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Archivo para Domingo, 24 de marzo de 2019

Conversión… Saber esperar

Domingo, 24 de marzo de 2019
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Sabemos que nos esperas, Señor, porque sabes que la espera es esperanza… y esperamos también que riegues nuestras vidas con tu ternura… para que nuestra  vida sea un reflejo de tu bondad y de frutos de justicia que haga mejor la de los demás…

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Saber esperar; sabiendo
que el tiempo no existe ya.

Ni el correo ni la prensa
tienen caja forestal.

El sol es de ayer, de siempre.
Y un día es un día más.

La noche, con “muriçoca”.
La tuna, no es de fiar.

Mañana será otro día,
y arroz no nos faltará…

Despertaremos cansados,
com vontade de sentar”;

pero con la espera al hombro,
¡y nos tocará esperar

otro día, todo el día,
…para aprender a esperar!

*

Pedro Casaldáliga
Clamor elemental. Ed Sígueme, 1971

***

En una ocasión, se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús contestó:

“¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.”

Y les dijo esta parábola: “Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró.

Dijo entonces al viñador: “Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?

Pero el viñador contestó: “Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas”.

*

Lucas 13, 1-9

***

Todo es provisional en la vida del hombre, todo está ligado al tiempo: en este sentido, tanto justos como pecadores viven en el tiempo, tiempo que es un don de Dios para ellos, un tiempo de gracia, y por ello, un tiempo abierto a la conversión. Ni el pecador empedernido ni el justo empedernido permanecerán así para siempre. Están llamados a ser “pecadores en conversión”.

Dios nos toca de muchas maneras para llevarnos a este estado de conversión. Nosotros sólo podemos prepararnos para que Dios nos toque. Fuera de la conversión estamos fuera del amor. En este caso no le quedarían al hombre más que dos posibilidades: la satisfacción de sí y la justicia propia, o una profunda insatisfacción y la desesperación. Fuera de la conversión no podemos estar en la presencia del verdadero Dios, pues no estaríamos junto a Dios, sino ¡unto a uno de nuestros numerosos ídolos. Además, sin Dios, no podemos permanecer en la conversión, porque no es nunca el fruto de buenas resoluciones o del esfuerzo. Es el primer paso del amor, del Amor de Dios más que del nuestro. Convertirse es ceder al dominio insistente de Dios, es abandonarse a la primera señal de amor que percibimos como procedente de Él. Abandono en el sentido de capitulación. Si capitulamos ante Dios, nos entregamos a Él. Todas nuestras resistencias se funden ante el fuego consumidor de su Palabra y ante su mirada; no nos queda ya más que la oración del profeta Jeremías: “Haznos volver a ti, Señor, y volveremos” (Lam 5,21; cf. Jr 31,18).

*

André Louf,
A merced de su gracia,
Madrid 1991, 19-24, passim.

***

***

 

"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , , ,

“Antes de que sea tarde”. 3 Cuaresma – C (Lucas 13,1-9)

Domingo, 24 de marzo de 2019
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Miracleofthefig-620x560Había pasado ya bastante tiempo desde que Jesús se había presentado en su pueblo de Nazaret como Profeta, enviado por el Espíritu de Dios para anunciar a los pobres la Buena Noticia. Sigue repitiendo incansable su mensaje: Dios está ya cerca, abriéndose camino para hacer un mundo más humano para todos.

Pero es realista. Jesús sabe bien que Dios no puede cambiar el mundo sin que nosotros cambiemos. Por eso se esfuerza en despertar en la gente la conversión: «Convertíos y creed en esta Buena Noticia». Ese empeño de Dios en hacer un mundo más humano será posible si respondemos acogiendo su proyecto.

Va pasando el tiempo y Jesús ve que la gente no reacciona a su llamada como sería su deseo. Son muchos los que vienen a escucharlo, pero no acaban de abrirse al «Reino de Dios». Jesús va a insistir. Es urgente cambiar antes que sea tarde.

En alguna ocasión cuenta una pequeña parábola. El propietario de un terreno tiene plantada una higuera en medio de su viña. Año tras año, viene a buscar fruto en ella y no lo encuentra. Su decisión parece la más sensata: la higuera no da fruto y está ocupando inútilmente un terreno, lo más razonable es cortarla.

Pero el encargado de la viña reacciona de manera inesperada. ¿Por qué no dejarla todavía? Él conoce aquella higuera, la ha visto crecer, la ha cuidado, no quiere verla morir. Él mismo le dedicará más tiempo y más cuidados, para ver si dar fruto.

El relato se interrumpe bruscamente. La parábola queda abierta. El dueño de la viña y su encargado desaparecen de escena. Es la higuera la que decidirá su suerte final. Mientras tanto, recibirá más cuidados que nunca de ese viñador que nos hace pensar en Jesús, «el que ha venido buscar y salvar lo que estaba perdido».

Lo que necesitamos hoy en la Iglesia no es solo introducir pequeñas reformas, promover el «aggiornamento» o cuidar la adaptación a nuestros tiempos. Necesitamos una conversación en un nivel más profundo, un «corazón nuevo», una respuesta responsable y decidida a la llamada de Jesús a entrar en la dinámica del Reino de Dios.

Hemos de reaccionar antes de que sea tarde. Jesús está vivo en medio de nosotros. Como el encargado de la viña, él cuida de nuestras comunidades cristianas, cada vez más frágiles y vulnerables. Él nos alimenta con su Evangelio, nos sostiene con su Espíritu.

Hemos de mirar el futuro con esperanza, al mismo tiempo que vamos creando ese clima nuevo de conversión y renovación que necesitamos tanto y que los decretos del Concilio Vaticano no han podido hasta ahora consolidar en la Iglesia.

José Antonio Pagola

 

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“Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera”. Domingo 24 de marzo de 2019. 3º de Cuaresma

Domingo, 24 de marzo de 2019
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19-cuaresmaC3 cerezoLeído en Koinonia:

Éxodo 3, 1-8a. 13-15: “Yo soy” me envía a vosotros.
Salmo responsorial: 102: El Señor es compasivo y misericordioso.
1Corintios 10, 1-6. 10-12: La vida del pueblo con Moisés en el desierto fue escrita para escarmiento nuestro.
Lucas 13, 1-9:  Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.

Análisis

El texto del libro del Éxodo nos presenta una versión -la más conocida, seguramente- de la así llamada vocación de Moisés, que es también la “autopresentación” de Yavé.

Las antiguas opiniones sobre diferentes fuentes hablan de dos antiguas tradiciones que se integran en este texto. Según Gen 4,26 Enosh fue el primero en invocar el nombre de Yavé, sin embargo, acá Moisés no lo conoce por lo que Diosa se lo debe revelar. Por otra parte el nombre del monte es Horeb y no Sinaí, y el suegro de Moisés es Jetró mientras que en 2,18 es Reuel. Así se ha hablado de las diferentes tradiciones a las que históricamente se las llamó Elohista y Yahvista, aunque el tema hoy está en discusión (en especial la antigüedad de éstas, y la existencia del primero).

Muchos elementos podríamos señalar, pero destaquemos solo algunos:

Moisés es llamado, y como es frecuente en los relatos de vocación de la Biblia se sigue un esquema similar: (1) oración y respuesta, v.7 y v.9; (2) promesa de salvación, v. 8 y v.10; (3) encargo, v.16-17 y v.10; (4) objeción, 4,1 y v.10; (5) signo, 4,1-9 y v.12; (6) nueva objeción, 4,10 y v.13; (7) respuesta final de Dios, 4,13-16 y 4,17. Como se ve, parecería que las dos fuentes entremezcladas tienen el mismo esquema. Que se utilice un “relato de vocación” nos pone en el contexto de los profetas, lo que no es ajeno al texto, ya que Moisés debe ser “escuchado” como uno que habla “en nombre de Dios”.

Otro elemento es lo que causa la intervención de Dios: lo que lo motiva es “el clamor”. El grito de dolor no deja a Dios “fuera” de la historia. Desde el clamor de la sangre de Abel, Dios toma partido por “los-que-claman”, los que sufren la opresión e injusticia (Gn 18,21; 19,13; Ex 11,6; 22,22: “no dejaré de oír su clamor”; 1 Sam 9,16; Is 5,7; Sal 9,13). El clamor de su pueblo no le permite “hacer oídos sordos”, y frente a ese dolor es que elige y envía a su elegido “Moisés”.

Finalmente digamos algo sobre el ”nombre” de Dios. Entre los antiguos semitas, el “nombre” es el sentido, es su misma existencia. Que Dios tenga nombre, y distinto del nombre que recibió hasta ahora indica que algo ha cambiado (cambiamos de Dios); este es un Dios que se muestra a partir de la historia, como un Dios que manda a los que elige para dar respuesta a los clamores que lo conmueven y no lo dejan indiferente. ¿Qué significa el nombre de Dios? Podemos preguntarnos qué significó en su origen, y qué significó para los lectores del Éxodo. No es fácil dar respuesta, lo cierto es que parece incluir el verbo “ser”/“estar”: las opiniones más sólidas hoy son tres: “yo soy el que hace ser”, lo que remite a que Dios es creador, aunque no se entiende a qué viene esta confesión de fe en este momento; además de que el reconocimiento de Dios como creador parece más tardío, como en el 2º Isaías, en tiempos del exilio); “yo soy el que soy” en el sentido de resaltar Dios existe, mientras que los dioses-ídolos no existen (en ese sentido parece usarlo Os 1,9), el marco remite en cierto modo a la alianza y la “duplicación” destaca la soberanía de Dios que “hace misericordia con quien hace misericordia” (Ex 33,19), es decir: siempre; finalmente, “yo soy el que estaré” (con ustedes), es el Dios de la presencia salvadora, el que acompaña la historia. Este último por el contexto, y el anterior por el marco son los que nos parecen más probables: Dios garantiza su presencia y se enfrenta con los dioses de Egipto: el clamor de su pueblo por el sufrimiento no puede quedar impune.

La Primera carta de Pablo a los Corintios presenta muchas dificultades cuando pretendemos “ubicarla”. Parece muy desordenada, y no es evidente que todo esté en el lugar que Pablo lo pensó. Sabemos que Pablo contesta preguntas escritas que la comunidad le ha hecho (7,1) y es probable que cada vez que usa “con respecto a” también lo esté haciendo (7,1.25; 8,1; 12,1; 16,1.12). Eso no impide que se hayan introducido en el resto de la carta textos provenientes sea de otras cartas o de nuevas circunstancias que exigieron una reelaboración del escrito por parte del mismo Pablo (esta última es nuestra opinión pero no es el caso destacarla acá). En principio, entonces, el texto de 1 Cor 10,1-13 pertenece al bloque donde Pablo responde acerca de la carne ofrecida a los ídolos.

La referencia a las figuras (typos) del AT que recuerdan el bautismo y la eucaristía, parecen decir que no se debe creer que por ser partícipes de la comunidad sacramental, no por estar bautizados y tomar parte de la eucaristía tenemos la garantía de no caer (eso sería hacerse un ídolo; ver 11,30). La idolatría es la clave de la unidad (lamentablemente omitida por el texto litúrgico). Los israelitas cayeron, y también nosotros debemos cuidarnos de no caer: “el que crea estar de pie cuide de no caer” es la conclusión y la clave del texto.

El Evangelio se ubica en el “viaje a Jerusalén” donde Lucas presenta muchos textos de su fuente propia, “L”, un poco -aparentemente- desordenados. Sin embargo, el relato presenta una cierta semejanza en la forma con lo que viene diciendo: en 12,51 también había preguntado “creen que…” y su respuesta fue “les aseguro que…” concluyendo con una parábola. En este caso se presenta abruptamente una situación histórica, con una aparente interpretación religiosa. Jesús corrige esa interpretación e incluso presenta otra situación semejante que se prestaría a la misma interpretación. “No, les aseguro” es la corrección que Jesús propone (vv.3.5) para lo cual presenta otra parábola (vv.6-9).

El acontecimiento histórico nos es desconocido. Se han propuesto diferentes hechos, pero ninguno coincide exactamente con este. Es extraño que Flavio Josefo no lo haya narrado siendo, como es, muy poco amigo de Pilato. Pero el debate supone un (o dos) acontecimiento(s) ocurridos realmente. La mezcla de sangre de galileos con la de los sacrificios hace pensar en la fiesta de la Pascua: en esa fecha Pilato y los peregrinos -también los de Galilea- se encuentran en Jerusalén, y los laicos participan de los sacrificios ya que deben llevar a su casa, o lugar de tránsito, el cordero para ser comido en familia. El otro hecho afecta a 18 personas, si el primero es incidental, este es ocasional, en el primero hay un criminal, pero en el segundo hay un hecho casual, lo común de ambos son los muertos y la interpretación que los interlocutores de Jesús hacen del hecho. De la torre de Siloé sabemos de su existencia, y su ampliación. Josefo la narra, pero no cuenta -tampoco- ningún accidente de este tipo. No sabemos si Lc no está pensando o puede estar releyendo la caída de Jerusalén posterior al 70, pero más allá del o los hechos históricos, lo importante es la respuesta a la imagen de Dios que todo esto supone.

Comentario

Jesús nos enseña, en el texto de hoy a aprender a escuchar la voz de Dios en los acontecimientos de la historia. De hecho sus interlocutores también lo hacían, y por eso van a contarle los hechos, pero escuchaban mal, Dios no decía lo que ellos entendían. Es verdad que Dios habla, pero hay que aprender a escucharlo. Dios no nos dice que los muertos de esos acontecimientos drásticos eran pecadores, de hecho todos lo son. Lo que Dios nos dice es que por serlo, debemos convertirnos y dar frutos de conversión. Los frutos son una palabra de Dios para esta etapa de la historia.

Vivimos en sociedades llamadas cristianas. “Occidental y cristiana” se decía, y los frutos fueron torturas, desapariciones, asesinatos, delaciones, miedo, desesperanza… y más todavía: hambre, desocupación, analfabetismo, falta de salud y vivienda, desesperanza… y “por los frutos se conoce el árbol“. Hoy, muchos llamados cristianos siguen viviendo su fe muy lejos de los frutos de amor y justicia que nos pide el Evangelio: participan de mesas de dinero, de la tiranía del mercado, pagan sueldos “estrictamente «justos»” y precisamente bajos, están afiliados a partidos que nada tienen que ver con la Doctrina Social de la Iglesia (¿se puede -por ejemplo- ser cristiano y neo-liberal? ¡ciertamente no!). ¿Y los frutos? Individualismo, hambre, pobreza… Así, por ejemplo, vemos que uno de los problema que tenemos en América Latina para el reconocimiento “oficial” de nuestros mártires es que quienes los han matado “se llaman ellos mismos cristianos!”, y esto desconcierta a muchos.

No bastan las palabras. De nada sirve una higuera estéril. Una higuera debe dar higos ya que para eso ha sido plantada. Un pueblo redimido por Cristo, debe edificar, con su vida (y con su muerte si fuera necesario) un Reino que dé frutos de verdad, de justicia y de paz, de libertad, de vida y de esperanza…. Estamos lejos, ¡muy lejos! de lograrlo. Es verdad que en decenas de comunidades hay también frutos muy vivos de solidaridad, de paz, de oración, de justicia y de vida, de celebración y de esperanza… y podríamos multiplicar los frutos que vemos en las comunidades; pero todo lo anterior también es cierto. Faltan muchos frutos que dar, falta mucha vida que cosechar y alegría que festejar. El continente de la violencia, de la injusticia y el hambre reclama frutos de los cristianos. Y esos frutos deben darse en la historia. Los acontecimientos cotidianos, de dolor y de muerte, que tan frecuentes vivimos en América Latina nos dan una palabra de Dios, una palabra que debemos aprender a escuchar, que debemos comprender para no creer que Dios dice lo que no está diciendo. Jesús nos enseña la “dinámica del fruto” para aprender a reconocer allí un Dios que sigue hablando y que nos sigue llamando a la conversión. no para una conversión individual y personal, sino que dé frutos para los hermanos, para la historia y para la vida. Y la Cuaresma es tiempo oportuno para empezar a darlos… Leer más…

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24.3.19. De Yahvé, Dios de Israel, al Dios cristiano y musulmán

Domingo, 24 de marzo de 2019
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1EF02FDC-2B94-4003-8C6A-6B8CE26D2B96Del blog de Xabier Pikaza:

 Este domingo, 3º de Cuaresma, la liturgia presenta el más poderoso de todos los pasajes del Antiguo Testamento: La revelación del Nombre‒Presencia de Dios en el principio de la historia de Israel, en el Éxodo de Egipto (Éx 3, 1-8a. 13-15).

Éste es un texto prodigioso, en sentido histórico, teológico y literario: La revelación del nombre de Yahvé como presencia salvadora, el nacimiento del pueblo de Israel. Toda la historia de occidente (e incluso del Islam) depende de algún modo de este texto, que voy a comentar de un modo más preciso, fijándome no sólo en el pasaje estricto que ofrece la liturgia, sino en su contexto histórico‒teológico.

(Éste es un tema que está tomado básicamente del Gran Diccionario de la Biblia y de Dios judío, Dios cristiano).

  1. UN MOMENTO Y LUGAR EN LA HISTORIA: MOISÉS ANTE DIOS

  Atrás han quedado las historias de la creación y los primeros hombres (Gen 1-11), las tradiciones patriarcales (Gen 12-50), la cautividad de los hebreos en Egipto y el nacimiento de Moisés (Ex 1-2) (cf. cap. 2‒3). La nueva historia de Israel comienza de un modo abrupto, con una noticia sorprendente:

 Después de mucho tiempo, murió el rey de Egipto y los israelitas clamaban desde su servidumbre y el grito que nacía de su servidumbre subió a Elohim. Y Elohim escuchó su clamor y se acordó de su alianza con Abrahán, con Isaac y con Jacob. Y Elohim miró a los hijos de Israel y les conoció (=les re-conoció como suyos) (Ex 2, 23-25)[1] (1)

La muerte del Faraón que había querido matar a Moisés, obligándole a escapar de Egipto (Ex 2, 15), sirve de enganche con lo anterior. Y los israelitas clamaban, con un gemido que nace de la servidumbre y condensa la más honda historia humana. El redactar de este pasaje mira los acontecimientos desde el reverso de la historia. No escribe la crónica oficial: no se fija en las conquistas de los reyes; lo que importa de verdad es el grito de servidumbre y dolor de los que claman, un grito que llega hasta Elohim, nombre genérico del Dios de todos los hombres.

En el principio de la nueva historia está Elohim, Dios universal que escucha (wayyisma´) a los que gritan y les mira (wayyare´). En las teofanías suele afirmarse que el hombre mira-ve a Dios (sin verle en sí mismo). Pero aquí es el mismo Dios quien escucha-mira, recordando (wayyizkar) su compromiso de fidelidad. No son los hombres los que recuerdan a Dios, sino Dios quien les recuerda y re-conoce (wayyida´).

Los cuatro verbos hebreos de acción que he citado van unidos en dos unidades paralelas: (a) Dios escucha y mira, atento a las necesidades de los hombres (del pueblo de los patriarcas israelitas), a los que ha creado, como seres libres, interesándose por ellos. (b) Dios recuerda su alianza (su compromiso de amor) y conoce (reconoce a los hombres como suyos y así les acepta). A partir de aquí se entiende el texto:

 Moisés pastoreaba el rebaño de Jetró, su suegro, sacerdote de Madián, y conduciendo el rebaño más allá del desierto, llego al monte de Elohim, al Horeb. Y el ángel de Yahvé se le apareció como llama de fuego en medio de una zarza. Miró y vio que la zarza ardía en el fuego y no se consumía. Y dijo Moisés: “Voy a desviarme y mirar este espectáculo tan grande: por qué no se consume la zarza”. Y vio Yahvé que se acercaba a mirar y le llamo Elohim desde el medio de la zarza, diciendo: ¡Moisés, Moisés! Y él (Moisés) respondió: ¡Heme aquí!

Y le dijo (Elohim): No te acerques aquí; quítate las sandalias de los pies, porque el lugar sobre el que pisas es terreno santo. Y le dijo: Yo soy el Dios de tu padre, el Dios Abrahán, el Dios de Isaac y Jacob… Entonces Moisés se cubrió el rostro, pues tuvo miedo de contemplar a Elohim. Y dijo Yahvé. He visto la aflicción de mi pueblo de Egipto y he escuchado el grito que le hacen clamar sus opresores, pues conozco sus padecimientos. Y he bajado para liberarles del poder de Egipto y para subirles de esta tierra a una tierra buena y ancha, a una tierra que mana leche y miel, el país del cananeo, del heteo… El clamor de los hijos de Israel (se eleva) hasta mí y he visto la opresión con que les oprimen los egipcios. Por tanto ¡Vete! Yo te envío al Faraón, para que saques a mi pueblo… de Egipto.

Dijo Moisés a Elohim: ¿Quién soy yo para ir al Faraón y para sacar a los israelitas de Egipto? Y respondió (Dios): ¡Estaré contigo! (`hyh `immak). Y este será es signo de que te he enviado: cuando saques al pueblo de Egipto adorareis a Elohim sobre este monte. Y dijo Moisés a Elohim: Cuando yo vaya a los hijos de Israel y les diga: el Dios (=Elohim) de vuestros padres me ha enviado a vosotros, si ellos me preguntan cuál es su nombre ¿qué he de decirles?

         Y dijo Elohim a Moisés: Yo soy el que soy (=Yahvé). Y añadió: así dirás a los hijos de Israel: Yo soy (´hyh) me ha enviado a vosotros. Y volvió a decir Elohim a Moisés: Así dirás a los hijos de Israel: Yahvé, Dios (=Elohim) de vuestros padres… me ha enviado a vosotros. Este es mi nombre para siempre y ésta es mi invocación (cf. Ex 3, 1-15).

Moisés pastoreaba el desierto que se extiende del Neguev al Sinaí, en la tierra de los madianitas, que parece originalmente vinculada al culto de Yahvé. (Y yendo) más allá del desierto llegó al monte de Elohim, el Horeb. El texto nos sitúa ante una altura sagrada, conocida en tradiciones o cultos precedentes. Moisés ha realizado un esfuerzo hasta llegar al monte de Dios. Eso significa que conoce de algún modo la sacralidad del lugar. Todo el pasaje nos va preparando para el encuentro de Moisés con Dios, y para la revelación salvadora del nombre de Yahvé.

Y el ángel de Yahvé se le apareció. Ya no es Dios quien mira la opresión de los hombres (como en 2, 25), sino el hombre el que puede mirar al Dios que se revela. Pues bien, de pronto, de un modo sorprendente, en este contexto de la montaña de Elohim, Dios cósmico, Señor de todas las gentes y lugares, viene a revelarse el malak Yahvé, esto es, el enviado personal de Dios Yahvé (=Yahvé Mensajero, hecho palabra y despliegue de salvación para los oprimidos). La introducción de ese nombre indica que entramos en un nuevo espacio y tiempo religioso. Todo lo que venga luego será expresión de ello.

Como llama de fuego en medio de una zarza… que no se consume. Conforme a un esquema usual en muchas tradiciones religiosas, la manifestación de Dios se encuentra vinculada con el fuego: Llama que arde, ilumina y calienta, en signo de renacimiento constante. Nuestro pasaje vincula así fuego y zarza (árbol y llama), en paradoja que expresa el sentido radical de lo divino. No olvidemos que Moisés ha tenido que atravesar el desierto y llegar a la montaña sagrada.

Conforme a Gen 11,39-12,1, Abrahán encontró (oyó) a Dios en una ciudad extraña (Harrán), para verle luego en la tierra prometida (Siquem). Moisés le ha visto en el desierto, fuera del lugar de opresión (Egipto) y de la tierra prometida (Canaán). En esa línea, la tradición israelita guardará el recuerdo del desierto como espacio del primer encuentro de Moisés (y los israelitas) con Dios. Sin esta purificación y prueba de soledad y fuego sagrado de la estepa pierde su sentido lo que sigue:

 ‒ Altura sagrada. Yahvé, Dios israelita, se revela en la “montaña de Elohim”, Dios del cosmos, señor del desierto, pero no para quedarse allí sino para liberar a los hebreos, sacándoles de Egipto. Yahvé es Dios liberador, pero su historia está vinculada a la tradición de la “montaña sagrada” de las religiones antiguas. En ese fondo ha de entenderse el camino (vocación liberadora) de Moisés.

Zarza ardiente. Árbol y arbusto son desde antiguo signos religiosos, como aparecía en la historia de Abrahán (encina de Moréh: Gen 12, 5; 13, 18) y como sabe la tradición religiosa cananea, combatida por los profetas (culto de la piedra y árbol, de Baal y Ashera). Pues bien, en este momento, en medio del desierto, la visión de Dios se encuentra vinculada con un árbol ardiente: la misma vegetación se vuelve ardor y fuego donde Dios se manifiesta.

Zarza en llama. Fuego paradójico, arbusto que arde sin consumirse, esto es Dios, vida que se sigue manteniendo en aquello que parece incapaz de tener vida. Quizá pudiera trazarse un paralelo: los hebreos oprimidos son la zarza, arbusto frágil que en cualquier momento puede quebrar y destruirse, desapareciendo en el desierto o la montaña de los grandes pueblos. Pues bien, en esa zarza se desvela Dios, como vida fuerte en lo más débil.

Y dijo Moisés: Voy a mirar. Parece empujarle la curiosidad normal del que ha visto un fenómeno que le sorprende. Así empieza la historia de Moisés. Ha venido a la Montaña de Dios dispuesto a ver el “espectáculo”, como simple curioso que mira las cosas desde fuera. Pero en ese contexto interviene Dios: “Y vio Yahvé que se acercaba a mirar y le llamó Elohím desde el medio de la zarza” (Ex 3,4).

El ángel de Yahvé que mira desde la zarza (wayyare’ de 3,4) es el mismo Yahvé. Conforme a la teología israelita, el texto le presenta aquí como Elohim, que se aparece y llama (wayyikra´; cf. Gen 22,11; 1 Sam 3, 4 etc). No empieza pidiendo, no enseña, no impone; simplemente llama, pronunciando el nombre de aquel a quien dirige su palabra. Más tarde, Moisés le preguntará su nombre, para dialogar con él de manera personal, y Dios responderá diciendo: Soy-el-que-soy (3,14).

Pues bien, antes que el hombre pregunte a Dios por su nombre divino, Dios empieza llamándole por su nombre humano, diciendo ¡Moisés, Moisés!, y él hombre responde: ¡Heme aquí! (3, 4), no puede responder ¡Yahvé, Yahvé! (como hará en Ex 34,5), pues no conoce el nombre de Dios, no le puede invocar. Simplemente dice ¡Heme aquí! con la actitud del que responde a la voz de un superior, que marca su distancia, en gesto de mandato religioso ¡No te acerques, quita las sandalias, porque la tierra (‘adamah) que pisas es terreno santo!

No dice ´ares (en sentido general) sino ´adamah, tierra humanizada: Sobre la montaña de Elohim se ha circunscrito, en torno a la zarza ardiente, un lugar de presencia de Dios. Al descalzarse sobre el suelo sagrado, para así cumplir el mandato de Dios, Moisés deja de contaminar la tierra con sus pies manchados, y, al mismo tiempo, recibe por ellos la sacralidad intensa de esa tierra. De manera muy significativa se han vinculado en esta experiencia varios rasgos de Dios.

‒ Dios de un lugar santo, de unos oprimidos. Yahvé es Dios de un lugar santo o ´adamah donde expresa su presencia como fuego. De esta forma se recoge la experiencia antigua de la santidad vinculada a un preciso lugar teofánico (cf. Ex 19). Pero, al mismo tiempo, es Dios de los oprimidos, y así escucha su gemido y viene para liberarles. Así desborda los límites de una sacralidad local y se muestra como redentor de esclavos.

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Tres maneras de morir y una sola de salvarse. Domingo 3º de Cuaresma. Ciclo C.

Domingo, 24 de marzo de 2019
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SiloéLa piscina de Siloé

Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El evangelio de hoy es exclusivo de Lucas, sin correspondencias en Mateo y Marcos. Y las tres breves partes en que podemos dividirlo se centran en el mismo tema, muy apropiado a la Cuaresma: la conversión.

Lectura del santo evangelio según san Lucas 13, 1-9

En una ocasión, se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó:

            – ¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pareceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceareis de la misma manera.

            Y les dijo esta parábola: “Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde? Pero el viñador contestó: Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas”.

Tres maneras de morir

            1) Asesinado por Pilato; 2) Aplastado por una torre; 3) Negándonos a convertirnos.

   Todo comienza con el aparente deseo de informar a Jesús, galileo, de lo que ha hecho el procurador romano a otros galileos: matarlos mientras ofrecían sacrificios en el templo [1]. Parece un informe imparcial, pero es una trampa muy astuta: nadie le pregunta qué piensa de este hecho; se limitan a contarle el caso. Si responde airadamente, se enemistará con las autoridades; si se calla la boca, se revelará como un mal galileo y un mal israelita.

            Para quienes han venido a contarle el caso, todo se juega entre unos galileos muertos, Pilato y Jesús. Ellos se limitan a informar, como la prensa; el caso no les afecta personalmente. Y aquí es donde Jesús va a cazarlos en su propia trampa. Con una ironía muy sutil da por supuesto que sus informadores no le piden una declaración de tipo político (Pilato es un asesino, ¡muerte a los romanos!) sino de tipo religioso (esos galileos han muerto por ser pecadores). De hecho, la mayoría de los judíos de la época (y muchos cristianos actuales), consideran que una desgracia es consecuencia de un pecado.

            Pero Jesús toma un rumbo completamente distinto. Los importantes no son los galileos muertos, Pilato y Jesús. Los importantes son ellos, los que preguntan, que no pueden considerarse al margen de los acontecimientos. Si piensan que esos galileos eran más pecadores que ellos, se equivocan. También se equivocaron quienes pensaron que los dieciocho aplastados por el derrumbe de la torre de Siloé eran más pecadores que los demás.

            La muerte no solo la provocan políticos injustos y criminales (Pilato) o desgracias naturales evitables (la torre). Hay otra amenaza mucho más grave: la que tramamos contra nosotros mismos cuando nos negamos a convertirnos.

 

parabola-de-la-higuera

Dios pide higos a la higuera, no pide peras al olmo

             La historia de los galileos y de la torre la ha utilizado Jesús para avisar seriamente, y por dos veces: “Si no os convertís, todos pereceréis”. Quienes conciben a Jesús como un hippy de los años 80 del siglo pasado, repartiendo flores y besos, no han leído nunca el evangelio. Él no hay traído paz sino espada.

            Pero la invitación tan seria a convertirse, con la amenaza de perecer en caso contrario, no debe interpretarse de forma equivocada. Dios no va a caer sobre nosotros como una torre ni va a mandar a sus ángeles con espadas desenvainadas. Mediante un breve parábola Lucas cuenta cómo nos va a tratar: como un agricultor sensato, realista y paciente.

            Sensato, porque solo nos pide lo que podemos dar naturalmente, sin especial esfuerzo. De la higuera solo espera que dé higos, no plátanos ni melones. Lo que espera de nosotros es algo que cada uno debe pensar teniendo en cuenta sus circunstancias familiares y laborales, pero nunca esperará nada que exceda nuestra capacidad.

            Realista, porque no se deja engañar. La higuera lleva tres años sin dar fruto. Con él no valen las excusas del mal estudiante que asegura haber trabajado mucho cuando no ha dado golpe en todo el curso. A nosotros podemos engañarnos diciendo que damos fruto; a Dios, no.

            Paciente, porque ha esperado ya tres años, y todavía está dispuesto a conceder uno más.

            Pero la parábola no habla solo del dueño de la viña. El gran protagonista es el viñador, el que intercede por la higuera y se compromete a cavarla y echarle estiércol. Ya que la higuera nos representa a cada uno de nosotros, el viñador tiene que ser Jesús. Se espera que la higuera produzca fruto no solo por ella misma sino también gracias a su acción.

            En definitiva, la parabolita final matiza bastante la dureza de la primera parte del evangelio. Pero matizar no significa anular. Si nos empeñamos en no dar fruto, si no mejora nuestra relación con Dios y con el prójimo, por más que Jesús cave y trabaje, la higuera será cortada.

2ª lectura: Nosotros no somos distintos ni mejores (1 Cor 10,1-6.10-12)

        En el evangelio, Jesús advierte a los presentes que no deben considerarse mejores que los asesinados por Pilato o muertos por el derrumbe de la torre. La segunda lectura nos recuerdan que nosotros no somos mejores que el pueblo de Israel. A pesar de tantos beneficios divinos (paso del Mar, maná, agua que brota de la roca), muchos israelitas no agradaron a Dios y terminaron pereciendo en el desierto. Esto debe servirnos de ejemplo y escarmiento. Nos puede ocurrir lo mismo si nos comportamos igual que ellos. Dicho con las palabras del evangelio. “Si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo.”

          No quiero que ignoréis, hermanos, que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube y todos atravesaron el mar y todos fueron bautizados en Moisés por la nube y el mar; y todos comieron el mismo alimento, espiritual; y todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que los seguía; y la roca era Cristo. Pero la mayoría de ellos no agradaron a Dios, pues sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto.

            Estas cosas sucedieron en figura para nosotros, para que no codiciemos el mal como lo hicieron aquéllos. No protestéis, como protestaron algunos de ellos, y perecieron a manos del Exterminador.

         Todo esto les sucedía como un ejemplo y fue escrito para escarmiento nuestro, a quienes nos ha tocado vivir en la última de las edades. Por lo tanto, el que se cree seguro, ¡cuidado!, no caiga.

1ª lectura: Moisés (Ex 3,1-8.13-15)

            La primera lectura de los domingos de Cuaresma se dedica a recordar grandes personajes o momentos de la Historia de la Salvación, para sugerir que la Pascua es el culmen de dicha historia. Tras recordar a Abrahán el domingo pasado, hoy se cuenta la vocación de Moisés. La lectura del Éxodo nos habla de la preocupación de Dios por su pueblo esclavizado en Egipto. La vocación de Moisés será el primer acto de su liberación. Por eso, el estribillo del Salmo repite: “El Señor es compasivo y misericordioso”.

            En aquellos días, Moisés pastoreaba el rebaño de su suegro Jetró, sacerdote de Madián; llevó el rebaño trashumando por el desierto hasta Ilegar a Horeb, el monte de Dios. El ángel del Señor se le apareció en una Ilamarada entre las zarzas. Moisés se fijó, la zarza ardía sin consumirse.

            Moisés se dijo: “Voy a acercarme a mirar este espectáculo admirable, a ver cómo es que no se quema la zarza.” Viendo el Señor que Moisés se acercaba a mirar, lo, llamó desde la zarza:

            – “Moisés, Moisés.”

            Respondió él: 

            – “Aquí estoy.”

            Dijo Dios:

            – “No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado”, y añadió: “Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob.”

            Moisés se tapó la cara, temeroso de ver a Dios.

            El Señor le dijo:

            – “He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Voy a bajar a librarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra, para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel.”

            Moisés replicó a Dios:

            – “Mira, yo iré a los israelitas y les diré: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntan cómo se llama, qué les respondo?”

            Dijo Dios a Moisés:

            – “Soy el que soy. Esto dirás a los israelitas: Yo-soy me envía a vosotros.” Dios añadió: “Esto dirás a los israelitas: Yahvé (El-es), Dios de vuestros padres, Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, me envía a vosotros. Este es mi nombre para siempre: así me Ilamaréis de generación en generación.”

            Es lógico que el estribillo del Salmo repita: “El Señor es compasivo y misericordioso”. Pero la carta a los Corintios recuerda que, a pesar de tantos beneficios divinos (paso del Mar, maná, agua que brota de la roca), muchos israelitas no agradaron a Dios y terminaron pereciendo en el desierto. Y añade que esto debe servirnos  de ejemplo y escarmiento. Nos puede ocurrir lo mismo si nos comportamos igual que ellos. Dicho con las palabras del evangelio. “Si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo.”

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[1] Flavio Josefo no informa de este hecho, aunque sí de una matanza ordenada para reprimir una revuelta contra el uso del tesoro del templo para construir un acueducto (Guerra de los Judíos, libro II, 175-177). Tampoco tenemos información sobre el derrumbe de la torre de Siloé.

 

          

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III Domingo de Cuaresma. 24 marzo, 2019

Domingo, 24 de marzo de 2019
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Señor, déjala todavía este año;

yo cavaré alrededor y le echaré abono,

a ver si da fruto en lo sucesivo…”

(Lc 13, 1- 9)

Jesús nos habla de la igualdad. Nos dice que nuestra condición humana tiene grandeza y pequeñez, que nadie es mejor que nadie, que todos llevamos en nuestro interior semillas de humanidad y eternidad.

Nos habla de conversión, metanoia, cambio, mejor, transformación. Si disponemos nuestro ser al encuentro con el Amor de Dios, nuestras semillas de pequeñez, de límites, germinarán y serán fecundadas por Su Amor siendo transformadas. Así nuestra miseria, nuestro estiércol, que no nos gusta e intentamos ocultar, lo descubriremos como posibilidad de nuevo nacimiento. Un nacimiento no de seno humano sino del agua y del espíritu que es lo que posibilita la metanoia.

Jesús nos recuerda que es tiempo de transformar, de querer cambiar, de dejar de mirar nuestro ombligo, de erradicar nuestras pulsiones de dominio, poder, y vivir en la solidaridad donde todo es para todos. La maravilla es que todas las semillas que nos conforman no son ni buenas ni malas, son semillas, y toda semilla lleva en su interior posibilidad de fruto, germen de vida nueva.

Pero para ello hay que querer no tanto dar fruto, sino ser fruto. Y esto conlleva dejarse comer, entregarse, despertenecerse. Ser para los demás.

Así hace Dios con nosotras. No nos pide imposibles, lo único que quiere es que demos al cien por cien lo que somos.

No nos pide producir naranjas si somos higuera, ni nos pide producir limones si somos ciruelo, solo nos pide que seamos lo que estamos llamadas a ser.

Para ello nos riega con la ternura, la cercanía, la compasión, la escucha. Sí, esa es la metodología de Jesús, esperar, darnos tiempo y arropar nuestra tierra seca para que germine.

Oración

Jesús, viñador de nuestra tierra, gracias por tu espera paciente, por tu empeño constante, gracias por tu cercanía y compasión, riéganos con el agua de tu ternura, para que podamos ser ternura para nuestros hermanos.”

*

Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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Estamos aquí para rectificar nuestra trayectoria.

Domingo, 24 de marzo de 2019
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parabola-de-la-higueraLc 13,1-9

El mensaje de hoy es muy sencillo de formular, pero muy difícil de asimilar. Con demasiada frecuencia seguimos oyendo la fatídica expresión: ¡Castigo de Dios! El domingo pasado decíamos que no teníamos que esperar ningún premio de Dios. Hoy se nos aclara que no tenemos que temer ningún castigo. Premio y castigo son dos realidades correlativas, si se da una, se da la otra. Si Dios es el que manda la lluvia, la sequía es necesariamente un castigo. Es difícil superar la idea de “el Dios que premia a los buenos y castiga a los malos”. La dinámica en la que hemos metido a Dios, es un callejón sin salida, para Él y para nosotros.

La gran teofanía de Yahvé a Moisés, indica el principio de la liberación. Debemos tener mucho cuidado al leer estos textos. No son relatos históricos tal como entendemos hoy la historia. Hace referencia a acontecimientos del s. XIII a. de C. y se escribieron entre el VII y el IV. Los primeros relatos fueron orales. La última fijación de la Biblia se produjo en el siglo V a. de C. en tiempos de Esdras y Nehemías. Su único objetivo era afianzar la fe del pueblo.

Dios salva a su pueblo y en esa salvación, se reconoce como elegido por Dios. Fíjate bien: Dios responde a las quejas del pueblo. No es un Dios impasible, trascendente, que le importa muy poco la suerte de los seres humanos. Es un Dios que interviene en la historia a favor del pueblo oprimido. Así lo creían ellos, desde una visión mítica de la historia. Dios se sirve de los seres humanos para llevar a cabo la obra de salvación. Esto es muy importante a la hora de pensar la liberación. Somos nosotros los responsables de que la humanidad camine hacia una liberación o que siga hundiendo en la miseria a la mayoría de los seres humanos.

“Yo soy el que soy”. Estamos ante la intuición más sublime de toda la Biblia, y seguramente de todo el pensamiento religioso: Dios no tiene nombre, simplemente, ES. El nombre de Dios es una expresión verbal:El que es y será”. En aquella cultura, conocer el nombre de alguien era dominarlo. La enseñanza es que Dios es inabarcable y nadie puede conocerle ni manipularle. Es una pena que hayamos intentado durante dos mil años, meterlo en conceptos y explicarlo. Todos sabemos que el discurso sobre Dios es siempre analógico, es decir: sencillamente inadecuado, y solo “sequndum quid” acertado. Pero a la hora de la verdad, lo olvidamos y defendemos esos conceptos como si fueran la realidad de Dios.

Partiendo de la experiencia de Israel, Pablo advierte a los cristianos de Corinto que no basta pertenecer a una comunidad para estar seguro. Nada podrá suplir la respuesta personal a las exigencias de tu ser. El ampararse en seguridades de grupo, puede ser una trampa. Esta recomendación de Pablo está muy de acuerdo con el evangelio. Pablo dice: “El que se cree seguro, ¡cuidado! no caiga.” Y Jesús dice por dos veces: “si no os convertís, todos pereceréis”. La vida humana es camino hacia la plenitud, que necesita de constantes rectificaciones. Si no corregimos el rumbo equivocado, nos precipitaremos al abismo.

El evangelio de hoy nos plantea el eterno problema: ¿Es el mal consecuencia del pecado? Así lo creían los judíos del tiempo de Jesús y así lo siguen creyendo la mayoría de los cristianos de hoy. Desde una visión mágica de Dios, se creía que todo lo que sucedía era fruto de su voluntad. Los males se consideraban castigos y los bienes premios. Incluso la lectura de Pablo que acabamos de leer se pude interpretar en esa dirección. Jesús se declara completamente en contra de esa manera de pensar. Lo expresa claramente el evangelio de hoy, pero lo encontramos en otros muchos pasajes; el más claro, el del ciego de nacimiento, en el evangelio de Jn, donde preguntan a Jesús, ¿Quién peco, éste o sus padres?

Debemos dejar de interpretar como actuación de Dios lo que no son más que fuerzas de la naturaleza o consecuencia de atropellos humanos. Ninguna desgracia que nos pueda alcanzar, debemos atribuirla a un castigo de Dios; de la misma manera que no podemos creer que somos buenos porque las cosas nos salen bien. El evangelio de hoy no puede estar más claro pero, como decíamos el domingo pasado, estamos incapacitados para oír lo que nos dice. Solo oímos lo que nos permiten escuchar nuestros prejuicios.

Insisto, debemos salir de esa idea de Dios Señor o patrón soberano que desde fuera nos vigila y exige su tributo. De nada sirve camuflarla con sutilezas. Por ejemplo: Dios, puede que no castigue aquí abajo, pero castiga en la otra vida… O, Dios nos castiga, pero es por amor y para salvarnos… O Dios castiga solo a los malos… O merecemos castigo, pero Cristo, con su muerte, nos libró de él. Pensar que Dios nos trata como tratamos nosotros al asno, que solo funciona a base de palo o zanahoria, es ridiculizar a Dios y al ser humano.

Claro que estamos constantemente en manos de Dios, pero su acción no tiene nada que ver con las causas segundas. La acción de Dios es de distinta naturaleza que la acción del hombre, por eso la acción de Dios, ni se suma ni se resta ni se interfiere con la acción de las causas físicas. Desde el Paleolítico, se ha creído que todos los acontecimientos eran queridos por un dios todopoderoso. Pero resulta que Dios, por estar haciéndolo todo en todo instante, no puede hacer nada en concreto. No puede empezar a hacer nada, porque una acción es enriquecimiento del ser que actúa, y si Dios pudiera ser más, antes no sería Dios. No puede dejar de hacer nada de lo que hace, porque perdería algo y dejaría de ser Dios.

Si no os convertís, todos pereceréis. La expresión no traduce adecuadamente el griego metanohte, que significa cambiar de mentalidad, ver la realidad desde otra perspectiva. Perecer no es desaparecer sino malograr la existencia. No dice Jesús que los que murieron no eran pecadores, sino que todos somos igualmente pecadores y tenemos que cambiar de rumbo. Sin una toma de conciencia de que el camino que llevamos termina en el abismo, nunca estaremos motivados para evitar el desastre. Si soy yo el que voy caminando hacia el abismo, solo yo puedo cambiar de rumbo. Cada uno es responsable de sus actos. No somos marionetas, sino personas autónomas que debemos apechugar con nuestra responsabilidad.

La parábola de la higuera es esclarecedora. La higuera era símbolo del pueblo de Israel. El número tres es símbolo de plenitud. Es como si dijera: Dios me da todo el tiempo del mundo y un año más. Pero el tiempo para dar fruto es limitado. Dios es don incondicional, pero no puede suplir lo que tengo que hacer yo. Soy único, irrepetible. Tengo una tarea asignada; si no la llevo a cabo, esa tarea se quedará sin realizar y la culpa será solo mía. No tiene que venir nadie a premiarme o castigarme. El cumplir la tarea y alcanzar mi plenitud, será el premio, no alcanzarla el castigo. La tarea del ser humano no es hacer cosas sino hacerse, es decir, tomar conciencia de su verdadero ser y vivir esa realidad a tope.

¿Qué significa dar fruto? ¿En qué consistiría la salvación para nosotros aquí y ahora? Tal vez sea esta la cuestión más importante que nos debemos plantear. No se trata de hacer o dejar de hacer esto o aquello para alcanzar la salvación. Se trata de alcanzar una liberación interior que me lleve a hacer esto o dejar de hacer lo otro porque me lo pide mi auténtico ser. La salvación no es alcanzar nada ni conseguir nada. Es tu verdadero ser, estar identificado con Dios. Descubrir y vivir esa realidad es tu verdadera salvación.

Meditación

No tienes que esperar nada de fuera.
Dios ya te lo ha dado todo, lo que falta lo tienes que hacer tú.
La tarea fundamental está dentro de ti mismo.
Es un proceso de iluminación, de toma de conciencia de lo que eres.
Convertirse es centrarse, bajar al centro.
La única meta que te puede saciar está dentro.

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Como una higuera.

Domingo, 24 de marzo de 2019
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corta-arb“El hacha del leñador le pidió al árbol el mango, y el árbol se lo dio”. (Rabindranath Tagore)

Lc 13, 1-9Un hombre tenía plantada una higuera en su huerto. Fue a buscar fruto en ella y no lo encontró (v6)

Jesús, hombre de campo y amante de la naturaleza, como demuestran las constantes menciones que hace de elementos de los mismosla higuera estéril (Mc. 11, 13), la viña (Mt. 21, 33), el trigo y la cizaña (Mt. 13, 26), etc.-, contó parábolas porque, como dice Cantar de los Cantares Rabbah, sirven de llave para abrir los misterios que afrontamos, y nos ayudan a hacernos las preguntas correctas: cómo vivir en comunidad, cómo determinar lo que en última instancia importa, cómo vivir la vida que Dios quiere que vivamos. Las parábolas son el modo como enseñaba Jesús y son recordadas hasta el presente no sólo porque están en el canon cristiano, sino porque siguen provocando, desafiando e inspirando (Amy-Jill Levine, Relatos cortos de Jesús. Las parábolas enigmáticas de un rabino polémico).

Actualmente son numerosos los biblistas que consideran que las parábolas de Jesús no tratan, o no solamente, de la salvación, sino también de cuestiones prácticas como por ejemplo cómo nos comportamos con el prójimo, cómo nos comprometemos en las relaciones laborales, o abordamos los asuntos económicos o políticos.

En la parábola de la higuera estéril el evangelista, que pone esta enseñanza en labios de Jesús de Nazaret, ubica la misma en un pasaje en el cual se realiza una llamada a la conversión y al arrepentimiento, y con ella estimula a los oyentes a rectificar sus conductas: “Un hombre tenía plantada una higuera en su huerto. Fue a buscar fruto en ella y no lo encontró”.

En la de la viña, John Wesley “afirmaba que el “objetivo fundamentalde la parábola era mostrar que muchos judíos serían rechazados y muchos paganos admitidos”.

Y, finalmente, la del trigo y la cizaña, ha sido mencionada como ejemplo de la tolerancia que hay que tener sobre todo a personas con una religión distinta a la propia.

En su Carta al obispo Roger de Chalons, el obispo Wazo se basó en dicha parábola para argumentar que “la iglesia debe dejar que la disidencia crezca con la ortodoxia hasta que venga el Señor para separarlos y juzgarlos”.

El creyente ha de vivir, según manifiesta Jesús, en actitud de producir buenos frutos, es decir, buenas obras: hacer el bien, practicar la justicia, mantener unas buenas relaciones consigo mismo, con los demás y con el mundo entero: animal, vegetal y mineral. ¿No somos todos hijos de la misma Madre Naturaleza, y en consecuencia hermanos?

Una fraternidad tan sentida por todos los seres del Universo, que hasta los inanimados responden con generosidad a ella, como testimonian estas palabras de Rabindranath Tagore: “El hacha del leñador le pidió al árbol el mango, y el árbol se lo dio”.

Teilhard de Chardín, dijo:

EN BUSCA DE DIOS

 “¡Te necesito, Señor!, 

porque sin Ti mi vida se seca. 

Quiero encontrarte en la oración, 

En tu presencia inconfundible, 

durante esos momentos en los que el silencio 

se sitúa de frente a mí, ante Ti. 

¡Quiero buscarte! 

Quiero encontrarte dando vida a l8aturaleza que Tú has creado; 

en la transparencia del horizonte lejano desde un cerro, 

y en la profundidad de un bosque 

que protege con sus hojas los latidos escondidos 

de todos sus inquilinos. 

¡Necesito sentirte alrededor! 

Quiero encontrarte en tus sacramentos, 

En el reencuentro con tu perdón, 

en la escucha de tu palabra, 

en el misterio de tu cotidiana entrega radical. 

¡Necesito sentirte dentro! 

Quiero encontrarte en el rostro de los hombres y mujeres, 

en la convivencia con mis hermanos; 

en la necesidad del pobre 

y en el amor de mis amigos; 

en la sonrisa de un niño 

y en el ruido de la muchedumbre. 

¡Tengo que verte! 

Quiero encontrarte en la pobreza de mi ser, 

en las capacidades que me has dado, 

en los deseos y sentimientos que fluyen en mí, 

en mi trabajo y mi descanso 

y, un día, en la debilidad de mi vida, 

 cuando me acerque a las puertas del encuentro cara a cara contigo”.

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Cavar y abonar para dar fruto.

Domingo, 24 de marzo de 2019
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the-sower-webLc 13, 1-9

Nos encontramos en el tercer tramo del tiempo de Cuaresma. Siempre se ha recibido este tiempo como un momento de conversión, de interiorización, de revisión de vida. Cada comunidad cristiana ha ido interpretando este significado a partir de las recomendaciones eclesiales y desde la realidad de cada una. Ahora bien, este texto de hoy puede ayudarnos a dar un paso más y adentrarnos en el significado de la CONVERSIÓN desde lo que plantea Jesús. Sería interesante no quedarnos en los gestos propios y sí tocar fondo en lo que supone esta palabra tan nuclear en nuestro itinerario creyente. Ser creyente es un proceso personal y comunitario de experimentar la unidad con la Trascendencia, no a golpe de pecho sino a golpe crecimiento. Este parece ser el planteamiento que nos hace Jesús en esta narración recogida por Lucas.

El texto de hoy tiene dos partes con dos enseñanzas de Jesús tremendamente importantes. Por un lado, le plantean a Jesús el tema del pecado como el no cumplimiento de la ley judía. La respuesta de Jesús puede resultar confusa. Sin embargo, por coherencia con toda la posición de Jesús posterior, se puede entender que la conversión tiene mucho que ver con esa invitación a liberarse de la ley cerrada en contra del cumplimiento absurdo.

Jesús hace notar que “el pecado” no es una cuestión de grados, de juicio sobre quién peca más y las consecuencias de éste. Es más bien una cuestión de no tomarse en serio la conversión de corazón, de ser conscientes de lo que se hace, sin duda, pero también de decidir cambiar la posición ante la vida. Lo uno sin lo otro no parece que ayude a dejar fluir el verdadero sentido de la existencia. Existe el riesgo de quedarnos en sumar o restar actos puros o impuros y vivir convencidos de que lo que no son cuentas son cuentos. Quizá no sea este el paradigma que Jesús plantea sobre la conversión; no es un problema de malas obras sino de encontrar un espacio interior de conexión con nuestro origen divino y que toda nuestra vida gire en torno a ello. Tampoco quiere Jesús compensar estas salidas del camino con gestos puntuales que sólo nos engañan y tranquilizan nuestra conciencia.

Conversión tiene tres componentes léxicos que pueden ayudarnos a una interpretación más vital de la palabra: CON (junto, completamente) VERSUS (dado vuelta, girado) SIÓN (acción y efecto). Estos tres componentes nos hablan, sin duda, de un movimiento que conduce más a una transformación que puede llegar a dar la vuelta a nuestra vida que a un cambio de actitudes. Sería una búsqueda completa de nuestra VERSIÓN original y dejar ya de vivir haciendo doblajes que nos alejan mucho de nuestra esencia y de nuestra verdad más honda. Por eso, la parábola con la que concluye el texto de este domingo nos plantea la aridez e infertilidad de la vida cuando nos dejamos llevar por la inercia de los acontecimientos, de las situaciones, por sentir la seguridad que nos da hacer lo de siempre, por no afrontar el miedo que supone entrar en nuestra realidad y “abonar y cavar” nuestra tierra personal para tocar las raíces donde está la verdadera esencia de nuestra savia vital.

Y esto que ocurre a nivel personal es también el drama de nuestras comunidades y de nuestra Iglesia; No existe mala voluntad sino poca voluntad para arriesgarse y buscar alternativas. Esta parábola es muy clara, si la higuera no da fruto no tiene sentido que siga ocupando un espacio que “otros” pueden ocupar. El planteamiento, quizá, sea ponernos de acuerdo en cómo cavar, qué abono echar y qué frutos esperamos obtener. Es importante cavar para sanear las raíces, nuestras raíces más hondas dónde está la fuerza de Dios vitalizando nuestra existencia; el abono, tal vez, sea conectar más con el mensaje de Jesús, con el Evangelio y amasarnos en el Dios de la Vida: los frutos, sin duda, tendrán más el color y el sabor de la visibilidad, de la osadía, de la libertad, de la denuncia de aquello que atenta contra la dignidad humana, de atrevernos a soltar lo de siempre y generar nuevas formas de vivir el Evangelio en el siglo XXI.

FELIZ DOMINGO

24 de marzo de 2019

Rosario Ramos

Fuente Fe Adulta

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El fruto nace de la comprensión

Domingo, 24 de marzo de 2019
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Bieber-ComprendreDomingo III de Cuaresma

24 marzo 2019

Lc  13, 1-9

El relato encierra un doble mensaje: por un lado, desvincula el dolor, en cualquiera de sus formas, del pecado, desmontando así una creencia arraigada, según la cual, toda desgracia era vista como consecuencia de algún tipo de desorden moral y, en ese sentido, como castigo divino; por otro, pone de relieve la insistencia en “dar fruto”.

La parábola puede leerse en clave cristológica, y reflejaría una creencia fundamental de aquellos primeros grupos: Jesús es quien cuida y alimenta a la comunidad para que pueda dar fruto.

Sin duda, como nos sucede a todos los humanos, los discípulos debían observar que sus comportamientos distaban mucho de ser coherentes con lo que decían creer. Y era esa constatación la que les llevaba a apelar a la paciencia divina y a Jesús como fuerza de transformación.

Ha sido habitual asociar el “dar fruto” a la voluntad, cayendo con frecuencia en un voluntarismo tan exigente como estéril. Porque, si bien es importante educarla y ejercitarla, la voluntad no funciona –o funciona mal– cuando se desliga de la comprensión.

Eso explica por qué el moralismo ha conseguido efectos contrarios a los deseados: no ha hecho “mejores personas”, sino personas más rígidas, resentidas y con frecuencia más orgullosas.

El intento de “ser mejor” suele encerrar peligros graves, porque cuanto más se lucha contra algo, más se refuerza; más que “mejorar”, puede producir neurosis; y en lugar de desapropiarse del ego, este sale fortalecido. Se trata, por tanto, de un círculo vicioso peligroso, que puede llevar a la persona a tocar fondo.

Paradójicamente, el “dar fruto” viene de la mano de la aceptación y de la comprensión: ambas actitudes hacen que la persona puede vivirse alineada con lo real y, desde la conexión con el Fondo que constituye nuestra identidad última, fluir ser cauce a través de la cual la Vida se expresa en todo momento.

El “fruto” –el cambio– es entonces posible porque, gracias a la aceptación y a la comprensión, mi centro se desplaza del “yo” que creía ser a la Vida o Presencia consciente que realmente soy. Tal desplazamiento constituye la mayor y más radical transformación que podemos vivir.

¿Desde dónde actúo? ¿Desde la exigencia o desde la aceptación?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Fe Adulta

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La sed y el agua

Domingo, 24 de marzo de 2019
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índiceDel blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:

  1. Dame de beber

La samaritana yendo a por agua al pozo simboliza toda nuestra sed, al sed del alma humana. La sed de la samaritana es la misma sed de todo ser humano: es nuestra insatisfacción radical que no puede ser saciada por nada humano.

Jesús también sintió sed: dame de beber le dice a la samaritana. En la cruz Jesús dirá: tengo sed, (Jn 19,28)

         Los humanos tenemos sed de felicidad, de bienestar. La sed más profunda del ser humano es la sed de amar y ser amado.

         El agua no existe porque yo tenga sed, pero lo cierto es que tenemos sed y una sed que no se sacia con cualquier agua. No le daremos el nombre de Dios, pero en el fondo de la sed humana está el deseo, la nostalgia de Dios. La sed humana de felicidad es algo así como una pulsión irrefrenable.

Casi “psicoanalíticamente”, Jesús ayuda a la samaritana a descubrir su -nuestra- insatisfacción radical.

En forma más oracional solemos evocar estas cosas y esa sed con los salmos: “como suspira la cierva, tras las corrientes de agua, así suspira mi alma, por ti, mi Dios.” (Salmo 42,2). “Mi vida tiene “sed del Dios vivo” (Salmo 42,3), danos del agua que brota en nuestra tierra reseca, angostada, sin agua, (Salmo 63,2). El buen Pastor nos lleva hacia fuentes tranquilas, (Salmo 22).

  1. Es natural que busquemos fuentes de agua viva.

Los cinco maridos que se mencionan en el diálogo, no suponen una intromisión en la vida privada de la mujer (los curas y no curas somos demasiado indiscretos y “metetes” en la vida).

La cuestión de los maridos se trata de una alusión a la historia de Samaría, que después de la ocupación por los ejércitos de  Sargón II en el año 721 a. C., fue repoblada por inmigrantes de otras seis regiones  2 R 17,24-41, los cuales importaron sus respectivos cultos idolátricos. Marido: baal, ídolo.

Marido / baal son las diversas realidades en las que una persona piensa encontrar la felicidad: los baales son el dinero, el poder de todo tipo, el placer, etc.

La samaritana no niega que tenga sed, lo que dice es que no ha encontrado el agua que satisfaga su vida.

         Aquella mujer, como todos, se había puesto en manos de cinco o “cincuenta” “baales”: ídolos, dinero, eros, poder, vanidad, templos, etc., pensando que esos “maridos” le iban a aportar la verdadera felicidad. Pero no fue así; seguía teniendo sed. Había bebido de cinco pozos, pero había terminado desengañada y con más sed.

         Samaritana y samaritanos somos todos nosotros. Bebemos y comemos de aguas y panes que no sacian.

  1. La hora y la sed.

         El evangelio de Juan es de una gran elegancia y repite con gran sentido religioso algunos temas. Hoy escuchamos tres claves de lectura muy joánicos: el “yo soy” el agua y la hora.

yo soy

Todo el Evangelio de Juan es un continuo “yo soy”. Esta expresión cristológica aparece cerca de 40 veces en este evangelio: “Yo soy el pan de vida, Yo soy el agua, Yo soy la luz, Yo soy el camino, Yo soy la resurrección y la vida, Yo soy la vida, Yo soy el Buen Pastor, Yo soy la puerta, etc. Y en la agonía de Getsemaní y frente a todos los poderes que le van a detener, Jesús se muestra simplemente: yo soy.

la hora

En el evangelio de Juan hay como un proceso hacia la hora de Jesús, la hora de su crucifixión. Al comienzo del evangelio, en las bodas de Caná, Jesús le dice a su madre: Mujer no ha llegado mi hora, (Jn 2,4). En la última Cena: sabiendo Jesús que había llegado su hora, (Jn 13,1) La hora sexta es la hora de la crucifixión en la que Cristo dice: tengo sed, (Jn 19,28)

El agua

No es casual que Jesús se encuentre con la samaritana a la hora sexta y tiene sed. Es la misma hora y la misma sed de la crucifixión. Lo crucificaron a la hora sexta y Jesús dijo: Tengo sed

Cristo ofrece el agua (y sangre) de su costado, (Jn 19,34).

         De Cristo brota el agua de vida eterna. Él es la fuente de agua.

  1. llegar a la fe.

El diálogo de Jesús con la samaritana y con cualquiera de nosotros transcurre lentamente, en una conversación llena de vericuetos entre esta mujer (o cualquiera de nosotros) y JesuCristo. El diálogo va avanzando quedamente. La vida va progresando hasta llegar al acto de fe en el “yo soy” cristológico que atraviesa todo el evangelio de San Juan: Soy yo, el que habla contigo:

Jn 4,9          Tú, que eres judío, me pides agua a mí …

4,11.15        Señor (Kyrie)

4,19            Profeta.

4,25            Mesías.

4,26            yo soy, el que habla contigo.

Calma en la vida.

A la fe se llega quedamente y ¡quién sabe por qué caminos! A veces hay que tener mucha paciencia histórica, como en la parábola del trigo y la cizaña. No hay que precipitarse ni agobiar a los demás. A lo mejor estamos todavía con el segundo marido, en el tercer ídolo, ¿quién sabe?

Llegar a Cristo, llegar a la fe puede ser -es- tarea de toda la vida, es  un Éxodo de “40 años”, de toda la vida.  La sed está ahí, en nuestro interior y siempre busca el agua.

 ¡El poeta Luis Rosales lo dijo espléndidamente!:

De noche iremos, de noche,

que para encontrar  la fuente,

sólo la sed nos alumbra.

Para apagar nuestra sed y vivir en buena armonía con Dios (culto) no necesitamos templos, ni Garizim, ni liturgias super ortodoxas, ni músicas, ni masas, necesitamos nobleza y honradez, que eso es ser cristiano.

El agua que calma la sed es Cristo, no las superestructuras eclesiásticas. Decisivo es Cristo, no el andamiaje. El yo soy es Cristo, no lo eclesiástico. Y, en último término, la instancia crítica es el Reino de Dios no el entramado eclesiástico.

¿Son necesarios los Templos? Los templos son necesarios pero como las tuberías, en tanto en cuanto llevan agua. Lo decisivo no es la tubería, sino el agua.

“La sed la ponemos nosotros”, el agua Cristo.

Quien beba de esta agua no pasará sed.

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