Conversión… Saber esperar
Sabemos que nos esperas, Señor, porque sabes que la espera es esperanza… y esperamos también que riegues nuestras vidas con tu ternura… para que nuestra vida sea un reflejo de tu bondad y de frutos de justicia que haga mejor la de los demás…
Saber esperar; sabiendo
que el tiempo no existe ya.
Ni el correo ni la prensa
tienen caja forestal.
El sol es de ayer, de siempre.
Y un día es un día más.
La noche, con “muriçoca”.
La tuna, no es de fiar.
Mañana será otro día,
y arroz no nos faltará…
Despertaremos cansados,
“com vontade de sentar”;
pero con la espera al hombro,
¡y nos tocará esperar
otro día, todo el día,
…para aprender a esperar!
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Pedro Casaldáliga
Clamor elemental. Ed Sígueme, 1971
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En una ocasión, se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús contestó:
–“¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.”
Y les dijo esta parábola: “Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró.
Dijo entonces al viñador: “Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?
Pero el viñador contestó: “Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas”.
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Lucas 13, 1-9
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Todo es provisional en la vida del hombre, todo está ligado al tiempo: en este sentido, tanto justos como pecadores viven en el tiempo, tiempo que es un don de Dios para ellos, un tiempo de gracia, y por ello, un tiempo abierto a la conversión. Ni el pecador empedernido ni el justo empedernido permanecerán así para siempre. Están llamados a ser “pecadores en conversión”.
Dios nos toca de muchas maneras para llevarnos a este estado de conversión. Nosotros sólo podemos prepararnos para que Dios nos toque. Fuera de la conversión estamos fuera del amor. En este caso no le quedarían al hombre más que dos posibilidades: la satisfacción de sí y la justicia propia, o una profunda insatisfacción y la desesperación. Fuera de la conversión no podemos estar en la presencia del verdadero Dios, pues no estaríamos junto a Dios, sino ¡unto a uno de nuestros numerosos ídolos. Además, sin Dios, no podemos permanecer en la conversión, porque no es nunca el fruto de buenas resoluciones o del esfuerzo. Es el primer paso del amor, del Amor de Dios más que del nuestro. Convertirse es ceder al dominio insistente de Dios, es abandonarse a la primera señal de amor que percibimos como procedente de Él. Abandono en el sentido de capitulación. Si capitulamos ante Dios, nos entregamos a Él. Todas nuestras resistencias se funden ante el fuego consumidor de su Palabra y ante su mirada; no nos queda ya más que la oración del profeta Jeremías: “Haznos volver a ti, Señor, y volveremos” (Lam 5,21; cf. Jr 31,18).
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André Louf,
A merced de su gracia,
Madrid 1991, 19-24, passim.
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