremos por todos los torturados del mundo, los de lejos y los de cerca, los que denunciamos y los que consentimos. Jesús, tus gritos estallan en la agonía de cada víctima de las minas anti-persona, en los espasmos de la hambruna, en los leprosos, los deformes y los mutilados, en todos los que por distintos motivos ya no reconocen su cuerpo.
En cada uno de tus pasos se arrastran contigo los enfermos sin recursos ni esperanza, los proyectos de vida rotos, los condenados de por vida. En tu silencio de esta noche Jesús, se enhebran todas las celdas habitadas a la fuerza; la lengua atada de los disidentes políticos en las dictaduras y la de los teólogos valientes de nuestra iglesia.
Padre, perdónanos porque no sabemos lo que hacemos.
Jesús, ya no te puedes levantar y obligan a Simón de Cirene a llevar tu cruz. Oremos por todos los que no consiguen levantarse: los que viven esclavos de la adicción o la enfermedad que desquiciarán a las familias mejor estructuradas. Por los niños que no tienen acceso a la escolarización y por aquellos que fracasan en sus estudios. Por los arruinados en esta crisis, por los que ven su negocio fracasar y por cuantos pierden su puesto de trabajo.
Padre, perdónanos porque no sabemos lo que hacemos.
Oremos por las mujeres, por las que viven el infierno de los malos tratos, por aquellas que renunciaron a sus carreras brillantes para criar a sus hijos; por las viudas jóvenes, por las que se sienten incapaces de vivir tras la pérdida del esposo; por las mujeres estériles sin un hijo por el que llorar. Mujeres de mirada triste que añoran a sus hijos mientras acompañan la vejez de los padres. Mujeres víctimas del abuso sexual que ven cómo sus verdugos se pasean libremente.
Oremos por las mujeres apartadas de los cargos de la Iglesia y de la empresa. Jesús que lloras por todo lo que soñaste para ellas y nunca podrán tener.
Padre, perdónanos porque no sabemos lo que hacemos.
Jesús, que naciste entre corderos, vas a morir entre ladrones. Clavada contigo está la desesperación de los que aguardan la última oportunidad para salvar sus propias vidas; la mano en el cinturón del terrorista suicida; la desesperación sin fondo de los hijos del abuso familiar; el horizonte negro de la culpabilidad aplastante; la asfixia de las sectas y de los fanatismos religiosos.
Jesús que mueres sin entender. En tu cuerpo también se enfrían todas las esperanzas que se abortaron, los corazones que al final de su vida fueron traspasados por la lanza del fracaso, los días que se oscurecieron de golpe por la tragedia; todas las vidas entusiastas que se entregaron por una causa que creyeron justa pero que cubrió el velo rasgado del olvido.
Padre, perdónanos porque no sabemos lo que hacemos.
José de Arimatea reclama tu cuerpo frío para ponerlo en el sepulcro. Con él venimos todos los mediocres, los que vivimos con miedo a arriesgar y perder lo que creemos que tenemos seguro, todos los que miramos para otro lado para no verte, para no sentirte, para no exponer nuestro corazón miserable a tu mirada
Padre, perdónanos porque no sabemos lo que hacemos.
Vicky Irigaray
Fuente Fe Adulta
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