Hay que celebrar una fiesta.
Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:
El evangelio del Evangelio.
Esta parábola del padre y los dos hijos es el Evangelio del Evangelio. Si alguien nos pregunta qué es el cristianismo, el cristianismo es esta parábola. Los cristianos creemos en un Dios que no se cansa de ser bueno, siempre y con todos.
- Parábola de amplio espectro.
Es un relato intenso y emotivo que tiene -o puede tener- muchas lecturas y perspectivas según sea nuestra situación.
Me voy a fijar en la memoria del Padre: vivimos de lo que recordamos y tal y como lo recordamos.
- el padre.
La parábola está elaborada con tres personas: un triángulo: el Padre, el hijo menor y el hijo mayor. Pero la figura central es el Padre: un padre que se conmueve y derrama bondad y misericordia.
La parábola la “preside” el padre, y no la preside con grandes símbolos y signos eclesiásticos o litúrgicos, autoritarios, sino con bondad, amor y compasión. A Dios no le cuesta ningún trabajo ser bondadoso ni perdonar.
Lo central en el cristianismo es un Dios bueno, acogedor, perdonador.
- Los dos hijos: dos caminos.
El hijo mayor y el hijo menor representan dos caminos, dos estrategias para ser libres y supuestamente felices.
- ü El hijo menor sigue la estrategia dionisíaca del placer, que le lleva a la degradación personal, a situaciones de muerte: estaba muerto y ha vuelto a la vida.El hijo pródigo quiere ser feliz, pero se equivoca de camino.
- ü El hijo mayor sigue la estrategia del deber y del cumplimiento, que le conduce a una religiosidad servil y esclava que sacrifica la alegría de vivir: no quiso entrar en la fiesta, en la vida.
El hijo mayor es la mentalidad de muchas personas ultra religiosas, que no aman, sino que quieren sacar partido de Dios. Yo lo he cumplido todo y tú me tienes que pagar…
- La diferencia está en la memoria de los dos hijos respecto del Padre.
Los dos hijos guardan una memoria muy distinta del Padre.
- ü El hijo perdido / muerto (¿y quién no somos hijos pródigos y en situaciones de muerte?) recuerda siempre a su padre como padre, aún en las situaciones más bajas y sombrías de su vida. En su memoria histórica personal evoca al Padre:
- ü ¡cuántos jornaleros en la casa de mi padre!… Padre, no merezco llamarme hijo tuyo…
El hijo perdido va preparando el elenco de pecados que ha cometido que debe decir a su padre. El Padre “no hace ni caso”[1] de lo que le cuenta su “hijo muerto”, más bien le tapa la boca: se conmueve y le devuelve a la vida: abrazos, túnica, sandalias, anillo, fiesta, música…
La memoria del Padre es sanante, liberadora, rehabilita en la vida.
También nosotros podemos llegar a situaciones de muerte, a abismos profundos y no solamente por el pecado, sino también por los fanatismos que podemos ejercer o soportar, por la depresión, por las noches oscuras del alma, abatimientos, decepciones.
La memoria -el recuerdo- del Padre redime, restaura, abre horizontes.
La última palabra del Dios de Jesús (del cristianismo) es la bondad, la gracia. La realidad última y definitiva cristiana es la casa el Padre: la vida, la fiesta.
- El hijo mayor.
El hijo mayor es una figura enigmática y trágica:
Nunca llama padre a su padre.
Nunca llama hermano a su hermano.
No es el Padre, sino el hijo mayor quien condena a su hermano menor. El Dios de Jesús no enjuicia a los “hijos perdidos”
El hermano mayor no considera a su hermano, hermano; mira a al hijo menor con desprecio y odio: ese hijo tuyo… que es un perdido. La mirada que el hermano mayor dirige a su hermano pequeño es la de Caín a Abel, es la mirada de los hermanos mayores a su hermano pequeño, José, (que le venden).
El hijo mayor en realidad nunca había percibido a su padre como padre. El hijo mayor no se había sentido ni hijo ni querido. El hijo mayor se sentía como un asalariado al que su Padre le debía pagar y nunca lo había hecho: ni siquiera me has regalado un cabrito, una cena…
¿No está muy extendida la mentalidad del hijo mayor en muchos católicos, en muchos eclesiásticos católico?
- El Padre quiere también a su hijo mayor.
Tras las protestas del hermano mayor por la fiesta que se está celebrando, el Padre se dirige al mayor con la expresión; ¡Hijo mío …siempre estás conmigo … todo lo mío es tuyo!
Todos somos hijos de Dios: “mayores y menores”.
Con un Padre así, con el Dios de Jesús se puede vivir, vale la pena vivir porque la vida es fiesta.
- la memoria del hijo mayor es otra.
La memoria y recuerdo del hijo mayor es otra: es una memoria legalista y cumplidora, justiciera, ultra-ortodoxa, es una mentalidad ultra religiosa, etc., pero no cristiana
Y no quería entrar en la vida, en la fiesta, en la bondad.
De la religión servil y esclavizante solamente salimos -y hay que salir cuanto antes- guardando o volviendo a la memoria del Dios de bondad.
- Reavivar el fuego de la bondad.
Probablemente nos hace falta avivar el recuerdo nostálgico de la bondad de Dios. Ello crea o re-crea unas relaciones sanantes, acogedoras, libres y liberadoras, dialogantes, inteligentes,
La salida a los grandes problemas de la vida no está en lo dionisíaco ni en la ley, ni en la religiosidad leguleya y farisaica, sino en la memoria sanante de un Dios Padre bondadoso.
No perdamos nunca la memoria de Dios Padre que nos ama no porque nosotros seamos buenos, sino porque Él es nuestro Padre.
- ü Aplicar esta memoria a nuestra memoria personal, a nuestros viejos sentimientos, a nuestro propio pasado, cura, sana.
- ü Hermosa tarea la de sanar la memoria y rupturas de nuestras familias y comunidades cristianas,
- ü Una iglesia, una diócesis en las que las relaciones las presidiera el Padre de la parábola, sería una iglesia muy distinta de la que conocemos, al menos en muchas diócesis, sería una iglesia – diócesis con problemas, pero una asamblea de fiesta y de vida.
- ü Haríamos bien en aplicar esta parábola -en la medida en que nos sea posible- a la memoria de nuestro pueblo, sería una gran labor pacificadora.
- Eucaristía: fiesta de la vida.
La Eucaristía es fiesta, había que celebrar una fiesta. En ella evocamos cuestiones decisivas para el ser humano: el sentido de la vida, el perdón, la mesa fraterna, la bondad del Padre.
Siempre en la vida estamos hijos en situación de muerte. Dios no nos abandona, nos aguarda siempre, porque también como el hijo menor:
Este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida
[1] El Evangelio no habla de confesión (JM Castillo), sino de encuentro y perdón.
Mudejarillo Biblia, Espiritualidad 4º Domingo de Cuaresma, Cuaresma, Dios, Evangelio, Hijo Pródigo, Jesús
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