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Bienaventurados…

Domingo, 17 de febrero de 2019
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Bienaventurados los que se vacían
de pensamientos, imágenes y sentimientos
porque ellos serán llenados por Dios.

Bienaventurados los que aprenden
a estarse quietos,
porque descubrirán la fuerza de Dios
que se mueve en su interior.

Bienaventurados los que se cultivan por dentro,
porque quedarán limpios de toda sombra
y actuarán con libertad.

Bienaventurados los hambrientos de ser,
puesto que sólo ellos alcanzarán la auténtica humanidad.

Bienaventurados los compasivos,
pues han comprendido
que el destino de cualquier persona
es el propio.

Bienaventurados los silenciosos,
puesto que han descubierto su verdadero hogar.

Bienaventurados los pacificados,
porque darán al mundo
lo que el mundo realmente necesita.

Bienaventurados los orantes,
porque han comprendido
que si nos preocupamos por las cosas de Dios,
Él se preocupa por las nuestras.

Bienaventurados vosotros
cuando os reprochen
que huis del compromiso
para retiraros a vuestra soledad.
Yo os digo que vuestra recompensa
será grande en este mundo
pues lo veréis en su verdadero color.

*

Pablo d’Ors.

***

*

En aquel tiempo, Jesús bajó del monte con los Doce, se paró en una llanura con un grupo grande de discípulos y una gran muchedumbre del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón.

Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía:

«Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.

Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.

Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis.

Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo,porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres conlos profetas.

Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya habéis recibido vuestro consuelo.

¡Ay de vosotros, los que estáis saciados!, porque tendréis hambre!

¡Ay de los que ahora reís,porque haréis duelo y lloraréis!

¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que vuestros padres hacían con losfalsos profetas»

*

Lucas 6, 17. 20-26

***

Las bienaventuranzas nos indican el camino de la felicidad. Con todo, su mensaje suscita con frecuencia perplejidad. Los Hechos de los apóstoles (20,35) refieren una frase de Jesús que no se encuentra en los evangelios. Pablo recomienda a los ancianos de Efeso: «Tened presentes las palabras del Señor Jesús, que dijo: “Mayor felicidad hay en dar que en recibir”». ¿Debemos concluir de ahí que la abnegación sea el secreto de la felicidad?

Cuando evoca Jesús «la felicidad del dar», habla apoyándose en lo que él mismo hace. Es precisamente esta alegría -esta felicidad sentida con exultación- lo que Cristo ofrece experimentar a los que le siguen. El secreto de la felicidad del hombre se encuentra, pues, en tomar parte en la alegría de Dios. Asociándonos a su «misericordia», dando sin esperar nada a cambio, olvidándonos a nosotros mismos hasta perdernos es como somos asociados a la «alegría del cielo». El hombre no «se encuentra a sí mismo» más que perdiéndose «por causa de Cristo».

Esta entrega sin retorno constituye la clave de todas las bienaventuranzas. Cristo las vive en plenitud para permitirnos vivirlas a nuestra vez y recibir de ellas la felicidad. Con todo, para quien escucha estas bienaventuranzas, queda todavía el hecho de que debe aclarar una duda: ¿qué felicidad real, concreta, tangible, es la que se ofrece? Ya los apóstoles le preguntaban a Jesús: «Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos sequido; ¿qué recibiremos, pues?» (Mt 19,27). El Reino de los Cielos, la tierra prometida, la consolación, la plenitud de la justicia, la misericordia, ver a Dios, ser hijos de Dios. En todos estos dones prometidos, en todos estos dones que constituyen nuestra felicidad, brilla una luz deslumbrante, la de Cristo resucitado, en el cual resucitaremos. Si bien ya desde ahora, en efecto, somos hijos de Dios, lo que seremos todavía no nos ha sido manifestado. Sabemos que, cuando esta manifestación tenga lugar, seremos semejantes a él «porque le veremos tal cual es»

*

(1 Jn 3,2) (J.-M. Lustiger
Sed felices,
San Pablo, Madrid 1998.

***

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“Felicidad”. 6 Tiempo ordinario – C (Lc 6,17.20-26)

Domingo, 17 de febrero de 2019
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06-TO-C-600x450Uno puede leer y escuchar cada vez con más frecuencia noticias optimistas sobre la superación de la crisis y la recuperación progresiva de la economía.

Se nos dice que estamos asistiendo ya a un crecimiento económico, pero ¿crecimiento de qué? ¿crecimiento para quién? Apenas se nos informa de toda la verdad de lo que está sucediendo.

La recuperación económica que está en marcha va consolidando e, incluso, perpetuando la llamada «sociedad dual». Un abismo cada vez mayor se está abriendo entre los que van a poder mejorar su nivel de vida cada vez con más seguridad y los que van a quedar descolgados, sin trabajo ni futuro en esta vasta operación económica.

De hecho, está creciendo al mismo tiempo el consumo ostentoso y provocativo de los cada vez más ricos y la miseria e inseguridad de los cada vez más pobres.

La parábola del hombre rico «que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día» y del pobre Lázaro que buscaba, sin conseguirlo, saciar su estómago de lo que tiraban de la mesa del rico, es una cruda realidad en la sociedad dual.

Entre nosotros existen esos «mecanismos económicos, financieros y sociales» denunciados por Juan Pablo II, «los cuales, aunque manejados por la voluntad de los hombres, funcionaban de modo casi automático, haciendo más rígidas las situaciones de riqueza de los unos y de pobreza de los otros».

Una vez más estamos consolidando una sociedad profundamente desigual e injusta. En esa encíclica tan lúcida y evangélica que es la Sollicitudo rei socialis, tan poco escuchada, incluso por los que lo vitorean constantemente, Juan Pablo II descubre en la raíz de esta situación algo que solo tiene un nombre: pecado.

Podemos dar toda clase de explicaciones técnicas, pero cuando el resultado que se constata es el enriquecimiento siempre mayor de los ya ricos y el hundimiento de los más pobres, ahí se está consolidando la insolidaridad y la injusticia.

En sus bienaventuranzas, Jesús advierte que un día se invertirá la suerte de los ricos y de los pobres. Es fácil que también hoy sean bastantes los que, siguiendo a Nietzsche, piensen que esta actitud de Jesús es fruto del resentimiento y la impotencia de quien, no pudiendo lograr más justicia, pide la venganza de Dios.

Sin embargo, el mensaje de Jesús no nace de la impotencia de un hombre derrotado y resentido, sino de su visión intensa de la justicia de Dios que no puede permitir el triunfo final de la injusticia.

Han pasado veinte siglos, pero la palabra de Jesús sigue siendo decisiva para los ricos y para los pobres. Palabra de denuncia para unos y de promesa para otros, sigue viva y nos interpela a todos.

José Antonio Pagola

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“Dichosos los pobres; ¡ay de vosotros, los ricos!”. Domingo 17 de febrero de 2019. 6º Ordinario. Ciclo C

Domingo, 17 de febrero de 2019
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14-ordinario6 (C) cerezoDe Koinonia:

Jeremías 17, 5-8: Maldito quien confía en el hombre; bendito quien confía en el Señor.
Salmo responsorial: 1: Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor.
1Corintios 15, 12. 16-20. Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido.
Lucas 6, 17. 20-26: Dichosos los pobres; ¡ay de vosotros, los ricos!

El texto de Jeremías pertenece a un pequeño bloque compuesto por tres oráculos de estilo sapiencial (Jr 17,5-8; 17,9-10 y 17,11). Jr 17,5-8 parafrasea el Sal 1. Presenta el contraste entre el que confía y busca apoyo en «un hombre» o «en la carne», y el que confía o tiene su corazón en el Señor. Entonces, ¿la invitación es a no confiar en el otro? No. Aquí se entiende hombre como carne, que significa debilidad y caducidad humana manifestada en el egoísmo, la corrupción, etc. Por tanto, la invitación de Jeremías es a no confiar en las autoridades de su tiempo que se han hecho débiles, por no defender la Causa de Dios que son los débiles, sino la causa de los poderosos de su tiempo. En este sentido, el que confía en la carne será estéril, es decir, no produce, no aporta, no contribuye al crecimiento de nada. Por eso es maldito. En cambio, el que opta por Dios, será siempre una fuente de agua viva que permite crecer, multiplicar, compartir, y sobre todo, no dejar nunca de dar fruto.

Todo el capítulo de esta carta a los corintios se refiere a la resurrección de los muertos, por las dudas que se habían suscitado en la comunidad de Corinto sobre la resurrección misma de Cristo. Pablo, a través de los “absurdos” -estilo literario típico de los razonamientos rabínicos-, ahonda sobre el impacto trascendental que debe tener la resurrección de Cristo en la vida del creyente. Sólo la fe en Cristo resucitado fortalece nuestra esperanza de resurrección. A partir de una negación de la resurrección Pablo alista sus argumentos. Comienza con una pregunta que refleja su indignación: “Si proclamamos un Mesías resucitado de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos ahí que no hay resurrección de los muertos?” (v. 12).

El primer absurdo es negar nuestra resurrección porque niega la resurrección de Cristo (v. 16). El segundo absurdo, es que al negar la resurrección de Cristo echamos por la borda nuestra fe y el proceso de conversión y experiencia cristiana llevado hasta el momento. Estaríamos ante una fe virtual (v. 17). El tercer absurdo deja sin esperanza a los creyentes que han muerto en Cristo y a los que creen que no morirán para siempre (v. 18-19). El v. 20 cambia los absurdos por una certeza innegociable: Cristo sí resucitó, y además es primicia de los que ya murieron.

Las Bienaventuranzas con los pobres de protagonistas y las malaventuranzas (los ayes) con los ricos como destinatarios, continúan el plan programático de Jesús en el evangelio de Lucas.

Las Bienaventuranzas son una forma literaria conocida desde antiguo en Egipto, Mesopotamia, Grecia, etc. En Israel tenemos varios testimonios en la Biblia, especialmente en la literatura sapiencial y profética. En los salmos y en la literatura sapiencial en general, se considera bienaventurada a una persona que cumple fielmente la ley: “Bienaventurado el hombre que no va a reuniones de malvados ni sigue el camino de los pecadores… mas le agrada la ley del Señor y medita su ley de día y de noche” (Sal 1,1); “Bienaventurados los que sin yerro andan el camino y caminan según la ley del Señor” (119,1).

Las malaventuranzas o los “ayes” son más comunes en los profetas, en momentos donde se quiere expresar dolor, desesperación luto o lamento por alguna situación que conduce a la muerte: “Ay de los que disimulan sus planes y creen que se esconden de Yahvé” (Is 29,15); “ay de estos hijos rebeldes, dice Yahvé, que traman unos proyectos que no son los míos…” (Is 30,1). También para llamar la atención de los que acaparan: “¡ay de los que juntáis casa con casa, y añadís campo a campo hasta que no queda sitio alguno, para habitar vosotros solos en medio de la tierra!” (Is 5,8); “¡Ay de los que decretan estatutos inicuos, y de los que constantemente escriben decisiones injustas!” (Is 10,1). Las Bienaventuranzas y maldiciones de Jesús con relación a las del AT tienen diferencias fundamentales. En la literatura sapiencial del AT se insiste en un comportamiento acorde con la ley para poder ser bienaventurado, en el evangelio en cambio, Jesús no exige ningún comportamiento ético determinado, como condición para ser declarado bienaventurado. Simplemente los pobres (anawin), los que lloran, los perseguidos… son bienaventurados.

Comparando las bienaventuranzas de Lucas con las de Mateo encontramos algunos datos interesantes. El lugar del discurso según Mateo es la montaña, con la intención de releer la figura de Jesús a la luz de la de Moisés en el Sinaí. Según Lucas es en un llano. Muchos incluso los diferencian llamándolos “sermón de la montaña” o “sermón del llano”. En las primeras bienaventuranza Mateo tiene una de más: “bienaventurados los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia” (Mt 5,5). En total, Lucas tiene cuatro que son equivalentes a las nueve de Mateo. En Mateo hay una inversión con relación a Lucas, pues aparecen los “hambrientos” detrás de los “afligidos”. En Mateo están redactadas en tercera persona mientras en Lucas todas están en segunda persona. Mateo subraya actitudes interiores con las cuales se debe acoger el Reino, por ejemplo, la misericordia, la justicia, la pureza de corazón, en cambio Lucas se preocupa por mostrar la situación real y concreta de pobreza, hambre, tristeza.

La bienaventuranza clave es la de los pobres, ya que las otras se entienden en relación a ésta. Son los pobres los que tienen hambre, los que lloran o son perseguidos. Lucas recuerda la promesa del AT de un Dios que venía a actuar a favor de los oprimidos (Is 49,9.13), los que tienen a Dios como único defensor (Is 58,6-7) que claman constantemente a Dios (Sal 72; 107,41; 113,7-8). Todas estas promesas van a ser cumplidas en Jesús, quien ha definido desde el principio su programa misionero en favor de los pobres y oprimidos (Lc 4,16-21. Cf. Is 61,1-3).

La última bienaventuranza (vv. 22-23) tiene como destinatarios a los cristianos que son perseguidos y excluidos a causa de su fe. Su felicidad no consiste en padecer sino en la conciencia de estar llamados a poseer una “recompensa grande en el cielo”. ¿Dios, entonces, nos quiere pobres?, y ¿qué tipo de pobres? Los pobres no son bienaventurados por ser pobres, sino porque asumiendo tal condición, por situación o solidaridad, buscan dejar de serlo.

La pobreza cristiana va ligada a la promesa del reino de Dios, es decir a tener a Dios como rey. Este reinado se convierte en la mayor riqueza, porque es tener a Dios de nuestro lado, es tener la certeza de que Dios está aquí, en esta tierra de injusticias y desigualdades, encarnado en el rostro de cada pobre, invitándonos a asumir su causa. La causa es también la causa del Reino. Y disfrutaremos el Reino cuando no haya empobrecidos carentes de sus necesidades básicas, sino «pobres en el Señor» que son todos los que mantienen la riqueza de un pueblo basada en el amor, la justicia, la fraternidad y la paz. En otras palabras, “Pobres no son los miserables sino los que libremente renuncian a considerar el dinero como valor supremo -un ídolo- y optan por construir una sociedad justa, eliminando la causa de la injusticia, la riqueza. Son los que se dan cuenta de que aquello que ellos consideraban un valor -éxito, dinero, eficacia, posición social, poder- de hecho va contra el ser humano. El reino de Dios es la sociedad alternativa que Jesús se propone llevar a término. La proclama del reino no la efectúa desde la cima del monte, sino desde el «llano», en el mismo plano en que se halla la sociedad construida a partir de los falsos valores de la riqueza y el poder.

En Lucas las bienaventuranzas van seguidas de cuatro “ayes” o maldiciones contra los ricos. Las dos primeras van directamente contra los ricos y satisfechos por su indiferencia ante la situación de los pobres. Las dos últimas se dirigen a los que ríen y a los que tienen buena fama. La contraposición entre pobres y ricos está claramente planteada en el Magníficat: “A los hambrientos ha colmado de bienes y ha despedido a los ricos con las manos vacías” (Lc 1,53). Y en la parábola del pobre Lázaro (Lc 16,19-31). Es claro para Lucas que toda confianza puesta en la riqueza es engañosa (Lc 12,19). Leer más…

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17.2.19. Domingo de las Bienaventuranzas. El Cristo de San Valentín

Domingo, 17 de febrero de 2019
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52417119_1172130646297459_3725273943276257280_nDel blog de Xabier Pikaza:

Dom 6, tiempo ordinario. Ciclo C. Lc 6, 17. 20-26. Las bienaventuranzas son la expresión máxima del Amor del Reino de Dios, que está vinculado con el despliegue de la vida y con las relaciones personales, siendo así principio y signo de felicidad:

Éste es el don y la tarea de la vida, ser felices, agradeciendo de esa forma la vida al Creador. Pues bien, en este camino de felicidad, dentro de una historia muy conflictiva, se inscribe la palabra de Jesús… a quien hoy (14-2.19) he querido llamar el Cristo de la Felicidad, con la imagen 1 (un Cristo feliz) y la imagen 2 (una muchacha feliz en el amor del corazón abierto a todos):

– felices vosotros, los pobres, porque es vuestro el reino de Dios,
– felices los que ahora estáis hambrientos, porque habéis de ser saciados,
– felices los que ahora lloráis, porque vosotros reiréis (Lc 6, 20-21).

Ésta es, sin duda, la felicidad del amor. En un primer momento, estas palabras pudieran encontrarse en otros textos de aquel tiempo: en los capítulos finales de 1 Henoc, en Test XII Pat y en algunos rabínicos.

Pero es la felicidad del amor radical, allí donde no hacen falta otras cosas, sino que basta el amor, en medio de la pobreza, del hambre, del llanto… Como amor que enriquece, que sacia,que consuela… como afirmación de la vida en lo que ella tiene de más hondo radical, para ser (acoger, amarse…) y para amar a los demás, compartiendo, enriqueciendo, acompañando…

51768468_1172142896296234_4558822744904433664_n… Jesús llama felices a los pobres, especificados después como hambrientos y llorosos, no por lo que ahora son, por lo que tienen (o les falta), sino porque se encuentran en las manos del amor de Dios, que actúa ya, a través del mensaje y camino del Reino que Jesús anuncia, porque su suerte ha de cambiar.

Ésta es la felicidad del amor de Dios que cambia… Un amor de Dios que se hace nuestro, cuando nos aceptamos y amamos a los demás, enriqueciendo, alimentando, consolando… Éste es el amor “nuestro de cada día”, amor que crea vida. Sólo se puede decir felices los pobres amando a los pobres, compartiendo con ellos lo que somos, amando…

Los ricos en sí no pueden ser felices, ni los en sí saciados lo pueden ser…. Sólo desde la vida más honda, en amor a los dándonos la mano y caminando juntos podemos ser felices… Como negros estanques parecemos a veces los cristianos.Sólo en el momento en que seamos felices y hagamos felices a los otros podremos ser discípulos del Cristo de la Felicidad.

Desde ese fondo se puede decir y se dice…

«Pero, ¡ay de vosotros los ricos, porque ya habéis recibido el consuelo! ¡ay de vosotros los ahora saciados…, ay de los que ahora reís!» (Lc 6, 24-25). El amor es gratuito, pero exigente.

Buen domingo a todos, con el Cristo de la Felicidad.

52109818_1172144336296090_6733467027349962752_nSentido general

En un primer momento, las bien- y malaventuranzas expresan una enseñanza normal del Antiguo Testamento, recogida también en el Magníficat (Lc 1, 46-55). Estamos ante la inversión final, ante el Dios de la justicia y del destino, que transforma las suertes de hombres. Pero, leídas desde el conjunto de la vida y mensaje Jesús, ellas proclaman la enseñanza mesiánica del evangelio, que está vinculada al perdón del enemigo y a la superación del juicio, es decir, al amor de Dios.

1. Las bienaventuranzas son una proclamación y presencia de amor: ellas expresan la certeza de que irrumpe el fin, es decir, el momento de la plena humanidad, de que ha llegado el Reino, como palabra de gracia. No empiezan exigiendo el cambio de los hombres, para así alcanzar a Dios, sino que empiezan hablando de un Dios que es feliz y que quiere que seamos felices, para hacer así posible el cambio de los hombres, en la línea de aquella palabra de Jesús que dice «¡Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen!. Porque os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis y no lo vieron, y oír lo que vosotros oís y no lo oyeron» (Mt 13, 16-17).

Sólo porque Dios ama a los hombres se puede afirmar: ¡Dichosos, vosotros, los pobres…! Solo porque Jesús les ama de manera activa y transformadora, puede decir, en nombre de Dios, con palabra “escandalosa”: Felices vosotros, los pobres.

2. Las bienaventuranzas son palabra performativa, es decir, ellas realizan lo que dicen. Ellas expresan el sentido de la obra de Jesús: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios… y a los pobres se les anuncia la buena noticia (Mc 11, 5-6). Son palabras que dicen “haciendo”, de manera que si no hacen no dicen… Si sólo dicen, sin implicar a los que dicen y sin transformar a los que escuchan no son palabras, sino pura mentira. Leer más…

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Pobres y odiados – Ricos y estimados. Domingo 6º. Tiempo Ordinario. – Ciclo C

Domingo, 17 de febrero de 2019
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Atentado catedral FilipinasDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El 27 de enero de 2019, un atentado contra la catedral católica de Sulu (Filipinas) dejó casi treinta muertos y numerosos heridos. A esa comunidad, y a tantas otras perseguidas como ella, les servirá de consuelo y esperanza el evangelio de este domingo. A quienes vivimos seguros, servirá de estímulo y examen de conciencia. La sección del evangelio de Lucas que nos ocupará los tres próximos domingos es el “Discurso de la llanura”.

El Discurso de la llanura (domingos 6º, 7º, 8º)

Hasta ahora, Lucas ha hecho frecuente referencia a la actividad de Jesús como predicador, pero solo ha ofrecido una intervención algo extensa, en la sinagoga de Nazaret, donde se enfrentó a todo su auditorio, provocando incluso el deseo de matarlo. En esta segunda intervención, Jesús se dirige a sus partidarios, pero teniendo presentes a sus enemigos.

La primera parte del discurso contrapone a estos dos grupos (domingo 6º).

Pero no seguirá una guerra entre ellos. La segunda parte exhorta a amar a los enemigos (domingo 7º).

¿Y cómo comportarse con los amigos, con los otros miembros de la comunidad? La tercera parte responde a esta pregunta recogiendo frases sueltas de Jesús (domingo 8º).

           En conjunto, un discurso parecido al “Sermón del monte” del evangelio de Mateo. Mucho más breve, con menos temas, pero de sumo interés y novedad.

Bienaventuranzas y ayes (Lc 6, 17. 20-26) (domingo 6º)

El “Discurso en la llanura”, igual que el “Sermón del monte”, comienza con unas bienaventuranzas. Pero no son ocho, como en Mt, sino cuatro. Las cuatro declaraciones siguientes comienzan con “ay”, término usado por las plañideras en el antiguo Israel para empezar un canto fúnebre. A los cuatro primeros grupos se les promete una vida feliz. A los cuatro siguientes se les anuncia la muerte.

En aquel tiempo, bajó Jesús del monte con los Doce y se paró en un llano, con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo:

Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.

Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.

Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis.

Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.

Pero ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo.

¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre.

¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis.

¡Ay si todos los hombres hablan bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas.»

¿Son en realidad ocho grupos o solo dos? La pregunta no es absurda, y la respuesta depende de una palabrita que se repite cuatro veces: “ahora” (nun en griego). Prescindiendo momentáneamente de las declaraciones cuarta y octava, advertimos la siguiente estructura:

      Dichosos los pobres,

los que ahora tenéis hambre

los que ahora lloráis

     ¡Ay de vosotros, los ricos!,

los que ahora estáis saciados

los que ahora reís

No se trata de seis grupos distintos, sino de dos: pobres y ricos, caracterizados por la carencia o abundancia de comida, y por el llanto o la risa.

          Las declaraciones 4ª y 8ª no hablan de personas distintas. Completan lo dicho a propósito de los dos grupos anteriores fijándose en cómo son tratados por “los hombres”.

         En resumen, solo tenemos dos grupos: el de los pobres, que pasan hambre, lloran y son odiados; y el de los ricos, saciados y sonrientes, alabados por la gente. Al primero lo tratan mal, como a los antiguos profetas; al segundo bien, como a los falsos profetas.

Pobres y odiados

         “Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios”. Sin el matiz: “de espíritu”, que añade Mateo, y que se presta a interminables disquisiciones. Los pobres, sin más. Los que pasan hambre y lloran. Declararlos “dichosos”, precisamente por eso, suena casi a blasfemia. Pero las desgracias no terminan aquí. Al hambre y el llanto se añaden las persecuciones. A diferencia de las primeras declaraciones, muy breves, la cuarta admira por su extensión: “Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas”.

      Ahora no hay que esperar a la otra vida para recibir el consuelo. Ya en esta, cuando se experimenta el odio, la exclusión, el insulto, la descalificación, por ser discípulos de Jesús y querer seguirlo, ese mismo día, el cristiano debe alegrarse y saltar de gozo.

         ¿Está loco Jesús? ¿Es un masoquista consigo mismo y un sádico con sus discípulos? Volviendo a releer el evangelio, en su nacimiento van unidas la suma pobreza (“no había sitio para ellos en la posada”) y la inmensa alegría (“os anuncio un gran gozo”, dice el ángel a los pastores). Al comienzo de su actividad, en Nazaret, experimenta el odio y la exclusión, sin que eso lo desanime. No se trata de locura, masoquismo ni sadismo, sino de una visión distinta de la realidad. Para Jesús, lo esencial no es la situación presente, sino la futura. La primera bienaventuranza promete el Reino de Dios; la cuarta, “una recompensa grande en el cielo”. Aquí, en la tierra, queda el consuelo de ser tratados como los antiguos profetas.

     Las primeras comunidades cristianas experimentaron también la pobreza, el hambre y la persecución, sin que esto les impidiese estar alegres. La de Jerusalén debió solicitar la ayuda de comunidades más ricas para poder sobrevivir a la hambruna en tiempos del emperador Claudio. Las comunidades de Macedonia, a pesar de su “extrema pobreza” desbordaban de alegría (2 Corintios 8,2). Y los apóstoles, después ser azotados, “marcharon del tribunal contentos de haber sido considerados dignos de sufrir desprecios por su nombre [de Jesús]” (Hch 5,41).

      Aunque he interpretado las cuatro primeras bienaventuranzas como dirigidas a las primeras comunidades cristianas (y a las actuales que se les parecen), esto no excluye la interpretación individual. “Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis” anticipa lo que contará Lucas poco después de dos mujeres que lloran por motivos muy distintos: la viuda de Naim, que ha perdido a su único hijo, y una prostituta anónima necesitada de perdón y de consuelo. Ambas historias tienen un final feliz, ya en esta vida, antes de la llegada del Reinado de Dios.

Ricos y alabados

            Algunos pueden pagar 100.000 euros (¡cien mil!) por una noche en un hotel de Macao. Si su presupuesto no da para tanto, puede contentarse con una noche en Cannes por 25.000. Naturalmente, la cena debe pagarla aparte: bastarán 2.000 euros. Y mientras come puede mirar la hora en un reloj que le ha costado dos millones (Cristiano Ronaldo). Son casos extremos, pero hay millones de personas que pueden permitirse una vida de lujo y comodidad.

¿Se refiere el último “ay” a este mismo grupo? “¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros!” No parece que “todo el mundo” hable bien de esas personas, aunque sigan sus andanzas en las revistas del corazón, la televisión y las redes sociales.

        Salvadas las distancias, los escribas aparecen en el evangelio de Lucas como ejemplo de personas que desean ser estimadas y amantes del dinero: “Guardaos de los escribas, que gustan de pasear con hábitos amplios, aman los saludos por la calle y los primeros puestos en sinagogas y banquetes; que devoran las fortunas de las viudas con pretexto de largas oraciones. Su sentencia será más severa” (Lc 20,46).

         Y que la riqueza puede ser causa de tristeza, ya en esta vida, lo demuestra el episodio del personaje importante incapaz de renunciar a lo que Jesús le pide: “Al oírlo, se entristeció, porque era muy rico” (Lc 18,23).

El mejor comentario: la parábola del rico y Lázaro

A propósito de las tres primeras bienaventuranzas y los tres primeros “ay”, el mejor comentario lo ofrece Lucas en esta parábola. Comienza por el final, por el rico que viste con lujo y banquetea espléndidamente todos los días; sigue el pobre, cubierto de llagas, ansioso de comer las migajas que caen de la mesa del rico.

María alabó a Dios en el Magnificat porque “a los pobres los colma de bienes, y a los ricos los despide vacíos”. Si alguien piensa que eso va a ser en esta vida, se equivoca. Jesús deja que Lázaro muera de hambre, en la miseria. Será después de muerto cuando entre en el Reino de Dios para ser eternamente feliz, mientras el rico suspirará por una simple gota de agua, atormentado para siempre. «¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis.»

¿Está condenado el rico?

La respuesta, de acuerdo con la técnica de Lucas, no la encontrará el lector hasta mucho más adelante, en el episodio de Zaqueo. El rico también es hijo de Abrahán, puede acoger a Jesús en su casa y dar a los pobres la mitad de sus bienes.

Una reflexión

         ¿Por qué puede expresarse Jesús de forma tan radical, proclamando dichosos a los pobres, los que pasan hambre, los que lloran, los perseguidos? Por dos motivos: 1) porque él también era pobre, vivió de limosna y sufrió persecución hasta la muerte; 2) porque creía firmemente en la recompensa futura en el Reino de Dios, donde quedaría saciada el hambre y enjugado el llanto.

Una advertencia

           Las cuatro bienaventuranzas se dirigen a comunidades pobres o a los pobres como Lázaro. Las comunidades ricas o las personas que no carecemos de nada no podemos apropiárnoslas; no podemos utilizarlas para tranquilizar nuestra conciencia pensando en la dicha futura de los pobres.

1ª lectura (Jeremías 17, 5-8)

Se ha elegido este texto por motivos literarios, para indicar que la contraposición de bienaventuranzas y ayes es algo conocido por los profetas, aunque Jeremías usa términos distintos: maldito y bendito. Pero los temas y las metáforas se oponen perfectamente. Es una forma de animar a confiar en Dios, no en los hombres.

Así dice el Señor:

«Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor. Será como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien; habitará la aridez del desierto, tierra salobre e inhóspita.

Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto.

2ª lectura (1 Corintios 15, 12. 16-20)

Aunque no está elegida buscando una relación con el evangelio, la esperanza en la resurrección encaja muy bien con la recompensa grande en el cielo de la que habla Jesús.

Hermanos: Si anunciamos que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo es que dice alguno de vosotros que los muertos no resucitan? Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y, si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís con vuestros pecados; y los que murieron con Cristo se han perdido. Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados. ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos.

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17 de Febrero. Domingo VI. Tiempo Ordinario

Domingo, 17 de febrero de 2019
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“Jesús bajó del monte con los Doce y se paró en un llano con un grupo grande de discípulos y de pueblo…”

(Lc 6, 17.20-26)

Lo bueno del mensaje de Jesús es que es abierto, es para todo aquel que quiera escucharlo: los Doce, el grupo grande de discípulos, el pueblo…

Jesús no guarda celosamente para él y para unos pocos escogidos las Buena Noticia, al contrario, la dice en voz alta. Pero esta Buena Noticia tiene también sus advertencias, es para todos siempre que queramos acogerla. Pero acogerla no es sencillamente escucharla con agrado y luego comentar lo bonita que es. Acogerla significa dejarnos transformar.

Las Bienaventuranzas que nos presenta Lucas son muy distintas a las que encontramos en Mateo. En Mateo encontramos nueve bienaventuranzas, en Lucas cuatro, y además, a las bienaventuranzas le siguen cuatro “ayes”.

Por un lado, se muestra el camino que se abre hacia la esperanza y la confianza. Podemos estar seguras de que si ponemos nuestra confianza en Dios podremos atravesar el sufrimiento humano y alcanzar la alegría que Dios nos tiene preparada.

Pero al mismo tiempo se nos advierte de las exigencias de ese camino. No podemos andar tras las huellas de Jesús, camino del Reino, poniendo nuestra confianza en nuestras propias seguridades.

Si no soltamos las muletas no podemos avanzar por el camino de las bienaventuranzas. Porque el requisito indispensable es poner toda nuestra confianza en Dios. Todo lo demás sobra.

Llegadas a este punto es cuando tenemos la tentación de olvidar las advertencias finales y quedarnos contemplando la belleza de las bienaventuranzas. Ponernos el impermeable y no dejar que la Palabra trastoque nuestras seguridades.

Oración

Líbranos, Trinidad Santa, de hacer de tu Palabra un adorno bonito e inofensivo. No dejes que escapemos de su efecto trasformador.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Dichoso el pobre, no por serlo sino por no causar pobreza.

Domingo, 17 de febrero de 2019
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ob_956ec0_descarga-15-pobresLc 6, 17-26

Siempre que tengo que hablar de las bienaventuranzas me viene a la mente la frase de Jesús: “pase de mí este cáliz”. La experiencia que tengo es que ni me entienden los pobres ni me entienden los ricos. Lo grave es que esta actitud tiene la más férrea lógica, porque trato de explicarlas y las bienaventuranzas sobrepasan toda racionalidad. Cualquier intento de aclarar racionalmente su sentido está abocado al fracaso. Sin una experiencia profunda de lo humano las bienaventuranzas son un sarcasmo. Ni el sentido común ni el instinto pueden aceptarlas. Solo desde un profundo sentido espiritual puede tener comprensión y sentido.

Es el texto más comentado de todo el evangelio, pero es también el más difícil. Invierte radicalmente nuestra escala de valores. ¿Puede ser feliz el pobre, el que llora, el que pasa hambre, el oprimido? La misma formulación nos despista porque está hecha desde la perspectiva mítica. Solo desde la perspectiva de un Dios que actúa desde fuera se puede entender “Dichosos los que ahora pasáis hambre porque quedaréis saciados”. Si para mantener la esperanza tenemos que acudir a un más allá, podemos caer en la trampa de dar por buena la injusticia que está sucediendo hoy aquí, esperando  que un día  Dios cambien las tornas.

En los mismos evangelios encontramos ya reflejada la dificultad. Lc dice sencilla­mente: dichosos los pobres. Mt ve la necesidad de añadir una matización: dichosos los pobres de espíritu; dichosos los que tienen hambre y sed de justicia; dichosos los limpios de corazón. Tanto una formula­ción como la otra se puede entender mal. Mal si damos por supuesto que el pobre es dichoso por el hecho de serlo. Mal, si entendemos que al rico le basta con tener un espíritu de pobre, sin que eso le obligue a cambiar su actitud egoísta para con los demás.

Hablar de los pobres, los que nadamos en la abundancia, es ligereza. ¿Qué pasó cuando los realmente pobres empezaron a pensar en el evangelio? Surgió la teología de la liberación, que la institución se apresuró en calificar de nefasta. ¿Es que puede haber un tratado sobre Dios que no libere? Lo que debía preocuparnos es que sigamos haciendo una teología para tranquilizar a los satisfechos, que no libera ni a los opresores ni a los oprimidos. El fallo de esa teología estaba en que creía que liberar a los pobres de su pobreza material era la solución definitiva. Hay que liberar al pobre de su pobreza y al rico de su riqueza.

La Iglesia no debe conformarse con una “opción preferencial por los pobres”. La Iglesia tiene que ser pobre si quiere ser fiel al evangelio. No podemos justificarnos diciendo que la institución puede tener grandes posesiones pero sus dirigentes pueden vivir en la pobreza. Esa dinámica sería posible, pero no es lo que vemos todos los días a nuestro alrededor.

Se proclama dichoso al pobre, no la pobreza. Dichoso, no por ser pobre, sino porque él no es causa de que otro sufra. Dichoso porque a pesar de todos, él puede desplegar su humanidad. Este es el profundo mensaje de las bienaventuranzas. El comunismo sigue creyendo que basta con nivelar materialmente las necesidades de todos los seres humanos, pero eso no es verdadera liberación. Es verdad que el origen del comunismo está en los Hechos de los Apóstoles, pero se hicieron eco solo de la letra olvidando el espíritu. Lo humano solo llegará cuando voluntariamente cada uno se solidarice con todos los demás sin apegarse a nada.

Hay otra consideración a tener en cuenta. Todos somos pobres en algún aspecto y todos somos ricos en otros. Por eso, yo haría una formulación distinta: Bienaventurado el pobre, si no permite que su “pobreza” le atenace. Bienaventurado el rico, si no se deja dominar por su “riqueza”. No sabría decir qué es más difícil. En ningún momento debemos olvidar los dos aspectos. Ser dichoso es ser libre de toda atadura que te impida desplegar tu humanidad.

El colmo del cinismo llegó cuando se intentó convencer al pobre de que aguantara estoicamente su pobreza incluso diera gracias a Dios por ella, porque se lo iban a pagar con creces en el más allá. Tampoco quiere decir el evangelio que tenemos que renunciar a la riqueza para asegurarnos un puesto en el cielo. Debemos renunciar a ser la causa del sufrimiento de los demás. Las bienaventuranzas no son un sí de Dios a la pobreza ni al sufrimiento, sino un rotundo no de Dios a las situaciones de injusticia. Siempre que actuamos desde el egoísmo hay injusticia. Siempre que impedimos que el otro crezca hay injusticia.

Al añadir Lucas ¡Ay de vosotros los ricos!, deja claro que no habría pobres si no hubiera ricos. Si todos pudiéramos comer lo suficiente, nadie nos consideraría ricos. Si todos pasáramos la misma necesidad, nadie nos consideraría pobres. La parábola del rico Epulón lo deja claro. No se le acusa de ningún crimen; No se dice que haya conseguido las riquezas injustamen­te. El problema era no haberse enterado de que Lázaro estaba a la puerta. Sin Lázaro a la puerta, su riqueza no tendría nada de malo. El evangelio no anima a valorar la pobreza en sí, sino a no ser causa del sufrimiento de otro. La pobreza del evangelio hace siempre referencia al otro.

Las bienaventuranzas quieren decir, que, aún en las peores circunstancias que podamos imaginar, las posibilidades de ser no nos las puede arrebatar nadie. Recordad lo que decíamos el domingo pasado: “Rema mar adentro”, busca en lo hondo de ti, lo que vale de veras. Si creemos que la felicidad nos llega del consumir, no hemos descubierto la alegría de ser. Nosotros, al poner la confianza en las seguridades externas, en el hedonismo a todos los niveles, estamos equivocándonos y en vez de bienaventuranza encontra­remos desdicha. Nunca se ha consumido más y sin embargo nunca ha habido tanta infelicidad.

Las bienaventuranzas son ‘la prueba del algodón’ del cristiano. Un cristianismo como capote externo, que busca las seguridades espirituales además de las materiales, no tiene nada que ver con Jesús. Llevamos dos mil años intentando armonizar cristianismo y riqueza; salvación y poder. Nadie se siente responsable de los muertos de hambre. Vivimos en el hedonismo más absoluto y no nos preocupa la suerte de los que no tienen un puñado de arroz para evitar la muerte. Jesús nos dice claramente que, si tal injusticia acarrea muerte, alguien tiene la culpa. Buscar por encima de todo mi seguridad, y si me sobra dar a los demás, no funciona.

Decimos: Yo no puedo hacer nada por evitar el hambre. Tú lo puedes hacerlo todo, porque no se trata de eliminar la injusticia sino de que tú salgas de toda injusticia. No se trata de hacerles un favor a ellos, aunque sea salvarles la vida, se trata de que tú salgas de cualquier inhumanidad. Nosotros, los “ricos”, somos los que tenemos que cambiar buscando esa humanidad que nos falta. Tu salvación está en no ser causa de opresión para nadie sino en ayudar a los demás a salir de toda opresión. Si damos de comer al pobre le salvamos la vida biológica. Si salgo de mi egoísmo, salvo la vida al pobre y me libero de mi inhumanidad.

Las bienaventuranzas ni hacen referencia a un estado material ni preconizan una revancha futura de los oprimidos ni pueden usarse como tranquilizante, con la promesa de una vida mejor para el más allá. Las bienaven­turanzas presuponen una actitud vital escatológica, es decir, una experiencia del Reino de Dios, que es Dios mismo como fundamento de mi propio ser. El primer paso hacia esa actitud es el superar la idea de individualidad que nos lleva al egoísmo, dejar de creer que somos lo que no somos y vivir de ese engaño.

Meditación

Jesús te dice: ¡Eres inmensamente dichoso!
Pero no te has enterado todavía, porque vives en tu falso ser.
Sigues identificándote con tu cuerpo-mente.
Pero eres tu cuerpo, tu mente y Mucho más.
Tu verdadero ser es plenitud.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Venidos de todas partes

Domingo, 17 de febrero de 2019
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sermon-del-monte-6“La Humanidad es el hombre que aprende siempre” (Pascal)

17 de febrero. Domingo VI del TO

Lc 6, 17, 20. 20-26

Bajó con ellos y se detuvo en llano, donde había un gran número de discípulos y un gran gentío del pueblo, venidos de toda Judea, de Jerusalén, de la costa de Tiro y de Sidón, para escucharlo y sanarse de sus enfermedades 

¿Pero de dónde, por qué y para qué venía toda aquella gente? Aunque también podían haber venido los océanos, las rocas, las plantas y los animales. Y una vez reunidos, pudieron sumarse a la voz mística y poderosa de Rosalía en los Premios Goya, en Sevilla: Me quedo contigo”.

Es lo que en el prólogo de su libro “Cuando los ángeles cantan”, Octavio Aceves escribió de otra artista: “Creo que Victoria de los Ángeles tenía el excepcional don de llegar con su voz a lo más recóndito y profundo del alma humana, de alcanzarlo de lleno y de golpe con la musicalidad de su fraseo y la elegancia de su armonía y de insuflar paz en los corazones con su timbre angelical”

Eran todos conscientes de que, como decía Bertohld Auerbach (1812-1882): poeta judío-alemán, fundador de la “Novela de tendencia”La música limpia el alma del polvo de la vida cotidiana”. La acción curativa de la música hace que nos sintamos restaurados.

Venían todos porque sentían ansias de rebobinar pensamientos a fin de poder cumplir el divino mandato de “Creced y multiplicaos”. Un sueño que se llama “Quimera” que, al contrario de lo que este monstruo hacía en la mitología griega, reunía poblaciones. Acercar corazones, y hacer que entonen todos juntos canciones en un mismo Coro, el ideal de la Naturaleza.

Y venían también porque sentían la necesidad de luchar por una sociedad más justa y solidaria. Porque, como decía Pascal, “La Humanidad es el hombre que aprende siempre”.

La noche oscura del alma que cantó Juan de Yepes en Noche oscura, está en tinieblas, pero cuando ese Coro se aproximas a ella, la ilumina. Y allí está el árbol de la música agitando sus ramas y derramando notas.

Así, se hacía un hueco de silencio en aquella “Soledad sonora”, haciendo que el universo creciera, y dentro y fuera de él prosperaran todos. Incluido, el tan humilde Juan Bautista, que no se consideraba digno de desatar la correa de los zapatos del Mesías.

Decía San Ignacio de Antioquía en su Carta a los Efesios que: “Mejor es mantenerse en silencio y ser, que decir y no ser. Es hermoso enseñar si se hace lo que se dice. Uno solo es el Maestro que dijo e hizo, y lo que hizo, permaneciendo en silencio, es digno del Padre. Quien posee verdaderamente la palabra de Jesús puede también percibir su silencio, sea por ser perfecto, sea por obrar mediante su palabra y ser conocido por su mantenerse en la palabra”.

Bajó con ellos y se detuvo en llano, donde había un gran número de discípulos y un gran gentío del pueblo, venidos de toda Judea, de Jerusalén, de la costa de Tiro y de Sidón, para escucharlo y sanarse de sus enfermedades (Lc 6, 17-18), y lo hicieron simultáneamente en un hueco vacío de silencio y en una presumida pirámide de voces.

El poeta bilbaíno Blas de Otero, lo dijo en este Poema.

CÁNTICO ESPIRITUAL

“Complexión de este mundo con mis manos:
tronco de árbol, río, mujer pura,
todo es señal de Dios inmaculada.
Ahora estoy esperando a libertarme:
complexión de este mundo con mí mismo” 

“Escúchame, Yavé, desllágame.
Apenas puedo sostenerme el alma.
Mi cuerpo desmorona a cada instante
su unidad substancial, aun palpitando.
Nada soy si no soy el que yo soy,
el que ha salido de Tus manos grandes
capaces de dar forma al Universo”.

 

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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¿Felices o saciados?

Domingo, 17 de febrero de 2019
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Lc-620-26Lc 6, 17.20-26

Si leemos el evangelio de este domingo, como si no lo conociéramos, como si fuera la primera vez que llega a nuestras manos, posiblemente nos asombraría su alegría y desenfado. Su lenguaje es directo, concreto y positivo.

Nuestro asombro crecerá aún más si somos capaces de recordar el contexto en el que se escribió. Recordemos también a esas primeras comunidades cristianas que son excluidas, silenciadas, que no tienen ninguna relevancia social ni religiosa e incluso son perseguidas.

¿Cómo es posible que estos hermanos y hermanas logren transmitirnos su testimonio de alegría, de sentirse afortunados, dichosos? Es más, ¿cómo nos explicamos que esta sea su experiencia más profunda? Posiblemente es difícil para nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, que ponemos tantas condiciones y necesitamos tantas seguridades para sentirnos felices.

Las palabras del texto, sus detalles, nos pueden ayudar a descubrir el mensaje que nos trae el evangelio de hoy.

Jesús, ha bajado del monte, de su encuentro con Dios y “levanta los ojos”, mira a sus discípulos, a las numerosas personas que le siguen de todas las aldeas y ciudades. Y al mirarlos, lo que se le ocurre es llamarlos DICHOSOS.

No les dice lo que deben hacer para serlo, que hubiera “enganchado” con los oyentes. Proclama, grita, que “son dichosos”. Y para que no quede duda, añade dos cosas que nos pueden desconcertar aún más: son dichosos AHORA, en presente. Es distinto a “llegarán a serlo”; tampoco les dice eso de “aguanten que luego…”

Y lo son porque son pobres, hambrientos, tienen lágrimas en los ojos…  esta es su situación y, en esta situación Jesús manifiesta que son felices. ¿Cómo mira Jesús la realidad de los que le rodean? ¿En qué descubre que suyo es el Reino de Dios? ¿Con qué fuerza lo dice para que los que le escuchan sientan que está expresando su experiencia más honda?

¡La dicha es estar con Él! Sentirse de los suyos, confiar en su amor, sentir su cercanía…  ¿No hemos tenido cada uno de nosotros experiencias similares? ¿No nos hemos sentido dichosos y dichosas en medio de dificultades, críticas, incomprensiones, enfermedades propias o sufrimientos por personas muy queridas? ¿No hemos sentido que más allá de todo eso hay una persona, un amor, una confianza sin medida?

Esta es la fe que nuestros primeros hermanos quieren transmitirnos. Creer en Jesús, confiar en su salvación y su amor, es  fuente de dicha y felicidad, es experimentar ya otro tipo de amor, de relaciones con Dios y con los hermanos.

Y, por si aún nos quedan dudas,  Lucas, muy didáctico, añade lo que en ningún caso son signos de estar en el camino de la felicidad que da el Reino, de la dicha que da el seguir a Jesús: sentirse saciados, pasarlo siempre bien, que todos hablen bien de nosotros…

Es como si nos dijera: ¡Cuidado con buscar el camino que os prometían ayer los entendidos de la Ley, o la publicidad barata o facilona hoy! Si os sentís saciados, si reís, si no aspiráis a nada más que lo logrado, si todos hablan bien de vosotros… ¡Lloraréis y lo pasaréis mal!

La dicha del Reino no consiste en estar saciados, sino en buscar más: más paz, más justicia, más alegría para todos… ¡porque sabemos que es posible! No consiste en que “lo pasemos bien”, al contrario, lloramos y sufrimos por muchos y por muchas personas y situaciones… La dicha del Reino no se expresa en que todos hablen bien de nosotros, al contrario, apenas nos entenderán, nos pasarán por delante, se burlarán de nosotros, nos excluirán porque con nuestra forma de pensar –la de Jesús– somos una amenaza…

Pero, sin saber muy bien cómo, sin que sea una empresa a conquistar o unas virtudes a conseguir, ahí, en la realidad que vivimos AHORA somos dichosos y nada, ni nadie nos quitará esta alegría, porque sus claves no están en lo que pasa ni en lo que nos pasa.

La clave es la persona de Jesús, nuestra fe en él, nuestra vinculación con él. Todo lo demás, se nos dará por añadidura. Y se nos dará hoy, ahora… ¿nos lo creemos? ¿desbordamos y contagiamos alegría?

El evangelio de hoy no nos trae un programa moral, ni una explicación teórica sobre la felicidad, nos acerca la experiencia de los primeros cristianos que han encontrado en Jesús su alegría y nos recuerdan que estamos invitados a vivir su misma experiencia. ¿Nos atrevemos?

Mª Guadalupe Labrador. fmmdp

Fuente Fe Adulta

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Felicidad y pobreza

Domingo, 17 de febrero de 2019
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806448Domingo VI del Tiempo Ordinario

Lc  6, 17.20-26

En Lucas, las llamadas “bienaventuranzas” las proclama Jesús en el “llano” –en Mateo, por motivos teológicos, será en la “montaña”–, se reducen a cuatro –en Mateo serán ocho–, se centran en situaciones que están viviendo los discípulos –en Mateo se hablará de actitudes– y van acompañadas de las mal llamadas “malaventuranzas”.

A los discípulos, que son pobres, pasan hambre, lloran y son perseguidos se les llama “bienaventurados” (dichosos) porque esa situación va a cambiar. Por el contrario, se advierte seriamente a quienes ahora gozan de riqueza, de dicha y de aplauso social, equiparándolos a los “falsos profetas”.

Empecemos por el final. En la tradición bíblica, los “falsos profetas” buscan su propio beneficio. Eso les lleva a pronunciar una palabra que no busca la verdad, sino contentar a quienes los escuchan, sean el rey o el pueblo, para obtener reconocimiento y prebendas de todo tipo. Se comprende que, para quienes son perseguidos por ser fieles, la figura del “falso profeta” aparezca particularmente detestable.

El mensaje de las Bienaventuranzas es parcial: muestra a un Dios que toma partido a favor de los pobres y los que sufren. Otra cosa es que, en la vida cotidiana, esto no parezca producirse. Tal vez ese haya sido el motivo por el que se ha proyectado la dicha o felicidad al “más allá” de la muerte. En realidad, plantear la dicha en clave de “recompensa” conduce a un callejón que no tiene salida. Si hubiera que leerla literalmente, el lector se preguntaría por qué Dios no actúa inmediatamente y realiza lo que la bienaventuranza promete.

La lectura adecuada parece ser otra y se desdobla en dos direcciones: por un lado, “pone en valor” la dignidad y la primacía del pobre; por otro, como luego vería Mateo, advierte que es imposible la felicidad mientras no adoptemos la pobreza –desapropiación, desidentificación del yo– como actitud básica en la que sustentar nuestra existencia.

El pobre es no-separado de mí. Solo la comprensión vivencial de este hecho, que implica una radical transformación de la consciencia, hará eficaz el compromiso a favor de la justicia, de la igualdad y del reconocimiento de todo ser humano. Únicamente el compromiso que nace de la comprensión es genuinamente transformador.

Ser pobre es vivir la desapropiación. La creencia que nos identifica con el yo o ego nos convierte en personas egocentradas, girando en torno a nosotros mismos, en la búsqueda ansiosa de aquello en lo que hemos proyectado nuestra supuesta felicidad: bienes, poder, imagen… Sin embargo, todo ello promete lo que no puede dar, dando lugar a la “noria hedonista”, en la que la búsqueda de placer se convierte en fuente de sufrimiento, porque no hay forma de burlar el vacío y la insatisfacción cuando se liga la propia identidad a la idea del “yo”.

El sabio comprende que no es el yo. Y es esa comprensión la que, en medio de cualquier circunstancia, lo ancla en la ecuanimidad y la paz. Sabe que lo que somos se halla siempre a salvo. Y que podemos tener cosas –somos seres necesitados–, pero no ser esclavos de ellas.

El sabio es compasivo. Y esto es justamente lo que vemos en Jesús. La compasión marcó toda su existencia porque se vivía desde la comprensión de su (nuestra) verdadera identidad. Cuando se vive desde ahí, la compasión brota en gratuidad y de manera desapropiada. Y, en cierto modo, constituye el test definitivo de la vida espiritual. De ahí que el propio Jesús resumiera todo el secreto del comportamiento ético adecuado en una sola frase, tras relatar la parábola del “buen samaritano”: “Ve y haz tú lo mismo” (Lc 10,37). No hay más principio moral.

¿Qué significa la pobreza para mí? ¿Cómo me posiciono ante ella?

Enrique Martínez Lozano

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Se trata de ser felices en la Vida

Domingo, 17 de febrero de 2019
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slide_1Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01. SER FELICES –DICHOSOS – BIENAVENTURADOS.

El cristianismo no es para ser buenos desde una moralina barata o ritualismo fosilizado o un dogmatismo que huele a formol, sino que el cristianismo es para ser felices. La finalidad y la esperanza del cristianismo es que seamos felices y bienaventurados.
Jesús sana, confiere vida, salud, bienestar.

En la Bienaventuranzas (Lc 6,20-21; Mt 5,3-10), Jesús promete la plenitud y felicidad del Reino a los pobres, a los misericordiosos, a los que trabajan por la paz y la justicia, a los limpios de corazón.

Se puede decir que las Bienaventuranzas son la gran promesa de Cristo. Jesús nos llama a ser bienaventurados, felices. Es la promesa de Cristo. Esta promesa se inaugura en esta vida, en este mundo, aunque los hechos parezcan decir lo contrario. No es menos cierto que esa bienaventuranza de la humanidad se manifestará en la vida futura. Y ello es objeto de esperanza. La esperanza cristiana es vivir ya lo invisible que un día veremos cara a cara.

02. LA ESPERANZA NO ES OPTIMISMO.

Las ciencias, la política, el progreso, las previsiones, etc. confieren o pueden ofrecer bienestar a la humanidad, pero eso no es esperanza, al menos no son la esperanza cristiana absoluta. Qué duda cabe que es deseable que la medicina termine por curar el cáncer y que la humanidad progrese, que desaparezca el hambre, la injusticia, la incultura, etc.

La esperanza tampoco es optimismo por lo bien que van o me van las cosas. La esperanza comienza donde termina el optimismo. Una persona llega a ser adulto (no solamente viejo) cuando ya no se hace ilusiones en la vida, pero mantiene con vitalidad la esperanza. (Para un creyente en un funeral no hay lugar al optimismo, pero ahí “comienza la esperanza”).

Los humanos hemos de ser conscientes de que no está en su mano suprimir el sufrimiento humano ni la muerte. Los humanos sufriremos siempre por una razón u otra: sufrimos física o psíquicamente, los seres humanos morimos. El ser humano no puede solucionar por sí mismo ni el sufrimiento ni la muerte.

La ciencia, el pensamiento científico parece que lo puede todo en la historia humana, pero no es así.

La esperanza nace de la fe. El progreso, los logros científicos, los movimientos políticos, económicos, puede que sean buenos, pero son previsiones probables, pero no esperanza.
La esperanza brota de la fe que confía en un final bienaventurado que no está en las previsiones humanas, sino en las manos de Dios.

03. Nos quedan dos soluciones:

A. Aprender a vivir en la nada como nos enseñaba o pretendía Nietzsche: Mire usted: no existe nada, no hay nada más allá, no hay Dios, pero no importa, usted viva, coma, viaje, disfrute y muérase sin más, sin enterarse.

B. O nos queda la esperanza, la esperanza teologal, la esperanza en nuestro caso cristiana, que mira “más allá” de la historia y aguarda por naturaleza algo que no está en nuestra naturaleza, “algo” que es Dios.

Es mucha prepotencia y presunción eliminar la esperanza, las bienaventuranzas y el horizonte absoluto dejándolo en manos de una manifestación, o en manos de la Universidad o de un parlamento.

Las mediaciones históricas: política, ciencia, cultura, etc. son valiosas, pero no últimas.
Jeremías (1ª lectura) lo dice brutalmente: MALDITO quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza.

La esperanza es descansar esperar en Dios, lo cual confiere una profunda paz, al mismo tiempo que nos impele a un compromiso histórico.

04. ¿PESIMISMO?

Felices pobres.Cerezo 1ALGUNOS DATOS A TENER EN CUENTA

El pasado domingo el periódico DV, dedicaba sus cuatro primeras páginas al problema del suicidio, sobre todo en nuestra comunidad autónoma.

+ En el País Vasco se produce un suicidio cada dos días., lo que significa que en el País Vasco mueren por suicidio 190 personas al año.

+ El Obispo Uriarte decía hace unos -pocos- años que la segunda causa de muerte de la juventud en el País Vasco es el suicidio. La primera causa de muerte de la juventud es el accidente, montaña, tráfico, etc., la segunda el suicidio.

+ Cada año entre 3.600 y 3.700 personas se suicidan en España: esto supone 10 muertes al día: de las cuales 7 son hombres y 3 mujeres.

+ En la medida en que se puede saber, son 800.000 las personas que se suicidan al año en el mundo.

+ Hay que pensar que el índice de intentos de suicidio se debe multiplicar por 10. Quienes dejan de tomar la medicación, quienes toman una sobre dosis y sobreviven, algunos accidentes de tráfico son suicidios larvados…

+ En los últimos 50 años, el intento de suicidio ha aumentado en un 60% en el mundo.

DEPRESIÓN

Las causas de un suicido pueden ser múltiples, pero parece ser que detrás de todo suicidio hay que buscar una o algún tipo de depresión.

No es el momento ni es tarea sencilla definir qué sea una depresión. Vamos a quedarnos en que es la depresión se caracteriza por un hundimiento personal que conlleva a un estado de ánimo bajo y sentimientos de tristeza, asociados a alteraciones del comportamiento, del grado de actividad y del pensamiento. Todo ello implica desinterés por la vida, la familia, el trabajo, el pueblo, la cultura, etc. La depresión respondería a las preguntas: no tengo ganas de vivir … Total, ¿para qué voy a trabajar, para que me voy a esforzar, etc?

¿Bienaventurados los pobres, dichosos los limpios de corazón, felices los que trabajáis por la paz, la justicia?

Un poco zafiamente se puede decir que esta es una visión pesimista, que también hay gente buena, hay ONG que trabajan por el mundo, etc., lo cual es verdad, pero no soluciona nada la cuestión de la esperanza.

Aunque la gente no lo sepa, probablemente estamos en la situación que proponía Nietzsche. La nada nos invade y en la nada es muy difícil mantener en pie con sentido y con ética.

La nada “nihiliza” la existencia. La nada torna absurda la existencia. Podemos disfrutar de un poco de comida, otro poco de informática, otro poco de turismo, pero la nada se lo traga todo.

05. SEMBRAR ESPERANZA Y BIENESTA
R.

Probablemente evangelizar hoy en día –y siempre- sea sembrar esperanza, sanación, bienestar, confianza en la vida, en Dios.

La esperanza mira fundamentalmente al futuro absoluto del hombre a la luz de la Promesa. Dios y su Reino es el futuro del hombre, y la esperanza es la experiencia de Dios y su Reino como futuro.

¿La estructura jerárquica de nuestra iglesia de San Sebastián infunde esperanza y ánimo?

¿Esta situación eclesiástica diocesana siembra bienaventuranza y paz o, más bien, es un amasijo de prácticas religiosas, de proyectos inmobiliarios, de leyes, tensiones y odios?

Nos acogemos al papa Francisco que es hombre de esperanza.

Gracias a Dios

Tenía mucha razón el filósofo del siglo XX, M Heidegger:

Solamente Dios puede salvarnos

Espera en el Señor, sé valiente,
ten ánimo, espera en el Señor. (Salmo 26,2)

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