Por amor…
Dios ha creado por amor, y con los fines del amor. Dios no ha creado otra cosa que el amor mismo y los medios del amor. Ha creado seres capaces de amor a todas las distancias posibles.
Él mismo -puesto que ningún otro podía hacerlo- fue a la distancia máxima, a la distancia infinita. Esta distancia infinita entre Dios y Dios, desgarro supremo, dolor que no tiene par, milagro de amor, es la crucifixión. Nada puede estar más lejos de Dios que lo que fue hecho maldición. Este desgarro, encima del cual crea el amor supremo el vínculo de la unión suprema, resuena perpetuamente a través del universo, sobre un fondo de silencio, como dos notas separadas y fundidas, como una armonía pura y desgarradora. Es la Palabra de Dios. Toda la creación no es más que su vibración. Cuando hayamos aprendido a escuchar el silencio, será esto lo que, en medio del silencio, comprendamos con mayor distinción. Los que se aman, los amigos, tienen dos deseos: uno, amarse hasta el punto de penetrar el uno en el otro y convertirse en un solo ser; el otro, amarse hasta tal punto que, aunque estuvieran separados por los océanos, su unión no quedara debilitada. Todo lo que el hombre desea verdaderamente aquí abajo es real y perfecto en Dios. Todos estos deseos imposibles son en nosotros algo así como una señal de nuestro destino y tienen un efecto positivo sobre nosotros desde el momento en que esperamos alcanzarlos. El amor de Dios es el vínculo que une a dos seres hasta el punto de hacerlos imposibles de distinguir y realmente uno solo, y que, tendido por encima de las distancias, triunfa sobre la separación infinita. Por ese motivo, la cruz es nuestra única esperanza
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(Simone Weil,
A la espera de Dios,
Editorial Trotta, Madrid 1996.
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