Del blog de Xabier Pikaza:
Domingo 1 Cuaresma (Lucas 4, 1-13). Estamos en el mismo lugar, con los mismos problemas, del comienzo de la Iglesia: El dinero, el poder y el deseo de dominio sobre las conciencias. Jesús no cayó, pero nosotros corremos el riesgo de caer en ella.
El evangelio atribuye esas tentaciones a Jesús, pero en realidad son de la Iglesia. Jesús las superó al comienzo de su itinerario, pero la Iglesia a veces no ha querido superarlas, poniendo de hecho su vela al Diablo, diciendo que lo hacía por Jesús y para bien de los pobres, a los que ella quería “redimir” a base de dinero, de poder e imposición de conciencia.
Los evangelios de Mateo y Lucas las narran de un modo paralelo. Así las recoge esta domingo la liturgia, como recordatorio y exigencia de conversión al comienzo de la Cuaresma, conforme a la versión de Lucas 4, 1-13:
- En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo. Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre.Entonces el diablo le dijo: “Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan.” Jesús le contestó: “Está escrito: «No sólo de pan vive el hombre»”.
- Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: “Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo.” Jesús le contestó: “Está escrito: «Al Señor, tu Dios, adorarás y a él sólo darás culto»”.
- Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: “Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: «Encargará a los ángeles que cuiden de ti», y también: «Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras»”.Jesús le contestó: “Está mandado: «No tentarás al Señor, tu Dios»”.
Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión (que ha sido y sigue siendo la ocasión de la Iglesia).
Tentaciones, riesgo de la Iglesia (Imagen 1: Dalí, las tentaciones de Antonio Abad).
1. La primera tentación es la del pan, es decir, la del dinero. (Mammón):
Identificar a Dios con el pan, no el pan que se regala y comparte con los pobre y con los amigos, sino el pan convertido en dinero, poder, posesión, seguridad económica, aprovecharse de la religión para tener y tener (adorando al Diablo, que es Mammón, la riqueza divinizada).
«Si eres hijo de Dios di a esas piedras que se vuelvan alimento» (cf. Lc 4, 3). Así argumenta el Diablo, con buena lógica: El Reino de Dios debería resolver los problemas económicos, porque se supone que Dios es pan, dinero (cf. Mamona de Mt 6, 24). Pero Jesús responde: «No sólo de pan el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios» (Lc 4, 4; Mt 4,4; cf. Dt 8, 3).
Imagen 2: La tentación del pan-dinero:
Para Jesús, el Reino es ciertamente pan, pero un pan vinculado a la palabra, es decir, a la libertad y a la comunión entre los hombres, de un modo generoso, gratuito…Éste es el pan de la riqueza verdadera, que la palabra de todos, la confianza. En contra de ese pan de gratuidad va el Diablo‒Mammón, el inquisidor del que habla Dostoiewsky:
Tú quieres irle al mundo, y le vas con las manos desnudas, con una ofrenda de libertad que ellos, en su simpleza y su innata cortedad de luces, ni imaginar pueden… porque nunca en absoluto hubo para el hombre y para la sociedad humana nada más intolerable que la libertad. ¿Y ves tú esas piedras en este árido y abrasado desierto?… Pues conviértelas en pan, y detrás de Ti correrá la Humanidad como un rebaño, agradecida y dócil. Pero tú no quisiste privar al humano de su libertad y rechazaste la proposición, porque ¿qué libertad es esa -pensaste- que se compra con pan? (Hermanos Karamazo, Obras completas, III, Aguilar, Madrid, 1964208-209).
Era (es) tiempo de hambre y el mismo Jesús pertenecía la clase de campesinos sin tierra, artesanos precarios, mendicantes y mendigos, sometidos al poder de reyes, terratenientes y mercaderes, convertidos en dueños de un pan que ellos empleaban para imponerse sobre los pobres (para dominarles y excluirles). El Inquisidor asegura a Jesús: «De haber optado por el pan habrías respondido al general y sempiterno pensar humano: ¿Ante quién adorar?» (cf. Mt 6, 24), pues el hombre adora a quien concede pan, a quien le asegura un tipo de prosperidad económica”.
Pero Jesús sabe que el hombre es, ante todo, libertad para el amor, de manera que el pan (economía) ha de estar al servicio de la Palabra, es decir, de la comunicación y dignidad humana, de la gratuidad. Por eso él rechaza la propuesta del Diablo, que quiere imponerse por el pan (o la falta de pan), destruyendo al hombre. En contra de eso, Jesús no quiere Pan con métodos de Diablo, como harán muchos colectivos cristianos posteriores. Jesús quiere ante todo el pan de dignidad y la gratuidad, el pan de la palabra acogida, compartida por todos, en la vida hecha fiesta de gratuidad.
2. La segunda tentación es la del Poder….
Concebir a Dios como todo‒poderoso, en sentido impositivo, de manera que la religión sirva para dominar a los, incluso (se dice) para su bien. Por eso, muchas veces, un tipo de Iglesia o religión ha tomado el poder, pero para conseguirlo ha tenido que “adorar al Diablo.
El Papa corona emperador a Carlomagno, año 800
«Mostrándole los reinos de la tierra, el Diablo dijo: todo esto te lo daré si me adoras, pues yo se lo doy a quien yo quiero…» (Lc 4, 5-6). Largos siglos llevaba Israel esperando la llegada de un Reino universal, sabiendo que tras muchos imperios despiadados y reyes injustos debía surgir el príncipe Mesías, el buen Cristo‒Rey emperador. Así sigue diciendo Dostoewsky:
Siempre la Humanidad, en su conjunto, se afanó por el poder universal. Muchos fueron los pueblos grandes con una gran historia; pero cuanto más grandes, tanto más intensamente que los otros han sentido el anhelo de la fusión universal de los humanos… Si hubieras aceptado el mando y la púrpura del César, habrías fundado el imperio universal y habrías dado la paz al mundo (Ibid 212-13).
El Diablo le ofrece un Imperio mundial, a la fuerza, en la línea del César de Roma, con lo que eso implica de adoración al Poder…, pero no un poder “autoridad”, que brota y y se expande en gratuidad y diálogo (como en Is 2, 2-4). Pero Jesús rechaza su propuesta, porque un imperio y paz que se consigue y ejerce por la fuerza implica la destrucción del hombre. Él no quiere imposición, autómatas o esclavos, sino amigos e hijos de Dios, oponiéndose así al despotismo del Diablo, que crea un espléndido rebaño, pero mata al ser humano.
Ciertamente, Jesús quiere Reino, pero en línea de Dios, no para conquistar el mundo, como el César de Roma, sino para crear y animar la vida, en gratuidad… No ha tomado el pan sin Palabra, tampoco puede aceptar el reino sin libertad (con adoración del Diablo).
Pueden discutirse muchos rasgos del proyecto de Jesús, pero su sentido es firme: Él no ha querido el poder para dominar a otros (eso es del Diablo), sino que tiene y ejerce autoridad para crear vida, enseñar y curar en libertad. En esa línea, sin ningún impositivo, Jesús tiene y ejerce la más honda autoridad, la del que ama y anima, impulsa y crea…
No se trata, pues, de tomar el poder (un poder que congela la vida, y la oprime), sino de regalar la vida, es decir, el amor, la palabra, sabiendo que sólo aquello que se da se conserva y aumenta.
3. La tercera tentación es la del “milagro”:
la de atribuirse una potencia sagrada más alto, para situarse arriba y dominar sobre las conciencias, a través de un tipo de “milagros” o gestos espectaculares de dominio sobre los demás. Ésta es la última tentación: la de andar sobrados, apelando siempre a las propias razones más altas, para así deslumbrar a los demás e imponerse a ellos, sin dejarles pensar y saber y ser en libertad.
El Diablo colocó a Jesús sobre el pináculo del Templo y le dijo (según el texto ya citado de Dostoiewsky):
«Si eres hijo de Dios, lánzate abajo, porque está escrito: mandaré a los ángeles que te tomarán en sus manos…» (cf. Lc 4, 9; cf. Sal 91, 11-12). Éste es el Diablo del milagro, entendido como sometimiento religioso, en contra del Dios que es libertad, pues no utiliza engaños ni domina a los demás. Así le dice el Inquisidor:
Pero tú sabías que en cuanto el hombre rechaza el milagro, inmediatamente rechaza también a Dios, porque el hombre busca no tanto a Dios como el milagro. Y no siendo capaz el hombre de quedarse sin milagro, fue y se fraguó él mismo nuevos milagros y se inclinó ante los prodigios de un mago o los ensalmos de una bruja, no obstante ser cien veces rebelde, herético y ateo. Tú no bajaste de la cruz cuando te gritaron: ¡Baja de la cruz y creeremos que eres Tú! Tú no descendiste, tampoco, porque también entonces rehusaste subyugar al humano por el milagro y estabas ansioso de fe libre… Te lo juro: el hombre es una criatura más débil y pequeña de lo que imaginaste. Al estimarlo tanto te condujiste como si dejases de compadecerlo, pues le exigías demasiado. De haberlo estimado en menos, menos le hubieses exigido, y esto habría estado más cerca del amor, porque más leve habría sido su peso (Ibid 211).
Ésta es la última tentación: Pensar que uno (la Iglesia) tiene poderes superiores, milagros que se imponen y convencen por la fuerza. Ésta ha sido una gran tentación de Iglesia: Reivindicar y utilizar el poder religioso para dominar a otros, apelando a la propia superioridad, como si el Reino de Dios consistiera en dominar con un tipo de prodigio de magia sobre los demás.
Muchos piensan que Jesús debía haber impuesto su Reino de manera religiosa (prodigiosa); pero él no lo ha hecho, sino que ha optado por la libertad de los hombres, en contra de muchas instituciones cristianas posteriores. Una y otra vez, un tipo de Iglesia ha querido dominar sobre la gente de a pie apelando a su poder superior sagrado, al milagro de su ciencia y potencia superior.
Pues bien, siempre que ha actuado así, con inquisiciones de tipo social y dominios de conciencia, la iglesia ha terminado destruyéndose a sí misma, ha pervertido a Dios, ha transformado a Jesús en un tipo de poder egoísta, al servicio de algunos.
Vuélvase a leer ahora el texto de las tentaciones, aplicado a nuestra Iglesia su mensaje.
Las tentaciones de Jesús son las mismas tentaciones de la Iglesia, y viceversa. Ellas reflejan la primera experiencia de crisis creadora del evangelio. Leer más…
Biblia, Espiritualidad
8º Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C, Ciegos, Evangelio, Jesús, Tiempo Ordinario
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