Interesante artículo, pero echo de menos a Juana de Albret (1528-1572). Hija y sucesora al trono de Margarita de Navarra, siguió en los pasos de su madre y bajo sus auspicios se llevó a cabo la traducción del Nuevo Testamento a la Linguæ Navarrorum (euskera), rompió totalmente con el catolicismo.
Al igual que su madre escribía uno de sus poemas, “Jesús es mi esperanza”.
Fue excomulgada por el papa.
Declaró su reino oficialmente protestante aun cuando permitió que continuara el catolicismo. Para ella, la Reforma era oportuna y necesaria, tanto que pensaba que sería una cobardía y deslealtad a Dios dejar que el pueblo permaneciera en un estado de suspenso e indecisión.
Martín Lutero y las Reformas
Como bien sabemos, este año se viene celebrando en todo el mundo el 500 aniversario de la Reforma Protestante con una gran diversidad de eventos culturales y eclesiásticos. La elección de la fecha se debe a un acontecimiento de gran valor simbólico protagonizado por el entonces fraile agustino Martín Lutero, el cual puso en marcha un movimiento que fue capaz de aglutinar los anteriores intentos reformistas fracasados en torno a su figura carismática –es el caso de los valdenses, que surgieron en el último tercio del siglo XII, o de las figuras de John Wyclif (1320-1384) y Jan Hus (1369-1415)–. La hagiografía y la leyenda –más que la historiografía propiamente dicha– narran que el 31 de octubre de 1517 Lutero clavó sus famosas 95 tesis en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg. El profesor de Nuevo Testamento no hacía más que seguir la costumbre de la época, según la cual se hacían públicas las opiniones clavándolas en la puerta de la iglesia, y de este modo se abría el debate universitario a todo el que deseara participar. Ese gesto marcó en la memoria colectiva el inicio de un movimiento de renovación de la Iglesia occidental que se inspiró en cuatro sencillos principios –sola gracia, sola fe, solo Cristo y sola Escritura–, del que muchas Iglesias protestantes y evangélicas son herederas hoy.
Sin Martín Lutero no se habría producido la Reforma en Alemania, ya que sus críticas sobre el sistema de indulgencias, el poder papal o la corrupción del clero cayeron en un suelo fértil, mucho más fértil de lo que el propio Lutero pudo imaginar. Ahora bien: quienes protagonizaron el proyecto reformista durante la primera mitad del siglo XVI fueron diferentes figuras con importantes divergencias teológicas entre sí, así como con desarrollos eclesiales y teológicos independientes. Baste mencionar algunos ejemplos renombrados: el propio Lutero en los estados alemanes, Thomas Kramer en Inglaterra, Juan Calvino en Francia o Ulrich Zwinglio en Zúrich. En consecuencia, sería más apropiado hablar de “reformas” en plural, en lugar de “la reforma”, ya que desde sus mismos inicios la Reforma Protestante fue un fenómeno plural que incluyó, también, a mujeres notables. Durante las primeras décadas del siglo XVI, mujeres de toda condición social –ya pertenecieran a la nobleza, a la incipiente burguesía e incluso al campesinado–, abrazaron con entusiasmo los ideales de Lutero, Calvino o Zwinglio y se involucraron de forma activa en su propagación, sobre todo en las llamadas “ciudades libres”, como Basilea o Estrasburgo.
Las mujeres de la Reforma
– Predicadoras y teólogas que defendieron la actividad pública de las mujeres
Lutero y su mujer, Katharina von Bora Sin embargo, en la memoria colectiva apenas ha quedado recuerdo de ellas. En el monumento internacional de la Reforma construido en Ginebra entre 1909 y 1917 hay una sola mujer, cuyo nombre aparece en una estela añadida en una fecha tan reciente como el 3 de noviembre de 2002: la belga Marie Dentière (ca. 1495-1561). Antigua monja agustina, desempeñó un activo papel en la vida política y religiosa de Ginebra participando activamente en el cierre de conventos femeninos y predicando públicamente en contra del celibato. En 1539 escribió la conocida como Muy útil epístola (L’Epistre très utile), una carta abierta dirigida a la reina Margarita de Navarra (dcha), en la que rechazaba con ironía los roles de abnegada ama de casa y de esposa sumisa que proponía la Reforma Magisterial: “Solo quieren de nosotras, mujeres, que seamos agradables, como es nuestra costumbre, que hagamos nuestras labores, hilar la rueca, vivir como las mujeres antes que nosotras lo hicieron, como nuestras vecinas. Porque la que vive como su vecina no hace ni bien ni mal.”
Afirmaba, para escándalo de sus coetáneos, que hombres y mujeres estaban igualmente cualificados para interpretar las Escrituras y reflexionar teológicamente: “Si Dios ha dado gracia a algunas mujeres buenas, revelándoles a través de su Sagrada Escritura algo santo y bueno, ¿deberían ellas abstenerse de escribir, hablar o declararlo unas a otras por causa de los difamadores de la verdad?” Esta defensa provocó la indignación tanto de católicos como del reformador Juan Calvino, con el cual había colaborado durante algún tiempo, y muchos de sus escritos fueron prohibidos, e incluso destruidos.
Marie Dentière (izda) no fue la única mujer silenciada de su tiempo. Un segundo caso es el de Katharina Zell (Dcha), nacida Schütz (1497-1562), quien debió firmar algunos de sus escritos bajo el pseudónimo de su esposo, Matthäus Zell, un afamado predicador de Estrasburgo, para evitar la censura. En su comentario al Padre Nuestro se atrevió a comparar a Dios con una madre que conoce los dolores de parto; exigió la posibilidad del diaconado para las mujeres y defendió la participación pública de las reformadoras a partir de textos bíblicos como Gálatas 3,27s y los ejemplos de la profetisa Ana o de María Magdalena. Zell apelaba a menudo a la centralidad de la libertad de la conciencia individual, informada por el Evangelio, para defender los derechos de los anabautistas, duramente perseguidos por católicos y por otros movimientos reformados (luteranos y calvinistas). Se consideró a sí misma como “madre de la Iglesia”, y durante los dramáticos sucesos de la Guerra de los Campesinos (1524-1525), Zell organizó un eficaz servicio de acogida para los desplazados por el conflicto y asistió a cientos de refugiados, enfermos y presos. En 1562, gravemente enferma, predicó poco antes de morir en los funerales de dos mujeres anabautistas, a las que todos los pastores de la ciudad les habían negado cristiana sepultura.
– Nobles que ejercieron el patronazgo del movimiento reformado
Argula von Grumbach Aprovechando la innegable capacidad propagandística de la imprenta, varias mujeres de la nobleza dedicaron recursos económicos propios a publicar panfletos y otros textos polémicos a favor de los nuevos planteamientos reformados, como la duquesa regente Elisabeth von Braunschweig-Lüneburg (1510-1558), princesa de Calenberg-Göttingen, la cual recibió el título honorífico de “Reformationsfürstin”. De entre todas ellas destacamos a Argula von Grumbach (1492-1554), descendiente de una familia de la antigua nobleza bávara y considerada la primera mujer en publicar una carta a favor de la Reforma. Ante el estupor de los inquisidores, esta mujer y laica se atrevió a exigir un debate público en alemán a la Universidad de Ingolstadt en la carta de protesta escrita de su puño y letra, enviada el 20 de septiembre de 1523, donde denunciaba la expulsión de un joven magister de 18 años, Arsacius Seehofer, por haber hecho campaña a favor de las enseñanzas luteranas. Su carta no obtuvo respuesta oficial, pero se convirtió en un auténtico fenómeno editorial, con catorce reimpresiones en apenas unos meses, primero de forma casi simultánea en las ciudades de Núremberg y Basilea, y poco después en ciudades tan importantes como Augsburgo, Erfurt, Estrasburgo, Stuttgart o Leipzig. La campaña de Argula von Grumbach tuvo, lamentablemente, terribles consecuencias para ella: enemistada con buena parte de su familia, sufrió los malos tratos de su marido, enfurecido por haber sido depuesto de la prefectura ducal debido a las simpatías que su esposa había manifestado públicamente por Lutero.
– Esposas de ministros protestantes que desafiaron las convenciones sociales
Katharina von Bora La Reforma trajo consigo un cambio social crucial para quienes se dedicaban a ministrar la Iglesia. Frente al ideal católico del celibato obligatorio, los reformadores proponían el matrimonio y la familia como el estado ideal de vida para todo creyente cristiano, incluyendo a los ministros o pastores. En consecuencia, el matrimonio de los anteriores monjes/as, frailes y sacerdotes que se adhirieron al movimiento reformado se convirtió en una seña de identidad que produjo una curiosa oleada de bodas en la década de 1520.
La primera generación de esposas estuvo formada en su mayoría por monjas exclaustradas que debieron hacer frente tanto al estigma de la “barragana”, a las constantes habladurías acerca de las razones del abandono de sus votos, así como a las críticas acerca de su excesiva presencia pública que pronunciaron incluso reformadores como Lutero o Calvino. La nueva situación al frente de las parroquias les abrió un ámbito de servicio eclesial desconocido hasta entonces, ya que muchas mujeres actuaron de facto como ayudantes en las iglesias locales predicando e incluso celebrando los sacramentos del bautismo y la eucaristía en los primeros años, aunque sin remuneración alguna y siempre subordinadas a su esposo.
Es el caso de Katharina von Bora (1499-1552), una de las jóvenes monjas a las que Lutero había ayudado a huir del convento cisterciense de Marienthron tras pedirle ayuda por escrito y protagonizar una rocambolesca fuga. En 1525 contrajo matrimonio con Martín Lutero a sugerencia de ella, podríamos decir que casi por motivos puramente pedagógicos, para ilustrar el nuevo ideal de vida. Tuvo fuertes vínculos con la intelectualidad de su tiempo, ya que participó activamente en las famosas tertulias teológicas organizadas en su casa con estudiantes y otros reformadores (“Tischreden”), lo que le valió el apelativo de “doctora Katharina” o “doctora Lutero”. Auténtica emprendedora, supervisó la impresión de buena parte de las obras de su marido y sacó adelante a su extenso grupo familiar –que no solo incluía a los seis hijos habidos con Lutero, sino también a numerosos huéspedes y a estudiantes protegidos en su casa– y a las aproximadamente cuarenta persona asalariadas que trabajaban en su pequeño huerto y el establo, en una modesta piscifactoría, en el lagar de vino y la fábrica de cerveza. A su muerte, Lutero convirtió a su esposa en heredera universal, una decisión sorprendente para la época.
– Conclusión
Aunque sin su apoyo el movimiento reformado no habría alcanzado la popularidad que logró en las primeras décadas del siglo XVI, la historia de la primera generación de mujeres de la Reforma es la historia de su silenciamiento y ocultación. Estos se iniciaron en una fecha tan temprana como 1560, cuando se prohibirá explícitamente a las mujeres predicar y enseñar, deslegitimando los roles públicos que habían desempeñado hasta entonces. Las ideas de la Reforma generaron un inicial entusiasmo que se convirtió en pocos años en perplejidad e inquietud, a pesar de lo cual lograron empoderarse, empujando mucho más allá las intuiciones de Lutero, Calvino o Zwinglio –y, en ocasiones, incluso en contra de su pensamiento–. Todo un ejemplo para las mujeres hoy.
*Profesora de la Universidad de Deusto, Doctora en Teología Biblíca y Lcda. en Literatura Española.
Fuente Entreletras/Fraternidad Teológica Latinomericana
Para ampliar la Información, puede leerse el siguiente artículo: Las mujeres en la reforma protestante del siglo XVI.
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Iglesia Anglicana, Iglesia Luterana, Iglesias Reformadas (Calvinistas)
Argula von Grumbach, Elisabeth von Braunschweig-Lüneburg, Jan HusReforma ProtestanteJuan Calvino, John Wyclif, Katharina von Bora, Katharina Zell, Margarita de Navarra, Marie Dentière, Martín Lutero, Matthäus Zell, Thomas Kramer, Ulrich Zwinglio
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